jueves, 30 de abril de 2020

Viñetas para leer

Red de agujeros
A pie por el camino mi compadre 
Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda de las naciones muy al norte de estos lugares, donde la luna, por ejemplo, era un celoso amante en tea?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!” –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” –Bótense al suelo porque se van a morir...”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí.
Casi medio siglo me tomó acercarme al misterio que intuía también en la señora de los tamales en la esquina y la avalancha de albañiles, jardineros, trabajadores de las fábricas en torno nuestro. 
Tanto el misterio, que lo develaría sólo después de conocer aquéllos reinos por los libros. De hecho no lo hago bien a bien sino ahora, con mi compadre, en el vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos.
“-…la balacera de una manera muy cerrada.
“-Sentí que nos estaban cazando….
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.”
La pasión según FB
Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía. 

-0-
Eso escribí en un blog añadiendo:
El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en tí más infinita te volvías. Por eso nadie llenará tu hueco.


Siluetas I
La policía agitaba sin contemplaciones la alcancía de la noche, Padre ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las flácidas carnes de Mamá lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel pura, sonreía como una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al compás de Los rebeldes del rock.


Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre. Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus súbditas.
En verdad puedo morir: se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con quien compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. 
Para mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece justa.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura. Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.


De una punta de inútiles y sus viajes
Al segundo curso universitario abandoné los estudios. Quemar las naves llaman a eso en recuerdo de Hernán Cortés. Pocos años después -o muchos, según se mire siendo jóven- rematé el trabajo al "buscar la revolución". Entrecomillo para burlarme de mí, aunque fui a dar con ella como gran auge popular en breve espera.
Fue un largo viaje aquél, que después recordaría caricaturizándolo:
Durante el primer tramo del trayecto, mirando al paso por la ventana los nuevos fraccionamientos de Celaya, lloré. Se parecían a los de mis años de niño en la ciudad que entonces se hacía monstruo. Muchos cientos de kilómetros y un parada intermedia adelante, el dinero se terminó y fui a dar a un hotel de mala muerte. Me lavaba los dientes frente al espejo descascarado y volví a llorar.
El viaje habría seguido ese tono de no encontrar a Martín en el trasbordador. Se acercó a la barandilla desde donde a lo melancólico yo seguía el bamboleo del Mar de Cortés, y me sacó conversación. Había sido soldador, creo, en el propio DF e intentando cruzar a los EU lo devolvieron dos veces. Ahora se acercaba a mí con el aprendizaje en la picaresca que la aventura le dejó, pretendiendo sacarme algo. Pero como yo estaba más vacío que él, decidió hacerme su Sancho Panza. Dijo:
-¿Tienes hambre?
Contesté con la verdad y me hizo seguirlo hasta la cocina del barco, pues afirmaba que sin falta los cocineros eran solidarios. No se equivocó. Apurábamos una torta cuando el lugar se paralizó. El capitán nos contemplaba desde una de las entradas. Y el regaño se produjo pero no por darnos de comer, sino por la pobreza de lo entregado. Todos, incluido Martín, intercambiaron una mirada de entendimiento que no descifré, cuando el comandante pidió sirvieran lo mejor a bordo en su camarote.
Allí cenamos tan opíparamente como las circunstancias permitían, aderezado todo con mi ingenuidad. El capitán rondaba los cincuenta y sus ojos relataban una tristeza vieja y profunda. Bajito, flojo de carnes y con una incompresible palidez si atendemos a su oficio, se enfocó en mi persona, sincerando poco a poco los motivos de su desolación. Al menos los que no había riesgo en contar y que yo, inútil, provinciano pero noble al fin y al cabo, quise comprender: la soledad y la monotonía del marino, de la cuales había escuchado en Conrad y London.
El hombre dirigía un barco, por pequeño que éste fuera, y costaba trabajo reconocer su fragilidad que, a la manera de esa noche frente a nosotros, podía exponerlo a las ruindades de los otros. Martín devoraba a mi lado continuando las miraditas que iniciaron en la cocina y que a mí no me pasaban de noche pero casi, pues no sacaba de ellas nada en claro, como mal entendía también el juego cruzado que hacían con el olímpico desprecio del patrón, aquí sí muy en su despótico papel, hacia mi compañero.
Estábamos lejos de terminar la segunda botella de vino cuando a una especie de orden el migrante fallido procedió a despedirse. Intenté imitarlo, me contuvo, volteé confundido hacia el patrón, quien se apenó y agacho la mirada.
Al marcharnos no di de palos a Martín porque habría yo salido varias veces revolcado, pero estallé:
-¡Ya ni chingas, cabrón! ¡Vendiéndome por un pinche pollo y unas papás! 

