La Corte de Medianoche
Igualitito
que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa, duermo
plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-"¡Eh, tu, vago, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte"*.
Claro,
no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema,
sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangriente
quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa
lante y ojos de capulín.
-¡Comadre! -le digo harto contento al verlo tras casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcanzo a preguntar antes de que como soñando aparezcamos en un castillo cuyas troneras echan humo fábril.
Frente
a nosotros el abuelo, Filiberto, una de las muchachas que no murió en
1524, Bryan O´Donnel, la niña coja por un
bombardeo, el Niño de Piedra sioux, los pequeños cuyos oos vaciaron píos
mones camino a erusalem; Hila, púber negra del río Níger a quien en el
siglo XIII dieron como amante esclava; Derzu Uzala, cazador de los
bosques siberianos chinos; Saanvi, madre que es al sur hindú hace mil
años; Pepé Llagos y Dosy nacidos en una cuenca minera casi sobre los
Picos de Europa; Felícitas, Malena, el Jarocho, en gigantescas
representaciones se sientan a una mesa sobre lo alto.
En la multitud alrededor hay muchos rostros conocidos y el resto tiene un impreciso aire familiar.
Acostumbrado
a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesita
forzar la voz para que se escuche a través del eco profundo en el
fantástico lugar.
-Mira
-dice extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan
diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has
traicionado nuestra confianza.
Prometo cumplir la
tarea y viene a mi mente Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de
predios, para que repentinamente, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le
fueran quién sabe a dónde y dijera:
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el
mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.
*John Merryman.
Utopía, modelo urbano
De
plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en
el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos
estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en
alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los
gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada, que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían
del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de
trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo
construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo, Coahuila, comparto un cuarto de hotel con
Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a agradecer la
oportunidad de estar otra vez con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.
Pueblo sombra
Del don de hacerse fantasma Belarmo se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera su padre, Sandalio, se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, se lían a golpes y Sandalio lleva las de perder hasta que el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro Belarmo con la más grande piedra que le permiten tomar sus nueve o diez años de vida, con la cual tundió al insolente.
Y es que el niño tiene aprendido de sobra el arte de la transfiguración. Bien lo sabrá la autoridad cuando tras la huelga general en 1917 lo busque sin éxito en la suerte de trampa que parece la cuenca minera gran escenario de su historia.
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Cuando el pequeño crece dicta este telegrama:
Dirige ahora una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.
Nadie entre nuestra Corte de Medianoche llegará tan lejos en el propósito de reivindicar estas palabras: Se lucha, antes que nada, por quienes no están más y murieron combatiendo contra la injusticia*.
Quien así dijo es un gran intelectual. Apelo a él y muchos otros de su estilo pues ni lejanamente puedo a solas con la comisión que me dieron.
-Hagamos una crónica interminable -propongo a los hermanitos y hermanitos, según les llamo, -y cuando menos a ratos acompáñenme uno o una en cada caso, para hacer el viaje.
Algo así:
*
1492
Iniciamos por ese año para saltar después según se necesite.
Colón trepa a sus carabelas, pequeñas naves casi recién nacidas entre portugueses y gracias a los marinos que andan hace mucho el Mar del Norte, y no sabe quiénes operan la obra en secreto sin darse cuenta bien a bien de sus consecuencias.
Simplifico extraordinariamente los hechos para un mejor entendimiento, porque nada es comprensible en la cristiandad latina o Europa occidental sin el papado y otros grandes agentes.
Cinco exactos siglos más tarde alguien escribiría en infame tono melodramático: "En tiempos muy antiguos existió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido,
torturado, fue dado por muerto, encadenado por múltiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."-¿De qué hablas, buey? -pensé apenas leer a ese alguien que pronto codirigiría el Banco Central Europeo. -Tu guerrero nació poco a poco en los ocho siglos llamados medievales, y lo de gigante y dominador cuéntaselo a tu abuela, pues se echa al océano ahora porque no puede con el Islam, quien le cierra las puertas a China, esplendor de esplendores que todos procuran. Y corrieron con hartísima fortuna si pensamos en "América", continente inconcebible para ustedes.
"De otra manera ni en jarras la magna obra. A cualquiera se le ocurre tomar un cálculo simplón sobre nuestra esfera terráquea*. Era cuatro veces mayor, creo. Neta, no por nada Portugal echó a patadas al Almirante."
En fin, eso y bastante más se permitirá su cultura para adulterar la visión de un mundo que depredará a ritmos escalofriantes para el mismísimo Angel Caído.
-Espera, te pongo un mapa -sigo desproticando contra Monsieur Mentira, como deberían llamarlo.
-¿Sufriste mareos? Porque esa obra cartográfica tiene como eje china y no tu continente, como empezará a suceder unas décadas tras los viajes del aventurero genovés, alias don Cristóbal.
-Menudo truco. Desde ese momento y sin faltar minuto susurran al planeta: El centro de la tierra somos nosotros.
* No es del todo cierto. Había diversos cálculos y Colón "escogió" uno más o menos a modo.
