Quisiera ser esa joven, sin su oficio. Andar por donde la gente se abronca y trasmitir la nueva, pues, sin reportajes, de bochinche en bochinche que así se ligarían entre sí. Yo haría de Cualquiera, perdóneme, Che Guevara, que los mesías terminaron por caerme mal, usted aparte, desde luego, y Miliano -Zapata, queda entendido- y Luisa Michel, la comunera, y esas mujeres cuyo liderazgo reconocieron las soviéticas y alemanas años 1910 y 1920, por decir, y asiáticas, subsaharianas, afroestadounidenses y latinoamericanas. Ya empecé a enlistar, válgame Santa Utopía, y se trataba de presumirles a Alina Duarte y dolerme por no imitarla a mi manera. Lo haría a rastras, casi esclerótico, bien Delicados con Filtro. -¿Qué más querías? -preguntaría Abrazos amonestando, y no a lo Tic, fuera palabras y reclamos, cuando ve cómo pedaleo delante de ella, quien quisiera volar y anda al paso. Enero próximo suena lejísimos, por fortuna, que ahí quedaré, cuando menos a la vista. Me despido, eso hago, y entonces cuál vergüenza por los videos que Él ayudará a vestir con imágenes, mientras el Nuevo y su señito envían manjares a esta casita, protegiéndome de la pandemia.
-Marcha entre caricias y no vítores -pienso y voy atesorándolas. Andaré desiertos con mi amita, al modo del hermano impedido que su beduino Craig llevaba por el mundo en aquella combi hippie. -¿Podrás conmigo para esto y lo otro, Inesper? -¿Cargarte, dices? N echará la mano. -¿Y un barquito de vez en cuando? Arenas y aguas son misma cosa, quedamos. -Pero sin tocar ciudades. -Nomás los muelles. Niega que son bien románticos.
1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias.
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado.
Estados Unidos detona la bomba atómica número novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika y China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao.
Improvisado como historiador, paseaba aquí y allá por el plural México descubierto a conciencia poco tiempo atrás, y seguía viviendo mentalmente en el Santo Lugar, Ecatepec, municipio anexo a la ciudad que temprano convertí en padre y madre, con su maravilloso valle.
Estábamos perdidos sin remedio, se diría, tras una década que asaltó el cielo día a día con mil actos volviendo de cabeza la realidad.
Cumbre de Cancún, nombraron al encuentro celebrado ese año por los poderes económicos planetarios para dar forma definitiva al proyecto que nos llevaba al desastre. Yo no percibía sino sus primeros efectos, a través de amigos obreros y compañeros con la mirada puesta en el campo. -0-
No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista
61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la
ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa
nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa
mujer.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta
de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la
vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.
Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete.
Viajo y en una estación escribo al futuro de los
nietos: “Quisiera no estar tan cansado y olvidar la siesta, pues es justo el tiempo, ya
que a occidente el reloj se me adelantó una hora… Quisiera, los nogales de la
calzada… "
Volver a los diecisiete... Al final de un libro digo que
hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
Hoy es ayer y no ahora... confío.
-0-
El último viaje
I
Durante siglos lo llamaron “descubrimiento de América”. Vaya frase tramposa, por tan
descarada, pues para empezar ese nombre no existía, fue cración de quien compendió los primeros mapas sobre nuestras tierras: Martin Waldseemüller, nacido en
Wolfenweiler,Brisgovia, Alemania. Lo hizo
homenajeando al explorador genovés de apellido Vespucio, cuyos padres le pusieron Américo,
apelativo con que castellanizaron uno de origen germano: Emerico. Sucedía la cosa en 1507, casi recién muerto Colón.
No
hay nada extraño, como veremos, así que no nos sorprenda que muy pronto
entre los propios alemanes e italianos se nombrara por primera vez y
para siempre al "Nuevo
Continente" conquistado por castellanos. Castellanos, sí, pues a ellos
el papado
dio monopolio de los mares a Occidente, mientras hacía otro tanto con
Sur y Oriente, reservado a Portugal. La Corona de Aragón quedaba fuera y
cuando llegó Carlos I de España y V de Alemania…
Esperen,
vamos por partes, no se trata de confundirlos, lectoras y lectores.
Nuestro
trabajo sostiene que Conquista es un término insuficiente para este tema.
Primero, debido a la brutal destrucción cometida por los adelantados españoles
en tierras “americanas”. Durante solo el primer siglo tras caer Tenochtitlan,
la población descendió entre 75% y 95%, según diversos cálculos, y bastaron
diez años para que allí mismo, en Yucatán, Oaxaca, Michoacán, etcétera, desapareciera
todo vestigio de arquitectura indígena.
Históricamente
las conquistas se producían para apropiarse territorios con cuantas riquezas
humanas fuera posible –agriculturas, edificaciones y demás-, quitando el
necesario destrozo de las batallas. ¿Por qué en América la predación resultó
tan brutal?
Los
conquistadores buscaron en este “cuarto continente” solo una cosa: metales y
joyas preciosos. En su delirio, todo era Puerto Rico, Costa Rica, la villa Rica
de la Veracruz, etcétera, así no encontraran oro, plata, gemas.
Ponemos
un caso muy significativo. Al inicio aquella gente se concentró en la
hoy República Dominicana, que forma parte de una gran isla antillana,
como saben. Entonces les llegaron rumores de que hacia su costado había
áureas
pepitas
a montones y Diego de Velázquez, a quien pronto volveremos a encontrar, organizó una expedición en pos de ellas.
Contra
lo que nos han dicho, la población isleña no era ni magra ni primitiva y
entre otras cosas vivía de cultivar peces en lugares construidos a
propósito. Tras la aventura no quedó nada. Puede entenderse, pues,
porque el ahora Haití está habitado casi exclusivamente por
descendientes de los esclavos tomados en África Negra.
Si
resultaría ¡todavía más cruenta! la colonización inglesa, francesa,
holandesa, en Norteamérica, para nosotros el tema son los años mil
quinientos.
