jueves, 28 de mayo de 2020

Dije 2004 y debió ser 2003, si bien...

 
Foto de la BBC.

Marzo 17, 2003. "Fue un ultraje, una obscenidad. La mano cortada en la puerta de metal, el pantano de sangre y lodo al otro lado de la carretera, los cerebros humanos dentro de un garaje, los restos incinerados y esqueléticos de una madre iraquí y sus tres hijos pequeños en su automóvil que todavía humea.
"Dos misiles de un avión estadounidense los mataron a todos: según mis cálculos, más de 20 civiles iraquíes, destrozados antes de que pudieran ser 'liberados' por la nación que destruyó sus vidas. ¿Quién se atreve, me pregunto, a llamarlo ´daño colateral´? La calle Abu Taleb estaba llena de peatones y automovilistas cuando el piloto estadounidense se acercó a través de la densa tormenta de arena que cubría el norte de Bagdad con una capa de polvo rojo y amarillo y lluvia ayer por la mañana.
"Es un barrio pobre, en su mayoría musulmanes chiítas, las mismas personas a las que los señores Bush y Blair esperan con cariño se alzarán contra el presidente Saddam Hussein, un lugar de talleres de reparación de automóviles empapados de petróleo, departamentos superpoblados y cafés baratos. Todos con los que hablé escucharon el avión. Un hombre, tan sorprendido por los cadáveres sin cabeza que acababa de ver, solo podía decir dos palabras. ´Rugido, flash´, seguía diciendo y luego cerró los ojos con tanta fuerza que los músculos se ondularon entre ellos."

Con ese reportaje mal traducido, Robert Fisk se inaugura en un periódico semanal partidario cuyos ciento diez mil ejemplares se distribuyen por nuestro Distrito Federal. Lo dirijo como la oportunidad a disposición para reditar mi viaje de 1970-71. 
Él y el Nuevo no me necesitan más pues criados a conciencia vuelan solos temprano y la amena estancia entre clases medias, que trajo a T, M y su etcétera femenino, rematado en fiestas, salones de baile, dominós con mujeres cuyo reto vence a cualquier hombre a mano, puede terminar. 
Sigo viviendo en el departamentito que producía ascos en los funcionarios públicos de orígenes populares, preparados para eternizar sus muy remunerativos cargos, entre mecánicos y hojalatateros a quienes sirvo de orgullosa mascota, y dos o tres días por semana veo a Rosario, la dirigenta sindical que culminó mi formación en perspectiva de género y me acerca ya al prometedor movimiento maquilero norteño.
Digna Ochoa murió meses atrás con un balazo en la sien izquierda, siendo ella diestra, y el gobierno obradorista le niega todo derecho póstumo declarándola aviesa suicida, para evitarse chocar con los servicios de inteligencia militar. No sé cómo eso marca un antes y después, confiriendo a narcos, fuerzas armadas y policías un papel privilegiado en los planes del Estado ni que pronto haré un libro al respecto.
Falta nada para que esfuerzos de tres años se tiren por la borda y el PRD (partido parlamentario de izquierda) continúe con su estructura territorial-electoral, en la cual se apoya el nefasto aparato creado desde 1989. Y no será porque a Rosario Robles, muy posible, próxima, primera presidenta nacional, le descubran un bochornoso proceder que la relaciona con poderes formales y fácticos (Fue cegada por el amor, dirán ingenuamente).
En 2004 otras sindicalistas, ahora estadonunidenses, me mostrarán cuánto su pueblo está entre los caídos del macabro plan Bush-Cheney, que marcará el futuro. 
Para ese momento el desliz con los perredistas será historia y desde Reynosa, Tamaulipas, escribiré (tras la crónica van apuntes para el guión del documental realizado):

Maquilas
De lo sólido que se desvanece en el aire 
“Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo (…) Cierras los ojos un momento, o te das vuelta para mirar a otra parte, y aquello que tenías delante ha desaparecido.”

La novela de Paul Auster vino a la cabeza de uno al inicio de la reunión anual de la Coalición Pro Justicia en las Maquiladoras. Y con la novela un libro de ensayos de Martin Berman: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.

La novela y el libro se escribieron en los 1980, durante los inicios del proceso mundial que trajo a México, ya en cascada, las plantas a las que buenos motivos se les niega el nombre de fábricas y cuya tardanza en aparecer a la vista inquietaba ahora, en el paseo que nos daban en un camión y un microbús.
Era el tercer día de descubrir un mundo en el cual se revela descarnadamente lo que mueve al mío. Pareciera tenerse tan poco en común con la vida cotidiana de estas mujeres, sobre todo, y de estos hombres, como las de ell@s entre sí: trabajador@s de las maquiladoras del norte, oaxaqueñ@s y chiapanec@s que apenas empiezan a toparse con ellas, y activistas sindicales, religiosos y de causas ciudadanas de Estados Unidos, Canadá, Honduras, República Dominicana, Holanda, Corea…
Poco tengo que ver en apariencia, pero se diría que mis quejas de todos los días, las de mi hijo mayor y los amigos, las que escucho o presumo en el Metro o en la calle de la ciudad monstruo de donde vengo, aquí anuncian sin dudas, y no sólo sospechan a lo vago, un destino sobrecogedor. Por eso la novela de Auster me anda por la cabeza con sus visiones de futuro en las cuales el presente se proyecta y se revela.

