viernes, 31 de diciembre de 2021

Abuelo

Recién muerto el dictador Francisco Franco fui a En 1976, cuando no quedaba del todo claro cómo se desharía España de la dictadura,
entré con mi hijo a la tienda a espaldas del departamento que recién rentábamos en Asturias, provincia norteña española.
Para el patrón éramos unos mexicanitos a secas, a quienes ganar como clientes imitando a Cantinflas, de modo que nuestra presencia no detuvo su charla con una vecina sobre la terrible herencia que BelarminoTomás, mi abuelo, dejó treinta y ocho años atrás.
Aquello resumía bien el dibujo que los franquistas provinciales había difundido sobre ese líder minero a quien el pueblo le encargó allí la gubernatura, durante la 

Guerra Civil, representación provincial de los males de la República, de los partidos y las orga
nizaciones obreras, a los cuales debió exterminar heroicamente por mandato de la patria y de Dios. 

Treinta años después escribí un libro sobre él, que sirviera al gobierno de la región para pronunciarse por terminar el silencio que se guardó para ocultar el pasado. Lo resumo aquí.     

jueves, 30 de diciembre de 2021

Pizarnik, MacBeth, Foucault, Schowb, Césaire, Zoroastro...

Escuché a Alejandra Pizarnik:

"Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones, en mis posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría.

"Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oír su canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto y me dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente)."

¿Qué la relacionaba con Doris Lessing?

"Ser rebelde lleva la vida entera,

borrarte los privilegios de la piel,
inscribirte en la soledad del desacuerdo,
dejar atrás a los usurpadores....
No hay premio a una rebelde
más allá de poder regar sus flores en el tiempo que apropia,
salir a dar de comer a las aves una mañana donde el capital devora,
sonreír con los dientes maltrechos ante la desventura del desayuno,
ser indigente en la casa que nadie sueña.
Las rebeldes saben de qué están hechos los premios,
rechazan los mendrugos que lanza la mano del opresor.
Una rebelde tiene como único premio la vida,
porque de ella nadie se apropia,
en ella nadie la usurpa,
porque es la única tierra propia de cada rincón donde duerme.
Su rebeldía alcanza siempre a cobijar el
desánimo del progreso
y si de paso una rebelde tiene la alegría
en soledad, ha vencido al mundo."

Luego fue Macbeth:

"Creí escuchar una voz que gritaba ¡No volváis a dormir,
que Macbeth mata el sueño! , el inocente sueño,
el sueño que teje sin cesar la maraña de las preocupaciones,
la muerte del ir viviendo cotidiano, baño de la fatiga,
bálsamo de las heridas de la mente, plato fuerte en la mesa de la Naturaleza,
principal alimento del festín de la vida."
También paseó por aquí Foucalt: 
"Las escuelas sirven a la misma función social que las cárceles y los psiquiátricos."
Y Marcel Schowb citando a su Monelle, que habla de la fidelidad al momento. 
Como siempre, Aimé Césarie remató:
"Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre
Es mío un hombre solo preso de blancura un hombre solo que desafía los gritos de la muerte blanca (TOUSSAINT,TOUSSAINT L'OUVERTURE) un hombre solo que fascina al gavilán blanco de la muerte blanca"

Entonces alguien introdujo a Zoroastro y el primer monoteísmo conocido.

Supe así que debía cuidarme de quienes remitían a la religión cuyo papel no tiene igual, según ellos.

¿Juego a la erudicción? Santa Utopía me libre, si apenas puedo con el a, b, c.

El abuelo y yo, les recuerdo, desesperamos por el fracaso en bajar a la región hindú en 1193 para seguir al Oriente profundo, hasta que me di cuenta: mi primer juventud pudo sobrevivir gracias a Vietnam y su épica, exitosa resistencia, y enseguida resultaría inexplicable sin la revolución china.  
Ando con él y nuestra Corte de medianoche y a veces en solitario, por entender. Esa es la razón, por ejemplo, de que paseáramos los orígenes civilizatorios guiados por una gran arqueóloga, para reivindicar a nuestra especie toda a solas bajo el cielo, construyéndose desde la nada.  

 

miércoles, 29 de diciembre de 2021

"La ira de Dios"

Les pido asomarse y nada más a dos videos y tenerlos presentes luego:



Se dice que el hombre más rico en la historia fue Jacobo Fugger. Podemos calcular cuánto significa eso recordando a los metamillonarios posmodernos, hasta rematar hoy con Jeff Bezos y Elon Musk. 

Fugger es una obsesión para nuestra Crónica interminable, cuyo año eje ubicamos sin dudas: 1492. Presumimos allí que el banquero y comerciante alemán estaba detrás de la conquista americana y ese semivaciamiento humano del África Negra a continuación. ¿A lo directo, con sus cuasi infinitos recursos invertidos en ellos? No, todo indica. Es lo que representa en una Europa a punto de transitar al mundo moderno, noción nacida tiempo después, como Renacimiento, Occidente y medioevo. 