Según Jacques Attali, un pensador contemporáneo nuestro vinculado a bancos centrales, esa historia debe celebrarse como ninguna otra:
"En
tiempos muy antiguos exitió un gigante guerrero, triunfante, dominador.
Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido, torturado, fue dado por muerto, encadenado
por mútiples amos (...) Entonces,
el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la
conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."
Sobre
la existencia de éste no hay duda. Llamarlo Europa y darle
tal profundidad histórica es sobrepasarse. Con mucho más justicia
procede Pierre Chaunu, paisano suyo, y al comparar curriculums entre
ellos queda claro: solo en uno
puede confiarse eticamente.
Chaunu pesa
continentes, no los califica, como sin reconocerlo hace el otro. Y la cuestión reside
sobre todo ahí, si seguimos la pista de La invención de América.
Ah,
reinventar a capricho, grandísimo privilegio occidental que lleva
cinco siglos acumulando las más arteras mentiras sobre nuestro "Nuevo
Mundo" -¿o
no, Colón, el del paraíso pedido descubierto en Venezuela, o Sahagún y
sus presagios, o Volatire, Bufon, Hegel y un largo etcétera
al declarar estas tierras por igual imberbes y corruptas, verdad,
Antonello Gerbi?
Nuevamente nos adelantamos, perdón.
-0-
Pasaba
apenas los veinte años cuando en tren regresé del viaje que me
conduciría a Filiberto y el Santo Lugar. Al amanecer las vías parecían
museo de nuestra miseria urbana, generación tras generación. No había
allí una mancha imprecisa sino el relato pormenorizado, y hombres,
mujeres y niños se contaban uno por uno, con historias escenificadas a
fragmentos, pues la marcha era muy lenta y a ratos parábamos.
El
fenómeno tenía características propias en cada tramo y una lógica
progresiva, que confirmaría cuando volviera para hacer el recorrido a pie.
Representaba la lucha por la tierra a toda costa y los pobladores
recientes, al inicio del trayecto, eran más voraces, y quienes lo
iniciaron habían alcanzado una descomposición irreparable. No se trataba
de predios tomados con espíritu social, comunitario, como las colonias
que entonces comenzaban a crearse por todo el país tras organizar grupos
más o menos sólidos, bajo banderas o liderazgos políticos. Eran llana
comedia humana precipitándose por décadas, y mucho más tarde el hombre
de La piedra me interiorizaría en ella.
Así resultaría cada día en adelante para mí: un viaje a las estrellas, así lo hiciera entre la recámara y la sala.
-0-
Cincuentón,
me pidieron editara entrevistas e mujeres. A una cuando niña la
regalaron a unos parientes para que les cuidará borregos a cambio de
casi nada. Su soledad era cósmica y púber escapó a nuestra ciudad y con
sobrada preparación se ocupó en ásperas tareas.
No
conoció hombre hasta que ya mayor alguien con la vida también a cuestas
y dos hijos le descubrió el filón y ella puso un puesto callejero y
tuvieron así casa propia, levantada piedra a piedra. El tipo se pasaba
de listo y los niños encontraban solo silencio en la mujer, quien
terminó echándolos a los tres.
Otra
padeció un padre abusador, la cucó un padrote con rostro de novio y
ahora rentaba su cuerpo por pocos pesos a calle abierta, celosamente
vigilada entre muchas.
Una
tercera descubría qué tan poco amable pueden resultar los días de niñas
campesinas con hogares bien asentados. Creo que en su caso la
estrevistadora se esmeró buscando el lado oscuro y tuvo razón a final de
cuentas. El remate era la experiencia como sirvienta -siempre sin
eufemismos-: por cama un colchón en plena sala, que debía recogerse al
amanecer y tenderse cuanto terminaba la jornada familiar; reticencias
para dejarla salir los domingos; amo exigiéndole favores sexuales...
El crimen organizado estaba en pañales entonces y no había violaciones tumultuarias por sistema, ni destazadas, ni fiebre de feminicidos,ni más horrores luego cotidianos, potenciados por esa guerra silenciosa en que participan fuerzas públicas.
La
vida siempre fue muy dura para las mayorías, donde quiera. Cuando mis
bisabuelos se encontraron, con frecuencia reportaban recién nacidos a
solas en el río, por ejemplo, y el escritor al cual rindo culto narró la
terrible historia de los niños en las Cruzadas.
Rastreando a O´Donnell encontré mil testimonios como estos:
"Estaba casado con una mujer muy trabajadora, una modista que podía pagar
un chelín diario. Pero murió. No pude pagar la renta, me embargaron la cosecha.
Mis hijos caían muertos, no podía conseguir patatas para ellos..."
"Entré a una choza cercana a Ball, en Tyrone. La familia estaba comiendo.
La comida consistía solamente en papas secas que había en una cesta apoyada en
un recipiente en el que se habían cocido. El padre estaba sentado en un
taburete y la madre en un montón de turba. Uno de los niños tenía una caja de
paja, el más pequeño estaba tirado en el suelo y había otros cinco de pie
alrededor de la cesta de papas. Las papas estaban sólo medio cocidas, pregunté
la razón:
"-Se pegan a nuestras
costillas y así podemos ayunar por más tiempo-, contestó uno de los muchachos."
-0-
Pregunto mucho a la gente sobre sus vidas personales, incluso cuando en principio hablamos para otras cosas. Las mujeres son siempre más interesantes y abiertas.
Cuando se trata de compañeras en lucha, trás ésta me descubren historias cuyo tesón apenas puedo concebir.
Rosaura estuvo en una segunda etapa de la huelga que quizá retó como ninguna al poder regional -tal vez exagero, recordando al Charras, a quien la Casta Divina desolló hace cuarenta años-. Era hija de ejidatarios en el norte y contra mi sentido común odiaba la vida que les había tocado. Insistió e insistió con el padre, para dejarla marchar a la ciudad cercana.
Con trece años mi hoy amiga hizo de sivienta y terca como mula consiguió que la noble patrona le permitiera estudiar. Hizo una carrera y trajo a su familia.
