viernes, 31 de julio de 2020

Quisiera ser

Quisiera ser esa joven, sin su oficio. Andar por donde la gente se abronca y trasmitir la nueva, pues, sin reportajes, de bochinche en bochinche que así se ligarían entre sí. 
Yo haría de Cualquiera, perdóneme, Che Guevara, que los mesías terminaron por caerme mal, usted aparte, desde luego, y Miliano -Zapata, queda entendido- y Luisa Michel, la comunera, y esas mujeres cuyo liderazgo reconocieron las soviéticas y alemanas años 1910 y 1920, por decir, y asiáticas, subsaharianas, afroestadounidenses y latinoamericanas. 
Ya empecé a enlistar, válgame Santa Utopía, y se trataba de presumirles a Alina Duarte y dolerme por no imitarla a mi manera. Lo haría a rastras, casi esclerótico, bien Delicados con Filtro
-¿Qué más querías? -preguntaría Abrazos amonestando, y no a lo Tic, fuera palabras y reclamos, cuando ve cómo pedaleo delante de ella, quien quisiera volar y anda al paso. 
Enero próximo suena lejísimos, por fortuna, que ahí quedaré, cuando menos a la vista. 
Me despido, eso hago, y entonces cuál vergüenza por los videos que Él ayudará a vestir con imágenes, mientras el Nuevo y su señito envían manjares a esta casita, protegiéndome de la pandemia. 
-Marcha entre caricias y no vítores -pienso y voy atesorándolas.
Andaré desiertos con mi amita, al modo del hermano impedido que su beduino Craig llevaba por el mundo en aquella combi hippie. 
-¿Podrás conmigo para esto y lo otro, Inesper?
-¿Cargarte, dices? N echará la mano.
-¿Y un barquito de vez en cuando? Arenas y aguas son misma cosa, quedamos. 
-Pero sin tocar ciudades.
-Nomás los muelles. Niega que son bien románticos. 
Bien engolados los demás que la cantan, jeje.



sábado, 25 de julio de 2020

1982 para video

1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias. 
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado. 
Estados Unidos detona la bomba atómica número novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika y China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao.

Improvisado como historiador, paseaba aquí y allá por el plural México descubierto a conciencia poco tiempo atrás, y seguía viviendo mentalmente en el Santo Lugar, Ecatepec, municipio anexo a la ciudad que temprano convertí en padre y madre, con su maravilloso valle.

Estábamos perdidos sin remedio, se diría, tras una década que asaltó el cielo día a día con mil actos volviendo de cabeza la realidad.

Cumbre de Cancún, nombraron al encuentro celebrado ese año por los poderes económicos planetarios para dar forma definitiva al proyecto que nos llevaba al desastre. Yo no percibía sino sus primeros efectos, a través de amigos obreros y compañeros con la mirada puesta en el campo.
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No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa mujer.

Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.

Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. 

Viajo y en una estación escribo al futuro de los nietos: “Quisiera no estar tan cansado y olvidar la siesta, pues es justo el tiempo, ya que a occidente el reloj se me adelantó una hora… Quisiera, los nogales de la calzada… "
Volver a los diecisiete... Al final de un libro digo que hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
Hoy es ayer y no ahora... confío.
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El último viaje
I
Durante siglos lo llamaron “descubrimiento de América”. Vaya frase tramposa, por tan descarada, pues para empezar ese nombre no existía, fue cración de quien compendió los primeros mapas sobre nuestras tierras: Martin Waldseemüller, nacido en
Wolfenweiler, Brisgovia, Alemania. Lo hizo
homenajeando al explorador genovés de apellido Vespucio, cuyos padres le pusieron Américo, apelativo con que castellanizaron uno de origen germano: Emerico. Sucedía la cosa en 1507, casi recién muerto Colón.
No hay nada extraño, como veremos, así que no nos sorprenda que muy pronto entre los propios alemanes e italianos se nombrara por primera vez y para siempre al "Nuevo Continente" conquistado por castellanos. Castellanos, sí, pues a ellos el papado dio monopolio de los mares a Occidente, mientras hacía otro tanto con Sur y Oriente, reservado a Portugal. La Corona de Aragón quedaba fuera y cuando llegó Carlos I de España y V de Alemania…
Esperen, vamos por partes, no se trata de confundirlos, lectoras y lectores.
Nuestro trabajo sostiene que Conquista es un término insuficiente para este tema. Primero, debido a la brutal destrucción cometida por los adelantados españoles en tierras “americanas”. Durante solo el primer siglo tras caer Tenochtitlan, la población descendió entre 75% y 95%, según diversos cálculos, y bastaron diez años para que allí mismo, en Yucatán, Oaxaca, Michoacán, etcétera, desapareciera todo vestigio de arquitectura indígena.
Históricamente las conquistas se producían para apropiarse territorios con cuantas riquezas humanas fuera posible –agriculturas, edificaciones y demás-, quitando el necesario destrozo de las batallas. ¿Por qué en América la predación resultó tan brutal?
Los conquistadores buscaron en este “cuarto continente” solo una cosa: metales y joyas preciosos. En su delirio, todo era Puerto Rico, Costa Rica, la villa Rica de la Veracruz, etcétera, así no encontraran oro, plata, gemas.
Ponemos un caso muy significativo. Al inicio aquella gente se concentró en la hoy República Dominicana, que forma parte de una gran isla antillana, como saben. Entonces les llegaron rumores de que hacia su costado había áureas
pepitas
a montones y Diego de Velázquez, a quien pronto volveremos a encontrar, organizó una expedición en pos de ellas.
Contra lo que nos han dicho, la población isleña no era ni magra ni primitiva y entre otras cosas vivía de cultivar peces en lugares construidos a propósito. Tras la aventura no quedó nada. Puede entenderse, pues, porque el ahora Haití está habitado casi exclusivamente por descendientes de los esclavos tomados en África Negra.
Si resultaría ¡todavía más cruenta! la colonización inglesa, francesa, holandesa, en Norteamérica, para nosotros el tema son los años mil quinientos.
Según Jacques Attali, un pensador contemporáneo nuestro vinculado a bancos centrales, esa historia debe celebrarse como ninguna otra:
"En tiempos muy antiguos exitió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido, torturado, fue dado por muerto, encadenado por mútiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."
Sobre la existencia de éste no hay duda. Llamarlo Europa y darle tal profundidad histórica es sobrepasarse. Con mucho más justicia procede Pierre Chaunu, paisano suyo, y al comparar curriculums entre ellos queda claro: solo en uno puede confiarse eticamente.
Chaunu pesa continentes, no los califica, como sin reconocerlo hace el otro. Y la cuestión reside sobre todo ahí, si seguimos la pista de La invención de América.
Ah, reinventar a capricho, grandísimo privilegio occidental que lleva cinco siglos acumulando las más arteras mentiras sobre nuestro "Nuevo Mundo" -¿o no, Colón, el del paraíso pedido descubierto en Venezuela, o Sahagún y sus presagios, o Volatire, Bufon, Hegel y un largo etcétera al declarar estas tierras por igual imberbes y corruptas, verdad, Antonello Gerbi?
Nuevamente nos adelantamos, perdón.           