Esa entidad cuyos orígenes están en el mesianismo judío volviéndose cristiandad latina con los Papas y Carlomagno, da entonces un cósmico, por completo inesperado salto, no importa sus grandes avances desde las Cruzadas: enorme crecimiento poblacional debido sobre todo a la roturación de bosques hasta ahí vírgenes, gracias a la vertedera que invierte el pan de tierra y los arados con rejas herradas; sistemas crediticios preludiando formas financieras; extraordinaria expansión comercial, paulatino desarrollo de auténticas universidades y el justiniano servilismo avanzando hacia su fin para desposeer por completo al campesinado.     

Según veremos, son veloces progresos que palidecen al constatar los producidos tras 1492, incluido el revolucionario quattrocento italiano de Leonardo, Miguel Ángel y muchos ilustres etcéteras, empujado por el humanismo con magníficos precursores: Dante, Bocaccio, Petrarca. 

¿Eran menores en su tiempo y siglos antes, los avances islamitas, por ejemplo, con Sa’díalShirazí, el Rubaiyat, Avicena, Maimónides, Ibn Jaldún y una larga, espléndida corte persa, judía, árabe, berebere andaluciana, mientras China no paraba de continuar un soberbio pasado?

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Los videos aquí al inicio, reuniéndose, pues solo así adquieren justa dimensión, indican y apenas eso, lo sucedido en la más desquiciante conquista jamás habida, que a una predación no comparable siquiera con la concebida por el mismísimo Ángel Caído, se da entre la demencial guerra de símbolos experimentada por los adelantados castellanos en el Cuarto Continente.

SIGUE          


martes, 28 de diciembre de 2021

La no autobiografía

 No me autobiografío, busco entre mi vida, aseguro en Desde la azotea, el cuaderno principal dedicado a ello, donde ejemplifico: papá aparece dos líneas y hermanos mayores y amigos de setenta y cuatro años se tratan, si acaso, como pretexto. A mamá recurro para ilustrar esto y aquello y a Uno, sin quien carezco de explicación, recurro realmente en una sola, críptica viñeta.

Si bien a veces paso la línea, sobre todo cuando aparece mi vejez. 

Van aquí algunas cosas:

El que apenas supo andar subió a la azotea de donde no saldría nunca, para en sueños hacer la vida entre los demás...

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En la azotea el canto de Felicitas, a quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta, descubre un valle distinto al que mis ocho años de edad revelan y construyen.
Las manos de la joven campesina se empeñan ágiles y sin pesares contra la piedra del lavadero y el correr del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo con ello la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.
 

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Cuando preguntan por mi oficio siento la tentación de responder con una lista. De atreverme la defendería de las risas probando que el cultivo convierte en eso a llanos actos o estados: andar por ahí a la manera de los más, cojeando; mirar hacia fuera y hacia adentro, por obligación antes que por voluntad, sin mayor aprendizaje pues lo hago perdiéndome en lo mirado. Y así.

Al final y sólo al final iría lo que se relaciona con la bolsa del mercado.

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Por buenos motivos obsesionado con su historia trunca, durante mucho tiempo papá tuvo fama de darle la espalda a la fortuna, y se negaba a cobrar favores a un grupo de empresarios. Ellos, bastos hasta extremos inconcebibles, en agradecimiento le hacían los más absurdos obsequios: una caja fuerte, una mesa reglamentaría de poker…
Cierta vez un espejo que se me volvió adicción. Torpe en cualquier materia hogareña, mamá lo colocó a la primera luz a mano y no a la del norte, ducha en ocultar imperfecciones, según sabían las familias de bien. 
Aun así era tan bueno y, por tanto, generoso, que ni heridas y ásperos regaños por rasurarme en la pequeña biblioteca-sala de costura ayudado con el agua de un pocillo, me expusieron en adelante a la vulgaridad de sus congéneres, y nunca salí más a la calle sin un buen baño en aquel reconfortante brillo.
De ese modo inicié la profesionalización en el tema, seguro de que si el día flaqueaba no importa dónde, con entrar a una cafetería, una tienda, un hotel, elegantes, las cosas volverían a su falso, tranquilo lugar. En la profesionalización vino la tortura, porque la formula se invertía directa, proporcionalmente, con esos espejos andantes que son mis iguales: cuanto más prósperos ellos, peor mi reflejo.
Tortura, digo, no por el rechazo en sí mismo, del cual me congratulo, sino por la mortal trampa en que caí: visto con desprecio por la gente fina, fuera de casa la droga se volvió innacesible. En concecuencia la calle devino en vía crucis. 
Estoy tentado a tocar a la casa en que ahora vive un sobrino, para desatendiendo las consecuencias terminar a hachazos con el culpable de mi triste destino.

