lunes, 24 de agosto de 2020

Crónica interminable

 Este blog debe desaparecer para distribuirse en los auténticos Cuadernos.

-¿Cómo se llamaba el Negro del Victoria, abuelo?

-James algo -me responde.

-Pregunto por su nombre real, no al cual lo condenó su amo.

-Debe saberlo León el Africano.

-A ese todo le pasó de noche. 

-Sus descripciones suenan bien.

-Buscamos a la estirpe de la mujer y el hombre pequeños, no olvides.

El Negro del Narciso se contrató en Bombay, si realmente Conrad lo ubica donde ambos subieron al barco.

Bombay, India, puerta al Mar Arábigo, fines del siglo XIX. 

-¿Lo buscamos entonces? -quiere saber mi patrón, también llamado abuelo o Belarmo o Pocas pulgas, según deberían decirle.

-¡Ten!

-Para de darme zapes.

-Leo todo, no olvides.

Lo tendré en cuenta. Y sí, pueden ser los años mil novecientos hacia su final, cuando don Joseph escribía aquella otra

genialidad que con justicia aborrecerá después la negritud africana. 

-¿Hay más?

¿Negritud? Pregunta a O por Césaire, Fanon y esos antecesores suyos que desde las Antillas Menores pudieron transformar el mundo. 

-No conozco la historia.

Te contará de ella más adelante. 

-A Bombay nunca llegamos. 

Cómo podríamos si desesperaste cuando tras Ibn Battuta bajábamos el Hindu Kush hacia

1341.

Calla esta vez. Su flamígera mirada no, jeje. 

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El abuelo y yo hacemos una crónica hace tiempo. La suya empezó al nacer en 1892 y refiere primero cómo aparece esa clase por completo nueva, llamada obrera, y sigue luego al gobierno que presidió contra los restos inquisitoriales y Hitler y Mussolini. 

Mientras, yo rastreaba México, milenario país que no hacía país, hasta hoy, cuando no sé dónde parará.

-Como el planeta -repite él a la manera de cuando me convenció de emprender una tercera aventura que nos lleva por los cuatro rumbos siglos arriba y abajo, ayudándonos con cuanto se pueda: anales, viajeros que dejaron registro, personajes literarios y cinematográficos, tallas y máscaras cuyo testimonio a veces no tiene parangón.  

Nuestro trabajo es interminable, así que debe detenerse donde baste para un mínimo entendimiento. 

Habrá historias muy diversas en tamaño y consecuencias, porque el susurrro de lo pequeño resuelta no menos elocuente que los clamores.   

Usemos como eje el año 1492, pues por primera vez todo los seres humanos se ponen en contacto, sin saberlo. Será solo una guía y no empezaremos por allí.     

Vuelvo al Negro del Victoria. Llegó a nosotros gracias a Conrad, marino y escritor. La escena transcurre entre el registro de tripulantes:  

"Un negro en el alcázar de un barco británico es un ser solitario (...)  
"-¡Wait! -gritó una voz llena y retonante. Todos se detuvieron (...) Apareció una alta silueta de pie sobre la batahola.
"Descendió abriéndose camino entre la tripulación; sus pasos se encaminaron hacia la linterna del alcazar (...) Era alto, la cabeza se perdía entre la sombra que proyectaban las embarcaciones. Lució la blancura de sus dientes y de sus ojos, pero no pudo verse el rostro. Las manos grandes parecían enguantadas (...)
"El grumete, estupefacto como todos, levantó la linterna (...): era negro. Un rumor asombrado (...) corrió a lo largo de la cubierta y se perdió en la noche.
"Pero él pareció no oír nada. Se plantó en su sitio, marcando un tiempo con gesto rítmico (...) 
"El negro se mostraba sereno, frío, dominador, soberbio. Los hmbres se habían aproximado y permanecían tras él en masa compacta. Pero les pasaba a todos media cabeza.
"-Soy del barco -dijo.
"Pronunciaba claramente, con dulce precisión. Los acentos profundos y brillantes de su voz recorrieron el puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeñoso, condescenciente, sin afectación, como hombre que (...) hubiese medido la imensidad de la locura y tomado el partido de ser indulgente."
-¿Te imaginas el momento, abuelo? No para los demás. Me refiero a él, cósmicamente solo desde que lo apresaron, ¿dónde? ¿En las mismas tierras de las cuales poco antes habían sacado a Phillis Wheatley, "la joven esclava" nacida en 

el África Occidental y luego bostoniana con extraños privilegios, pues sus liberales dueños le enseñan a leer y escribir e impulsan en ella la vocación literaria?    