No representaba así la cultura del esfuerzo. Lo suyo era reivindicar al ente colectivo, primero en casa y después en una fábrica donde se hizo contadora. Aprovechando el puesto como organizadora, ganó la confianza de los trabajadores compartiéndoles información confidencial.
Reproducía así a mi abuelo, quien a los doce años tomó en sus manos el futuro de los padres y las hermanas.
-0-
-Es que la piedra -dijo y no le hicieron caso.
Estaba sentado en el porche del ahora
decoroso hogar que gracias a un proyecto comunitarió cambió cartones y
láminas por cemento y ladrillos. Con otros había asaltado años antes la
vía abandonada del tren en una ciudad mediana y primaveral, para vivir
vendiendo basura. Todo el país urbano tenía zonas semejantes, a veces
llanos, gingastescos tiraderos que infestaban de enfermedades a su
gente. Para mí se exhibían por primera vez.
-Pero
habíamos quedado -insistió cariñosamente el compañero que hacía tiempo
ayudaba a las dos docenas de familias, tras trabajar con niños en
situación de calle. Los desperdiciós inorgánicos estaban apilados
ordenamente atrás y al costado del hombre a horcajadas sobre un
desvencijado sillón, cuyos ojillos despedían la más tenue luz que yo
viera.
-Es que la piedra -volvió otra vez.
De
cuán triste podía ser una vida supe por mujeres a quienes seleccionaron
justo por ello, y volví a preguntarme como devinieron en miserables
ciertas personas y no regiones precisas, en estas tierras que conocía
más o menos bien por su historia. No sabía nada, iba a entender con los
años, pues la pobreza de mis viejos y nuevos compañeros era relativa y
siempre en pelea proyectaba dignidad y futuro por conquistar.
Tercer afectuoso señalamiento al hombre por el desorden.
-Es
que la piedra -repitió ahora haciendo atrás la prematuramente gastada
humanidad. Entonces apareció una soberbia roca llegada allí volando
cuando construyeron el rico fraccionamiento a nuestras espaldas.
-0-
¿Cómo aquél hombre llegó a tal estado?
A menos que hayan sido sumidas en la pobreza extrema, nuestros comunidades no tienen seres semejantes. Su gente tiene una dignidad esencial y se romperá por fuera pero no dentro, a la manera de los paisanos de O´Donnel tiempo atrás:
"El recipiente de papas del irlandés colocado en el suelo, con toda la
familia alrededor, el mendigo sentándose también con una cordial
bienvenida..."
Las comunidades entre nosotros son relativamente pocas hace rato, cuando la pirámide demográfica se invirtió en cuatro décadas y los campesinos qudaron reducidos al veinticinco por ciento de nuestros habitantes.
Quienes migraron fueron encontrándose cada vez más al viento personal. Y por ello la mujer que regalaron esas mujeres cuyos testimonios edité, quienes habitaban junto a las vías y el hombre en el porche, justificándose.
-0-
Selecciono
fotos que envían de mí. Parezco agradable y todavía joven a los setenta
años. Otras me registran decrépito y tras horrorizarme pienso: retratan
también la realidad alrededor.
Nacido
para triunfar, decía el rótulo que ante un espejo descubrí al volverme
universitario, y de oficio equilibrista caigo siempre parado, aclaré
antes.
Busco
a la tatarabuela Teresa, a Rosaura y los iguales de O´Donnel, y si el
hombre ante la piedra me entristece, mi pregunta no es por sus posibles
errores: intenta entender quien lo regaló o abusó o secuestró cuando
niño, al modo de aquellas mujeres.
De allí los retratos.
-0-
De
plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en
el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos
estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en
alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los
gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían
del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de
trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo
construido para ellos.
- 0 -
Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con
Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde
hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la
oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.
Soy Jorge Belarmino, historiador y cronista vinculado a los movimientos sociales y miembro de la Brigada Para Leer en Libertad. Quiero presentarles en cápsulos lo que llamo mis cuadernos, hechos en blogs desde hace trece años. Antes de seguir esta breve explicación, les leo una viñeta emblemática, digamos. Como muchas, tiene música, que no puedo reproducir aquí.
Grito, 2014
Noche del mexicano grito y
al Barrio, como llamo a mi cuenta depurada en FB durante nueve años
para no vérmelas con la parte del país que desprecio, lo pone furibundo
la fecha reglamentaria y está casi vacío.
David: en Neza los cohetes son K 47
Dany:¡Vivan los hoteles de Tlalpan! Ahhh no vea…
Yo estoy alelado con la canción que buenas razones trajeron hoy.
Pregunto
a la Dany en el hotel de paso en Tlalpan, si su grito no fue mera
oportunidad para una de las geniales declaraciones que acostumbra:
¿La conoce, Ña?
Dany: Obvi
Itzel y yo aprovechamos para bromear:
Foto que una agradecida carnalita nos acaba de tomar
Igual
que la gran mayoría de nuestra docena de cuadras, no volteamos a mirar
el deprimente circo de la plaza mayor, donde el antiguo rito lo cumple
un monigote al servicio del criminal proyecto poder reafirmado dos años
atrás.
Entonces alguien sube esto:
¿Argelia en los 1950s?,
pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo?
Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor
provocación.
Justo diez días después el país da el brutal salto en la nada que puede conducirlo a la nueva utopía.
Entre
un dolor y una esperanza que no conocía, en noviembre el azar me lleva
por primera vez a Cuba y encuentro la más espléndida experiencia
imaginable en promoción de cultura comunitaria.
El alimento a los sueños es tal que rindo a la ¿Me perdonas?,
según la llamaré pronto: la mujer de otro país por quien suspiro desde
un año atrás. Lo hago al modo de un viejo en procura de una hermosísima
joven imposible, se diría, y para un amor platónico que repentinamente
anuncia pasar a algo más: el día siete, fin del encuentro en el cual
coincidimos. Los organizadores nos premian con la música de uno de los
mil geniales grupos cubanos. Intrepetan algo famoso que dice: Te perdono
todo, menos el beso que me diste.
Cuando la canción acaba, ella dice la frase que termina bautizándola:
-¿Me perdonas?