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Pasaba apenas los veinte años cuando en tren regresé del viaje que me conduciría a Filiberto y el Santo Lugar. Al amanecer las vías parecían museo de nuestra miseria urbana, generación tras generación. No había allí una mancha imprecisa sino el relato pormenorizado, y hombres, mujeres y niños se contaban uno por uno, con historias escenificadas a fragmentos, pues la marcha era muy lenta y a ratos parábamos.
El fenómeno tenía características propias en cada tramo y una lógica progresiva, que confirmaría cuando  volviera para hacer el recorrido a pie. Representaba la lucha por la tierra a toda costa y los pobladores recientes, al inicio del trayecto, eran más voraces, y quienes lo iniciaron habían alcanzado una descomposición irreparable. No se trataba de predios tomados con espíritu social, comunitario, como las colonias que entonces comenzaban a crearse por todo el país tras organizar grupos más o menos sólidos, bajo banderas o liderazgos políticos. Eran llana comedia humana precipitándose por décadas, y mucho más tarde el hombre de La piedra me interiorizaría en ella.  
Así resultaría cada día en adelante para mí: un viaje a las estrellas, así lo hiciera entre la recámara y la sala.
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Cincuentón, me pidieron editara entrevistas e mujeres. A una cuando niña la regalaron a unos parientes para que les cuidará borregos a cambio de casi nada. Su soledad era cósmica y púber escapó a nuestra ciudad y con sobrada preparación se ocupó en ásperas tareas. 
No conoció hombre hasta que ya mayor alguien con la vida también a cuestas y dos hijos le descubrió el filón y ella puso un puesto callejero y tuvieron así casa propia, levantada piedra a piedra. El tipo se pasaba de listo y los niños encontraban solo silencio en la mujer, quien terminó echándolos a los tres.
Otra padeció un padre abusador, la cucó un padrote con rostro de novio y ahora rentaba su cuerpo por pocos pesos a calle abierta, celosamente vigilada entre muchas. 
Una tercera descubría qué tan poco amable pueden resultar los días de niñas campesinas con hogares bien asentados. Creo que en su caso la estrevistadora se esmeró buscando el lado oscuro y tuvo razón a final de cuentas. El remate era la experiencia como sirvienta -siempre sin eufemismos-: por cama un colchón en plena sala, que debía recogerse al amanecer y tenderse cuanto terminaba la jornada familiar; reticencias para dejarla salir los domingos; amo exigiéndole favores sexuales...  
El crimen organizado estaba en pañales entonces y no había violaciones tumultuarias por sistema, ni destazadas, ni fiebre de feminicidos, ni más horrores luego cotidianos, potenciados por esa guerra silenciosa en que participan fuerzas públicas.
La vida siempre fue muy dura para las mayorías, donde quiera. Cuando mis bisabuelos se encontraron, con frecuencia reportaban recién nacidos a solas en el río, por ejemplo, y el escritor al cual rindo culto narró la terrible historia de los niños en las Cruzadas.
Rastreando a O´Donnell encontré mil testimonios como estos:  
"Estaba casado con una mujer muy trabajadora, una modista que podía pagar un chelín diario. Pero murió. No pude pagar la renta, me embargaron la cosecha. Mis hijos caían muertos, no podía conseguir patatas para ellos..."
"Entré a una choza cercana a Ball, en Tyrone. La familia estaba comiendo. La comida consistía solamente en papas secas que había en una cesta apoyada en un recipiente en el que se habían cocido. El padre estaba sentado en un taburete y la madre en un montón de turba. Uno de los niños tenía una caja de paja, el más pequeño estaba tirado en el suelo y había otros cinco de pie alrededor de la cesta de papas. Las papas estaban sólo medio cocidas, pregunté la razón: 
"-Se pegan a nuestras costillas y así podemos ayunar por más tiempo-, contestó uno de los muchachos."
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Pregunto mucho a la gente sobre sus vidas personales, incluso cuando en principio hablamos para otras cosas. Las mujeres son siempre más interesantes y abiertas.
Cuando se trata de compañeras en lucha, trás ésta me descubren historias cuyo tesón apenas puedo concebir.