¿Sería yoruba, pueblo 
subsahariano predilecto para los traficantes de hombres, mujeres y niños?

Primer mapa europeo sobre África. 1554.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Este hombre se llama Matías Monteagudo y en 1819 es inquisidor de la

Nueva Españaluego conocida como México. Va aquí porque sospecho sigue vivo y preside el linaje al cual dio vida así no yaciera con hembra alguna. Malditos Localesles digo, y rinden pleitesía a otros mucho más poderosos, que nacieron de un banquero y comerciante alemán bautizado como Jacobo Fugger, a quien presentaremos después.    

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Busco una calle. Sé de ella por quien retrató inmejorablemente a Ricardo Flores Magón en su juventud. Éste fundaba con otros un impulso político social mexicano con cuya modernidad nadie disputa entonces ni después. No ubico ya el texto, ando a ciegas y cien lecturas y recuerdos se me vienen a la cabeza. Recuerdos, sí, pues por allí ando desde que nací. 

Los yoruba no existen para ella ni él, siquiera en imaginación. ¿Lo hacen ocultamente? Claro, todo se relaciona desde Colón y Fugger. 

-¿Y? -pregunta mi abuelo.

-Nada. Solo digo.

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Derzú Uzala es un cazador henzhe de los bosques al extremo siberaniano que alcanza China. Su bella humanidad está sola en la tierra, pues mujer e hijos murieron hace tiempo, víctimas del sarampión. Hermosa también parece la que encarna Li Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo vuelven anciano en esa espesura contigua a las estepas extendidas hasta Arabia y Turkestan, de donde durante milenios pueblos tribales bajaron o subieron cada tanto para asaltar los orgullosos reinos agrícolas y urbanos proveídos por tierras y aguas amistosos.
Li llegó a esas partes cuando el hermano le robó a la mujer en otra cuna civilizatoria, amasijo de existencias para quienes los sabios dictaron leyes y consejos que les permitireran sobrevivir a sí mismos, se diría.* 
Allí encontré a Sada Abe y Kichizo Ishida. 

Ella era una joven prostituta que lo conoció como consentido y protector de quien levantó un casa a cuyos bien pagos servicios recurren comerciantes, políticos, militares, artesanos prósperos. Ambos conocen solo los sentidos que imperan buscando amor sin cotos, por fuerza impulsivos, desgarradores, subvirtiendo cualquier buena costumbre, según llaman a lo anudado en familias, variedad de sociedades mercantiles. 

¿Mercantiles, he dicho? Sí y no me detendré a explicarlo, Sigfrido, Krimilda y compañía, míticos personajes que fundaron una cultura a diez mil kilómetros de distancia.

El cantar de los Nibelungos








El cantar de los Nibelungos. Siglo XIII, retomando relatos anteriores.

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Regresando de una charla sobre el tema pienso: 
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.

Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?
Poco después un mismo día aparecen dos noticias sobre el estado de Tamaulipas. En Tampico una niña de siete años es atacada por varios compañeritos. “Jugábamos a la violación”, dicen ellos. La madre denuncia y la maestra contesta: ella “tenía algo de culpa por ser la más bonita y coqueta del salón”.
Un poco al norte, en Reinosa, el gobernador tamaulipeco “inaugura calle en honor a fundador del Cártel del Golfo”.
Mi acompañante a la charla tiene dos hijas muy jóvenes. Vive en Jiutepec y tiene una idea detallada de cómo las mafias controlan todo alrededor. Detengo su animada plática sobre tesoros escondidos en los montes cercanos.
-¿Quién asesinaría al luchador social que encontraron esta mañana? -le pregunto
-Tales y cuales -responde.
-¿Escuchó la balacera anoche? Duró media hora.
-Y fue graneada. Llevan meses. Son...
-¿Cómo le hace con sus muchachas para cuidarlas? 
-Nada. Ellas saben adonde y cuando ir. 
Y continúa sus historias de extravagante gambusino.
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Si alrededor del planeta estas crónicas iniciaron por el Viejo Mundo cuando mucho atrás paseaba entre los siglos mal llamados medievales, la primera más o menos bien escrita se refería a esa extravagancia que para Europa centrooccidental era Irlanda durante su conquista a manos inglesas

