martes, 26 de abril de 2022

Alfredo Ríos Galeana es el hombre

Para Red de agujeros.

Alfredo Ríos Galeana es el hombre, creo. Aunque tiene una historia demasiado buena para representar entre nosotros a quienes al otro lado de la frontera cuatro décadas antes se simbolizaban en otro inmejorablemente resumido así: "monstruoso y banal al mismo tiempo; cualquier periódico vespertino romano ofrece más drama vivo que la historia de catorce años de gangsterismo" del sujeto*.

A aquél, Ríos, le dedicaron también estupendas páginas, semiolvidadas, creo**. El Estado lo produjo y se revolvió en contra suya sin liquidarlo, permitiéndole la más rocambolesca fuga ¿para animar que lo volvieran leyenda? No, seguro. Ser independiente debía pagarse a precio muy alto. Si bien quizá un toque legendario podría servir al día siguiente, según probaba ya Rafael Caro Quintero, a quien incluso mi mujer tomó por Robin Hood. 

Hacer héroes a los capos produjo grandes dividendos en Chihuahua, Sinaloa y donde quiera que compusieron narcocorridos. 

-Diviertándose con ellos, aprovéchenlos -pensó, al parecer, la dictadura perfecta. -Si "el PRI roba pero deja robar", también nuestros socios informales.

¿Qué modesto papel cumplió Ríos Galeana durante la Guerra Sucia, antes de liderear a los primeros secuestradores profesionalizados? ¿Y cuál su ex compañero, a quien conoció en el ejército "ciudadanizado": Manuel Díaz Escobar, "encargado de reclutar y entrenar a jóvenes de barrios marginados, así como militares en activo o desertores", durante septiembre de 1968 o algo por estilo. Halcones, les llamaban ya quienes conocían el asunto en enero o febrero de 1970.

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Enzenberger subtitula así su trabajo sobre Al Capone: "Modelo de una sociedad terrorista".

-¿Que quiso decir, Hans? -le pregunto, pues se me hizo perdedizo su Política y delito, el libro del cual forma parte aquél, y no puedo detenerme, sin tiempo, como estoy.

Responde a medias, según recuerdo: las mafias son un elemento estructural del Estado capitalista. 

Luego el neoliberalismo llevará la cuestión a sus últimas consecuencias y para los académicos no hay más. Olvidan entonces nuestro periodos fundacionales, que quizá culminan con Ríos Galeana, Díaz Escobar y quienes estaban por encima de ellos.

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"El Cadillac del general Ignacio Aguirre cruzó los rieles de la calzada de Chapultepec y vino a parar, haciendo rápido esguince, a corta distancia del apeadero de Insurgentes.
Saltó de su sitio, para abrir la portezuela, el ayudante del chofer. Se movieron con el cristal, en reflejos pavonados, trozos del luminoso paisaje urbano en las primeras horas de la tarde -perfiles de casas, árboles de la avenida, azul de cielo cubierto a trechos por cúmulos blancos y grandes (...)

A esa misma hora esperaba Rosario, bajo las enhiestas copas de la calzada de los Insurgentes, el momento de su cita con Aguirre. Era costumbre que duraba ya desde hacía más de un mes, por lo cual, sin duda, el esplendor de la siesta disponía de Rosario como de cosa propia. Paseaba
ella de un lado para otro, y la luz, persiguiéndola, la hacia integrarse en el paisaje (...) Los tejuelos de luz orfebrería líquida caían primero en el rojo vivo de la sombrilla; de allí resbalaban al verde pálido del traje, y venían a quedar, por último -encendidos, vibrátiles-, en el suelo que acababa de pisar el pie (...)
Un lucero se le detuvo en la frente según se tornó a mirar el Cadillac de Aguirre, que ya se acercaba. La sombrilla, salpicada toda de luceros análogos, hizo entonces fondo a su bellísima cabeza (...) Sonrosándola, dorándola, la irradiación luminosa volvía más perfecto el óvalo de su cara, enriquecía la sombra de sus pestañas, el trazo de sus cejas, el
dibujo de su labio, la frescura de su color.
Ignacio Aguirre la contempló emanando a lo lejos luz y hermosura y sintió un transporte vital, algo impulsivo, arrebatado, que de su cuerpo se comunicó aI Cadillac y que el coche expresó, con bruscas sacudidas, en la acción nerviosa de los frenos. Porque el chofer, que conocía a su amo, llegó a toda velocidad hasta el lugar preciso, a fin de que el auto parara allí emulando la dinámica -viril,
aparatosa- del caballo que el jinete raya en la culminación de la carrera. Trepidó la carrocería, se cimbraron los ejes, rechinaron las ruedas y se ahondaron en el suelo, negruzcos y olorosos, los surcos de los neumáticos. 

