domingo, 17 de mayo de 2020

Desde la azotea, para leer

Joven, dejé creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Luego fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y creyeron que la autocrítica me devoraba y al basurero o cajones bajo llave iban espléndidas o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. La confusión fue originada por hojas sueltas garabateadas a miles desde mi infancia. 
Esto y aquello terminó llevándome a editoriales y aparecieron libros más bien sin pies ni cabeza. Había buenas cosas allí y en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la vocación de cronista -así que los patrones se encontraban súbitamente mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona.
Al reunirla, esa pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo lo que según Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigioso don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un continente yo para apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor. 


Hoy éstas y aquéllas gritan por un lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas. Lo que vale es el paseo por nuestra Calzada de los Misterio
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Presento mi trabajo de dos formas como un todo que intenta integrarse y, es el caso ahora, separadamente. 
Esto se titula Desde la azotea y tiene una advertencia: 
Escribo para nietos naturales, E y S, y adoptivos.
En lo alto aquí arriba se leía: Este es el primero de varios cuadernos que intentaron crear un todo.

Refiriéndome a los personales, no me autografío, busco entre mi vida. Cierto día salió una buena sentencia:
Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible. Justo entonces empieza a ser cierto.



Comienzo, pues con las siguiente citas que tomé a Theo Angelopulus, el director cinematográfico nacido en Grecia. La primera, dialogada: 

"-¿Cuánto dices que dura el mañana?"
"-La eternidad y un día."

"Todo es verdad y espera por la verdad."


I
El que en batita y apenas supo andar subió a la azotea de la cual no saldría nunca, haciéndose viejo revisa el espectáculo alrededor. Nada puede ser más asombroso que ese primer día en cuya dirección marcha y aun así se confunde.
Al fondo una caravana viaja en 1325 y cerca del pretil hace alto a principios de 1972 en el Santo Lugar, sin que los habitantes de una y otro perciban la mutua presencia.
En la espalda quien mira recibe una animosa palmada del abuelo, muerto sesenta años atrás.
-Vamos, que los bisnietos y tataranietos esperan para comer.
Dando vuelta el cielo se cae a pedazos en 1524, estalla una y otra vez y pareciera encontrar remanso en un río de carbón y las bocas a lo largo entre montañas.
Qué cosas digo: menos que nunca hubo quietud allí.
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Nietos, si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:
"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen para mí esas palabras? No tengo una obra sino miles de viñetas escritas desde niño. Agrupé las más significativas en cuadernos, empezando por éste, donde doy cuenta de los demás.
Todo lo dirijo al futuro de ustedes, a quienes no veo desde la marcha con mi abuelo, B, al río Níger luego convertido consecutivamente en el Magdalena, que corre entubado por nuestra ciudad, y el Abajo, cuyo curso conduce al "Sur, geografía profunda".
¿Les cuento algo en realidad y de manera mínimamente comprensible?
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El Idiota
Escribo el libro sobre el abuelo en el escritorio que da a la única ventana de mi departamento, cuyo encuadre copia los del cine nacional en tiempos gloriosos, con su fácil, blando romanticismo. En el escritorio leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir los berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo?, ¿nuestro nadar sobre la tierra? 
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida de que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.

-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.

NO TODOS LOS CUADERNOS TIENEN ESTE TONO. EN ALGUNOS HAY HUMOR O CIERTO AIRE ERÓTICO.  


Rascamapache
Qué difícil estar aquí, siempre lo supe, le digo a la que siempre me acompaña.
Debieron correrme de todos lados. Me habría cansado pronto de tocar puertas por un taco.
A final de cuentas eso soy: un rascamapache, como dice Leopoldo que por sus rumbos llaman a los teporochos. Uno de lujo, a quien en lugar de aventarle una moneda para su vicio le pasan un cheque mensual, y en vez de patadas recibe amorosos golpes en la espalda. Hasta sus gracias lo animan a hacer y le aplauden luego.
Ay, amiga. ¿Te encariñaste conmigo a fuerza de ir a mi lado? Sonríes. Vamos sincerándonos: ¿no es que te gustó esto? Ahora pareces una niña, una muy pilla. Anda, acompáñame a comprar cigarros. Te cae simpático el gorrión colorado, ¿verdad?
Lo que me faltaba: sacar a pasear a mi muerte y cuidar que no la atropellen en el cruce.
Cómo reverdecen las jacarandas, tienes razón. Sí, la simpática chamaquita de carrillos de globo, el pobre sauce que no termina de entender que su plácida calle se convirtiera en eje vial, el cristal del otoño recodando los buenos tiempos, el delirio de vida de la esquina, la conmovedora, dulce, gastada pareja sesentona de la tienda, el avión...
Hace días murió una amiga. Fue tras largos, ejemplares años de estar a punto y revolverse a punta de contagiosos bailes, besos, carcajadas. Hace un par, otro sabe que no queda mucho y, de antiguo enloquecedoramente prolífico, se da lleno a la insanidad y no para de repartir reuniones, charlas y páginas.
Es cierto, siempre hay algo que hacer, siempre algo porqué retrasar la marcha. Uno de cada dos días cumplo el rito para salir a la calle ocultando la presencia de mi amiga. Algunas lo consigo. Las demás hasta el rey del optimismo se entera. Hoy me da igual si la cuadra entera sale para mirar.
La conocí en la panza de mamá, por mucho que ésta se esforzara. Cantaba la mujer creyendo acunarme entre castaños, sin darse cuenta cuánto mejor se filtraba el aleteo en la melancolía interminable de su voz.
-Qué terriblemente seca eras, compañera, helabas la sangre. Cuántas infernales tardes y noches me diste. Tantas, que terminaste por encontrarle el sabor a la acera contraria. Ahora va a costar un trabajo enorme convencerte de cumplir la tarea. ¿O se volvió mía?
Menudo espectáculo: el tipo que sirve de sombra a su ama y llegado el momento tendrá que llevársela con él a empujones. Imagino el ridículo show final: ella tirando patadas, escupiéndome, un improperio tras otro, y yo jalándola.
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Para cuantos nacimos durante el viejo régimen entre clases medias con mínima prosperidad, la mesa estaba puesta. El quid era lo que nos servirían.Va otra viñetita:
Pura impresión soy y no hay minuto del cual salga sin cabos de cuerdas que no sé dónde atar. En pedazos vuela el mundo apenas lo toco y llueve luego dejando alrededor un campo de batalla en abandono. Entre el lodo un trozo de nube reta al entendimiento. Le dedico la más amable de las sonrisas y echo andar incapaz de un grito o una pregunta.
Recuerdo entonces la estampa que recoge un escritor aterido no de frío sino por las calles de la ciudad entonces del abuelo, mamá, papá, la abuela: una mujer recoge el cuerpo de la hija y mientras se esfuerza por unirle el brazo, entre los escombros busca con desesperación la cabeza, para negar los últimos diez minutos.
Quitado el dolor que fulmina, soy ella repitiéndose cada día.