Desde la azotea
Escribo el libro sobre el abuelo en el escritorio que da a la única ventana de mi departamento, cuyo encuadre copia los del cine nacional en tiempos gloriosos, con su fácil, blando romanticismo. En el escritorio leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir los berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo?, ¿nuestro nadar sobre la tierra? 
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida de que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.
-0-
Hoy idiota resulta sinónimo de estúpido o imbécil. Antes se refería a los tontos o tontas de los pueblos, que un sabio medieval despreciaba reconociéndoles a cambio el don de servir a la divinidad para expresarse imperfectamente.


Para entonces todo era viento, como llamo al internet, incluida la joven que me producía escalofríos. Cierto, estuvo muchas veces entre mis brazos, y verdad también el origen virtual de nuestra relación.
Sólo así fue posible la intimidad que me desquiciaba. Quería dejar sus tierras, entendí enseguida, y a cambio tardé en percibir la sustancia de su mundo fantástico. No lo construía el mar a sus pies, los barcos entre dos océanos coleccionando lugares maravillosos. Empezó por la pantalla televisiva, cuyos huecos romances reinventaba con erotismo.
Sin pieles, nos condujo la prolija historia pasional de ella, no importa cuán joven era si a los once años se abandonó a un hombre tres veces mayor.
Su extraordinaria capacidad para el relato enriquecía las escenas con atmósferas, aromas, sensaciones casi táctiles, deteniéndose a recordar detalles que pasó por alto, y así al mismo tiempo el suspenso por los momentos culminantes se volvía angustioso y secundario, pues las minucias eran de una elocuencia tan o más arrebatadora. Aprendí entonces cuánto el placer sensorial lo producía no el contacto sino su anuncio, como
cuando la mano iba rumbo al cruce entre los muslos del otro.
Para entonces yo llevaba años en los cíber ambientes, y el mariposeo que anima fue perfecto para mi soledad. Revelarse y esconderse, de eso trataba el juego, allí y donde quiera, ¿no?
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a una red social. Subía y bajaba por allí horas enteras, construyendo un personaje. En una viñeta de los nueve blogs o cuadernos hoy a mi disposición, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible. Justo entonces empieza a ser cierto.

La casa del horror
La violencia en México toca todos los ámbitos, a veces sin que públicamente se perciba. Forma así un circo, uno solo, con muchas pistas
Regresando de una charla sobre este tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos, escribo: Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?

Purple Rain 
La solicitud de amistad la hizo ella, buscando quien la ayudara con sus memorias eróticas, y el ya viejo truco de la foto de perfil para prendarse dio resultado y fue fiel a lo demás. Exudaba sensualidad resulta una mala frase en su caso. Vivo para complacer, dijo, y mentía. Para
complacerse, sí, y de ese modo al mundo a través suyo.
Desde luego no la pretendería y la edad era, si acaso, la última razón. De intentar tocarla de cualquier manera la magia se rompería y de vuelta agradecí ser abuelo. Mirar, admirar, pensé años atrás al encontrar a la más misteriosa mujer. Con la nueva, la historia tendría que repetirse sin el menor desvío, venciendo las tentaciones, ni siquiera un pasito rumbo a ella, a pesar de sus ofrecimientos:
-Eres un ángel que cayó del cielo o un ser cósmico que me generé bastante bien y quiero llorar de alegría. Viájame y úsame, que para eso estoy. Te confieso, no eres el primero que lo hace.
¿Me aprovecharía de ella, yo, el Abuelo?
Ay, Ohsis. Hablando de Monelle, la pertinencia de los géneros y el exilio, y salgo con eso. Bueno, es que a su modo la Purple imitaba a San Juan de la Cruz, estirando los brazos sin saberlo hacia una figura inalcanzable. En el nombre del padre, inicia el bíblico rezo.


Cuadernos

Como dice aquí arriba, llamo Cuadernos al producto de mi trabajo en los últimos quince años nutriéndome con otros anteriores. 
Soy un cronista e investigador en historia, sin academias, vinculado al movimiento social, cuyos textos son de varias clases.
Tengo botica, pues, para resfrios, padecimientos intestinales y otras cosillas. Si quiere usted saber qué pasó aquí y alla en México y el mundo durante quinientos años, pida Red de agujerosDemasiado humano o Historias, según precise. 
De buscar a un hombre exoticón, cuya vida puede puede volverse pequeños relatos, le atenderé ampliamente, y si lo quiere viejo, pícaro, erótico, quijotesco, ya la hizo y a través suyo encontrará a nuestras nuevas generaciones. 
Sobre lucha obrera sé harto, y alguito tratándose de inquilinos alebrestados, a lo largo de seis décadas. 
Dejen les doy un adelanto. 


Siluetas I
La policía agitaba sin contemplaciones la alcancía de la noche, Padre ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las flácidas carnes de Mamá lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel pura, sonreía como una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al compás de Los rebeldes del rock.


Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre. Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus súbditas.
En verdad puedo morir: se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con quien compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. 
Para mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia viene de ahí. Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine, entenderé su obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura. Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.