Desde el camión y el microbús que nos llevan a la visita al parque industrial, las extraordinariamente dispersas orillas de Río Bravo, Tamaulipas, improvisada como ciudad justo durante las últimas dos décadas, quedaron unos diez kilómetros atrás y no topamos sino la pobre hierba tropical que permiten los arenales de la región. El llano tiene un aire no de campo sino de lote baldío, que reconoce cualquiera que haya nacido en las afueras de una urbe, enfebrecida por crecer. Un lote baldío inmenso.
Por una interesante serie de motivos, las zonas fabriles se levantan siempre en lugares retirados, pero esto es un exceso inexplicable incluso considerando la presencia de Reynosa, la ciudad contigua. ¿Por qué aquí las colonias obreras no crecen cerca de las plantas, si de seguro nadie espera fraccionar para gente de mayores recursos estas tierras flacas? ¿Hubo quienes creyeron en una proliferación sin fin de las “golondrinas”, como pronto llamaron a las maquilas?¿O fueron las protestas de los primeros años por sus efectos sobre las comunidades, las que crearon este colchón?
La Coalición se originó en una reunión celebrada en 1989, que resultaba de la angustia y de un una cierta dosis de ingenuidad: la libertad irrestricta del capital, de la cual eran producto los acuerdos comerciales que conducirían a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), podía frenarse. Las fuerzas que se reunirían para ello no eran despreciables: las dos mayores centrales sindicales, grupos ecologistas y comunidades de numerosas las Iglesias cristianas, algunas con acciones en empresas trasnacionales. Todos ellos de los Estados Unidos. De México asistían trabajador@s de las maquilas, a solas o en pequeñas organizaciones.
Para entonces General Motors, Johnson and Johnson, ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones habían montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de empleos se perdían en Detroit, Chicago, etc., y poblaciones de la franja próxima al norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de enfermedades degenerativas relacionadas con tóxicos.

En Brownsville se seguía con alarma la forma en que en Matamaros, a tiro de piedra, la llamada Hilera Química arrojaba a las corrientes de agua cantidades de xileno que rebasaban 53 mil veces las normas ambientales, y el pentaclorofenol, un célebre cancerígeno, andaba libre por el viento. Al cabo de dos años en la población texana se registraban 36 casos de niñ@s que nacían con cerebros incompletos, y los abortos indeseados advertían convertirse en tema de todos los días.