Un país llamado México
No enteramente a capricho pasamos al momento en que ando con mi compadre, obrero cuyo ojo derecho se llevó cierto bicho crecido entra la carne podre que empleaba una empacadora de embutidos.
Red de agujeros llamo a mi país por un poema mexica escrito tras caer Tenochtitlán en manos de Hernán Cortés y sus aliados:
“En los
caminos/yacen dardos rotos,/los cabellos están esparcidos./Destechadas están
las casas,/enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y
plazas,/y en las paredes están salpicados los sesos./Rojas están las aguas,
están como teñidas,/y cuando las bebimos,/es como si bebiéramos agua de
salitre.//Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/y era nuestra herencia una
red de agujeros”.
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La Corte conoce lo sucedido durante 1994 en Aguas Blancas, Guerrero, gracias a testimonios que recabó quien luego nos ofrecería escribir sobre Digna Ochoa y su presunto "suicidio asistido".
Las dos historias tal vez se enlazan por ese estado, Guerrero, donde murieron los campesinos, que desde 1970 vive una virtual "guerra fría". Militares, mafias criminales y funcionarios públicos corruptos tienen allí su reino hasta nuestros días, sabremos después por la noche de Iguala, cuyo "secreto" se guarda
también en el rostro desollado de este joven: Julio César Mondragón Fontes. Nuevamente a pedido recogimos los hechos y así parecerán certificarse palabras que en 2002 soltó a una grabadora otro hombre cuando le preguntaron:“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.”
Al poco nuestro país todo vivía una situación semejante. Se confirmaba así una máxima esclarecida años atrás: el crimen organizado es esencia capitalista; constituye parte de su sector informal. Para entonces en la economía de esta Red de agujeros tres quintas partes se registraban como informales.
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-¿Terminaste? -pregunta Hila.
-Por ahora. Debemos visitar a Jacobo Fugger.
-¿Quién es ese -pregunta alguien en nuestra Corte de Medianoche.
-Un comerciante y banquero alemán que vivió en tiempos de Colón -respondo.
-No lo permitiré -casi grita Hila. -Vengan.
Hila nació en una población del río Níger, entre la negritud africana.
-¿Hay otra? -exclama ofendida.
-¿Y los millones que fuimos llevados lejos por el tráfico esclavo? -contesta quien se conocerá despectiva y simplemente como el Negro del Victoria.
-Perdón -dice ella agachando la cabeza.
-¡No, levántala! -casi le exige él. -Y cuenta.
-Fui entregada a León el Africano y no recuerdo qué paso. Hazlo tú, me pide.
Leer y escribir, solo eso sé y apenado cumplo la tarea entre rodeos.
Hacia 1492, justamente, León fue expulsado de Granada, la tierra donde nacieron muchos antecesores suyos. Musulmán, atravesó desiertos hasta alcanzar Tombuctú.
Descubrió así una ciudad edénica, según sus palabras, y solo trató con principales hasta dar con nuestra compañera.
Aprovecho para recordar que al hombre a quien seguimos pertenece a familias con hasta siete siglos en Al Andalus, una entidad político, cultural y religiosa hasta hace poco y durante siete siglos instalada al sur de la península ibérica. Después les llamarán árabes y en realidad son bereberes, como se nombran los pueblos norafricanos convertidos al Islam cuando Mahoma hizo la más sorprendente campaña para extender su fe creando nuevas sociedades.
Después abundararemos en el tema y basta decir ahora que allí, al modo de Medio Oriente y a su manera la India, nacieron entonces ricos "reinos" muy desarrollados en artes e ideas y tolerantes con judíos y cristianos, a los cuales no fuerzan a convertirse pues la fe musulmana se concibe como culminación bíblica.
León representa, pues, a este espléndido lado occidental, lo mismo en África que en Europa, que empieza a opacarse debido a los asaltos de la cristiandad comandada por un Vaticano cada vez más inmoral.
Impaciente, Hila me penetra con la mirada. Tiene doce, trece, catorce años, no precisa bien, cuando es entregada a León como regalo dichoso, pues así la dibuja: radiante cuando hacen entrega de ella como concubina.
-A partir de ahí fui inmensamente feliz, escribió él, quien me llevaría a Venecia -dice. -Y no lo sé, porque me robó la voz y quizá también se llevó mi alma. ¿Cómo reconocerme o no en la joven concubina que así escapaba al triste destino que le deparó su belleza? Soy una eterna sombra cuyas tristezas y posibles alegrías quedan ocultas incluso para los espejos donde habito en el largo camino que olvida a padres, hermanos, vecinos, aguas del río más largo de cuantos se conozcan. Juegos, cantos, noches escuchando historias legendarias, perdidos en una memoria que solo consigo reconstuir contemplando las tallas.
Busco en nuestro mejor, voluminoso libro, publicado hacia 1950 por intelectuales europeos muy prestigiosos. No avanzamos nada al compararnos con el subcontinente subsahariano, declaran.
Creían lograrlo sobre todo desde el fin de la pintura figurativista, que significo el impresionismo, el cubismo, etcétera.
