jueves, 13 de agosto de 2020

La otra “Sombra del caudillo“ o La gran guerra que nos declararon. Sobre el abuso sexual y el patriarcado posrevolucionario

No hay mujer mexicana con quien trate el tema, que no conozca una o múltiples historias de abuso sexual en esta generación y las anteriores. Con frecuencia empiezan cuando ellas son niñas pequeñas y a veces pueden perpetuarse por años e incluir a una familia entera. Tíos, padrastros, primos, padres y hermanos están involucrados. Sumemos a religiosos, patrones, maestros, vecinos, condiscípulos. ¿Y los niños varones que se violentan en este nuestro paraíso mundial del turismo pederasta?

Hace tiempo los números aumentan sin parar y seguramente el neoliberalismo da al fenómeno dimensiones extraordinarias. 

46% de las mujeres mexicanas admiten haber sido víctimas de acoso sexual (...) El estudio revela que México es de los países con porcentajes más altos de violencia de género en Latinoamérica, y en la región presenta el mayor nivel de acoso sexual.“ 

Acoso, es la palabra. ¿Cuánto cambia si usamos abuso? Como sea, hay 46% frente a 29 en Argentina ¿y 23 y 20 en Brasil y Colombia, naciones con largas dictaduras o crimen organizado y paramilatismo a lo largo de décadas? Algo está raro, ¿no? 

Lo que conozco relata un drama con raíces más viejas, subrayado muy probablemente con la urbanización a marchas forzadas, cuyo arranque es el año 1940. 

Jugar con estos asuntos merecería cárcel y lanzo una hipótesis desprovista de censos o cálculos numéricos cualesquiera, faltándome hallar especialistas que los traten.

Me guían mis oídos y el monumental proceso en la relación campo y ciudad, que coincide con otro demográfico también inusitado: multiplicación por cuatro de los habitantes en el mismo periodo 1940-1985.

Los padrecitos revolucionarios eran asesinos y ladrones consumados, según una muy confiable novela. ¿Qué hicieron ellos y sus

continuadores cuando tuvieron a punto un Estado en regla? Lo llamo guerra generalizada y permanente, pues toda conflagración militar desde los orígenes civilizatorios premiaron a sus soldados permitiendo violar a las mujeres de quienes vencían.

El pueblo perdió nuestra Revolución, tras parecer en condiciones de ganarla. Sus enemigos se cobraron bien y bonito. Apenas las condiciones fueron a modo, lanzaron masas campesinas a ciudades donde compitieran por empleos no siempre más o menos dignos y estables, y sin mínima infraestructura habitacional y urbanística para recibirlos. En la ciudad capital luego convertirían las zonas más inapropiadas en reinos de pobres, ocupando el oriente y norte donde los servicios fundamentales siguen rezagándose, sin importa que la izquierda gobierne allí hace treinta y tres años.

En esta megalópolis están los mayores núcleos mundiales de feminicidios y el gran abastecedor para tratantes de mujeres.

Vaya obra.