sábado, 25 de julio de 2020

1982 para video

1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias. 
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado. 
Estados Unidos detona la bomba atómica número novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika y China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao.

Improvisado como historiador, paseaba aquí y allá por el plural México descubierto a conciencia poco tiempo atrás, y seguía viviendo mentalmente en el Santo Lugar, Ecatepec, municipio anexo a la ciudad que temprano convertí en padre y madre, con su maravilloso valle.

Estábamos perdidos sin remedio, se diría, tras una década que asaltó el cielo día a día con mil actos volviendo de cabeza la realidad.

Cumbre de Cancún, nombraron al encuentro celebrado ese año por los poderes económicos planetarios para dar forma definitiva al proyecto que nos llevaba al desastre. Yo no percibía sino sus primeros efectos, a través de amigos obreros y compañeros con la mirada puesta en el campo.
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No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa mujer.

Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.

Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. 

Viajo y en una estación escribo al futuro de los nietos: “Quisiera no estar tan cansado y olvidar la siesta, pues es justo el tiempo, ya que a occidente el reloj se me adelantó una hora… Quisiera, los nogales de la calzada… "
Volver a los diecisiete... Al final de un libro digo que hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
Hoy es ayer y no ahora... confío.
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El último viaje
I
Durante siglos lo llamaron “descubrimiento de América”. Vaya frase tramposa, por tan descarada, pues para empezar ese nombre no existía, fue cración de quien compendió los primeros mapas sobre nuestras tierras: Martin Waldseemüller, nacido en
Wolfenweiler, Brisgovia, Alemania. Lo hizo
homenajeando al explorador genovés de apellido Vespucio, cuyos padres le pusieron Américo, apelativo con que castellanizaron uno de origen germano: Emerico. Sucedía la cosa en 1507, casi recién muerto Colón.
No hay nada extraño, como veremos, así que no nos sorprenda que muy pronto entre los propios alemanes e italianos se nombrara por primera vez y para siempre al "Nuevo Continente" conquistado por castellanos. Castellanos, sí, pues a ellos el papado dio monopolio de los mares a Occidente, mientras hacía otro tanto con Sur y Oriente, reservado a Portugal. La Corona de Aragón quedaba fuera y cuando llegó Carlos I de España y V de Alemania…
Esperen, vamos por partes, no se trata de confundirlos, lectoras y lectores.
Nuestro trabajo sostiene que Conquista es un término insuficiente para este tema. Primero, debido a la brutal destrucción cometida por los adelantados españoles en tierras “americanas”. Durante solo el primer siglo tras caer Tenochtitlan, la población descendió entre 75% y 95%, según diversos cálculos, y bastaron diez años para que allí mismo, en Yucatán, Oaxaca, Michoacán, etcétera, desapareciera todo vestigio de arquitectura indígena.
Históricamente las conquistas se producían para apropiarse territorios con cuantas riquezas humanas fuera posible –agriculturas, edificaciones y demás-, quitando el necesario destrozo de las batallas. ¿Por qué en América la predación resultó tan brutal?
Los conquistadores buscaron en este “cuarto continente” solo una cosa: metales y joyas preciosos. En su delirio, todo era Puerto Rico, Costa Rica, la villa Rica de la Veracruz, etcétera, así no encontraran oro, plata, gemas.
Ponemos un caso muy significativo. Al inicio aquella gente se concentró en la hoy República Dominicana, que forma parte de una gran isla antillana, como saben. Entonces les llegaron rumores de que hacia su costado había áureas
pepitas
a montones y Diego de Velázquez, a quien pronto volveremos a encontrar, organizó una expedición en pos de ellas.
Contra lo que nos han dicho, la población isleña no era ni magra ni primitiva y entre otras cosas vivía de cultivar peces en lugares construidos a propósito. Tras la aventura no quedó nada. Puede entenderse, pues, porque el ahora Haití está habitado casi exclusivamente por descendientes de los esclavos tomados en África Negra.
Si resultaría ¡todavía más cruenta! la colonización inglesa, francesa, holandesa, en Norteamérica, para nosotros el tema son los años mil quinientos.
Según Jacques Attali, un pensador contemporáneo nuestro vinculado a bancos centrales, esa historia debe celebrarse como ninguna otra:
"En tiempos muy antiguos exitió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido, torturado, fue dado por muerto, encadenado por mútiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."
Sobre la existencia de éste no hay duda. Llamarlo Europa y darle tal profundidad histórica es sobrepasarse. Con mucho más justicia procede Pierre Chaunu, paisano suyo, y al comparar curriculums entre ellos queda claro: solo en uno puede confiarse eticamente.
Chaunu pesa continentes, no los califica, como sin reconocerlo hace el otro. Y la cuestión reside sobre todo ahí, si seguimos la pista de La invención de América.
Ah, reinventar a capricho, grandísimo privilegio occidental que lleva cinco siglos acumulando las más arteras mentiras sobre nuestro "Nuevo Mundo" -¿o no, Colón, el del paraíso pedido descubierto en Venezuela, o Sahagún y sus presagios, o Volatire, Bufon, Hegel y un largo etcétera al declarar estas tierras por igual imberbes y corruptas, verdad, Antonello Gerbi?
Nuevamente nos adelantamos, perdón.           