Rosaura estuvo en una segunda etapa de la huelga que quizá retó como ninguna al poder regional -tal vez exagero, recordando al Charras, a quien la Casta Divina desolló hace cuarenta años-. Era hija de ejidatarios en el norte y contra mi sentido común odiaba la vida que les había tocado. Insistió e insistió con el padre, para dejarla marchar a la ciudad cercana. 
Con trece años mi hoy amiga hizo de sivienta y terca como mula consiguió que la noble patrona le permitiera estudiar. Hizo una carrera y trajo a su familia. 
No representaba así la cultura del esfuerzo. Lo suyo era reivindicar al ente colectivo, primero en casa y después en una fábrica donde se hizo contadora. Aprovechando el puesto como organizadora, ganó la confianza de los trabajadores compartiéndoles información confidencial. 
Reproducía así a mi abuelo, quien a los doce años tomó en sus manos el futuro de los padres y las hermanas.
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-Es que la piedra -dijo y no le hicieron caso.
Estaba sentado en el porche del ahora decoroso hogar que gracias a un proyecto comunitarió cambió cartones y láminas por cemento y ladrillos. Con otros había asaltado años antes la vía abandonada del tren en una ciudad mediana y primaveral, para vivir vendiendo basura. Todo el país urbano tenía zonas semejantes, a veces llanos, gingastescos tiraderos que infestaban de enfermedades a su gente. Para mí se exhibían por primera vez. 
-Pero habíamos quedado -insistió cariñosamente el compañero que hacía tiempo ayudaba a las dos docenas de familias, tras trabajar con niños en situación de calle. Los desperdiciós inorgánicos estaban apilados ordenamente atrás y al costado del hombre a horcajadas sobre un desvencijado sillón, cuyos ojillos despedían la más tenue luz que yo viera. 
-Es que la piedra -volvió otra vez. 
De cuán triste podía ser una vida supe por mujeres a quienes seleccionaron justo por ello, y volví a preguntarme como devinieron en miserables ciertas personas y no regiones precisas, en estas tierras que conocía más o menos bien por su historia. No sabía nada, iba a entender con los años, pues la pobreza de mis viejos y nuevos compañeros era relativa y siempre en pelea proyectaba dignidad y futuro por conquistar. 
Tercer afectuoso señalamiento al hombre por el desorden.
-Es que la piedra -repitió ahora haciendo atrás la prematuramente gastada humanidad. Entonces apareció una soberbia roca llegada allí volando cuando construyeron el rico fraccionamiento a nuestras espaldas.
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¿Cómo aquél hombre llegó a tal estado?
A menos que hayan sido sumidas en la pobreza extrema, nuestros comunidades no tienen seres semejantes. Su gente tiene una dignidad esencial y se romperá por fuera pero no dentro, a la manera de los paisanos de O´Donnel tiempo atrás:
"El recipiente de papas del irlandés colocado en el suelo, con toda la familia alrededor, el mendigo sentándose también con una cordial bienvenida...
Las comunidades entre nosotros son relativamente pocas hace rato, cuando la pirámide demográfica se invirtió en cuatro décadas y los campesinos qudaron reducidos al veinticinco por ciento de nuestros habitantes. 
Quienes migraron fueron encontrándose cada vez más al viento personal. Y por ello la mujer que regalaron esas mujeres cuyos testimonios edité, quienes habitaban junto a las vías y el hombre en el porche, justificándose.
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Selecciono fotos que envían de mí. Parezco agradable y todavía joven a los setenta años. Otras me registran decrépito y tras horrorizarme pienso: retratan también la realidad alrededor.
Nacido para triunfar, decía el rótulo que ante un espejo descubrí al volverme universitario, y de oficio equilibrista caigo siempre parado, aclaré antes.
Busco a la tatarabuela Teresa, a Rosaura y los iguales de O´Donnel, y si el hombre ante la piedra me entristece, mi pregunta no es por sus posibles errores: intenta entender quien lo regaló o abusó o secuestró cuando niño, al modo de aquellas mujeres.
De allí los retratos.  
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De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos  en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.