Red de agujeros
A pie por el camino mi compadre
Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda de las naciones muy al norte de estos lugares, donde la luna, por ejemplo, era un celoso amante en tea?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!” –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” –Bótense al suelo porque se van a morir...”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí.
Casi medio siglo me tomó acercarme al misterio que intuía también en la señora de los tamales en la esquina y la avalancha de albañiles, jardineros, trabajadores de las fábricas en torno nuestro. 
Tanto el misterio, que lo develaría sólo después de conocer aquéllos reinos por los libros. De hecho no lo hago bien a bien sino ahora, con mi compadre, en el vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos.
“-…la balacera de una manera muy cerrada.
“-Sentí que nos estaban cazando….
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.”

Mal nombrada
Empezamos ella con un ¡Igualado! y yo un ¡Perfumada!, onda Elsa Cárdenas-Pedro Infante en Cuidado con el amor, que no tuvimos, ni el cuidado ni el amor.
¿Que me la comería si dejara? La noche de leer juntos en un genial antro, le dije que era la primera mujer en mi vida con quien me sentía en desventaja. No se trataba de la edad, pues otras jóvenes me acostumbraron al descaro. De conciencia de inferioridad iba el asunto.
A cambio nos igualó la risa, el respeto por las mutuas vidas y el cariño.
Se fue de viaje y puntual avisó, sabiendo cuánto el equilibrio de mi cabeza necesita su presencia virtual, así nos veamos las caras a ratos.
Está enamorada, creo, pues no hablamos del tema, y yo sigo entre el recuerdo de la Inesperada, los suspensos con la Imprecisable y cualquier fantasía a modo, hasta las que la involucran, sepan perdonarme, ustedes y ella.
De película, entonces, la cámara, el director, el staff, la mamá de ella, que la talonea (jjj), y mis nietos, venidos (párele, Tera, eh, que tienen nueve años, jjj) a apergollarse coristas de Chiquiladas, ni cómo la concentrancia, y luego el ¡Corte!, ya la chiflamos, jjj.
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Al día siguiente, dice uno cuando al escribir lo de aquí arriba llevaba cuatro horas en él, así supiera lo que no sabe el Luís    
Al dizque otro día, pues, chinguiñoso me encuentro con un nuevo desatino de la mentada (jjj), que esta vez musicalizo como ella espero quisiera (deje pasar los primeros compases: no encajan ((uuummm, jjj)) hasta el sax).
Los gallos se oyen ‘cantar’/ quién mierdas dijo que eso es cantar/ oigo a los gallos el aullido místico suave de lxs perrxs/ y me emputa la sobredosis de insomnio y las cuitas de mi alegría blasfema

Corto el poema ahí, apenas comenzar, por no plagiarlo de alguna manera, pues el nombre de la Mal nombrada no es el de su cuenta en la red social. Como sea, después de leer eso no sé si me atreveré a saludarla al rato, mañana, durante el juicio final. Tenía razón: me siento en desventaja con ella, así alardee con mis juegos de palabras:

La Tera, ¿de casualidad tendrá acceso a una grabadora digital, porque no encuentro la mía (pa masturbarme la hallo rapidito, pero en tratándose de trabajo jjj) 
Mucha leidi, sí, mucha, para cualquiera, creo desde la primera vez de verla y pensar A esa no la dobla nadie, menos un hombre.  
La noche en que leímos juntos para otrxs, el antro no se le acabó hasta el amanecer, amansando bureles cuyo trapo no rojo sino negro y arriba de las rodillas atraía las embestidas. Cuando las cervezas en el refrigerador desaparecieron por su largo acto de magia, se echó a dormir sepa dónde, pues mendo -yo, para los nacos, jjj- para entonces con mi pijama de patitos retozaba en la cama. 
Ni idea sobre el momento en que la perderé de vista, quizás el domingo siguiente al miércoles en el cual estamos. Cuanta mujer encuentre por el camino de aquí hasta darlas (aprovéchese si quiere, Mal nombrada, que me puse profundo y los albures no me andan) la descubrirá, porque nunca nada se da en maceta, de unidad en unidad, y alguna milpa la produjo, seguro y en consecuencia vaya a calcular yo cuántas Aguamieles que rajan la garganta circulan por ahí.

El cardenismo. ¿Una revolución a medio camino?
El cardenismo no es obra de un hombre y su círculo cercano. Resultaría inconcebible sin el movimiento popular y las clases medias radicalizadas, entre quienes están vivas viejas y nuevas utopías.

Esos seis años representan, con mucho, el mayor avance social desde nuestra  Independencia. Persigo aquí una idea: lo que Lázaro Cárdenas echa a andar es difícilmente controlable y conduce a extremos no calculados, a veces quizá sin que él lo sepa. El propio Tata, creo, se desbordó a sí mismo, gracias también al inusitado panorama mundial: democracias occidentales en debacle o recomposición y la Unión Soviética que irrumpe como exitoso modelo económico y gran potencia.