En música mis oídos no encuentran par tampoco, dispersa por mil lados: las Antillas, Brasil, Estados Unidos, etcétera, y luego en el mundo entero, incapaz de substraerse a ritmos que para los años mil novecientos crean nuevas culturas.
Hila sería la llaga mayor de nuestra Corte sino fuera por una lista interminable compuesta por mujeres crecidas entre esa basura milenaria que el siglo XXI promete desaparecer. Patriarcado, lo nombran.
-¿Me permiten ahora? -pregunta el Negro del Victoria, que se nos sumó hacia 1900, a su vez inmortalizado y negado por un gran escritor y marino.
La
escena a continuación transcurre entre el registro de tripulantes:
"Un negro en el alcázar de un barco británico es un ser solitario (...)
"-¡Wait! -gritó una voz llena y retonante. Todos se detuvieron (...) Apareció una alta silueta de pie sobre la batahola.
"Descendió
abriéndose camino entre la tripulación; sus pasos se encaminaron hacia
la linterna del alcazar (...) Era alto, la cabeza se perdía entre la
sombra que proyectaban las embarcaciones. Lució la blancura de sus
dientes y de sus ojos, pero no pudo verse el rostro. Las manos grandes
parecían enguantadas (...)
"El
grumete, estupefacto como todos, levantó la linterna (...): era negro.
Un rumor asombrado (...) corrió a lo largo de la cubierta y se perdió en
la noche.
"Pero él pareció no oír nada. Se plantó en su sitio, marcando un tiempo con gesto rítmico (...)
"El
negro se mostraba sereno, frío, dominador, soberbio. Los hombres se
habían aproximado y permanecían tras él en masa compacta. Pero les
pasaba a todos media cabeza.
"-Soy del barco -dijo.
"Pronunciaba
claramente, con dulce precisión. Los acentos profundos y brillantes de
su voz recorrieron el puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeñoso,
condescenciente, sin afectación, como hombre que (...) hubiese medido la
inmensidad de la locura y tomado el partido de ser indulgente."
-¿Se
imaginas el momento? No para los demás. Me refiero a él, cósmicamente solo desde que lo apresaron, ¿dónde?
-¿Seré yoruba, pueblo predilecto para los traficantes de hombres, mujeres y niños? Era tan niño.
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Primer mapa europeo sobre África. 1554. |
Fast y Europa y la gente sin historia
-Cinco o seis Howard Fast habrían hecho nuestro trabajo -apunta el abuelo, refiriéndose a la obra del escritor que buscó quién representa al pueblo
insurreccionado siglos arriba y abajo y empezó por Josue, guerrero judío, cuando faraones aplastaban cuanto tenían a mano, y siguió luego con Roma.-¿Quiénes acompañaban a Espartaco? -pregunta nuestro mentor pensando de dónde venían los compañeros de quien prometió volver convertido en millones, como hoy esperamos (http://vozobrera.org/periodico/wp-content/uploads/2016/04/espartaco.pdf).
-De muchas partes del imperio romano.
-¡Ni más ni menos, ni más ni menos! Casi todo el mundo mediterráneo.
-No te pases. El norte africano estaba muy pobremente abarcado y no pasarás sobre mis bereberes.
-¿Tuyos?
-Bueno, exagero un poco. Y si sales con que eran puebluchos... El Tamazgha...
Éste es un término moderno. Lo acuñaron quienes defiende identidades que suelen ocultarse tras "el mundo árabe".
Nuestro culto espartaquista tiene el peligro de desaparecernos algo esencialísimo que Europa y la gente sin historia tuvo quizá como gran objetivo: la profunda, substancial interacción entre culturas agrícolas y nómadas o seminómadas, dinamizadoras del proceso entero.
Los "bárbaros" mongoles que Ghegis Kan dirigió para construir un gigantesco imperio, renimarían las culturas urbanas y no por nada un igual suyo sería fundador de la dinastía Yuan
¡china!-Malditos uno y otro -estalla en coro la Corte.
-Sí, porque reinarían, casi obligaron a sus guerreros a violar cuanta muer encontraban al paso y sin pausa someterían campesinados uno tras otro.
-Como cualquiera de los loados por la historia.
-Continuemos.
-Esperen, déjenme presentarte a alguien -pido mostrando este clip de cine.
En 1763 el jefe Pontiac y sus médicos-profetas recibían el mensaje del Amo de la Vida y lo lanzaban al viento: los blancos no son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso liquidarlos. Pero veinte años después sus palabras no habían alcanzado el nuevo reto que se abría a la colonización, donde se instalaron los Taylor. Qué de extraño. El de los indios de Norteamérica es un mundo. Un mundo de leyes particulares, con su par de continentes separados por el río Mississippi, y sus países a montones.

Da la impresión, pues, de que los habitantes del campo en el pasado no permanecieron necesariamente fijos a la tierra si no eran sus propietarios. Pero el quid a fines del siglo XIX en Asturias está en la inquietud que introduce la industrialización, vértigo que subvierte cuanto toca.