domingo, 19 de julio de 2020

Cuadernos. Presentación en videos

Soy Jorge Belarmino, historiador y cronista vinculado a los movimientos sociales y miembro de la Brigada Para Leer en Libertad.
Quiero presentarles en cápsulos lo que llamo mis cuadernos, hechos en blogs desde hace trece años. 
Antes de seguir esta breve explicación, les leo una viñeta emblemática, digamos. 
Como muchas, tiene música, que no puedo reproducir aquí. 

Grito, 2014
Noche del mexicano grito y al Barrio, como llamo a mi cuenta depurada en FB durante nueve años para no vérmelas con la parte del país que desprecio, lo pone furibundo la fecha reglamentaria y está casi vacío.
David: en Neza los cohetes son K 47
Dany:¡Vivan los hoteles de Tlalpan! Ahhh no vea…
Yo estoy alelado con la canción que buenas razones trajeron hoy.
Pregunto a la Dany en el hotel de paso en Tlalpan, si su grito no fue mera oportunidad para una de las geniales declaraciones que acostumbra:
¿La conoce, Ña?
Dany: Obvi
Itzel y yo aprovechamos para bromear:
Foto que una agradecida carnalita nos acaba de tomar
Igual que la gran mayoría de nuestra docena de cuadras, no volteamos a mirar el deprimente circo de la plaza mayor, donde el antiguo rito lo cumple un monigote al servicio del criminal proyecto poder reafirmado dos años atrás.
Entonces alguien sube esto:
¿Argelia en los 1950s?, pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo? Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor provocación.
Justo diez días después el país da el brutal salto en la nada que puede conducirlo a la nueva utopía.
Entre un dolor y una esperanza que no conocía, en noviembre el azar me lleva por primera vez a Cuba y encuentro la más espléndida experiencia imaginable en promoción de cultura comunitaria.
El alimento a los sueños es tal que rindo a la ¿Me perdonas?, según la llamaré pronto: la mujer de otro país por quien suspiro desde un año atrás. Lo hago al modo de un viejo en procura de una hermosísima joven imposible, se diría, y para un amor platónico que repentinamente anuncia pasar a algo más: el día siete, fin del encuentro en el cual coincidimos. Los organizadores nos premian con la música de uno de los mil geniales grupos cubanos. Intrepetan algo famoso que dice: Te perdono todo, menos el beso que me diste.
Cuando la canción acaba, ella dice la frase que termina bautizándola: 
-¿Me perdonas?
-¿Prometes? -respondo y mirándonos fijo no sabemos qué nos espera.
Entonces alguien se acerca con la noticia, falsa sabremos luego: encontraron los restos calcinados de los 43.
No hay rincón que alivie y la hermosísima me encuentra en uno de ellos.
-Anda, vamos a bailar y juntos la pena…
No escucho el final de la frase y por la mañana del seductor queda sólo el recuerdo.
La revolución y el amor son un mismo, indisoluble acto, rezan muchas justas frases, que por momentos no bastan.
Julio César Mondragón Fontes, el estudiante de Ayotzinapa cuyo cuerpo, desollado en vida, se arrojó en una calle de Iguala tras la desaparición de los 43. El grito hoy es tuyo. Te prometemos no perdonar.
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Esa viñeta decidirá a familiares y abogada de Julio César a encargarme un libro a hacer en seis semana, presentando su caso ante la corte internacional contra la tortura.
Los cuadernos son ocho, de muy diversos temas: personales, históricos, sociales. El personaje que cuenta en una representación de mí mismo, y se dirige a sus nietos reales y adoptivos. 
Con frecuencia me acompaña el abuelo, un líder minero muerto en 1950. Belarmo, como lo llamaban, tiene muy pocas pulgas, tiro por viaje amenza meterme carrujos de dinamita por salva sea la parte y dirige La corte de medianoche, formada por hombres y mujeres reales y mitológicos, que representan luchas populares de muchos tiempos y lugares. Con algunos compartí o comparto todavía la vida. 
Algunos son muy poco edificantes, digamos en broma, como quien llamo la Mal nombrada.
Les leo una viñeta sobre ella:

Mal nombrada
Empezamos ella con un ¡Igualado! y yo un ¡Perfumada!, onda Elsa Cárdenas-Pedro Infante en Cuidado con el amor, que no tuvimos, ni el cuidado ni el amor.
¿Que me la comería si dejara? La noche de leer juntos en un genial antro, le dije que era la primera mujer en mi vida con quien me sentía en desventaja. No se trataba de la edad, pues otras jóvenes me acostumbraron al descaro. De conciencia de inferioridad iba el asunto.
A cambio nos igualó la risa, el respeto por las mutuas vidas y el cariño.
Se fue de viaje y puntual avisó, sabiendo cuánto el equilibrio de mi cabeza necesita su presencia virtual, así nos veamos las caras a ratos.
Está enamorada, creo, pues no hablamos del tema, y yo sigo entre el recuerdo de la Inesperada, los suspensos con la Imprecisable y cualquier fantasía a modo, hasta las que la involucran, sepan perdonarme, ustedes y ella.
De película, entonces, la cámara, el director, el staff, la mamá de ella, que la talonea (jjj), y mis nietos, venidos (párele, Tera, eh, que tienen nueve años, jjj) a apergollarse coristas de Chiquiladas, ni cómo la concentrancia, y luego el ¡Corte!, ya la chiflamos, jjj.
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Al día siguiente, dice uno cuando al escribir lo de aquí arriba llevaba cuatro horas en él, así supiera lo que no sabe el Luís    
Al dizque otro día, pues, chinguiñoso me encuentro con un nuevo desatino de la mentada (jjj), que esta vez musicalizo como ella espero quisiera (deje pasar los primeros compases: no encajan ((uuummm, jjj)) hasta el sax).
Los gallos se oyen ‘cantar’/ quién mierdas dijo que eso es cantar/ oigo a los gallos el aullido místico suave de lxs perrxs/ y me emputa la sobredosis de insomnio y las cuitas de mi alegría blasfema

Corto el poema ahí, apenas comenzar, por no plagiarlo de alguna manera, pues el nombre de la Mal nombrada no es el de su cuenta en la red social. Como sea, después de leer eso no sé si me atreveré a saludarla al rato, mañana, durante el juicio final. Tenía razón: me siento en desventaja con ella, así alardee con mis juegos de palabras:

La Tera, ¿de casualidad tendrá acceso a una grabadora digital, porque no encuentro la mía (pa masturbarme la hallo rapidito, pero en tratándose de trabajo jjj) 
Mucha leidi, sí, mucha, para cualquiera, creo desde la primera vez de verla y pensar A esa no la dobla nadie, menos un hombre.  
La noche en que leímos juntos para otrxs, el antro no se le acabó hasta el amanecer, amansando bureles cuyo trapo no rojo sino negro y arriba de las rodillas atraía las embestidas. Cuando las cervezas en el refrigerador desaparecieron por su largo acto de magia, se echó a dormir sepa dónde, pues mendo -yo, para los nacos, jjj- para entonces con mi pijama de patitos retozaba en la cama. 
Ni idea sobre el momento en que la perderé de vista, quizás el domingo siguiente al miércoles en el cual estamos. Cuanta mujer encuentre por el camino de aquí hasta darlas (aprovéchese si quiere, Mal nombrada, que me puse profundo y los albures no me andan) la descubrirá, porque nunca nada se da en maceta, de unidad en unidad, y alguna milpa la produjo, seguro y en consecuencia vaya a calcular yo cuántas Aguamieles que rajan la garganta circulan por ahí.
Paro aquí con una última aclaración. Los cuadernos son ocho, van dándose orden y unidad poco a poco y pretenden construir un todo. Mientras, aparecen en mis blogs como viñetas sueltas, aunque también puede leerse esa unidad que van formando. 