El cardenismo una utopía mexicana, de Adolfo Gilly, al contemplar desde la óptica continental, me reforzó una pregunta ociosa: salvada toda distancia, ¿el sexenio cardenista puede compararse con los regímenes populares andinos de siete y ocho décadas después?; ¿pudo ser un adelanto mejorado? Pregunta ociosa, digo, pues aquél cumplía con su época, en el ambiente creado por regímenes o proyectos que propone la
Alianza Popular Revolucionaria Americana

¿Mal interpreto? El discurso oficial y las versiones conservadoras y de izquierda ortodoxa aseguran que esos seis años simplemente sustentaron a la dictadura perfecta priista impuesta a continuación. A cambio, Gilly ve allí cómo se materializa lo que llama utopía mexicana, nacida durante nuestro gran movimiento armado. 

Este llamado a debatir es una abierta provocación cuando revisa la historia previa de Cárdenas y su acto final como presidente: inhibirse ante el “sindicato de gobernadores” que, imponiendo a Manuel Ávila Camacho, impide la continuidad representada por Francisco J. Múgica.
Aclaro que hice una investigación más o menos breve y por entero bibliográfica, apurado por la coyuntura actual, en que el país se juega su futuro quizá como nunca antes desde la Revolución.

Para facilitarnos las cosas sigo fundamentalmente cinco libros, a los cuales pido a ustedes acercarse para profundizar.

En realidad presento un trabajo cuya gracia es fallar presiguiendo la hipótesis más apasionante: entre un Estado rudimentario, el cardenismo construye otro paralelo, por llamarlo así. Lo forman miles de funcionarios públicos que llevan instrucciones cuya operación final deciden ellos mismos, sobre la marcha, confrontando al poder local compuesto por presidentes municipales, gobernadores, jueces, terratenientes, empresarios, obispos, curas párrocos, obispos, caciques menores que controlan a campesinos y obreros, profesionistas -médicos, por ejemplo- a quienes el prestigio convierte en autoridades de facto. Al lado suyo están líderes o direcciones populares con quienes acuerdan o coinciden. En lo alto, cargos gubernamentales que tienen o se dan permisos extraordinarios.

Confirmar este supuesto, dibujando un panorama revolucionario, requeriría consultar muchos archivos, sobre todo regionales, y no dispongo de años sino meses. Así que fracaso y no me apena, pues dejo una incitación cuyo servicio es más bien para el presente.
Aclaro: fallo porque no demuestro. Solo eso.
Mi inquietud originaria nació hace treinta y cinco años, cuando escribía un libro sobre el exilio español a México. A no en, aclaro, porque terminaba cuando los asiliados descendían del barco. El primer embarqué tuvo un extraordinario sentido simbólico y dejó un hermoso diario. Se registraba allí la formal preparación que los enviados mexicanos dirigían. Vayan dispuestos a defender al socialismo que el general Cárdenas instaura y está en riesgo, decían, palabras más o menos. Para esas fechas el futuro estaba echado y Manuel Ávila Camacho era virtual candidato gracias al sindicato de gobernadores presidido por el hermano, Maximino, y Miguel Alemán, siniestros personajes que convertirían aquello en la dictadura perfecta.
El Tata no les giraba tales instrucciones y seguramente ni las conocía.
¿Cuántos momentos así se produjeron durante seis años, en cualquier esfera y nivel? Imaginemos, por ejemplo, a Rubén Jamarillo discutiendo la situación, también entonces, con sus compañeros en el ingenio de Zacatepec.
O a él mismo y otros cuando los funcionarios cardenistas advertían a quienes eran beneficiarios del reparto agrario en tierras de monocultivo, que las milpas quedaban tácitamente prohibidas, para que cañaverales, henequenales, algodonales, no mermaran en rentabilidad.
-Déjenlos, nosotros mandamos -¿dirían el luego guerrillero y sus iguales aquí y allá?