Armando Palacio Valdés ha advertido el efecto de una fábrica, por pequeña y aislada que esté. En su Aldea perdida, sólo por el contacto con aquélla, Rosina, la moza “sencilla, un poco de égloga a fuerza de timidez”, en la década de 1870s había roto el destino de labriega asegurado por generaciones de antepasados, para terminar convirtiéndose en prostituta de la ciudad.
En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al “monstruo”, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos.
Si su madre, Cándida, y su abuela Teresa conocen de tiempo el trasiego de los sin tierra entre Lavandera y Gijón, sobre todo, pero también hacia Oviedo, en el costado contrario, donde la mayor iba por los expósitos del orfanato a quienes dar su leche; si Sandalio lo aprende al unirse a las dos mujeres, Belarmino nacerá con él y lo conducirá de una forma de resistencia o liberación, a un instrumento de conquista.
Pero esto no se entiende sin acercarse antes a otra esencial parte de la historia que perseguimos.
Hay cosas un poco fuera de lugar en el par de mujeres de Lavandera. Como que Teresa no volviera a hacerse de un hombre enviudando a los tres años de casar, o que la hija siga soltera a los veintitrés. La razón es la falta de tierra, por magra que sea, para atraer a una pareja, y que quizás vuelve remilgosos a los vecinos en el trato con ellas.
No hay modo de conocer cómo resolvieron juntarse Cándida y Sandalio. Tal vez fue el saltar de la mirada en uno o en ambos, o hasta un intempestivo encuentro entre la hierba, como parte de una pasión de la cual no tenemos la menor idea en estas tierras y estas épocas. Y este es otro de los pequeños y grandes actos con los cuales los Tomás Álvarez se suman a la revolución que empezará a dar frutos en los 1930s.
Con el aluvión de forasteros pasando frente ellas, el par de mujeres resuelve hacerse de huéspedes rentando un espacio de la casa, como una buena manera de incrementar los ingresos y voltear hacia el pasado con un suspiro de alivio.
Y eso se debe en mucho y de vuelta, al modesto e insustituible revolucionario papel en el cual sigue invistiéndose Sandalio. Pues se instala en un hogar donde hace mucho falta el hombre, y contagia a su nueva familia, a quien no importa si de momento no hay boda, ni si cuando Belarmino nace el padre obvia su asistencia a la parroquia a presentarlo.
El campesino y la campesina tradicionales honran fielmente tales formalidades ordenadas por la santa Iglesia y, al decir de las sotanas, por Dios mismo. Los tres de la pobretona casa de huéspedes comienzan a saltarse las trancas y en su conducta va un código de reciente recreación: el respeto a las órdenes sólo para no ser hostigado.
Como sea, poco después Sandalio encuentra una oportunidad única: contratarse para la construcción del nuevo muelle de Gijón. Es curioso: no se decidió a hacerse minero, pero ahora está dispuesto a vestir el primitivo traje de buzo con el cual los peones asentarán los pilotes en el lomo del mar. ¿Por qué?
Como se ve, vamos misterios tras misterio. En la búsqueda de nuestro personaje y el entorno, la mayoría de las veces creemos asir algo y se nos escapa. Se trata de virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde las sombras exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
De la capacidad de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera, Sandalio se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, se lían a golpes y el progenitor del abuelo lleva las de perder hasta que el otro va a dar a tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro “monstruo" con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente. Y es que tiene ya más que aprendido el arte de la transfiguración.
La estampa es muy significativa y muestra el rápido crecimiento de los niños del nuevo pueblo que se crea en la época.
No había nada idílico en el surgimiento del proletariado asturiano, de España y el mundo entero. Los periódicos de Gijón en los tiempos transmiten una dura, con frecuencia desgarrada existencia de las clases populares, que podemos simbolizar en una nota aparecida en el diario el Noroeste. Se da noticia allí de la nueva aparición de un recién nacido en una improvisad cuna, bogando hacia la muerte sobre el río Piles.
Nada semejante se veía en el pasado, pero el diario no se asombra por ello y sólo saca partido del hecho como hace con muchos de los cotidianos eventos que sus lectores buscan cada mañana: cadáveres hallados en una oscura callejuela, grescas multitudinarias o de uno a uno, en las cuales salen a relucir cuchillos y objetos contundentes; obreros u obreras que fueron llevados de urgencia al hospital, para aquí y allá perder un dedo, un mano, un brazo, una pierna, un ojo, a manos de las máquinas y sus ritmos que no perdonan, y por la impericia de ellos mismos al aprender el oficio sobre la marcha, sin más capacitación que la que generosamente les dan los de mayor antigüedad en la fábrica o en las obras en construcción.
Esta dramática imagen se matiza mucho, sin embargo, con la intimidad de ese mundo popular recogida en el libro de recuerdos de quien será un distante guía para Belarmo.
Se apellida Vigil, tiene un peculiar ingenio y sus años de infancia por barrios donde viven los de abajo, están atravesados por una sonriente picaresca.