Utopía, modelo urbano
De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos  en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.


Madame Ring, Ring
Cada historia tiene muchos lados y tantos ojos para contarla como personajes involucrados. En ésta la segunda versión me importa un pito y es de quien hace años secuestra mis teléfonos hasta inutilizarlos. Una de cada cien llamadas indistintamente es para acusarme de destruir la vida de una mujer o declararme su amor, y en el resto hay un ni pío mil veces más gritón. Unas y otras sin variar conducen al vomito, que las mentiras propias se atascan en el gañote pero pasan, y las demás, claro, no. Menudo castigador, dicen quienes se enteran del asunto, con obvia ironía pues no doy para castigar ni a la gallina del Cuatro todavía meses después de que hicieron caldo al quiquiriqui que le cumplía. Es sólo que la secuestradora nació para la tortura propia y ajena y no bastándole la autosatisfacción, sin nadie más a mano me ocupa.

Ayer puse en los diarios un clasificado solicitando bomba atómica de deshecho o tanque de segunda. De la Europa del Este llovieron ofertas con las que incluso mi magro bolsillo puede. Imaginé la escena con sus efectos colaterales y me decidí por la tradición nacional: el picahielo. A fin de dejar mi huella justiciera y para reproducirlos, conté los orificios del auricular y por la noche toqué en la puerta de la señora.

Tuve problemas para encontrar espacio entre el cilicio, soporté luego el placer de ella con cada entrada del filo y al marcharme supe que finalmente me había ganado: mis tripas eran un nudo enfermo y con un aire de descanso su alma tomaba rumbo al destino mucho tiempo atrás deseado.

Yacía en cama recuperándome de la escena cuando escuché el Ring con el inconfundible tono de la dama. Era para contarme el terrible aburrimiento de su nuevo hogar, mala copia del interno del cual huía.

Les recuerdo: soy J.., historiador fuera de la academia y cronista vinculado a los movimientos sociales y miembro de la BPLL.
Estoy presentándoles mis cuadernos, como llamo a ocho blogs muy diversos temáticamente, y esta es la segunda cápsula.
Leo una viñeta:



El reino de la pasión


Durante la posrevolución nuestra ciudad crea una o varias nuevas noches. No solo sus vidas van allí; también la imaginación sobre ellas.
Durante el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol, transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera, la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no para de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La música popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa que alcanza su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que la futura televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la historieta y luego la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a convertirse en las lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con seres y sendas materiales y fantásticos.
No hay nada idílico en ello, con sus sífilis de muchas clases y sus profundas desigualdades, ni en la retórica que lo acompaña ocultando al país tras estereotipos y atmósferas “legendarias”. Y si creemos a Carlos Monsivaís, hasta debe sospecharse cierta mano perversa del poder que lo consiente y quizá lo prohija, en una capital cuyo gigantismo le será cada vez más apreciado como gran instrumento para el control de una nación que no hace nación.
Con todo puede encontrarse allí un cierto, genuino libre circular del deseo y del ingenio, que luego será cortado de cuajo.
Es 1938, digamos, un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia de besos. Del lujoso Regis al modesto Tacuba, por una treintena de salas, estrellas extranjeras y cada vez más de casa languidecen de amor en la pantalla, dejando el rastro deslumbrante de sus atrevidas existencias, que el espectador cree conocer al dedillo por periódicos y revistas. En El Principal, el Ideal y los otros templos del género de revista, y en las carpas donde tal vez se opera mejor que en cualquier otro lado la transformación del “pueblo en emblema cultural”, anda el mareo de telones y vestuarios y candilejas, olimpos de las vedetes replicadas más a ras de piso por coristas con pechos generosamente al aire, y una comicidad que explaya la sexualidad a flor de piel.
Una cosa y otra entre la exploración por el espectador de los recursos de un cigarro, por ejemplo, de modo que la boca sea oferente o desdeñosa y rime con la mirada y el vuelo de la mano. O de un saco, una falda, un sombrero, que nunca son a secas y acompañan a mohines y sonrisas, a imaginaciones de caderas y hombros dueños de sí a punta de danzón, fox trot, rumba y cuanto se ponga a la mano.
En San Juan de Letrán, en los 1980s convertido en origen del Eje Central, un hombre se echa a la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su cabeza se agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y parroquianos a su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que el cancionero de la época vuelven apremio por una de las “flores de la maldad y la inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el cielo y el infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor, de más allá de Salto del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso complaciente de los tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de medianoche”, “Santas”. Allí y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue afueras de la ciudad, sin recato y en cifras oficiales, a las “callejeras” de cerca de 200 lupanares se suman las que deambulan por tres mil o más cabaretes, entre millón y medio de habitantes. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil.
Para entonces la ciudad lleva dos décadas conquistando la noche. Y con la noche, la pasión. En principio ambas parecerían reservadas a los hombres y a esas que se resuelven a cumplir y sepultar sus sueños, los de ellos, espantando la oscuridad del genero para consumirse un rato, las más unos segundos, apenas, según les advierte la “mariposa equivocada” de una canción: a la luz, por la luz… quemadas, precisamente, las alas.
Pero la noche y la pasión son a la vez territorio de las meseras, las secretarias, las dependientas, las enfermeras y el más o menos profuso mundo femenino del arte, nutrido por quienes llegan de aquí y de allá tras el país de la magia y la promesa de real futuro. Y a su manera, de las amas de casa y las hijas de familia, que comparten su fantasía.
A mitad de la sala, trasegando el trazado secreto de la casa, que nadie más que Ella conoce, por la radio Lara, Gonzalo Curiel, Ernesto Cortazar y un largísimo etcétera aprovechan la lúbrica provocación de los ritmos cubanos y la sustancia negra de las orquestas estadounidenses, para de la cocina a la recámara, entre el burbujeo de las cazuelas y el dale y dale de la escoba, pasear un “sueño de amor” que casi por regla “se esfuma” o “lleva al abismo”, y que en todos los casos “es el pan de la vida”.
No interesa si es a pleno luz del día que en el “abanicar de pavos reales” de su “hastío”, canción tras canción la “locura de vivir y amar” alcanza a la señora. La fuente de la “viajera”, la “perjura” o la “siempreviva” en quien quieren descubrirla el bolero y sus parientes de la época, está en la noche, en la imaginación que nace a su amparo o por su pretexto. A nada, fuera de la propia mujer, cantan tanto, con tanta elocuencia y una misma obsesión: “noche…/te llama el amor”.
Para tal y cual la noche invita a que Ella hunda sus “dedos entre mi pelo”, entregue su “boca fresca” y tenga “piedades de ensueño”, o, unos ratos “golondrina viajera”, otros “maldita”, deje un hueco imborrable en el alma, y para Lara, el más sabio y atrevido, es la de cada vez un amor de.“distinto amanecer, diferente visión”, con cuyas aventuras debe tenerse cuidado porque “hacen daño”, “dan penas”.
Una serenata de Juan S. Garrido parece resumir la imagen recreada por la música popular: “Cuando la noche lo envuelve,/México sueña despierto,/porque de sombras cubierto/vive su vida mejor./Al cintilar los luceros/y los faroles primeros/como por milagrería,/regando alegría florece el amor”.
Es de ella, de la música, en buena parte siquiera, que para este 1938 el cine nacional ha descubierto uno de los temas más provechosos en el espectacular auge que ha iniciado y que luego sabrá es su edad de oro. Con las de carne y hueso o de pura lírica, Santa, La mujer del puerto, Mientras México duerme… han empezado a traer “perdidas” de celuloide no menos sugerentes. Tal vez porque es con ellas con quienes mejor puede acercarse a las intimidades de la pasión y de la noche.
Se trata de una noche en esencia pero no del todo estereotipada, tras la cual parece poder seguirse la huella de las muchas de verdad. Noches, pues, en cierta medida ventiladas en público, que para principios de los 1950, con el nuevo discurso ultraatoritario y moralizador de la familia revolucionaria, pasarán a la absoluta clandestinidad, sordas, grises, doblemente peliagudas.