De una punta de inútiles y sus viajes
Contemplaba en las colonias alrededor el cada vez distinto éxito de generaciones de campesinos para apropiarse de aquella realidad nueva, convirtiéndola en un criadero de ceremonias de la fe, de los cuerpos, de las palabras: un culto de siglos renovado con los más disímiles recuerdos de otros y meras ocurrencias; formas de andar, de usar una banqueta, un poste o una barda para exhibir o encubrir retos y recatos; estados de ánimo, creencias, giros que buscaban una sintaxis propia y nombres que se tomaban prestados de esto para confundir o revelar aquello, o que quedaban volando a medio camino para invocar u ocultar a ambos de una sola pasada. 
¿Cómo encontrar el país o países que yo por naturaleza buscaba, viniendo de donde vengo, obsesivos también para Ana, a quien no me referiré esta vez?
Al segundo curso universitario abandoné los estudios. Quemar las naves llaman a eso en recuerdo de Hernán Cortés. Pocos años después -o muchos, según se mire siendo jóven- rematé el trabajo al "buscar la revolución". Entrecomillo para burlarme de mí, aunque fui a dar con ella como gran auge popular en breve espera.
Fue un largo viaje aquél, que después recordaría caricaturizándolo:
Durante el primer tramo del trayecto, mirando al paso por la ventana los nuevos fraccionamientos de Celaya, lloré. Se parecían a los de mis años de niño en la ciudad que entonces se hacía monstruo. Muchos cientos de kilómetros y un parada intermedia adelante, el dinero se terminó y fui a dar a un hotel de mala muerte. Me lavaba los dientes frente al espejo descascarado y volví a llorar.
El viaje habría seguido ese tono de no encontrar a Martín en el trasbordador. Se acercó a la barandilla desde donde a lo melancólico yo seguía el bamboleo del Mar de Cortés, y me sacó conversación. Había sido soldador, creo, en el propio DF e intentando cruzar a los EU lo devolvieron dos veces. Ahora se acercaba a mí con el aprendizaje en la picaresca que la aventura le dejó, pretendiendo sacarme algo. Pero como yo estaba más vacío que él, decidió hacerme su Sancho Panza. Dijo:
-¿Tienes hambre?
Contesté con la verdad y me hizo seguirlo hasta la cocina del barco, pues afirmaba que sin falta los cocineros eran solidarios. No se equivocó. Apurábamos una torta cuando el lugar se paralizó. El capitán nos contemplaba desde una de las entradas. Y el regaño se produjo pero no por darnos de comer, sino por la pobreza de lo entregado. Todos, incluido Martín, intercambiaron una mirada de entendimiento que no descifré, cuando el comandante pidió sirvieran lo mejor a bordo en su camarote.
Allí cenamos tan opíparamente como las circunstancias permitían, aderezado todo con mi ingenuidad. El capitán rondaba los cincuenta y sus ojos relataban una tristeza vieja y profunda. Bajito, flojo de carnes y con una incompresible palidez si atendemos a su oficio, se enfocó en mi persona, sincerando poco a poco los motivos de su desolación. Al menos los que no había riesgo en contar y que yo, inútil, provinciano pero noble al fin y al cabo, quise comprender: la soledad y la monotonía del marino, de la cuales había escuchado en Conrad y London.
El hombre dirigía un barco, por pequeño que éste fuera, y costaba trabajo reconocer su fragilidad que, a la manera de esa noche frente a nosotros, podía exponerlo a las ruindades de los otros. Martín devoraba a mi lado continuando las miraditas que iniciaron en la cocina y que a mí no me pasaban de noche pero casi, pues no sacaba de ellas nada en claro, como mal entendía también el juego cruzado que hacían con el olímpico desprecio del patrón, aquí sí muy en su despótico papel, hacia mi compañero.
Estábamos lejos de terminar la segunda botella de vino cuando a una especie de orden el migrante fallido procedió a despedirse. Intenté imitarlo, me contuvo, volteé confundido hacia el patrón, quien se apenó y agacho la mirada.
Al marcharnos no di de palos a Martín porque habría yo salido varias veces revolcado, pero estallé:
-¡Ya ni chingas, cabrón! ¡Vendiéndome por un pinche pollo y unas papás! 

