sábado, 1 de enero de 2022

De la locura por impotencia

 Para las y los privilegiados, aunque no sean muy inteligentes y hayan vivido a la deriva del momento entendiendo a medias a Monelle*, como yo, valen las palabras de Simone de Beauvoir que rematan:

"La vejez denuncia el fracaso de toda nuestra civilización. El hombre por entero debe ser rehecho, todas las relaciones entre las personas deben recrearse si se quiere que la condición del anciano sea aceptable. Un hombre o una mujer no debería acercarse al final de su vida con las manos vacías y solitario. Si la cultura no fuera conocimiento inerte, adquirido de una vez por todas y luego olvidado, si fuera práctica y viva, si a través de ella el individuo tuviera una relación con su entorno que se lograría y renovaría a lo largo de los años, a cualquier edad sería un ciudadano activo, útil. Si no estuviera atomizado desde la infancia, cerrado y aislado entre otros átomos, si participara en una vida colectiva, tan diaria y esencial como su propia vida, nunca experimentaría el exilio."**

La locura por impotencia es mal de la edad para quienes habiendo tenido suerte no encontramos salida a lo mucho que parece querer decirse o hacerse cuando llegan los últimos años, y se vuelve sobre nosotras y nosotros.

La exclusión social está acompañada entonces por una autogenerada al rebelarnos a golpes que contradicen nuestra historia, en esencia empática gracias, de vuelta, al privilegio originario.

Desquiciados, agresivos, amenazamos dar al traste con la cierta armonía que nos caracterizó. No hay peor derrota, consciente, vuelta martirio.

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Porque la civilización construida como dios o sabias palabras nos dieron a entender -llamémoslo Ahura Mazda, Yahveh... budismo, hinduismo, etcétera- u obligaron estas y aquellas circunstancias, devino en lo que no se soporta ya, hasta los favorecidos por buenos mensajes vivimos a golpes, sin conciliar el sueño con la vigilia, peleando entre actos, conciencias, inconscientes y vaya a precisarse cuánto más. Entonces quien pretenda ser armónico en términos cordiales, fallará por fuerza.

Solo Dostoievski, queda dicho, se propuso construir un personaje cuya bondad fuera químicamente pura: el Idiota. Sobra la aclaración de que no me autonombro así por ello. Y, con todo...

La casualidad trae esto:

No imagino más noble rostro en la vejez, ni leyenda tan adecuada a mis condiciones.

¿Cuándo se pierde la humanidad? ¿Una vez que solo hace sentido sobrevivir y los otros no importan? 

El enfermo terminal, así dure cien años gracias a avances en la medicina, acaba teniendo como único objetivo permanecer. Con frecuencia no percibe los terribles efectos que puede causar en familias cuyas existencias penden así de él, emocional, laboral, económicamente. No es raro que la responsabilidad sea de ellas, a veces hasta hacerlo soportar lo indecible, pues los mandatos sociales satanizan a quien no muere "cuando Dios manda", aun si se está reducido al "estado vegetal" -concepto ominoso para las plantas, vida por excelencia.

Se equivoca Camus, me parece, cuando dice: "No se puede vivir sin una razón". Hay modo y digno. Estar basta, disfrutando el maravilloso regalo que somos. Hasta el menor hálito basta, entonces. Con un requisito: no roer a nuestros semejantes.

No tengo señales de padecimiento grave, aunque quizá lo hay y no me entero, jeje. Físico, quiero decir. En cambio el alma está tocada por batallar contra fantasmas y no molinos de viento, según a veces quiere creer para justificarse.

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Llego al tema más delicado para mí, Uno, el hermano pequeño, a quien mamá nos reveló: nueve meses renaciendo cada día. 

Cuento en video un episodio. 

Observe, pues, Camus, porqué mi negativa a creerle. Si la colectividad entendiera... ¿verdad, doña Simone?

Cuánto deseo solo estar, a la manera de nuestro prodigio.      

 

* Marcel Show. El libro de Monelle. http://www.ignaciodarnaude.com/textos_diversos/Schwob,Libro%20de%20Monelle.pdf

 **"Conclusión" de "La vejez".