Siluetas I
La policía agitaba sin contemplaciones la alcancía de la noche, Padre ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las flácidas carnes de Mamá lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel pura, sonreía como una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al compás de Los rebeldes del rock.


Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre. Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus súbditas.
En verdad puedo morir: se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con quien compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. 
Para mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia viene de ahí. Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine, entenderé su obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura. Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.

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E y S, nietos, si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:

"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.

"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen para mí esas palabras? 
¿TENGO UNA OBRA? LA DE TODAS Y TODOS, LA VERDADERA: VIVIR.

El último viaje
Hago dos últimos viajes por separado: al pasado y al presente que dirime el futuro de nuestra especie. 
Uno va hacia atrás, hurgando en la globalización nacida cuando Europa conquista los océanos, y así hablamos, entonces, del suceso más decisivo hoy.
El segundo viaje es rumbo al presente, conectando con las luchas que se dan aquí y allá en nuestro planeta.  
Me acompaña mi abuelo por muy buenos motivos, como comprobarán más o menos pronto. A él lo conocerán según se debe en otro cuaderno. 
Esta vez no les hablaré más de ellos, para leer una viñeta que pertenece al blog que llamo Para morir iguales.

Las dos guerras
Vine al mundo para atestiguar las dos grandes guerras, les dijo mi representación, aquí llamada yo mismo, y escribí devora la pequeña, inerme humanidad prendida a su pecho, refiriendome a una vecina ¿recuerdan? Subrayo el una pues tengo muchas en esa universidad donde curso varios posgrados simultáneos y dicto conferencias sin palabras, para aquéllas, para quienes por algunas horas dejan a sus hijos conmigo y para éstos.
Mis crías asisten a clases muy distintas, que ofrecen Uno, la azotea y el ritmo de la tierra cuyo pulso se revela gracias a ellos.
Falta mencionar a Ibd Simbad, según lo bauticé: el magebrí subsaharaiano. Nos conocimos en la ciudad cosmopolita por excelencia, cuandos Los movimientos estudiantiles recién terminaron sin contarnos entre sus protagonitas. Gracias a este amigo que me cuenta andanzas de Mauritania a India pasando por Turkestan se hace todavía más correcto el diálogo:
Invariablemente a la primera obligada pregunta de quienes llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.

Puedo seguir así ambas guerras. Del exterior dan puntual cuenta Ibn y mis viejos compañeros continuando cada uno a su manera el destino común. Lo demás, días y almas adentro, se narran a la vista.
El paraíso tiene un costo que se paga con gusto y ese al cual me llevaron los dos niños estuvo completo en 1982, año de años, afirmo pues abarca nuestro orbe entero, como verán después.
Termino esta primera, escueta entrega de los Cuadernos, con quien me prestó el nombre para ellos y abandonó tiempo atrás aquella ciudad donde Simbad y yo lo descubrimos juntos. Se llamaba Aimé Céser y había nacido negro en La Martinica: 
"Partir. 
Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo
seré un hombre-judío,
un hombre cafre
un hombre-hindú-de-Calcuta
un-hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto
El hombre-hambre, el-hombre -insulto, el hombre-tortura
se le podría
prender en cualquier momento, molerlo a golpes-matarlo por completo
sin tener que rendirle cuentas a nadie. 
(...)
Pero, ¿es que puede uno matar el remordimiento, bello
como la cara de sorpresa de una dama inglesa al encontrar en su sopa un cráneo de hotentote?
Yo reencontraría el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Diría tempestad, diría río. Diría ciclón. Diría hoja. Diría árbol, mejorarían todas las lluvias, me humedecerían todos los rocíos.
Me revolcaría como sangre frenética sobre la lenta corriente del ojo de las palabras,
en caballos locos, en niños tiernos, en toques de queda en vestigios de templo, en piedras preciosas, lo bastante lejos como para descorazonar a los menores.
Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre."