Conquista e invención
I
Durante siglos lo llamaron “descubrimiento de América”. Vaya frase tramposa, por tan descarada, pues para empezar ese nombre fue cración de quien compendió los primeros mapas sobre nuestras tierras: Martin Waldseemüller, nacido en
Wolfenweiler, Brisgovia, Alemania. Lo hizo
homenajeando al explorador genovés de apellido Vespucio, cuyos padres le pusieron Américo, apelativo con que castellanizaron uno de origen germano: Emerico. Sucedía la cosa en 1507, casi recién muerto Colón.
No hay nada extraño, como veremos, así que no nos sorprenda que muy pronto entre los propios alemanes e italianos se nombrara por primera vez y para siempre al "Nuevo Continente" conquistado por castellanos. Castellanos, sí, pues a ellos el papado dio monopolio de los mares a Occidente, mientras hacía otro tanto con Sur y Oriente, reservado a Portugal. La Corona de Aragón quedaba fuera y cuando llegó Carlos I de España y V de Alemania…
Esperen, vamos por partes, no se trata de confundirlos, lectoras y lectores.
Nuestro trabajo sostiene que Conquista es un término insuficiente para este tema. Primero, debido a la brutal destrucción cometida por los adelantados españoles en tierras “americanas”. Durante solo el primer siglo tras caer Tenochtitlan, la población descendió entre 75% y 95%, según diversos cálculos, y bastaron diez años para que allí mismo, en Yucatán, Oaxaca, Michoacán, etcétera, desapareciera todo vestigio de arquitectura indígena.
Históricamente las conquistas se producían para apropiarse territorios con cuantas riquezas humanas fuera posible –agriculturas, edificaciones y demás-, quitando el necesario destrozo de las batallas. ¿Por qué en América la predación resultó tan brutal?
Los conquistadores buscaron en este “cuarto continente” solo una cosa: metales y joyas preciosos. En su delirio, todo era Puerto Rico, Costa Rica, la villa Rica de la Veracruz, etcétera, así no encontraran oro, plata, gemas.
Ponemos un caso muy significativo. Al inicio aquella gente se concentró en la hoy República Dominicana, que forma parte de una gran isla antillana, como saben. Entonces les llegaron rumores de que hacia su costado había áureas
pepitas
a montones y Diego de Velázquez, a quien pronto volveremos a encontrar, organizó una expedición en pos de ellas.
Contra lo que nos han dicho, la población isleña no era ni magra ni primitiva y entre otras cosas vivía de cultivar peces en lugares construidos a propósito. Tras la aventura no quedó nada. Puede entenderse, pues, porque el ahora Haití está habitado casi exclusivamente por descendientes de los esclavos tomados en África Negra.
Si resultaría ¡todavía más cruenta! la colonización inglesa, francesa, holandesa, en Norteamérica, para nosotros el tema son los años mil quinientos.
Según Jacques Atalli, un pensador contemporáneo nuestro vinculado a bancos centrales, esa historia debe celebrarse como ninguna otra:
"En tiempos muy antiguos exitió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido, torturado, fue dado por muerto, encadenado por mútiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."
Sobre la existencia de éste no hay duda. Llamarlo Europa y darle tal profundidad histórica es sobrepasarse. Con mucho más justicia procede Pierre Chaunu, paisano suyo, y al comparar curriculums entre ellos queda claro: solo en uno puede confiarse eticamente.
Chaunu pesa continentes, no los califica, como sin reconocerlo hace el otro. Y la cuestión reside sobre todo ahí, si seguimos la pista de La invención de América.
Ah, reinventar a capricho, grandísimo privilegio occidental que lleva cinco siglos acumulando las más arteras mentiras sobre nuestro "Nuevo Mundo" -¿o no, Colón, el del paraíso pedido descubierto en Venezuela, o Sahagún y sus presagios, o Volatire, Bufon, Hegel y un largo etcétera al declarar estas tierras por igual imberbes y corruptas?

Desde la azotea
Escribo el libro sobre el abuelo en el escritorio que da a la única ventana de mi departamento, cuyo encuadre copia los del cine nacional en tiempos gloriosos, con su fácil, blando romanticismo. En el escritorio leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir los berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo?, ¿nuestro nadar sobre la tierra? 
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida de que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.
-0-
Hoy idiota resulta sinónimo de estúpido o imbécil. Antes se refería a los tontos o tontas de los pueblos, que un sabio medieval despreciaba reconociéndoles a cambio el don de servir a la divinidad para expresarse imperfectamente.

Recojo aquí mi envejecimiento en el mercado del amor y la carne, como le llamo con cierta injusticia, pues legítimamente todas y todos procuramos encontrarnos sin reservas allí donde pareciera posible solo entre dos. Pasión místico-carnal, se reconoce a una procura que nos fue negada y reclama con angustia al aproximarse nuestro último viaje.
Una parte de estas viñetas inicia o transcurre virtualmente. Por ello el nombre.


La pasión según FB
Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.
-0-
Eso escribí en un blog añadiendo:
El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en tí más infinita te volvías. Por eso nadie llenará tu huevo.
Para entonces todo era viento, como llamo al internet, incluida la joven que me producía escalofríos. Cierto, estuvo muchas veces entre mis brazos, y verdad también el origen virtual de nuestra relación.
Sólo así fue posible la intimidad que me desquiciaba. Quería dejar sus tierras, entendí enseguida, y a cambio tardé en percibir la sustancia de su mundo fantástico. No lo construía el mar a sus pies, los barcos entre dos océanos coleccionando lugares maravillosos. Empezó por la pantalla televisiva, cuyos huecos romances reinventaba con erotismo.
Sin pieles, nos condujo la prolija historia pasional de ella, no importa cuán joven era si a los once años se abandonó a un hombre tres veces mayor.
Su extraordinaria capacidad para el relato enriquecía las escenas con atmósferas, aromas, sensaciones casi táctiles, deteniéndose a recordar detalles que pasó por alto, y así al mismo tiempo el suspenso por los momentos culminantes se volvía angustioso y secundario, pues las minucias eran de una elocuencia tan o más arrebatadora. Aprendí entonces cuánto el placer sensorial lo producía no el contacto sino su anuncio, como cuando la mano iba rumbo al cruce entre los muslos del otro.
Para entonces yo llevaba años en los cíber ambientes, y el mariposeo que anima fue perfecto para mi soledad. Revelarse y esconderse, de eso trataba el juego, allí y donde quiera, ¿no?
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a una red social. Subía y bajaba por allí horas enteras, construyendo un personaje. En una viñeta de los nueve blogs o cuadernos hoy a mi disposición, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible. Justo entonces empieza a ser cierto.