A mediados del siglo XVI la Reina de la Roca Gris, señora celta que aun marchita, despojada de sus hermosos atavíos precristianos, ha seguido cuidando por la provincia irlandesa de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas, y como los hombres y las mujeres, enfermos de comer hierbas, se arrastran por la tierra y mueren para que hambrientos lobos, perros y niños se lancen sobre sus cadáveres.
No ha sido la naturaleza o la intempestiva, enloquecida reacción de un ejército enemigo, la culpable. La obra es parte de una concienzuda política de exterminio que la corona inglesa pone en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”. 

jueves, 13 de agosto de 2020

La otra “Sombra del caudillo“ o La gran guerra que nos declararon. Sobre el abuso sexual y el patriarcado posrevolucionario

No hay mujer mexicana con quien trate el tema, que no conozca una o múltiples historias de abuso sexual en esta generación y las anteriores. Con frecuencia empiezan cuando ellas son niñas pequeñas y a veces pueden perpetuarse por años e incluir a una familia entera. Tíos, padrastros, primos, padres y hermanos están involucrados. Sumemos a religiosos, patrones, maestros, vecinos, condiscípulos. ¿Y los niños varones que se violentan en este nuestro paraíso mundial del turismo pederasta?

Hace tiempo los números aumentan sin parar y seguramente el neoliberalismo da al fenómeno dimensiones extraordinarias. 

46% de las mujeres mexicanas admiten haber sido víctimas de acoso sexual (...) El estudio revela que México es de los países con porcentajes más altos de violencia de género en Latinoamérica, y en la región presenta el mayor nivel de acoso sexual.“ 

Acoso, es la palabra. ¿Cuánto cambia si usamos abuso? Como sea, hay 46% frente a 29 en Argentina ¿y 23 y 20 en Brasil y Colombia, naciones con largas dictaduras o crimen organizado y paramilatismo a lo largo de décadas? Algo está raro, ¿no? 

Lo que conozco relata un drama con raíces más viejas, subrayado muy probablemente con la urbanización a marchas forzadas, cuyo arranque es el año 1940. 

Jugar con estos asuntos merecería cárcel y lanzo una hipótesis desprovista de censos o cálculos numéricos cualesquiera, faltándome hallar especialistas que los traten.

Me guían mis oídos y el monumental proceso en la relación campo y ciudad, que coincide con otro demográfico también inusitado: multiplicación por cuatro de los habitantes en el mismo periodo 1940-1985.

Los padrecitos revolucionarios eran asesinos y ladrones consumados, según una muy confiable novela. ¿Qué hicieron ellos y sus

continuadores cuando tuvieron a punto un Estado en regla? Lo llamo guerra generalizada y permanente, pues toda conflagración militar desde los orígenes civilizatorios premiaron a sus soldados permitiendo violar a las mujeres de quienes vencían.

El pueblo perdió nuestra Revolución, tras parecer en condiciones de ganarla. Sus enemigos se cobraron bien y bonito. Apenas las condiciones fueron a modo, lanzaron masas campesinas a ciudades donde compitieran por empleos no siempre más o menos dignos y estables, y sin mínima infraestructura habitacional y urbanística para recibirlos. En la ciudad capital luego convertirían las zonas más inapropiadas en reinos de pobres, ocupando el oriente y norte donde los servicios fundamentales siguen rezagándose, sin importa que la izquierda gobierne allí hace treinta y tres años.

En esta megalópolis están los mayores núcleos mundiales de feminicidios y el gran abastecedor para tratantes de mujeres.

Vaya obra.                  

lunes, 10 de agosto de 2020

Buscando una calle

 ¿No puedo acordarme ni encontrar el libro donde lo cuentas, Valadés? Cómo vivía Ricardo Flores Magón, quiero decir, cuando joven, entre prostitutas, creo. Sería más o menos en 1893, cuando por segunda vez conoció la cárcel.

Hiciste un retrato buenísimo, según parecía, pues no tengo modo de saber. Tendré cuidado pues nos sobran los lugares comunes y no lo buscó a él, ¿o resulta inevitable con tran gran personaje?

Ando tras las calles y su gente, que le confirmaron el propósito. ¿Había alternativa, siendo quien era? ¿Ves, estoy a punto de demagogias?