-¿Prometes? -respondo y mirándonos fijo no sabemos qué nos espera.
Entonces alguien se acerca con la noticia, falsa sabremos luego: encontraron los restos calcinados de los 43.
No hay rincón que alivie y la hermosísima me encuentra en uno de ellos.
-Anda, vamos a bailar y juntos la pena…
No escucho el final de la frase y por la mañana del seductor queda sólo el recuerdo.
La revolución y el amor son un mismo, indisoluble acto, rezan muchas justas frases, que por momentos no bastan.
Julio
César Mondragón Fontes, el estudiante de Ayotzinapa cuyo cuerpo,
desollado en vida, se arrojó en una calle de Iguala tras la desaparición
de los 43. El grito hoy es tuyo. Te prometemos no perdonar. -0- Esa viñeta decidirá a familiares y abogada de Julio César a encargarme un
libro a hacer en seis semana, presentando su caso ante la corte
internacional contra la tortura. Los cuadernos son ocho, de muy diversos temas: personales, históricos, sociales. El personaje que cuenta en una representación de mí mismo, y se dirige a sus nietos reales y adoptivos. Con frecuencia me acompaña el abuelo, un líder minero muerto en 1950. Belarmo, como lo llamaban, tiene muy pocas pulgas, tiro por viaje amenza meterme carrujos de dinamita por salva sea la parte y dirige La corte de medianoche, formada por hombres y mujeres reales y mitológicos, que representan luchas populares de muchos tiempos y lugares. Con algunos compartí o comparto todavía la vida. Algunos son muy poco edificantes, digamos en broma, como quien llamo la Mal nombrada. Les leo una viñeta sobre ella:
Mal nombrada Empezamos ella con un ¡Igualado! y yo un ¡Perfumada!, onda Elsa Cárdenas-Pedro Infante en Cuidado con el amor, que no tuvimos, ni el cuidado ni el amor. ¿Que
me la comería si dejara? La noche de leer juntos en un genial antro, le
dije que era la primera mujer en mi vida con quien me sentía en
desventaja. No se trataba de la edad, pues otras jóvenes me
acostumbraron al descaro. De conciencia de inferioridad iba el asunto. A cambio nos igualó la risa, el respeto por las mutuas vidas y el cariño. Se
fue de viaje y puntual avisó, sabiendo cuánto el equilibrio de mi
cabeza necesita su presencia virtual, así nos veamos las caras a ratos. Está
enamorada, creo, pues no hablamos del tema, y yo sigo entre el recuerdo
de la Inesperada, los suspensos con la Imprecisable y cualquier
fantasía a modo, hasta las que la involucran, sepan perdonarme, ustedes y
ella.
De
película, entonces, la cámara, el director, el staff, la mamá de ella,
que la talonea (jjj), y mis nietos, venidos (párele, Tera, eh, que
tienen nueve años, jjj) a apergollarse coristas de Chiquiladas, ni cómo
la concentrancia, y luego el ¡Corte!, ya la chiflamos, jjj. -0- Al
día siguiente, dice uno cuando al escribir lo de aquí arriba llevaba
cuatro horas en él, así supiera lo que no sabe el Luís
Al
dizque otro día, pues, chinguiñoso me encuentro con un nuevo desatino
de la mentada (jjj), que esta vez musicalizo como ella espero quisiera
(deje pasar los primeros compases: no encajan ((uuummm, jjj)) hasta el
sax).
Los
gallos se oyen ‘cantar’/ quién mierdas dijo que eso es cantar/ oigo a los
gallos el aullido místico suave de lxs perrxs/ y me emputa la sobredosis de
insomnio y las cuitas de mi alegría blasfema
Corto el poema ahí, apenas comenzar, por no plagiarlo de alguna manera, pues el nombre de la Mal nombrada no
es el de su cuenta en la red social. Como sea, después de leer eso no
sé si me atreveré a saludarla al rato, mañana, durante el juicio final.
Tenía razón: me siento en desventaja con ella, así alardee con mis
juegos de palabras:
La Tera, ¿de casualidad tendrá acceso a una
grabadora digital, porque no encuentro la mía (pa masturbarme la hallo rapidito,
pero en tratándose de trabajo jjj) Mucha leidi, sí, mucha, para cualquiera, creo desde la primera vez de verla y pensar A esa no la dobla nadie, menos un hombre. La
noche en que leímos juntos para otrxs, el antro no se le acabó hasta el
amanecer, amansando bureles cuyo trapo no rojo sino negro y arriba de
las rodillas atraía las embestidas. Cuando las cervezas en el
refrigerador desaparecieron por su largo acto de magia, se echó a dormir
sepa dónde, pues mendo -yo, para los nacos, jjj- para entonces con mi
pijama de patitos retozaba en la cama. Ni
idea sobre el momento en que la perderé de vista, quizás el domingo
siguiente al miércoles en el cual estamos. Cuanta mujer encuentre por el
camino de aquí hasta darlas (aprovéchese si quiere, Mal nombrada,
que me puse profundo y los albures no me andan) la descubrirá, porque
nunca nada se da en maceta, de unidad en unidad, y alguna milpa la
produjo, seguro y en consecuencia vaya a calcular yo cuántas Aguamieles
que rajan la garganta circulan por ahí. Paro aquí con una última aclaración. Los cuadernos son ocho, van dándose orden y unidad poco a poco y pretenden construir un todo. Mientras, aparecen en mis blogs como viñetas sueltas, aunque también puede leerse esa unidad que van formando.
Utopía, modelo urbano De
plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en
el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos
estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en
alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los
gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían
del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de
trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo
construido para ellos.
- 0 -
Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con
Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde
hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la
oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones. Madame Ring, Ring
Cada historia tiene muchos lados y tantos ojos para contarla como personajes involucrados. En ésta la segunda versión me importa un pito y es de quien hace años secuestra mis teléfonos hasta inutilizarlos. Una de cada cien llamadas indistintamente es para acusarme de destruir la vida de una mujer o declararme su amor, y en el resto hay un ni pío mil veces más gritón. Unas y otras sin variar conducen al vomito, que las mentiras propias se atascan en el gañote pero pasan, y las demás, claro, no. Menudo castigador, dicen quienes se enteran del asunto, con obvia ironía pues no doy para castigar ni a la gallina del Cuatro todavía meses después de que hicieron caldo al quiquiriqui que le cumplía. Es sólo que la secuestradora nació para la tortura propia y ajena y no bastándole la autosatisfacción, sin nadie más a mano me ocupa.