La casa del horror
La violencia en México toca todos los ámbitos, a veces sin que públicamente se perciba. Forma así un circo, uno solo, con muchas pistas
Regresando de una charla sobre este tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos, escribo: Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?

Purple Rain 
La solicitud de amistad la hizo ella, buscando quien la ayudara con sus memorias eróticas, y el ya viejo truco de la foto de perfil para prendarse dio resultado y fue fiel a lo demás. Exudaba sensualidad resulta una mala frase en su caso. Vivo para complacer, dijo, y mentía. Para
complacerse, sí, y de ese modo al mundo a través suyo.
Desde luego no la pretendería y la edad era, si acaso, la última razón. De intentar tocarla de cualquier manera la magia se rompería y de vuelta agradecí ser abuelo. Mirar, admirar, pensé años atrás al encontrar a la más misteriosa mujer. Con la nueva, la historia tendría que repetirse sin el menor desvío, venciendo las tentaciones, ni siquiera un pasito rumbo a ella, a pesar de sus ofrecimientos:
-Eres un ángel que cayó del cielo o un ser cósmico que me generé bastante bien y quiero llorar de alegría. Viájame y úsame, que para eso estoy. Te confieso, no eres el primero que lo hace.
¿Me aprovecharía de ella, yo, el Abuelo?
Ay, Ohsis. Hablando de Monelle, la pertinencia de los géneros y el exilio, y salgo con eso. Bueno, es que a su modo la Purple imitaba a San Juan de la Cruz, estirando los brazos sin saberlo hacia una figura inalcanzable. En el nombre del padre, inicia el bíblico rezo.

Pueblo sombra
En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al “monstruo”, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos.
Si su madre, Cándida, y su abuela Teresa conocen de tiempo el trasiego de los sin tierra entre Lavandera y Gijón, sobre todo, pero también hacia Oviedo, en el costado contrario, donde la mayor iba por los expósitos del orfanato a quienes dar su leche; si Sandalio lo aprende al unirse a las dos mujeres, Belarmino nacerá con él y lo conducirá de una forma de resistencia o liberación, a un instrumento de conquista.
Pero esto no se entiende sin acercarse antes a otra esencial parte de la historia que perseguimos.
Hay cosas un poco fuera de lugar en el par de mujeres de Lavandera. Como que Teresa no volviera a hacerse de un hombre enviudando a los tres años de casar, o que la hija siga soltera a los veintitrés. La razón es la falta de tierra, por magra que sea, para atraer a una pareja, y que quizás vuelve remilgosos a los vecinos en el trato con ellas.
No hay modo de conocer cómo resolvieron juntarse Cándida y Sandalio. Tal vez fue el saltar de la mirada en uno o en ambos, o hasta un intempestivo encuentro entre la hierba, como parte de una pasión de la cual no tenemos la menor idea en estas tierras y estas épocas. Y este es otro de los pequeños y grandes actos con los cuales los Tomás Álvarez se suman a la revolución que empezará a dar frutos en los 1930s.
Con el aluvión de forasteros pasando frente ellas, el par de mujeres resuelve hacerse de huéspedes rentando un espacio de la casa, como una buena manera de incrementar los ingresos y voltear hacia el pasado con un suspiro de alivio.
Y eso se debe en mucho y de vuelta, al modesto e insustituible revolucionario papel en el cual sigue invistiéndose Sandalio. Pues se instala en un hogar donde hace mucho falta el hombre, y contagia a su nueva familia, a quien no importa si de momento no hay boda, ni si cuando Belarmino nace el padre obvia su asistencia a la parroquia a presentarlo.
El campesino y la campesina tradicionales honran fielmente tales formalidades ordenadas por la santa Iglesia y, al decir de las sotanas, por Dios mismo. Los tres de la pobretona casa de huéspedes comienzan a saltarse las trancas y en su conducta va un código de reciente recreación: el respeto a las órdenes sólo para no ser hostigado.
Como sea, poco después Sandalio encuentra una oportunidad única: contratarse para la construcción del nuevo muelle de Gijón. Es curioso: no se decidió a hacerse minero, pero ahora está dispuesto a vestir el primitivo traje de buzo con el cual los peones asentarán los pilotes en el lomo del mar. ¿Por qué?
Como se ve, vamos misterios tras misterio. En la búsqueda de nuestro personaje y el entorno, la mayoría de las veces creemos asir algo y se nos escapa. Se trata de virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde las sombras exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
De la capacidad de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera Sandalio se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, ambos se lían a golpes y el progenitor de Belarmo lleva las de perder hasta que el otro va a dar a tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro “monstruo" con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente. Y es que el guaje tiene ya más que aprendido el arte de la transfiguración.
Esta es de las contadas estampas que se conservan del Belarmino niño y es muy significativa. Por eso quedó grabada en quienes la presenciaron y difundieron una y otra vez, hasta hacerla pasar de generación. Es significativa por varias razones: muestra el rápido crecimiento de los niños del nuevo pueblo que se creaba en la época; de su acostumbramiento a la acción y a la violencia, y del espacio que en nuestro personaje adquiría en la familia y en la sociedad.
No había nada idílico en el surgimiento del proletariado asturiano, de España y del mundo entero. Los periódicos de Gijón en los tiempos transmiten una dura, con frecuencia desgarrada existencia de las clases populares, que podemos simbolizar en una nota aparecida en el diario el Noroeste. Se da noticia allí de la nueva aparición de un recién nacido en una improvisad cuna, bogando hacia la muerte sobre el río Piles.
Nada semejante se veía en el pasado, pero el diario no se asombra por ello y sólo saca partido del hecho como hace con muchos de los cotidianos eventos que sus lectores buscan cada mañana: cadáveres hallados en una oscura callejuela, grescas multitudinarias o de uno a uno, en las cuales salen a relucir cuchillos y objetos contundentes; obreros u obreras que fueron llevados de urgencia al hospital, para aquí y allá perder un dedo, un mano, un brazo, una pierna, un ojo, a manos de las máquinas y sus ritmos que no perdonan, y por la impericia de ellos mismos al aprender el oficio sobre la marcha, sin más capacitación que la que generosamente les dan los de mayor antigüedad en la fábrica o en las obras en construcción.
Esta dramática imagen se matiza mucho, sin embargo, con la intimidad de ese mundo popular recogida en el libro de recuerdos de...