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Pasaba apenas los veinte años cuando en tren regresé del viaje que me conduciría a Filiberto y el Santo Lugar. Al amanecer las vías parecían museo de nuestra miseria urbana, generación tras generación. No había allí una mancha imprecisa sino el relato pormenorizado, y hombres, mujeres y niños se contaban uno por uno, con historias escenificadas a fragmentos, pues la marcha era muy lenta y a ratos parábamos.
El fenómeno tenía características propias en cada tramo y una lógica progresiva, que confirmaría cuando  volviera para hacer el recorrido a pie. Representaba la lucha por la tierra a toda costa y los pobladores recientes, al inicio del trayecto, eran más voraces, y quienes lo iniciaron habían alcanzado una descomposición irreparable. No se trataba de predios tomados con espíritu social, comunitario, como las colonias que entonces comenzaban a crearse por todo el país tras organizar grupos más o menos sólidos, bajo banderas o liderazgos políticos. Eran llana comedia humana precipitándose por décadas, y mucho más tarde el hombre de La piedra me interiorizaría en ella.  
Así resultaría cada día en adelante para mí: un viaje a las estrellas, así lo hiciera entre la recámara y la sala.
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Cincuentón, me pidieron editara entrevistas e mujeres. A una cuando niña la regalaron a unos parientes para que les cuidará borregos a cambio de casi nada. Su soledad era cósmica y púber escapó a nuestra ciudad y con sobrada preparación se ocupó en ásperas tareas. 
No conoció hombre hasta que ya mayor alguien con la vida también a cuestas y dos hijos le descubrió el filón y ella puso un puesto callejero y tuvieron así casa propia, levantada piedra a piedra. El tipo se pasaba de listo y los niños encontraban solo silencio en la mujer, quien terminó echándolos a los tres.
Otra padeció un padre abusador, la cucó un padrote con rostro de novio y ahora rentaba su cuerpo por pocos pesos a calle abierta, celosamente vigilada entre muchas. 
Una tercera descubría qué tan poco amable pueden resultar los días de niñas campesinas con hogares bien asentados. Creo que en su caso la estrevistadora se esmeró buscando el lado oscuro y tuvo razón a final de cuentas. El remate era la experiencia como sirvienta -siempre sin eufemismos-: por cama un colchón en plena sala, que debía recogerse al amanecer y tenderse cuanto terminaba la jornada familiar; reticencias para dejarla salir los domingos; amo exigiéndole favores sexuales...  
El crimen organizado estaba en pañales entonces y no había violaciones tumultuarias por sistema, ni destazadas, ni fiebre de feminicidos, ni más horrores luego cotidianos, potenciados por esa guerra silenciosa en que participan fuerzas públicas.
La vida siempre fue muy dura para las mayorías, donde quiera. Cuando mis bisabuelos se encontraron, con frecuencia reportaban recién nacidos a solas en el río, por ejemplo, y el escritor al cual rindo culto narró la terrible historia de los niños en las Cruzadas.
Rastreando a O´Donnell encontré mil testimonios como estos:  
"Estaba casado con una mujer muy trabajadora, una modista que podía pagar un chelín diario. Pero murió. No pude pagar la renta, me embargaron la cosecha. Mis hijos caían muertos, no podía conseguir patatas para ellos..."
"Entré a una choza cercana a Ball, en Tyrone. La familia estaba comiendo. La comida consistía solamente en papas secas que había en una cesta apoyada en un recipiente en el que se habían cocido. El padre estaba sentado en un taburete y la madre en un montón de turba. Uno de los niños tenía una caja de paja, el más pequeño estaba tirado en el suelo y había otros cinco de pie alrededor de la cesta de papas. Las papas estaban sólo medio cocidas, pregunté la razón: 
"-Se pegan a nuestras costillas y así podemos ayunar por más tiempo-, contestó uno de los muchachos."
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Pregunto mucho a la gente sobre sus vidas personales, incluso cuando en principio hablamos para otras cosas. Las mujeres son siempre más interesantes y abiertas.
Cuando se trata de compañeras en lucha, trás ésta me descubren historias cuyo tesón apenas puedo concebir.