Ayer puse en los diarios un clasificado solicitando bomba atómica de deshecho o tanque de segunda. De la Europa del Este llovieron ofertas con las que incluso mi magro bolsillo puede. Imaginé la escena con sus efectos colaterales y me decidí por la tradición nacional: el picahielo. A fin de dejar mi huella justiciera y para reproducirlos, conté los orificios del auricular y por la noche toqué en la puerta de la señora.
Tuve problemas para encontrar espacio entre el cilicio, soporté luego el placer de ella con cada entrada del filo y al marcharme supe que finalmente me había ganado: mis tripas eran un nudo enfermo y con un aire de descanso su alma tomaba rumbo al destino mucho tiempo atrás deseado.
Yacía en cama recuperándome de la escena cuando escuché el Ring con el inconfundible tono de la dama. Era para contarme el terrible aburrimiento de su nuevo hogar, mala copia del interno del cual huía.
Les recuerdo: soy J.., historiador fuera de la academia y cronista vinculado a los movimientos sociales y miembro de la BPLL. Estoy presentándoles mis cuadernos, como llamo a ocho blogs muy diversos temáticamente, y esta es la segunda cápsula. Leo una viñeta: El reino de la pasión
Durante la
posrevolución nuestra ciudad crea una o varias nuevas noches. No solo
sus vidas van allí; también la imaginación sobre ellas.
Durante el
porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno
que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol,
transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera,
la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o
prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de
calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920,
en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que
sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos
aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de
cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en
escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no para
de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La música
popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa que alcanza
su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que la futura
televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la historieta y luego
la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a convertirse en las
lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con seres y sendas
materiales y fantásticos.
No hay nada
idílico en ello, con sus sífilis de muchas clases y sus profundas
desigualdades, ni en la retórica que lo acompaña ocultando al país tras
estereotipos y atmósferas “legendarias”. Y si creemos a Carlos Monsivaís, hasta
debe sospecharse cierta mano perversa del poder que lo consiente y quizá lo
prohija, en una capital cuyo gigantismo le será cada vez más apreciado como
gran instrumento para el control de una nación que no hace nación.
Con todo puede
encontrarse allí un cierto, genuino libre circular del deseo y del ingenio, que
luego será cortado de cuajo.
Es 1938, digamos,
un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia
de besos. Del lujoso Regis al modesto Tacuba, por una treintena de salas,
estrellas extranjeras y cada vez más de casa languidecen de amor en la
pantalla, dejando el rastro deslumbrante de sus atrevidas existencias, que el
espectador cree conocer al dedillo por periódicos y revistas. En El Principal,
el Ideal y los otros templos del género de revista, y en las carpas donde tal
vez se opera mejor que en cualquier otro lado la transformación del “pueblo en
emblema cultural”, anda el mareo de telones y vestuarios y candilejas, olimpos
de las vedetes replicadas más a ras de piso por coristas con pechos
generosamente al aire, y una comicidad que explaya la sexualidad a flor de
piel.
Una cosa y otra
entre la exploración por el espectador de los recursos de un cigarro, por
ejemplo, de modo que la boca sea oferente o desdeñosa y rime con la mirada y el
vuelo de la mano. O de un saco, una falda, un sombrero, que nunca son a secas y
acompañan a mohines y sonrisas, a imaginaciones de caderas y hombros dueños de
sí a punta de danzón, fox trot, rumba y cuanto se ponga a
la mano.
En San Juan de
Letrán, en los 1980s convertido en origen del Eje Central, un hombre se echa a
la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su cabeza se
agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y parroquianos a
su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que el cancionero
de la época vuelven apremio por una de las “flores de la maldad y la
inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el cielo y el
infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor,
de más allá de Salto del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso
complaciente de los tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de
medianoche”, “Santas”. Allí y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue
afueras de la ciudad, sin recato y en cifras oficiales, a las “callejeras” de
cerca de 200 lupanares se suman las que deambulan por tres mil o más cabaretes,
entre millón y medio de habitantes. Difícil decir cuántas son, si las
detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil.
Para entonces la
ciudad lleva dos décadas conquistando la noche. Y con la noche, la pasión. En
principio ambas parecerían reservadas a los hombres y a esas que se resuelven a
cumplir y sepultar sus sueños,
los de ellos, espantando la oscuridad del genero para consumirse un rato, las
más unos segundos, apenas, según les advierte la “mariposa equivocada” de una
canción: a la luz, por la luz… quemadas, precisamente, las alas.
Pero la noche y
la pasión son a la vez territorio de las meseras, las secretarias, las
dependientas, las enfermeras y el más o menos profuso mundo femenino del arte,
nutrido por quienes llegan de aquí y de allá tras el país de la magia y la
promesa de real futuro. Y a su manera, de las amas de casa y las hijas de
familia, que comparten su fantasía.
A mitad de la
sala, trasegando el trazado secreto de la casa, que nadie más que Ella conoce,
por la radio Lara, Gonzalo Curiel, Ernesto Cortazar y un largísimo etcétera
aprovechan la lúbrica provocación de los ritmos cubanos y la sustancia negra de
las orquestas estadounidenses, para de la cocina a la recámara, entre el
burbujeo de las cazuelas y el dale y dale de la escoba, pasear un “sueño de
amor” que casi por regla “se esfuma” o “lleva al abismo”, y que en todos los
casos “es el pan de la vida”.
No interesa si es
a pleno luz del día que en el “abanicar de pavos reales” de su “hastío”,
canción tras canción la “locura de vivir y amar” alcanza a la señora. La fuente
de la “viajera”, la “perjura” o la “siempreviva” en quien quieren descubrirla
el bolero y sus parientes de la época, está en la noche, en la imaginación que
nace a su amparo o por su pretexto. A nada, fuera de la propia mujer, cantan
tanto, con tanta elocuencia y una misma obsesión: “noche…/te llama el amor”.
