Recordemos:
Frente a nosotros el abuelo, Filiberto, una de las muchachas que no murió en 1524, Bryan O´Donnel, la niña coja por un bombardeo, Dodes Kadem, Monelle, los pequeños cuyos ojos vaciaron píos monjes camino a Ciudad Santa; Felícitas, Malena, el Jarocho, en gigantescas representaciones se sientan a una mesa sobre lo alto.
En la multitud alrededor hay muchos rostros conocidos y el resto tiene un impreciso aire familiar.
Acostumbrado a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesita forzar la voz para que se escuche a través del eco profundo en el fantástico lugar.
-Mira -dice extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has traicionado nuestra confianza.
Prometo cumplir la tarea y recuerdo a Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de predios, para que repentinamente, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le fueran quién sabe a dónde y dijera:
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.
Desde entonces se sumaron miles: Rhua, púber esclava del Níger a quien dieron en regalo; Dersú Uzala, Mohammad y su abuela, la indígena boliviana que enfrenta al helicóptero con una honda; Apurba Kuma, Doha Suheil, el terco niño migrante intentando sin fortuna saltar una malla...
-Fracasaré -debo decirles ahora. -Apenas puedo conmigo. Serán redimidos, juro, por sí mismos. Lo están ya gracias al llano acto de haber existido.
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