Ha nacido unos veinte años antes que Belarmino, cuando la madre era sirvienta y el padre carretonero, “linaje modesto, pero honroso”, Eso permitíó al niño acudir a la escuela, que no fue una sino tres, por las mudanzas obligadas al no tener techo propio la familia, o por la negligencia o los malos hábitos de los maestros.
En una de ellas, cuenta Vigil, el titular de la clase, que no se sabe cuánto de instructor y cuando de domador tenía, asistía a veces “algo más que alegre y se excedía en los tratos con los alumnos“. Manuel y unos cuantos decidieron entonces constituirse en algo tan sin precedente como las peripecias de Sandalio al salir de Lieres o el justiciero acto de Belarmo ante la ofensa al padre: crear una sociedad de resistencia al propasado borrachín.
En ésta, con la cual hacía los pininos de su carrera política, Vigil vivió el momento de gloria al vengar a uno de los suyos y triunfar por todo lo alto. En el primer momento el profesor saltó:
“-¿Qué es esto, se vuelven en contra mía?”- y al querer cobrarse amenazando llamar al progenitor de nuestro crío amigo, éste le respondió:
“-No moleste a mi padre, que está ganando un jornal para poderle pagar a usted las cuotas por la enseñanza deficiente y el mal trato que nos da.”
Atemorizado por estas palabras y los gestos de la cofradía preparada a hacerle pesada la existencia, el hombre retrocedió para no volver nunca a sus excesos.
Aunque de vuelta la anécdota parece intrascendente, es ilustrativa del carácter que se estaba formando entre la clase en emergencia, quien así empezaba a ponerle la cara a la España negra, desarrollada a lo largo de cuatro siglos de expulsiones y conversiones forzadas, inquisitoriales juicios, chisteras, tricornios y sotanas comprometidas con el absoluto, regio poder.
Vigil lo miraba todo con el humor que le venía por naturaleza y gracias también al cierto holgado hogar que le permitió recibir instrucción, por malencarada que ésta fuera.
Belarmino vivía las cosas de otra manera y se convertió muy pronto en la autoridad familiar. No iba más a la escuela nocturna donde pasó los tres años en que pudo permitirse el privilegio, pues el padre se había hecho peón-buzo en las obras del muelle en construcción y él hace de albañil.
Lo imagino una mañana lavàndoseSe lava el niño que ha dejado de serlo desde muy pronto. Lo hace con lo que tiene a mano y, de acuerdo al obsesivo esmero en la apariencia personal que lo caracterizará de adulto, sin duda frotando repetidamente de modo de estar, o parecerlo siquiera, tan limpio como el que más. Y es que para él y para el grueso de su estirpe en el mundo entero, por ahí empieza la revalorización ante sí mismos y ante los demás, sin la cuales resulta inconcebible la clase en surgimiento. Ésta no es ni más ni menos pueblo que sus predecesoras o las que siguen creciendo en los campos de la Europa feliz, según suele llamarse a la que inicia al occidente del río Rhin. Pero su absoluta desposesión le permite reconocerse igual o superior a la de quienes en un santiamén se han convertido en directores de la sociedad, precisamente por tomarse el derecho a hacer a un lado a los anteriores señores.
Qué pobremente se cuenta la historia del pueblo, cuando no es el propio pueblo quien lo hace. Lo digo porque en este punto decido traer a cuento un inmejorable documento que en principio pensé debía ir después. Se trata de las memorias de un obrero cenetista catalán: Ricardo Saínz.
Tenía más o menos la edad que Belarmino tendrá al entrar a la mina, entre los doce y los trece años. Cuenta que iba con su padre, campesino, al molino de su pueblo a convertir en masa el trigo cosechado. Y vez con vez aquél tenía que llevárselo casi a empujones, pues el jovenzuelo se quedaba arrebolado contemplando la primivitibísima máquina del lugar: sólo una gran caja de acero con rodillos y dientes. Pero él quedo prendado desde el primer día.
Un domingo el patrón del molino le dijo que si tanto le gustaba la cosa aquella, la trabajara. No fue fácil convencer al padre, quien terminó cediendo por dar gusto al hijo y por no desaprovechar el pequeño jornal que en casa caía como oro molido. La felicidad de Saíz aprendiendo a manipular la aparatosa trituradora, apenas cabía en sí.
Este tipo de cosas pasan de noche a los historiadores, como el desayuno del abuelo, ue debería consumir aprisa y corriendono y no es así porque la paliza que le espera exige un cuerpo y una cabeza bien asentados a la tierra.
Sale de casa el muchacho cuyo pecho y brazos son ya los de un hombre hecho y derecho, cuidando los zapatos del lodazal sobre su calle de pobres, apenas trazada, y con su padre tira rumbo al muelle que será viejo en cuanto Sandalio y otros cientos dejen la mitad de los pulmones en afirmar la base. Callan, como cumple a hombres de acuerdo a ancestrales mandatos que no se sabe bien a bien quien decidió machacar en la sociedad, y casi sin palabras se despiden, orgullosos uno del otro, y más el de mayor edad, que se da tiempo para girar la cabeza y ver alejarse a la sangre de su sangre rumbo al cumplimiento de su cabalidad.