Rosaura estuvo en una segunda etapa de la huelga que quizá retó como ninguna al poder regional -tal vez exagero, recordando al Charras, a quien la Casta Divina desolló hace cuarenta años-. Era hija de ejidatarios en el norte y contra mi sentido común odiaba la vida que les había tocado. Insistió e insistió con el padre, para dejarla marchar a la ciudad cercana. 
Con trece años mi hoy amiga hizo de sivienta y terca como mula consiguió que la noble patrona le permitiera estudiar. Hizo una carrera y trajo a su familia. 
No representaba así la cultura del esfuerzo. Lo suyo era reivindicar al ente colectivo, primero en casa y después en una fábrica donde se hizo contadora. Aprovechando el puesto como organizadora, ganó la confianza de los trabajadores compartiéndoles información confidencial. 
Reproducía así a mi abuelo, quien a los doce años tomó en sus manos el futuro de los padres y las hermanas.
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-Es que la piedra -dijo y no le hicieron caso.
Estaba sentado en el porche del ahora decoroso hogar que gracias a un proyecto comunitarió cambió cartones y láminas por cemento y ladrillos. Con otros había asaltado años antes la vía abandonada del tren en una ciudad mediana y primaveral, para vivir vendiendo basura. Todo el país urbano tenía zonas semejantes, a veces llanos, gingastescos tiraderos que infestaban de enfermedades a su gente. Para mí se exhibían por primera vez. 
-Pero habíamos quedado -insistió cariñosamente el compañero que hacía tiempo ayudaba a las dos docenas de familias, tras trabajar con niños en situación de calle. Los desperdiciós inorgánicos estaban apilados ordenamente atrás y al costado del hombre a horcajadas sobre un desvencijado sillón, cuyos ojillos despedían la más tenue luz que yo viera. 
-Es que la piedra -volvió otra vez. 
De cuán triste podía ser una vida supe por mujeres a quienes seleccionaron justo por ello, y volví a preguntarme como devinieron en miserables ciertas personas y no regiones precisas, en estas tierras que conocía más o menos bien por su historia. No sabía nada, iba a entender con los años, pues la pobreza de mis viejos y nuevos compañeros era relativa y siempre en pelea proyectaba dignidad y futuro por conquistar. 
Tercer afectuoso señalamiento al hombre por el desorden.
-Es que la piedra -repitió ahora haciendo atrás la prematuramente gastada humanidad. Entonces apareció una soberbia roca llegada allí volando cuando construyeron el rico fraccionamiento a nuestras espaldas.
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¿Cómo aquél hombre llegó a tal estado?
A menos que hayan sido sumidas en la pobreza extrema, nuestros comunidades no tienen seres semejantes. Su gente tiene una dignidad esencial y se romperá por fuera pero no dentro, a la manera de los paisanos de O´Donnel tiempo atrás:
"El recipiente de papas del irlandés colocado en el suelo, con toda la familia alrededor, el mendigo sentándose también con una cordial bienvenida...
Las comunidades entre nosotros son relativamente pocas hace rato, cuando la pirámide demográfica se invirtió en cuatro décadas y los campesinos qudaron reducidos al veinticinco por ciento de nuestros habitantes. 
Quienes migraron fueron encontrándose cada vez más al viento personal. Y por ello la mujer que regalaron esas mujeres cuyos testimonios edité, quienes habitaban junto a las vías y el hombre en el porche, justificándose.
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Selecciono fotos que envían de mí. Parezco agradable y todavía joven a los setenta años. Otras me registran decrépito y tras horrorizarme pienso: retratan también la realidad alrededor.
Nacido para triunfar, decía el rótulo que ante un espejo descubrí al volverme universitario, y de oficio equilibrista caigo siempre parado, aclaré antes.
Busco a la tatarabuela Teresa, a Rosaura y los iguales de O´Donnel, y si el hombre ante la piedra me entristece, mi pregunta no es por sus posibles errores: intenta entender quien lo regaló o abusó o secuestró cuando niño, al modo de aquellas mujeres.
De allí los retratos.  
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De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos  en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009, en Saltillo comparto un cuarto de hotel con Alfredo, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales. Sin duda sabe cuánto lo respeto desde hace casi cuarenta años y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Él sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.