Entusiasmado, sonriente, abrió Aguirre la portezuela."

Impacta el momento ficcionado porque, sucediendo en la ciudad de méxico presta a multiplicar por diez sus habitantes e ingenios, uno puede imaginarla entonces a merced de los "padrecitos revolucionarios”, quienes por ello encuentran hermosas parejas y determinarán la suerte del país. ¿El general pasea en ella con rosario, mostrándole su heredad? Algo así como:

-¿Qué quieres, amor? Pide por esa hermosa boca tuya. 

 En cualquier caso, nacieron entonces grandes fortunas revolucionarias, como la de Juan Andrew Almazán, desde muy pronto establecido en la construcción y especulación con bienes raíces. Joaquín Amaro dedicó la suya a “darse pulimento” al estilo porfiriano, rodeándose de caballerizas y palacios. Álvaro Obregón monopolizó el comercio de garbanzo y tomate en el noroeste. El mismo don Plutarco es un multimillonario con colosales residencias y depósitos en el extranjero, para sí y sus familiares. Aaron Sáez entre otras cosas gusta invertir en empresas azucareras, y Roberto Cruz, convertido en jefe de la policía del DF, prefiere extorsionar católicos durante la cristiada. José Gonzalo Escobar juega al financiero, con estupendos resultados. Otros controlan la economía de estados enteros: Saturnino Cedillo en San Luis Potosí y Abelardo L. Rodríguez en Baja California, pongamos por caso.

El General Aguirre, que los sintetiza, digamos, no necesita de grupos criminales, quitando tal vez y eventualmente a derivaciones de las guardas blancas organizadas por hacendados, como La mano negra veracruzana, en cuyo curriculum hay veinte mil campesinos asesinados y que al parecer sirvió a Miguel Alemán para volverse sorpresivo gobernador de esa entidad. 

Al explayarse creando el nuevo Estado, sótanos incluidos, desde luego, fuerzan la pregunta: ¿cómo cuarenta años después Ríos y demás son institucionales? 

Regresemos a él, al cual vemos aquí durante su detención por El negro Durazo, todopoderoso jefe de la policía capitalina en los años ochenta, que parecía detestarlo por obrar al margen, cuando el verdadero negocio con giros ilegales se manejaba desde dentro de la covacha estatal y sus ligas con agencias estadounidenses.

Un bruto, dicen del Negro. Tanto, que le bastaba la crueldad para dirigir "el cuerpo más especializado dentro del aparato de inteligencia mexicana", llamado Brigada Especial. Ésta fue creada por alguien distinto, instruido, de elegantes maneras, Miguel Nazar Haro, que creó también al cuerpo policial donde Ríos Galeana encontraría su camino. Formaba parte de "la República de las Drogas", en cuyos personajes un gran periodista ve a "hombres cercanos a la locura". 

Para dicho momento comienzan a proliferan ya los Caro Quintero, González Calderoni, subprocurador nacional encargado de repartir plazas a los narcos; el Kiki Camarena, agente encubierto de la DEA entre nosotros, sacrificado por exponer involuntariamente a su agencia en una trama que involucraba a los contras empleados por Nixon para combatir a la guerrilla nicaragüense y, es muy posible, involucrados en el asesinato de John F. Kennedy. 

Sobre ellos se levantaría, a lo neoliberal, Gerardo García Luna y socios, sin faltar los gansters EU de hoy, según les dice Enzenberger, que aprendieron de viejos errores y "no llevan pistola y pagan puntualmente sus impuestos". 

"Hacen sus inversiones con el mismo cuidado en las importaciones que en el tráfico de estupefacientes -continúa Hans-, lo mismo en la industria textil que en el ramo de los juegos de azar; dominan por el terror a un sindicato obrero con la misma eficiencia con que trabajan en sus oficinas bursátiles, y montan tan racionalmente sus equipos de callgirls como una representación general. Los que tienen más éxito entre ellos ganan más que los antiguos gángsters; las autoridades les conocen, pero muy raramente logran probar su culpabilidad."

*Al Capone según La balada de Chicago, de Hans Magnus Ensensberger: https://brigadaparaleerenlibertad.com/libro/la-balada-de-chicago

** "Como a Cristo, lo traicionan", reportaje ganador del premio nacional de periodismo, escrito por María Idalia Gómez y Darío Fritzara: https://www.periodismo.org.mx/assets/reportaje_2005.pdf