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Nos resta un buen trecho por andar, jefecita, del brazo y por la calle, no en son de novios sino de compañeritos, que el Edipo lo cumplí con las abnegadas sierras del Ajusco y Guadalupe -si supieras lo que soportaron esos cerros, lo que soportan: miles de siglos renunciando a su majestuosidad para recibir con amor el asalto de pobres casitas hasta la coronilla.

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El viaje a la ciudad cosmopolita por excelencia, quitadas las liviandades referidas y sumando grandes anécdotas en encrucijadas, fue un inmejorable golpe que al regresar me permitió ver al falso barrio bohemio y mis devaneos tal eran: fallidos, torpísimos intentos de nada (...) 

Contada así la historia es justa y está medio muerta sin embargo, al no recoger lo que transcurría por dentro. Traigo a cambio el demencial momento en que recién llegado entré a casa de mis padres. Todo me resultaba pequeño, ruin, desolado, digno del olvido que la mínima justicia impedía, pues si algo había era un alboroto de cuerpos abiertos de par en par por terribles infortunios personales y sociales. Y con él, la riqueza humana que había sido incapaz de asimilar y estaba sin embargo en mis huesos.
Contaminado por la frivolidad del viajero moderno, olvidaba que no hay modo de aprender los kilómetros a miles pues, sabios, los sentidos y la mente son perezosos, y enceguecía  también acercándome a una cultura cuya base está en negar el pasado, propia del éxito. 

En tales condiciones qué trabajo me costaba emular a Lumbardo el de la rifa del auto, organizando una más modesta aunque suficiente para poner pies en polvorosa de mi vida anterior -creía yo, y por ventura eso era imposible.
Desde el más elegante de ellos, frecuentado por empresarios y políticos, una recién ex Miss Ciudad de México me sonreía. Fui a su mesa, preguntó si quería cenar, a lo soberbio respondí:
-Desde luego pero no será con el dinero que no tengo- y dijo:
-Espera- volteando hacia el vecino enfundado en un magnífico casimir inglés y zapatos con precio de cuatro cifras, a quien llevaba rato encandilando con la mirada. El tipo cambio de mesa, pedí todo lo más caro mientras ella le entornaba la pestaña y me acariciaba la pierna, y una vez satisfechos nosotros dos:
-Toma tu palmo de narices, mi ejecutivo rey.
 
 
 

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No hay día sin que escuche a Bob Dylan de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y salir de inmediato por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o desviándose hacia un valle en cuyo fondo se guarda la más misteriosa mujer, ante quien rendirse sin esperanza.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una...

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Pura impresión soy y no hay minuto del cual salga sin cabos de cuerdas que no sé dónde atar. En pedazos vuela el mundo apenas lo toco y llueve luego dejando alrededor un campo de batalla en abandono. Entre el lodo un trozo de nube reta al entendimiento. Le dedico la más amable de las sonrisas y echo andar incapaz de un grito o una pregunta.
Recuerdo entonces la estampa que recoge un escritor aterido no de frío sino por las calles de la ciudad entonces del abuelo, mamá, papá, la abuela: una mujer recoge el cuerpo de la hija y mientras se esfuerza por unirle el brazo, entre los escombros busca con desesperación la cabeza, para negar los últimos diez minutos.
Quitado el dolor que fulmina, soy ella repitiéndose cada día. 

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Como esto se trata de una probada más o menos al azar, paso a mujeres que me hicieron el favor:

   

lunes, 27 de diciembre de 2021

Cuadernos. El no libro. II

Dije 2004 y debió ser 2003, si bien...

Marzo 17, 2003. "Fue un ultraje, una obscenidad. La mano cortada en la puerta de metal, el pantano de sangre y lodo al otro lado de la carretera, los cerebros humanos dentro de un garaje, los restos incinerados y esqueléticos de una madre iraquí y sus tres hijos pequeños en su automóvil que todavía humea.
"Dos misiles de un avión estadounidense los mataron a todos: según mis cálculos, más de 20 civiles iraquíes, destrozados antes de que pudieran ser 'liberados' por la nación que destruyó sus vidas. ¿Quién se atreve, me pregunto, a llamarlo ´daño colateral´? La calle Abu Taleb estaba llena de peatones y automovilistas cuando el piloto estadounidense se acercó a través de la densa tormenta de arena que cubría el norte de Bagdad con una capa de polvo rojo y amarillo y lluvia ayer por la mañana.
"Es un barrio pobre, en su mayoría musulmanes chiítas, las mismas personas a las que los señores Bush y Blair esperan con cariño se alzarán contra el presidente Saddam Hussein, un lugar de talleres de reparación de automóviles empapados de petróleo, departamentos superpoblados y cafés baratos. Todos con los que hablé escucharon el avión. Un hombre, tan sorprendido por los cadáveres sin cabeza que acababa de ver, solo podía decir dos palabras. ´Rugido, flash´, seguía diciendo y luego cerró los ojos con tanta fuerza que los músculos se ondularon entre ellos."