Utopía, modelo urbano 1959-2010
De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos  en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.

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La historia del movimiento "obrero"(1) entre 1959 y el presente está sin contar. Hay apuntes aquí y allá y no más. Es particularmente grave por dos razones: 
Se contribuye al exitoso empeño del neoliberalismo por borrar cuanto recuerde las conquistas populares históricas. Así lxs jóvenes tienen una lagunas en la memoria sobre el país, que privilegia, por ejemplo, a las guerrillas de los años setentas, cuya importancia, quitando al Partido de los Pobres, resulta comparativamente menor. 
Se conspira contra el pueblo como actor y no sujeto pasivo. Del campesino podemos encontrar un buen recuento en las publicaciones del Instituto para el desarrollo rural Maya AC, al cual pertenece Armando Bartra(2). Las luchas urbano populares están recuperadas en cierta medida por Pedro Moctezuma (3).
Hago una reconstrucción exhaustiva de una porción del movimiento, otra sólo la cito y me permito los recuerdos cálidos y perspectivas sobre temas poco usuales, basándome en el libro conmemorativo que escribí sobre los primeros cincuenta años del Frente Auténtico del Trabajo (FAT). 

Sentando las bases
Mi trabajo sobre el FAT inicia el sábado 18 de octubre de 1960 sobre la calle de 16 de septiembre, al fondo de la cual se abre el Zócalo de la ciudad de México. 
Por un aparato de radio a todo volumen se escucha la última versión de Sin ti, en que el trío Los Panchos no es ya lo de antes, y en una pared y sobre el cartel de la película Macario, se coloca otro cualquiera de las innumerables películas que inútilmente tratan de copiar las estelarizadas años atrás por Pedro Infante, Sara García o María Félix.
Desde luego lo que aquí sucede no refleja la vida de otras ciudades, y menos aún la de la variedad de campos mexicanos, cuyos habitantes representan cada vez menos en términos proporcionales y sin embargo constituyen todavía cerca de la mitad de los del país.
La actividad advierte que estamos en una urbe cuyo crecimiento no tiene comparación en la historia, fuera de media docena de casos. De hecho, la población en México entero aumentó a una velocidad prodigiosa, y está en continuo movimiento, de un lado a otro, en especial desde ese mundo rural que hasta hace poco siempre fue mayoría y en el cual descansa el prodigioso desarrollo iniciado a comienzos de los años 1940, que la familia revolucionaria presume como el milagro mexicano.
Los dos centenares de personas que a solas o en grupo avanzan por 16 de Septiembre, se dirigen a un despacho para culminar lo iniciado ayer: el nacimiento de una organización nacional de trabajadores. 
Contra la regla que sigo de usar los sujetos en femenino y masculino, en esta etapa con relativa frecuencia hablo sólo de “ellos”, los “los compañeros”, etcétera. Lo hago fiel a la época que así acostumbra, relegando a las mujeres al último, más invisible lugar. Me detendré después en el tema y señalo ahora sólo un par de cosas: la creciente incorporación de Ellas al mercado laboral y su decisiva influencia en el resurgimiento de las luchas populares urbanas todas...