Patria prometida
Muerde el frío cuando subo al autobús y al abrir los ojos, a pesar del sol macho entrando por la ventanilla. ¿Cuánto habremos descendido en apenas cuatro horas? ¿Mil, mil quinientos metros o más?
Siento haberme perdido esa fantástica transformación del paisaje -pues no es más por ahora- que sin falta asombra cuando se deja la ciudad monstruo hacia ambas costas. Ahora son pinos y otras coníferas cuyo nombre nunca aprendí, en un rato los copales, guajes, avizaches, cazahuates, tepehuajes, que los campesinos me enseñaron a llamar, y luego llegan las selvas, así, en plural, pues hay de alturas varias, secas hacia este costado.
En momentos parecieran tierras vírgenes y sabemos que eso no existe aquí hace mil años. Es por el despoblado a orillas de la carretera hecha sin respeto alguno hacia los hombres y mujeres reunidos en rancherías, y por esa sabia forma para aprovechar laderas y quebradas que una agricultura ajena no reconoce como tal.
Apenas niño me obsesioné con estos lugares. Desde la azotea Felicitas los señalaba con su mirada perdiéndose lejos y cuando papá nos llevaba de vacaciones mis ojos inútilmente querían escudrillar entre el curso del río que a la carrera seguíamos en paralelo, desiertos cerros tropicales uno tras otro.
-¿Vamos? -preguntan al mediodía.
-Sí -respondo postergando la tarea de contar, por fuerza en deuda, que vivir toma tiempo y acumula. 
Arriba quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es bien conocida por mis amigas y pudo costar la vida a Digna Ochoa. ¿Iré algún día? Hoy sus amos son Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las Cruzadas?- y a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros, seguirá revoloteando en mi imaginación. Bien visto, no sería raro ir: de donde vengo el "Sur geografía profunda" resulta exotismo puro. Aquí se habita. Pronto yo también lo haré, para darme cuenta que mis amigas y quien reconstruyó los últimos días de Digna exageraban por conveniencia, me parece. Petatlán no es Siberia o el alto Níger y desde mi patria prometida puede alcanzarse en un tris, digamos. 
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Cuando atardece estoy en un parque junto al mercado y así no pueda verse el mar que lo rige todo con sus aires, las huellas dejadas sobre los productos humanos, hasta el color del cielo, pienso, siendo la revés, según recuerdo o afirman o ya no sé. Parezco haber pasado justo por aquí y no logro precisar el momento. Me refiero a antes, antes, y no al viaje en que hace poco preparé este sin conciencia de hacerlo. 
Conservo la mitad del modesto sueldo que recibo hace tiempo, X fundación contribuye con un pequeño apoyo, hay factibles recursos esperando, en tal y cual sitio los compañeros darán asilo y a veces alimento, como hoy, y, total, puedo morir mañana o pasado, jeje. El sin retorno es la condición y no quemé las naves por aquello del no te entumas, conforme decimos ¿dónde en nuestra Red de agujeros llamada país?
Sí, visité la plaza hace mucho. Era adulto, tengo claro, y no cuánto. Vaya coincidencia: el momento quedó grabado porque atardecía también, debía estar en la playa, pues para eso vinimos -¿quiénes?- y supe otra vez -¿cuándo las previas?- que quería vivir en un lugar así. Trópicos explica parcialmente los motivos.
Le informé mi decisión a la Inesperada y babeaba de envidía. Faltó poco para que corriera a alcanzarme jalando a su enanito. Nuestros encuentros virtuales se complicarán, ni modo.
Tarde o temprano el país estallará. ¿Dónde estaré entonces y en qué sitio antes, de haber antes, claro, y durante las elecciones y un poco factible conflicto por ellas, pues me siento Oraculín y al candidato dos veces timado no se la harán ahora? ¿Y cuando el nuevo gobierno, por fuerza desastroso en esto y aquello y correcto en tal y cual, precipite o anime la acción del pueblo?
Quisiera alcanzarle a mi abuelo para arreglar cuentas. ¿Habrá manera? Déjenme la ilusión de que el viaje es no solo una aventura orillada por la Quijositosis.
Mis malos hábitos deben modijerarse porque la dosis de tabaco habitual me volvería insoportable en cualquier espacio cerrado. Hoy, el hogar que generosamente se abre, con cuatro niños durmiendo.
Para subir a esta hermosa, modesta casa en lo alto, quien me acoge prendió las luces interiores del auto. Así pueden reconocerlo los halcones y sicarios locales. La extraña guerra ya no es distante, pues.