No podemos reconstruir el recorrido de Belarmino, ya que no sabemos a dónde va. Pero al menos yo puedo escuchar sus pasos cuando el día clarea, escuchar el viento que da contra su rostro y le mueve el cabello, el olor a mar del norte, a salado muy fuerte, a su alrededor; el gris interminable del agua ondulándose en los ojos donde andan también el mercante que se acerca con sus guiños de luz, el que atraca, los que cargan y descargan-¿cuál de ellos es el Monserrat, el Reyna María, el Mindanao, el Isla Paway…, de ser esos los de tal día?-, todos en curso entre Las Antillas y la península?
Casi cuanto topa en el trayecto tiene gusto a mañana, pues está apenas erigiéndose o se improvisa. Y eso no es, de nuevo, cualquier cosa y cala muy dentro del muchacho, advirtiéndole que el mundo está rehaciéndose sin parar. Y aunque nadie lo convoque a meter la mano en el asunto, o de hecho le advierta que se aparte, el mensaje es claro: si las puertas de la transformación quedan abierta, también lo están para él.
Ningún otro rasgo define con tal precisión a mi abuelo como ése: el hacerse a sí mismo, hoy, durante la creación del Sindicato Minero de Obreros Asturianos, la Revolución de 1934, la Guerra Civil y el exilio. En su caso, a diferencia de quienes perciben algo semejante y, con recursos o sed de riquezas, se preparan a hacer el futuro a solas o con un círculo familiar, Belarmino, por encima incluso de su posible deseo, no encontrará más alternativa que ir en compañía de muchos, y cuánto mayor sea el número, mejor.
Eso desborda el pequeño ámbito geográfico que conoce y del que tal vez trata de imaginar en el tráfico de los barcos, de los hombres y las mercancías portados por ellos. Y otra vez topamos con temas centrales: la sociedad mundial en surgimiento hace un siglo, y la imaginación.
La primera hermana del abuelo, Paz, sirve en la finca de un médico, El ama es remilgosa y malhumorienta, y un día tacha de “guarra” a la cría. De tarde ésta se acerca al provisional hogar de la familia, entre llantos se sincera con la madre y da marcha atrás, a la finca.
La mañana siguiente Belarmino, de doce años, es enterado del asunto y no duda: se presenta en casa del médico, dice cuatro verdades a la señora y de la mano saca para siempre de allí a la hermana.
Aunque el gesto es noble y justiciero, tiene un no pequeño coste: la familia se queda sin un ingreso modesto pero insustituible. ¿Se lo reclaman Sandalio o Cándida? No, y el hecho tiene una honda significación. En silencio, respetando la autoridad de la pareja, el único hijo varón toma cada vez más las riendas de la familia.
-¿Tu gente, abuelo, forma parte del gigante a quien canta Atalli? No rías, viejo, que esto va muy en serio.
Las Indias de Europa
Toca ahora la palabra a Molley Mahoney.
La Reina de la Roca Gris, la señora celta que se queja en los poemas y que aun marchita, despojada de sus hermosos atavíos precristianos, ha seguido cuidando por la provincia de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas, y los hombres, enfermos de comer hierbas, se arrastran por la tierra y mueren, para que hambrientos lobos, perros y niños se lancen sobre sus cadáveres. No ha sido el azar o la intempestiva, enloquecida reacción de un ejército enemigo, la culpable. La obra es parte de una concienzuda política de exterminio, que se pone en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”.
Los anglonormandos han alcanzado Erin en los años mil doscientos, pero ellos y los colonos escoceses que se trasladan a allí están reducidos a un extremo de la isla. Hasta este siglo XVI en que el occidente europeo anuncia dominar al mundo y el Cromwell en que según un cuento en gaélico se disfraza Satanás, conduce a una nueva monarquía inglesa que sabiéndose rezagada, fuerte y libre a una vez, se apresura a irrumpir en el reparto y cambiando el escenario del destino manifiesto de la Utopía, empieza por Irlanda.
La isla es botín y escuela para hombres que harán huella del otro lado del Atlántico. John Hawkins, el pirata que asolará el Caribe e inaugurará el tráfico inglés de esclavos, recibe sus primeras clases aquí, igual Humphrey Gilbert, el primero que en Terranova declarará la posesión formal de suelo americano, y su medio hermano, Walter Raleigh. Personajes menores que en la isla se vuelven Sires y comienzan a hacer de Inglaterra la tierra de las ultramarinas promesas y la avidez sin escrúpulos, dando forma a la mentalidad que permitirá toda clase de extremos con los pobladores del Nuevo Mundo.