Para tal y cual
la noche invita a que Ella hunda sus “dedos entre mi pelo”, entregue su “boca
fresca” y tenga “piedades de ensueño”, o, unos ratos “golondrina viajera”,
otros “maldita”, deje un hueco imborrable en el alma, y para Lara, el más sabio
y atrevido, es la de cada vez un amor de.“distinto amanecer, diferente visión”,
con cuyas aventuras debe tenerse cuidado porque “hacen daño”, “dan penas”.
Una serenata de
Juan S. Garrido parece resumir la imagen recreada por
la música popular: “Cuando la noche lo envuelve,/México sueña despierto,/porque
de sombras cubierto/vive su vida mejor./Al cintilar los luceros/y los faroles
primeros/como por milagrería,/regando alegría florece el amor”.
Es de ella, de la
música, en buena parte siquiera, que para este 1938 el cine nacional ha
descubierto uno de los temas más provechosos en el espectacular auge que ha
iniciado y que luego sabrá es su edad de oro. Con las de carne y hueso o de
pura lírica, Santa, La mujer del puerto, Mientras México duerme… han empezado a
traer “perdidas” de celuloide no menos sugerentes. Tal vez porque es con ellas
con quienes mejor puede acercarse a las intimidades de la pasión y de la noche.
Se trata de una
noche en esencia pero no del todo estereotipada, tras la cual parece poder
seguirse la huella de las muchas de verdad. Noches, pues, en cierta medida
ventiladas en público, que para principios de los 1950, con el nuevo discurso
ultraatoritario y moralizador de la familia
revolucionaria, pasarán a la absoluta clandestinidad, sordas, grises,
doblemente peliagudas.
Siluetas I
La
policía agitaba sin contemplaciones la alcancía de la noche, Padre
ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las flácidas carnes de Mamá
lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel pura, sonreía como
una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al compás de Los
rebeldes del rock.
Tengo
quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el
anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de
nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo
de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me
aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En
su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El
éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo
para siempre. Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y
risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las
semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se
confinan en respeto a las jerarquías. Muchos metros de gentío me
separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no
tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé,
encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber
visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus
súbditas.
En
verdad puedo morir: se me abren las puertas a una princesa de estilo
clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien,
pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con quien
compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. Para
mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece
tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a
toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de
las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo.
Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por
eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa
oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el
fin.
Andará
bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece
justa y el título de la historia viene de ahí. Cuando mucho después
descubra a un célebre director de cine, entenderé su obsesión por la
música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera vez para
los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada
despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al
traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías. Aunque
el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la
delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice
debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las
sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la
traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más
ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa
sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las
apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos
el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación
caricias y delirios imposibles de cumplir. Al menos entre las
crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas
se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e
insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece
un exceso y no lo es.
A
mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del
barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo
exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e
invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina
a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se
asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya,
sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse
del Rey, cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora
da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada
por la cintura. Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el
vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan
triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y
vagos vestigios de sus encantos de cometa. Mientras, nuestras
baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles
las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola
se disputan lo mismo una fiesta que una mirada. -0-
E y S, nietos, si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:
"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen para mí esas palabras?
¿TENGO UNA OBRA? LA DE TODAS Y TODOS, LA VERDADERA: VIVIR.
El último viaje Hago dos últimos viajes por separado: al pasado y al presente que dirime el futuro de nuestra especie. Uno va hacia atrás, hurgando en la globalización nacida cuando Europa
conquista los océanos, y así hablamos, entonces, del suceso más decisivo hoy. El segundo viaje es rumbo al presente, conectando con las luchas que se dan aquí y allá en nuestro planeta. Me
acompaña mi abuelo por muy buenos motivos, como comprobarán más o menos
pronto. A él lo conocerán según se debe en otro cuaderno. Esta vez no les hablaré más de ellos, para leer una viñeta que pertenece al blog que llamo Para morir iguales.
Las dos guerras Vine al mundo para atestiguar las dos grandes guerras, les dijo mi representación, aquí llamada yo mismo, y escribídevora la pequeña, inerme humanidad prendida a su pecho, refiriendome a una vecina ¿recuerdan? Subrayo el una pues tengo muchas
en esa universidad donde curso varios posgrados simultáneos y dicto
conferencias sin palabras, para aquéllas, para quienes por algunas horas
dejan a sus hijos conmigo y para éstos. Mis
crías asisten a clases muy distintas, que ofrecen Uno, la azotea y el
ritmo de la tierra cuyo pulso se revela gracias a ellos. Falta
mencionar a Ibd Simbad, según lo bauticé: el magebrí subsaharaiano. Nos
conocimos en la ciudad cosmopolita por excelencia, cuandos Los movimientos estudiantiles
recién terminaron sin contarnos entre sus protagonitas. Gracias a este
amigo que me cuenta andanzas de Mauritania a India pasando por Turkestan
se hace todavía más correcto el diálogo: Invariablemente a la primera obligada pregunta
de quienes llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala. Puedo
seguir así ambas guerras. Del exterior dan puntual cuenta Ibn y mis
viejos compañeros continuando cada uno a su manera el destino común. Lo
demás, días y
almas adentro, se narran a la vista. El
paraíso tiene un costo que se paga con gusto y ese al cual me llevaron
los dos niños estuvo completo en 1982, año de años, afirmo pues abarca
nuestro orbe entero, como verán después. Termino
esta primera, escueta entrega de los Cuadernos, con quien me prestó el
nombre para ellos y abandonó tiempo atrás aquella ciudad donde Simbad y
yo lo descubrimos juntos. Se llamaba Aimé Céser y había nacido negro en
La Martinica: "Partir. Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre-judío, un hombre cafre un hombre-hindú-de-Calcuta un-hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto El hombre-hambre, el-hombre -insulto, el hombre-tortura se le podría prender en cualquier momento, molerlo a golpes-matarlo por completo sin tener que rendirle cuentas a nadie. (...) Pero, ¿es que puede uno matar el remordimiento, bello como la cara de sorpresa de una dama inglesa al encontrar
en su sopa un cráneo de hotentote? Yo reencontraría el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Diría tempestad, diría río.