Abriendo surco, se llaman los pequeños ensayos que escribió describiendo necesariamente "nuestras" miserias "nacionales", porque eso lo decidió. ¿De veras fue eso?

A pústulas hechas estas tierras, cualquiera con sensibilidad y formación andaba caminos libertarios en el siglo y después. Era una forma de gritar también por sí, seguro.

Perdí lo que buscaba, carajo. 

Generalidades copiadas a un trabajo al cual no citaré: había "epidemias de viruela, sarampión, tos ferina, escarlatina, peste, cólera e influenza; y endemias, como el paludismo que ejercía sus estragos en las regiones de clima tropical; la fiebre amarilla presente en las costas, sobre todo en las del golfo, pero en ocasiones también en las del Pacífico, y el tifo exantemático que afectaba al valle de México. También endémicas en todo el país fueron la tuberculosis, la diarrea, la enteritis, la neumonía y la bronquitis". Todo agravado por hambre y alcoholismo, "endémicos ellos mismos". 

Tampoco daré crédito a quienes publicaron algo sobre "Alojamientos Temporales" en esta gran capital, revisando al paso vecindades, jacales y cuántos tipos de desastrosas viviendas había. Tales y cuales descripciones podían referirse al siglo XXI, y los dicho estudiosos ni idean tienen y menos les importa, que vivir del pasado es lo suyo.     

Hay una caja al lado mío con fichas de archivos y periódicos sobre la huelga electricista en 1916. Sírveme y calla, casi le grito.

Gillermo Prieto te registró, sin duda, y en sus más sabrosas páginas. Y otros, incluidos viajeros y productos del exilio. Perteneces, creo, a la zona hoy menos adulterada de nuestro centro histórico.

¿Eso era al "Teopan, uno de los cuatro barrios fundacionales de México-Tenochtitlán"? Yo qué sé, sino soy museo.

Estoy allí porque Valadés y Ricardo Flores Magón me trajeron por una amorosa estampa. Tanto pobre hacinado y el revolucionario viviendo entre quienes todavía no se inventaban como Santas y Mariposas Equivocadas ni, mucho después con usticia y no, trabadoras sexuales, pues si eso eran cómo establecer cuánto así se sentían. 

¿Interesa que de allí saliera, según parece, el pueblo agarrando a cates a los gringos, con su Padre Lector y otros tribunos populares, cuando la intervención? 

Chale, ahora hago historia patria. Vuelta atrás, atrás, rapido. ¿Hacia el canto al movimiento obrero? Cuál purrún, luego del pésimo trato recibido al observarlo durante nuestra lucha armada. Tengan, perros: "Entre 1915 y 1916 estallaron decenas de huelgas a nivel nacional: maestros, choferes, panaderos y trabajadores del comercio en la Ciudad de México, petroleros de El Águila, trabajadores textileros, mineros de El Oro, tranviarios y electricistas en Guadalajara, trabajadores portuarios de Veracruz y Tampico, mineros y tipógrafos de Pachuca".

A mi lado la caja quejándose.

-Quedaste hace cuatro años, buey.

-Busco una calle, entiende.

-Pinche mamada. ¿Y para qué?

-No hagas preguntas incómodas.

Prostitutas vs abuso sexual, pareciera. ¿Y cómo tal desfiguro, que sin embargo...? Siquiera ellas controlan al cliente, hasta dónde éste no se pone loco, claro. Y entonces, desde luego, no en los neoliberales tiempos de crimen organizado secuestrándolas, controlando su trabajo hasta que las amortajan. 

La calle y sus ¿trabajadoras sexuales o prostitutas? Carlos Monsivaís descubre en las soldaderas zapatistas a quienes buscan vencer su invisibilidad y hacen no solo tareas de acompañamiento y espían por cuenta propia, toman el arma y así reproducen a aquellas que asaltando La Bastilla se retratan en Historia de dos ciudades como las más fieras combatientes -perdona, Juan pues no encuentre tu cita- y vuelven con los comuneros parisinos para por fin conquistar el lugar simbólico al cual tienen derecho.


Ahí están, ganándose el lugar.

Para mí se había descubierto en papeles ingratos y no menos significativos, como auxiliares "sirviendo" entre las tropas mexicanas que chocaron con los invasores estadounidenses de 1846-48.   

SIGUE 
  


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