“Los irlandeses fueron tratados de la misma manera con que más tarde se trataría a los indígenas americanos”, escribe un historiador alemán sobre la conciencia colonialista que empieza aquí y que hace familiares a los contemporáneos las frases que Shakespeare pone en boca de Ricardo II, uno de los precursores de la tarea:
"Era preciso exterminar a esos bárbaros y velludos kerns,
que viven como veneno donde ningún otro veneno,
excepto ellos, tiene el privilegio de vivir"
El noble inglés que nos trae las escenas de la campaña aquélla en Munster, bien podría hablar del trabajo de las compañías coloniales en América, cuando exclama horrorizado: “No se daba mayor importancia en aquella provincia a la muerte de un nativo que a la de un perro rabioso”. “¡Busquemos alguien que matar!”, era la frase de los oficiales de la reina Isabel, protectora del teatro, cuando el aburrimiento los alcanzaba o sentían enmohecer sus miembros, en los descansos de una empresa que copiaba a la de los adelantados españoles de las Antillas, de Mesoamérica o el imperio inca, sin cargar Leyendas Negras. El Raleigh vitoreado por los libros de texto, que en breve despejará el camino a la Virginia de los discursos fundacionales, comienza a labrar su destino en esta Irlanda, encabezando el degüello de 400 guerreros, para recibir en recompensa 17 mil nada despreciables hectáreas.
Gracias a estos esforzados y a sus seguidores, en poco más de cien años y a pesar de la constancia, la extensión y la ferocidad de la resistencia acaudillada por hombres a la altura de los guerreros legendarios, todo habrá pasado a ser propiedad o derecho de alguien. Del gobierno, de la Iglesia y de los terratenientes ingleses, antes que nada. Aunque no es más que el principio del despojo y de la rabia del pueblo, para quien más que nunca el pasado y la patria adquirirán hermosos, enormes y desgarradores tamaños. Más que nunca resuena por aquel país de bosques, de escarpadas montañas, de pantanos y mares revueltos, el grito de la tierra que un bardo del siglo V había recogido del pasado: “Mis hijos no se achicaban. Corc o Nial no volvían las espaldas... juntos hacían de Erin sus hazañas”.
Es entonces que no se sabe si un poeta presagia o promete:
"El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
"Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes..."
-Después les mostrararemos en la propia Irlanda como fuimos desposeídos los más para que el Gigante siguiera su obra -agregan Bryan O´Donnel y James Kelley.
¡Que no hay una sola negritud, carajo!
Así grita Wolf por tercera vez. Ahora no queda sino hacerle caso.
-¿Creen que el "Extremo Oriente", por ejemplo, forma una única cultura? ¿No, verdad?
Los demás intercambiamos miradas, extrañados, pues jamás se nos ocurrió plantear el asunto. Había algo genial en volver mito al subcontinente.
-Se desarrollaron dos, al menos -vuelve nuestro antropólogo.
Pues sí, cuál sorpresa considerando la complejidad topográfica africana: noroccidente, oriente y, quizá, centro-sur. Más familiares a las regiones hausa parecían los bereberes que el mundo bantú, digamos.
¿Tienen entonces algo en común sus producciones plásticas donde quiera que se produzcan, y se expresan con una elocuencia sin igual? Como en la América prehispánica, ¿no?
Ni a quien sorprenda tampoco que León el granadino anduviera estos lugares.
-Conoces a alguien cerca, creo.
-Modestamente: al tal vez mayor sabio "medieval".
A lo célebre filósofo griego, cada vez más la Corte, yo, incluido, desde luego, no sabemos nada. No importa, basta con caminar.![]() |
En 1763 el jefe Pontiac y sus médicos-profetas recibían el mensaje del Amo de la Vida y lo lanzaban al viento: los blancos no son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso liquidarlos. Pero veinte años después sus palabras no habían alcanzado el nuevo reto que se abría a la colonización, donde se instalaron los Taylor. Qué de extraño. El de los indios de Norteamérica es un mundo. Un mundo de leyes particulares, con su par de continentes separados por el río Mississippi, y sus países a montones.
-¿Tu gente, abuelo, y el resto de las europeas y europeos que pertenecen a la Corte, forma parte del gigante a quien canta Atalli, el francés mentiroso a quien escuchamos antes? No rías, viejo, que esto va muy en serio.
Las Indias de Europa
La Reina de la Roca Gris, la señora celta que se queja en los poemas y que aun marchita, despojada de sus hermosos atavíos precristianos, ha seguido cuidando por la provincia de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas, y los hombres, enfermos de comer hierbas, se arrastran por la tierra y mueren, para que hambrientos lobos, perros y niños se lancen sobre sus cadáveres. No ha sido el azar o la intempestiva, enloquecida reacción de un ejército enemigo, la culpable. La obra es parte de una concienzuda política de exterminio, que se pone en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”.
Los anglonormandos han alcanzado Erin en los años mil doscientos, pero ellos y los colonos escoceses que se trasladan a allí están reducidos a un extremo de la isla. Hasta este siglo XVI en que el occidente europeo anuncia dominar al mundo y el Cromwell en que según un cuento en gaélico se disfraza Satanás, conduce a una nueva monarquía inglesa que sabiéndose rezagada, fuerte y libre a una vez, se apresura a irrumpir en el reparto y cambiando el escenario del destino manifiesto de la Utopía, empieza por Irlanda.