Diría ciclón. Diría hoja. Diría árbol, mejorarían todas las
lluvias, me humedecerían todos los rocíos. Me revolcaría como sangre frenética sobre la lenta corriente
del ojo de las palabras, en caballos locos, en niños tiernos, en toques de queda en vestigios
de templo, en piedras preciosas, lo bastante lejos como para
descorazonar a los menores. Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre."
Patria prometida Muerde
el frío cuando subo al autobús y al abrir los ojos, a pesar del sol
macho entrando por la ventanilla. ¿Cuánto habremos descendido en apenas
cuatro horas? ¿Mil, mil quinientos metros o más? Siento
haberme perdido esa fantástica transformación del paisaje -pues no es
más por ahora- que sin falta asombra cuando se deja la ciudad monstruo
hacia ambas costas. Ahora son pinos y otras coníferas cuyo nombre nunca
aprendí, en un rato los copales,
guajes, avizaches, cazahuates, tepehuajes, que los campesinos me
enseñaron a llamar, y luego llegan las selvas, así, en plural, pues hay
de alturas varias, secas hacia este costado. En
momentos parecieran tierras vírgenes y sabemos que eso no existe aquí
hace mil años. Es por el despoblado a orillas de la carretera hecha sin
respeto alguno hacia los hombres y mujeres reunidos en rancherías, y por
esa sabia forma para aprovechar laderas y quebradas que una agricultura
ajena no reconoce como tal. Apenas niño me obsesioné con estos lugares. Desde la azotea Felicitas los señalaba con su mirada
perdiéndose lejos y cuando papá nos llevaba de vacaciones mis ojos
inútilmente querían escudrillar entre el curso del río que a la carrera
seguíamos en paralelo, desiertos cerros tropicales uno tras otro. -¿Vamos? -preguntan al mediodía. -Sí -respondo postergando la tarea de contar, por fuerza en deuda, que vivir toma tiempo y acumula. Arriba
quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es
bien conocida por mis amigas y pudo costar la vida a Digna
Ochoa. ¿Iré algún día? Hoy sus amos son
Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las
Cruzadas?- y a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros,
seguirá revoloteando en mi imaginación. Bien visto, no sería raro ir: de
donde
vengo el "Sur geografía profunda" resulta exotismo puro. Aquí se
habita. Pronto yo también lo haré, para darme cuenta que mis amigas y
quien reconstruyó los últimos días de Digna exageraban por conveniencia,
me parece. Petatlán no es Siberia o el alto Níger y desde mi patria prometida puede alcanzarse en un tris, digamos. -0- Cuando
atardece estoy en un parque junto al mercado y así no pueda verse el
mar que lo rige todo con sus aires, las huellas dejadas sobre los productos
humanos, hasta el color del cielo, pienso, siendo la revés, según
recuerdo o afirman o ya no sé. Parezco haber pasado justo por aquí y no
logro precisar el momento. Me refiero a antes, antes, y no al viaje en
que hace poco preparé este sin conciencia de hacerlo. Conservo la mitad del modesto sueldo que recibo hace tiempo, X
fundación contribuye con un pequeño apoyo, hay factibles recursos
esperando, en tal y cual sitio los compañeros darán asilo y a veces
alimento, como hoy, y, total, puedo morir mañana o pasado, jeje. El sin
retorno es la condición y no quemé las naves por aquello del no te entumas, conforme decimos ¿dónde en nuestra Red
de agujeros llamada país? Sí,
visité la plaza hace mucho. Era adulto, tengo claro, y no cuánto. Vaya
coincidencia: el momento quedó grabado porque atardecía también, debía
estar en la playa, pues para eso vinimos -¿quiénes?- y supe otra vez
-¿cuándo las previas?- que quería vivir en un lugar así. Trópicos explica parcialmente los motivos. Le informé mi decisión a la Inesperada
y babeaba de envidía. Faltó poco para que corriera a alcanzarme jalando
a su enanito. Nuestros encuentros virtuales se complicarán, ni modo. Tarde
o temprano el país estallará. ¿Dónde estaré entonces y en qué
sitio antes, de haber antes, claro, y durante las elecciones y un poco
factible conflicto por ellas, pues me siento Oraculín y al
candidato dos veces timado no se la harán ahora? ¿Y cuando el nuevo
gobierno, por fuerza desastroso en esto y aquello y correcto en tal y
cual, precipite o anime la acción del pueblo? Quisiera alcanzarle a mi abuelo para arreglar
cuentas. ¿Habrá manera? Déjenme la ilusión de que el viaje es no
solo una aventura orillada por la Quijositosis. Mis
malos hábitos deben modijerarse porque la dosis de tabaco habitual me
volvería insoportable en cualquier espacio cerrado. Hoy, el hogar que
generosamente se abre, con cuatro niños durmiendo. Para
subir a esta hermosa, modesta casa en lo alto, quien me acoge prendió
las luces interiores del auto. Así pueden reconocerlo los halcones y
sicarios locales. La
extraña guerraya no es distante, pues.