El hombre de Arán (1)
Arán es un isla al noroeste de Irlanda al que las furias del Atlántico del Norte
intentan vencer hace miles de años. Un corazón de roca limado hasta no quedar sino los acantilados que resisten alzándose treinta metros o más para evitar apenas la insistencia o el coraje del mar, cuyas lenguas alcanzan las alturas y amenazan llevarse a los desprevenidos. Así, el estruendo de las olas estallando sin pausa, es la Arán fiel a la demostración del poder terrible de los elementos y del tesón y la capacidad de sacrificio de los hombres y las mujeres, que saben que la tierra es madre, amiga a ratos, pero por encima de todo fuerza desatada, sin conciencia de los seres pequeños como ellos.
El hombre de Arán (1)
A media tarde, en el único cuenco en la pared donde un pequeño rompiente modera lo poco que puede el fragor del océano, entre el estruendo ensordecedor una mujer y un niño estiran los brazos como si con ellos avanzarán por encima de las piedras y la espuma los tres mes metros que el sentido común les impide, siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo sin mesura de una barca que tantea la lógica de la corriente embrutecida por sus impulsos hacia atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde la ola
se decide tres hombres protegen con un instinto animal olvidado por el resto de los europeos, la cosecha de peces recabada en días de trabajo y la madera que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria de algo parecido a un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la muerte.
Hay en la mujer un gesto que recuerda a los indígenas mexicanos y a esa suerte de naturalidad que los occidentales califican de infantilismo. Incapaz de hurtar las ideas, su rostro, hablando sobre todo por los redondos
ojillos claros, pasa sin tránsito del pavor a la ira, entre la más entrañable conmiseración y la conciencia de la necesidad de mantener la cordura, mientras el hijo se esfuerza en imitarla y, por instantes, vencido por la fuerza del mundo se atribula.
La barca aprovecha como puede un empujón y esquivándola busca saltar la primera línea de la rompiente. Se vuelca expulsando su carga y mientras los hombres la someten, la mujer, ancha, pesada, que no se aviene al ritmo del agua, deshaciéndose del hijo se afana tras la red enrollada en las rocas. La tiene, hace por salir, la pierde, vuelve a ella, trastabilla, cae, persiste, gana unos pasos, tropieza de nuevo, la malla se le va de las manos, no sabe más qué hacer. Los hombres la ayudan, escapan todos, la mujer no deja de mirar hacia atrás calculando la pérdida. A salvo, ellos delgados, nerviosos, juntos se conduelen un momento, alcanzan los cinco metros cuadrados de la playa y sonríen recordando los revolcones de ella, a quien vuelve a iluminársele la cara. 
Es otro día y el niño se alela contemplando la cara de su madre, el tono rojizo de la piel trabajada por el viento y el agua, el par de mechones que escapan a la ristra del cabello, en un canto a la vida contra las nubes que pasan rápidas, bajas, en hilachas. El niño, de nombre Brian O´Donnell, da la vuelta y es inmensamente feliz al moverse por los escalones de piedra lavada, para pescar con su cuerda desde veinte metros de altura. 
Para él la vida es así y también el disfrute de la vista de una ballena sujeta al costado de otra barca, que comparte con las familias todas del promontorio, ahora seguras de que habrá aceite suficiente para sus lámparas y carne y sebo y gruesa piel para muchas cosas más, y que se apuran a meterse al agua en la ceremonia de formar una misma, sola entidad, repartiéndose entre chanzas las labores de llevar a tierra al animal. 
Brian no lo sabe, pero a Arán el aislamiento lo preserva de algunos grandes cambios y en esos comienzos de los años 1830 parece conservar lo que va desapareciendo del resto de Irlanda. Allí el momento singular se retrotrae ante el tiempo largo, de montañas y ríos, de mares y estrellas, igual que lo individual frente a la colectivo, de ese modo más íntimamente reivindicado, sin olvidar nunca su pertenencia a algo superior: Erin y sus desgracias.

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ACLARACIÒN SOBRE LAS IMÀGENES. Liam O´Flaherty. 
Al niño que entrevemos no se llama Bryant. Le puse ese nombre para hacerlo aparecer del otro lado del Atlántico, en una historia relacionada con México.
El cuaderno al que pertenece la viñeta recoge luchas o momentos de la vida del pueblo en muy distintos tiempos y lugares. El intento en que se reconozcan entre sì. 
Paro aquí. Hasta la próxima semana, mismo día y hora.


Triple X
Hizo un guiño y me acerqué con extrema prudencia. Pudiendo ser la más pequeña de mis hijos le propuse el rol de tío con un toque pícaro, asomando a la ventana de su cuarto mientras la familia dormía. Increíble que yo no entendiera el juego si en cada visita a la hora prevista la encontraba desnuda por casualidad.
Hablamos del clima el día que al despedirse dejó un sobre en la mesa con una docena de fotos en las más provocativas poses, y una nota que probaba cuán transparente era mi perversión: ¿Quieres conocer con cuántos, cuándo y cómo estuve?
En la siguiente cita creyendo que dudaba ofreció hacerme su proxeneta. A la manera de la secuencia aquí arriba dije ¡Esta es la chica! y la lancé al estrellato de mis días. Excelente elección, hasta que salió de estampida, a la manera de la otra aquí arriba.
En cuanto a mí comí tanta mierda como el tipo también en la secuencia.
Muy David Lynch todo, no me extrañó luego que en el curriculum anexo al desplegado de periódico solicitando amigos y novios, borrara nuestros  tres años juntos.
Habrá que preguntarle al director si la historia da para un Mulholland Drive II. Mi papel, claro, sería tan oscuro como el de ella.
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El Mr. no respondió a mi propuesta sino cuando un paparazi, creo, le informó de un nuevo episodio.
La joven ida miles de kilómetros lejos, de paseo con su amante por mi ciudad y a fin de ahorrarse el hotel me tocó a la puerta. Bastó una mirada para ofrecerles una recámara, desde donde en pago y luego de comprobar que su pareja dormía a pierna suelta, cada noche pasaba a mi cama. Entonces conocí el paraíso.
Escribo esto desde la fantástica locación que Lynch encontró para recrear la escena.

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LUEGO:
Pasión y comienzo de La pasión...
Inicio de El último viaje.
El reino de la pasión.
Madame Ring, ring.
El Idiota.
Principio de La ilusión viaja en tranvía.
La Corte de Medianoche en Red de agujeros.        
Red de agujeros: Aguas Blancas. 
Que no eran dos sino tres.
Cronicando (buscar qué).
La Tic y la tierra prometida.
Andar. 
Rascamapache.
Triple X.
Trópicos. 
La Parada. 
¿Se puede decir Adios?
Cosecha especial y Sequía y fiesta.