sábado, 16 de mayo de 2020

Sí, 1982 es El año

La música aparece como identificación visual. Detrás, su real sentido. 

Es 1982 e Ibn Simbad, como lo llamo, no escribe más contándome sus pericipecias por el Viejo Mundo.
Al conocerlo catorce años atrás, cuando yo tenía veintiuno, la tierra se había abierto para mí muy fragmentariamente gracias a Vietnam, el Che Guevara y ese viaje a cuyo término encontré al magebrí, pues eso era el distante amigo nacido en Marruecos de padre trasahariano. 
Cierto, por su revolución, China existía para este yo duro on the road entre la recámara y la sala, según digo por ahí, mientras me volvía experto en el diario asesinato del deseo que certificaba por ventanas, techos y un patio con quien sentía hermanarme: 
Un cuadro de sol en la ventana escurriéndose hasta nuestra cama, por el cual la intimidad del patio interior se plantaba: el rezumar remolón de la sombra, el jugar a solas con lo que sobraba de los días por las ventanas traseras (el eco de las peleas y las voces llamando, el sacudir de manteles y mantas, los rostros que asomaban de cuando en cuando) y que era el tiempo. El tiempo y la angustia de perderlo, del patio. Como en los pasos de una mujer camino a la azotea ahora. El centenar de escalones difíciles, esforzados, ayudándose del pasamanos para poder con la tina y los años, un momento en vilo, sin antes ni después, creación pura del patio universo, y de inmediato la conciencia de éste de su propia pequeñez que se marchitaba (el descarapelarse, los agujerones, las trozaduras), contra la constatación del cielo inmenso, impávido, y entonces el intento de aliviar las fatigas de la mujer animando los trinos, los guiños de la luz en la pared.
Improvisado como historiador, paseaba aquí y allá por el plural México descubierto a conciencia poco tiempo atrás, y seguía viviendo mentalmente en el Santo Lugar, Ecatepec, municipio anexo a la ciudad que temprano convertí en padre y madre, con su maravilloso valle.
Estábamos perdidos sin remedio, se diría, tras una década que asaltó el cielo día a día con mil actos volviendo de cabeza la realidad.
Cumbre de Cancún, nombraron al encuentro celebrado ese año por los poderes económicos planetarios para dar forma definitiva al proyecto que nos llevaba al desastre. Yo no percibía sino sus primeros efectos, a través de amigos obreros y compañeros de viaje con la mirada puesta en el campo.
Recién había nacido mi segundo niño, con quien hacer bueno nuestro paraíso. 
SIGUE