La isla es botín y escuela para hombres que harán huella del otro lado del Atlántico. John Hawkins, el pirata que asolará el Caribe e inaugurará el tráfico inglés de esclavos, recibe sus primeras clases aquí, igual Humphrey Gilbert, el primero que en Terranova declarará la posesión formal de suelo americano, y su medio hermano, Walter Raleigh. Personajes menores que en la isla se vuelven Sires y comienzan a hacer de Inglaterra la tierra de las ultramarinas promesas y la avidez sin escrúpulos, dando forma a la mentalidad que permitirá toda clase de extremos con los pobladores del Nuevo Mundo.
“Los irlandeses fueron tratados de la misma manera con que más tarde se trataría a los indígenas americanos”, escribe un historiador alemán sobre la conciencia colonialista que empieza aquí y que hace familiares a los contemporáneos las frases que Shakespeare pone en boca de Ricardo II, uno de los precursores de la tarea:
"Era preciso exterminar a esos bárbaros y velludos kerns,
que viven como veneno donde ningún otro veneno,
excepto ellos, tiene el privilegio de vivir"
El noble inglés que nos trae las escenas de la campaña aquélla en Munster, bien podría hablar del trabajo de las compañías coloniales en América, cuando exclama horrorizado: “No se daba mayor importancia en aquella provincia a la muerte de un nativo que a la de un perro rabioso”. “¡Busquemos alguien que matar!”, era la frase de los oficiales de la reina Isabel, protectora del teatro, cuando el aburrimiento los alcanzaba o sentían enmohecer sus miembros, en los descansos de una empresa que copiaba a la de los adelantados españoles de las Antillas, de Mesoamérica o el imperio inca, sin cargar Leyendas Negras. El Raleigh vitoreado por los libros de texto, que en breve despejará el camino a la Virginia de los discursos fundacionales, comienza a labrar su destino en esta Irlanda, encabezando el degüello de 400 guerreros, para recibir en recompensa 17 mil nada despreciables hectáreas.
Gracias a estos esforzados y a sus seguidores, en poco más de cien años y a pesar de la constancia, la extensión y la ferocidad de la resistencia acaudillada por hombres a la altura de los guerreros legendarios, todo habrá pasado a ser propiedad o derecho de alguien. Del gobierno, de la Iglesia y de los terratenientes ingleses, antes que nada. Aunque no es más que el principio del despojo y de la rabia del pueblo, para quien más que nunca el pasado y la patria adquirirán hermosos, enormes y desgarradores tamaños. Más que nunca resuena por aquel país de bosques, de escarpadas montañas, de pantanos y mares revueltos, el grito de la tierra que un bardo del siglo V había recogido del pasado: “Mis hijos no se achicaban. Corc o Nial no volvían las espaldas... juntos hacían de Erin sus hazañas”.
Es entonces que no se sabe si un poeta presagia o promete:
"El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
"Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes..."
-Después te mostraré en la propia Irlanda como fuimos desposeídos los más para que el Gigante siguiera su obra -dice Belarmo.

Da la impresión, pues, de que los habitantes del campo en el pasado no permanecieron necesariamente fijos a la tierra si no eran sus propietarios. Pero el quid a fines del siglo XIX en Asturias está en la inquietud que introduce la industrialización, vértigo que subvierte cuanto toca.
Armando Palacio Valdés ha advertido el efecto de una fábrica, por pequeña y aislada que esté. En su Aldea perdida, sólo por el contacto con aquélla, Rosina, la moza “sencilla, un poco de égloga a fuerza de timidez”, en la década de 1870s había roto el destino de labriega asegurado por generaciones de antepasados, para terminar convirtiéndose en prostituta de la ciudad.
¡Que no hay una sola negritud, carajo!
Así grita Wolf por tercera vez. Ahora no queda sino hacerle caso.
-¿Creen que el "Extremo Oriente", por ejemplo, forma una única cultura? ¿No, verdad?
Mi abuelo y yo intercambiamos miradas, extrañados, pues jamás se nos ocurrió plantear el asunto. Había algo genial en volver mito al subcontinente.
-Se desarrollaron dos, al menos -vuelve nuestro antropólogo.
Pues sí, cuál sorpresa considerando la complejidad topográfica africana: noroccidente, oriente y, quizá, centro-sur. Más familiares a las regiones hausa parecían los bereberes que el mundo bantú, digamos.
¿Tienen entonces algo en común sus producciones plásticas donde quiera que se produzcan, y se expresan con una elocuencia sin igual? Como en la América prehispánica, ¿no?
Ni a quien sorprenda tampoco que León el granadino anduviera estos lugares.
-Conoces a alguien cerca, creo.
-Modestamente: al tal vez mayor sabio "medieval".
A lo célebre filósofo griego, cada vez más el abuelo y yo no sabemos nada. No importa, basta con caminar. El Sostén del Cielo II o El Camino de las Lágrimas
SIGUE, DESDE LUEGO, PUES ES CRÓNICA INTERMINABLE, JEJE. EN OTRO LADO, CLARO, QUE EL BLOG SE CANSA POR LA CARGA.