Allí mismo y en otras ciudades de Texas, de Nuevo México, Arizona y California, los centros maquileros de Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Nogales, Tijuana y demás, las emisiones del propio xileno, de petroleum, de naftalina, metileno, etilbenzeno, cromo, plomo… alcanzaban proporciones de hasta 250 mil veces por encima de los estándares aprobados, y aumentaban los enfermos de lupus, leucemia y otros cánceres.
Si las organizaciones de los Estados Unidos representadas en la Coalición que se formalizaría en 1991, aspiraban a detener el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían actuar más allá de la frontera, donde por lo obvio la historia se repetía geométricamente, de modo que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en Mamamoros, Nuevo Laredo y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo diez tantos más: 360.
En esa misma zona de Tamaulipas cientos de miles de personas, en buena parte llegadas del centro y el sur de México, vivían condiciones que en la gigantesca capital del país sólo quienes habitaban en las proximidades de los tiraderos de basura podían imaginar: ríos y arroyos que traían muerte, lodazales que no había modo de evitar y que producían un rosario de enfermedades, y una miseria detenida un momento antes de estrangular únicamente porque a cambio del magro alimento y las casuchas de cartón y lámina, se dejaban cachos de manos, brazos, pulmones, y se contribuía a un régimen en el cual años después Ciudad Juárez descubriría la intimidad del mundo de mujeres alentado por las maquilas: unas 400 jóvenes violadas, torturadas y asesinadas, y decenas de miles objeto de acoso sexual, cumpliendo en un número significativo el papel de madres solteras.
Las imágenes de la novela que poco antes, en 1987, Paul Auster publicaba, parecían una fantasía del horror: “cada día se produce un cataclismo”, “hay personas tan delgadas que a veces se las lleva el viento”, hay clandestinas carnicerías humanas y sectas llamadas de “los perros” o de “las serpientes”, según la forma de vivir a rastras, sin levantarse jamás, confiando en redimir así el pecado y detener la desgracia.
Pero el país detrás de estas imágenes resultaba familiar para la época: seres humanos trabajando a comisión como pepenadotes de desperdicios, por ejemplo, que por las noches espantaban el frío cubriéndose con periódicos en edificios semiderruidos, parques y estaciones de Metro.
En todo caso, ¿era menos absurda la historia de Tere, quien nos guiaba en el paseo al parque industrial, inutilizada del túnel carpiano de la mano derecha y de los tendones del brazo y el hombro del mismo lado, por quitar rebabas a cilindros para helicópteros militares en un movimiento repetido 870 veces por hora?
El parque industrial aparece al fin, y con su vista vuelan las animadas propuestas de los chiapanecos y la animada memoria de uno sobre las luchas fabriles en los 1970, en torno a manifestaciones, reparto de volantes, reuniones semisecretas en la esquina y demás.
Rodeado de nada, con una sólo acceso para vehículos vigilado por policías industriales, aquello es una virtual zona franca.
EL VIDEO. EMPIEZA CON MARTA HABLANDO, LUEGO SE LA DESCRIBE (LA MUJER, MARTA OJEDA, HABLA DESDE EL VOLANTE DE SU AUTO por LA CARRETERA ENTRE RÍO BRAVO Y REYNOSA. MADURA, morena, fuerte, bajita, extraordinariamente ENÉRGICA TODO LO HACE ASÍ, sobre el camino, como si el tiempo la persiguiera o anduviera delante de ella provocándola. Por eso no es fácil tratar con ella 
“…el mero hecho de sobrevivir de un día para otro nos cuesta un enorme esfuerzo. No me refiero a la miseria, sino a que ya no sabemos reaccionar ante los hechos más habituales, y como no sabemos actuar, tampoco nos sentimos capaces de pensar.”

Eso escribe Auster en la novela que parecería un despropósito traer a cuento,  sino fuera porque adelanta el futuro en tanto proyección del presente, que así se descubre. En El país de las últimas cosas las ocupaciones, por ejemplo, parecen absurdas por sí mismas y por el grado de miseria y abyección que representan. Pero no más que el de hasta hace poco de Tere, nuestra guía en el recorrido por el parque industrial: una máquina inteligente escupía tubos para los helicópteros que irían a hacer su trabajo a Afganistán o Irak, sin preocuparse por las rebabas en los bordes; de eso, de quitarlas, se ocuparían las manos de llanos mortales y una cuchilla, con un sólo, repetido movimiento sobre el acero inoxidable ¡870 veces por hora! A cambio, 40 pesos al día, y al poco un XXX carpiano y sus continuaciones en el brazo, el hombro y la espalda inutilizados de por vida.
...y miseria   absurdas, guiadas  parecen absurdos son absurdos por ejemplo, son Por ejemplo, al describir a los que vagan “por las calles al acecho a todas horas, hurgando entre la basura por un bocado (…) Casi todo lo que comen se escurre, baboso, como si la comida fuera fuego, y aquello que logran tragar suelen vomitarlo pocos minutos  

uno de los trabajos más comunes en: el de los recolectores de desperdicios en carritos de supermercado atados a sus esqueléticos cuerpos para no dejarse llevar por los frecuentes vientos torrenciales, que pagados por comisión forman parte de uno de los comercios más provechosos.
¿Quiere decir entonces que nada o muy poco se ha hecho para evitar a l@s trabajador@s el trato con toxinas hasta 200 mil veces por encima de las normas, que hicieron geométrico el aumento de casos de anancefalia, lupus, leucemia y otros cánceres? ¿Y así a qué han estado o siguen expuestas Tere, Fela, María del Refugio y los demás que en el par de microbuses hacen de guías a sindicalistas y militantes religiosos o ciudadanos de Estados Unidos, Canadá, Honduras, Holanda, Corea…?
Eso sucede en noviembre, durante la asamblea que en Río Bravo, Tamaulipas, conmemora los 15 años de la Coalición Pro Justicia en las Maquiladoras. Un mes más tarde uno relee una novela de Paul Auster en la cual cree encontrará un nexo con lo que vio o intuyó entonces.
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Mi viaje de regreso parecía pues cumplirse. Mafias y fuerzas públicas harían imposible el avance en las maquilas y México todo empezaría a ser una fosa común. No tuve arredros para eso y si primero fue servir supercialmente al Movimiento Indígena y Campesino Mesoamericano y luego ver la luz en el Frente Auténtico del Trabajo para al poco... 
Así vine a dar a la nada que vadeo.
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En estos cuadernos, recuerdo, soy el personaje de mí mismo.