El hombre de Arán (1) Arán
es un isla al noroeste de Irlanda al que las furias del Atlántico del
Norte
intentan vencer hace miles de años. Un corazón de roca limado
hasta no quedar sino los acantilados que resisten alzándose treinta
metros o más para evitar apenas la insistencia o el coraje del mar,
cuyas lenguas alcanzan las alturas y amenazan llevarse a los
desprevenidos. Así, el estruendo de las olas estallando sin pausa, es la
Arán fiel a la demostración del poder terrible de los elementos y del
tesón y la capacidad de sacrificio de los hombres y las mujeres, que
saben que la tierra es madre, amiga a ratos, pero por encima de todo
fuerza desatada, sin conciencia de los seres pequeños como ellos. El hombre de Arán (1) A
media tarde, en el único cuenco en la pared donde un pequeño rompiente
modera lo poco que puede el fragor del océano, entre el estruendo
ensordecedor una mujer y un niño estiran los brazos como si con ellos
avanzarán por encima de las piedras y la espuma los tres mes metros que
el sentido común les impide, siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo
sin mesura de una barca que tantea la lógica de la corriente embrutecida
por sus impulsos hacia atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde
la ola
se decide tres hombres protegen con un instinto animal olvidado
por el resto de los europeos, la cosecha de peces recabada en días de
trabajo y la madera que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria
de algo parecido a un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la
muerte. Hay
en la mujer un gesto que recuerda a los indígenas mexicanos y a esa
suerte de naturalidad que los occidentales califican de infantilismo.
Incapaz de hurtar las ideas, su rostro, hablando sobre todo por los
redondos
ojillos claros, pasa sin tránsito del pavor a la ira, entre la
más entrañable conmiseración y la conciencia de la necesidad de mantener
la cordura, mientras el hijo se esfuerza en imitarla y, por instantes,
vencido por la fuerza del mundo se atribula. La
barca aprovecha como puede un empujón y esquivándola busca saltar la
primera línea de la rompiente. Se vuelca expulsando su carga y mientras
los hombres la someten, la mujer, ancha, pesada, que no se aviene al
ritmo del agua, deshaciéndose del hijo se afana tras la red enrollada en
las rocas. La tiene, hace por salir, la pierde, vuelve a ella,
trastabilla, cae, persiste, gana unos pasos, tropieza de nuevo, la malla
se le va de las manos, no sabe más qué hacer. Los hombres la ayudan,
escapan todos, la mujer no deja de mirar hacia atrás calculando la
pérdida. A salvo, ellos delgados, nerviosos, juntos se conduelen un
momento, alcanzan los cinco metros cuadrados de la playa y sonríen
recordando los revolcones de ella, a quien vuelve a iluminársele la
cara. Es
otro día y el niño se alela contemplando la cara de su madre, el tono
rojizo de la piel trabajada por el viento y el agua, el par de mechones
que escapan a la ristra del cabello, en un canto a la vida contra las
nubes que pasan rápidas, bajas, en hilachas. El niño, de nombre Brian
O´Donnell, da la vuelta y es inmensamente feliz al moverse por los
escalones de piedra lavada, para pescar con su cuerda desde veinte
metros de altura. Para
él la vida es así y también el disfrute de la vista de una ballena
sujeta al costado de otra barca, que comparte con las familias todas del
promontorio, ahora seguras de que habrá aceite suficiente para sus
lámparas y carne y sebo y gruesa piel para muchas cosas más, y que se
apuran a meterse al agua en la ceremonia de formar una misma, sola
entidad, repartiéndose entre chanzas las labores de llevar a tierra al
animal. Brian
no lo sabe, pero a Arán el aislamiento lo preserva de algunos grandes
cambios y en esos comienzos de los años 1830 parece conservar lo que va
desapareciendo del resto de Irlanda. Allí el momento singular se
retrotrae ante el tiempo largo, de montañas y ríos, de mares y
estrellas, igual que lo individual frente a la colectivo, de ese modo
más íntimamente reivindicado, sin olvidar nunca su pertenencia a algo
superior: Erin y sus desgracias.
-0- ACLARACIÒN SOBRE LAS IMÀGENES. Liam O´Flaherty. Al niño que entrevemos no se llama Bryant. Le puse ese nombre para hacerlo aparecer del otro lado del Atlántico, en una historia relacionada con México. El cuaderno al que pertenece la viñeta recoge luchas o momentos de la vida del pueblo en muy distintos tiempos y lugares. El intento en que se reconozcan entre sì. Paro aquí. Hasta la próxima semana, mismo día y hora.
Triple X
Hizo un guiño y me acerqué con extrema prudencia. Pudiendo ser la más pequeña de mis hijos le propuse el rol de tío con un toque pícaro, asomando a la ventana de su cuarto mientras la familia dormía. Increíble que yo no entendiera el juego si en cada visita a la hora prevista la encontraba desnuda por casualidad.
Hablamos del clima el día que al despedirse dejó un sobre en la mesa con una docena de fotos en las más provocativas poses, y una nota que probaba cuán transparente era mi perversión: ¿Quieres conocer con cuántos, cuándo y cómo estuve?
En la siguiente cita creyendo que dudaba ofreció hacerme su proxeneta. A la manera de la secuencia aquí arriba dije ¡Esta es la chica! y la lancé al estrellato de mis días. Excelente elección, hasta que salió de estampida, a la manera de la otra aquí arriba.
En cuanto a mí comí tanta mierda como el tipo también en la secuencia.
Muy David Lynch todo, no me extrañó luego que en el curriculum anexo al desplegado de periódico solicitando amigos y novios, borrara nuestros tres años juntos.
Habrá que preguntarle al director si la historia da para un Mulholland Drive II. Mi papel, claro, sería tan oscuro como el de ella. -0- El Mr. no respondió a mi propuesta sino cuando un paparazi, creo, le informó de un nuevo episodio.La joven ida miles de kilómetros lejos, de paseo con su amante por mi ciudad y a fin de ahorrarse el hotel me tocó a la puerta. Bastó una mirada para ofrecerles una recámara, desde donde en pago y luego de comprobar que su pareja dormía a pierna suelta, cada noche pasaba a mi cama. Entonces conocí el paraíso. Escribo esto desde la fantástica locación que Lynch encontró para recrear la escena.
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LUEGO: Pasión y comienzo de La pasión... Inicio de El último viaje. El reino de la pasión. Madame Ring, ring. El Idiota. Principio de La ilusión viaja en tranvía. La Corte de Medianoche en Red de agujeros. Red de agujeros: Aguas Blancas. Que no eran dos sino tres. Cronicando (buscar qué). La Tic y la tierra prometida. Andar. Rascamapache. Triple X. Trópicos. La Parada. ¿Se puede decir Adios? Cosecha especial y Sequía y fiesta.