Prometo no venderlos así nomás, digo a esa docena y media que se volvió entrañable por verlos una vez a la semana en el estadio casi vacío con mis delirantes hijos y nietos, quienes de tanto en tanto van a los entrenamientos y festejaron sus dos grandes triunfos en El Ángel, válgame Dios, entre cuatro centenares o así que seguro contestaron a mentadas las bromas de aficionados aguiluchos, pumitas, cementeros:
-¡Ridículos! ¡Hambreados! ¡Si están en la liga de Ni Ascenso!
-¡Pero tenemos corazón! ¡Siquiera no somos hijos de Televisa! ¡Párate y te rompo la madre! ¡Puro pueblo, culero!
Y ahí anda uno buscando dónde transmiten los partidos de visitantes y que nuestro whatsap se caliente y seamos entrenadores y scoutings y llanitos fans celebrando cuanto sea o a corajes:
-¡No mames¡, ¡Échale huevos!, ¡Era atrás, pendejo!, ¡Ya córrelo, Mario!, ¿Y la media? -así entre nos, porque no es cosa de balconearlos, o a ratos desde luego, como en el mísmisimo coliseo para uso personal y con todo derecho, porque los mayores anduvimos de "calzones de puta" (¿A Querétaro?, Ahora para el Azteca otra vez, me lleva la verga, ¿A Neza?, va, ¡No, a Cancún los sigue "su chingada madre"!)
Hace rato escribí una nota de vuelos altísimos, jeje:
Tenía
cinco años cuando Pinillas, el simpático tío con halo de aventura que
todos
deben tener, me llevó a un partido. Dejo para otro día la mañana capaz
de asomarse a mi infancia y al país citadino contemporáneo, y
me concentro en la cosita asombrada por todo: el alboroto de
los ríos en camino, el gigante que aparece, el
inconcebible tumulto en el inconcebible túnel, el pasmoso universo
vuelto sobre
sí...
Un
segundo tío salta a la cancha en uniforme del Asturias, el estruendo se
pronuncia en contra con banderas azulgrana, y entre
el expresivo sube y baja anímico es cada vez más inutil el empeño de
Pinillas por azuzarme a la afiliación familiar... en el momento más
importante de mi vida.
Cuánto
me empeñé en que el espectáculo cuya mecánica no
entendía conservara el flujo de ola creciendo contra mi identidad. Te salvarás, prometía y cumplió tras eternos noventa minutos, con el
estruendo entre el que me conducía el apesadumbrado tío. La sombra bronce de la
calle, por un momento convertida en brillo, se jactaba: Asturias 2,
Atlante 4. Con eso tenía para azotar a gusto el ceceo de mis condiscípulos, el derecho a la azotea, a su espléndida vista
y cuanto en adelante quisiera de una realidad sin parpadeos.
Acompañado por mi Potro
de Hierro hice los diarios paseos a solas en
bicicleta descubriendo la ciudad que se agotaba tras la ciudad, o en
camiones
al Centro donde los siglos parecían un parlanchín avispero. (-No te
pases de verga- dice mi esquizo. -Es neta, buey -le contesto. -Ésta,
pendejo -responde agarrándose nuestra gloriosa riata-, y a hablar así no
nos enseñó el estadio. -Ahí te buscan -lo distraigo y sigo mamando.)
Montado en
él me arrimé a los barrios campesinos convertidos en obreros y
fui un buen criador legándolo a mis chamacos.
Se la jala en grande el escritor que quiere ser nuestro Eduardo Galeano y ve gloriosas jugadas a montones donde hubo diez, cuando mucho, pues desde cuando cuenta no tuvimos Pelés, Maradonas, Francescolis, y siendo el fut más caro del continente, con dos copas mundiales organizadas, ni un "quinto partido" cayó por estos lares del "ya merito".
Entralimitándose gachísimo, incluye a los cronistas que son también responsables del triste estado nacional, y eleva a grados épicos, por ejemplo, una transmisión de Ángel Fernández que me producía carcajadas entre Veracruz puerto y Xalapa, donde ante la caja idiota comprobé cuántas mentiras había soltado para loar a mi potro Potro. Era el mismo expertazo que antes ruboricé siendo mi jefe con solo mencionarle a John Dos Passos, de quien como ratero menesteroso robaba el estilo.
En fin, volviendo a los "mugrositos" de hoy, este sábado nos dieron un día para la historia familiar cumpliendo casi por nota lo que el entrenador fuera de serie en esa apestada liga viene enseñándoles hace dos años.
Había buscadores de Primera calificándolos y quizás un par serán seleccionados para sin duda, creo, volver, nuevamente cabizbajos hasta que se reasuman como comunidad adorada por los en magnos días siete mil aficionados.
-¿Cómo te atreviste a que hijos y nietos siguieran a un equipo perdedor? -peguntó "un universitario", pues tal se presumen los fans pumas, con título y todo.
-Camiseta es camiseta -respondí al neoliberal comentario.