Con ese reportaje mal traducido, Robert Fisk se inaugura en un periódico semanal partidario cuyos ciento diez mil ejemplares se distribuyen por nuestro Distrito Federal. Lo dirijo como la oportunidad a disposición para reditar mi viaje de 1970-71. 
Él y el Nuevo no me necesitan más pues criados a conciencia vuelan solos temprano y la amena estancia entre clases medias, que trajo a T, M y su etcétera femenino, rematado en fiestas, salones de baile, dominós con mujeres cuyo reto vence a cualquier hombre a mano, puede terminar. 
Sigo viviendo en el departamentito que producía ascos en los funcionarios públicos de orígenes populares, preparados para eternizar sus muy remunerativos cargos, entre mecánicos y hojalatateros a quienes sirvo de orgullosa mascota, y dos o tres días por semana veo a Rosario, la dirigenta sindical que culminó mi formación en perspectiva de género y me acerca ya al prometedor movimiento maquilero norteño.
Digna Ochoa murió meses atrás con un balazo en la sien izquierda, siendo ella diestra, y el gobierno obradorista le niega todo derecho póstumo declarándola aviesa suicida, para evitarse chocar con los servicios de inteligencia militar. No sé cómo eso marca un antes y después, confiriendo a narcos, fuerzas armadas y policías un papel privilegiado en los planes del Estado ni que pronto haré un libro al respecto.
Falta nada para que esfuerzos de tres años se tiren por la borda y el PRD (partido parlamentario de izquierda) continúe con su estructura territorial-electoral, en la cual se apoya el nefasto aparato creado desde 1989. Y no será porque a Rosario Robles, muy posible, próxima, primera presidenta nacional, le descubran un bochornoso proceder que la relaciona con poderes formales y fácticos (Fue cegada por el amor, dirán ingenuamente).
En 2004 otras sindicalistas, ahora estadonunidenses, me mostrarán cuánto su pueblo está entre los caídos del macabro plan Bush-Cheney, que marcará el futuro. 
Para ese momento el desliz con los perredistas será historia y desde Reynosa, Tamaulipas, escribiré (tras la crónica van apuntes para el guión del documental realizado):

Maquilas
De lo sólido que se desvanece en el aire 

“Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo (…) Cierras los ojos un momento, o te das vuelta para mirar a otra parte, y aquello que tenías delante ha desaparecido.”
La novela de Paul Auster vino a la cabeza de uno al inicio de la reunión anual de la Coalición Pro Justicia en las Maquiladoras. Y con la novela un libro de ensayos de Martin Berman: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La novela y el libro se escribieron en los 1980, durante los inicios del proceso mundial que trajo a México, ya en cascada, las plantas a las que buenos motivos se les niega el nombre de fábricas y cuya tardanza en aparecer a la vista inquietaba ahora, en el paseo que nos daban en un camión y un microbús.
Era el tercer día de descubrir un mundo en el cual se revela descarnadamente lo que mueve al mío. Pareciera tenerse tan poco en común con la vida cotidiana de estas mujeres, sobre todo, y de estos hombres, como las de ell@s entre sí: trabajador@s de las maquiladoras del norte, oaxaqueñ@s y chiapanec@s que apenas empiezan a toparse con ellas, y activistas sindicales, religiosos y de causas ciudadanas de Estados Unidos, Canadá, Honduras, República Dominicana, Holanda, Corea…
Poco tengo que ver en apariencia, pero se diría que mis quejas de todos los días, las de mi hijo mayor y los amigos, las que escucho o presumo en el Metro o en la calle de la ciudad monstruo de donde vengo, aquí anuncian sin dudas, y no sólo sospechan a lo vago, un destino sobrecogedor. Por eso la novela de Auster me anda por la cabeza con sus visiones de futuro en las cuales el presente se proyecta y se revela.
Desde el camión y el microbús que nos llevan a la visita al parque industrial, las extraordinariamente dispersas orillas de Río Bravo, Tamaulipas, improvisada como ciudad justo durante las últimas dos décadas, quedaron unos diez kilómetros atrás y no topamos sino la pobre hierba tropical que permiten los arenales de la región. El llano tiene un aire no de campo sino de lote baldío, que reconoce cualquiera que haya nacido en las afueras de una urbe, enfebrecida por crecer. Un lote baldío inmenso.
Por una interesante serie de motivos, las zonas fabriles se levantan siempre en lugares retirados, pero esto es un exceso inexplicable incluso considerando la presencia de Reynosa, la ciudad contigua. ¿Por qué aquí las colonias obreras no crecen cerca de las plantas, si de seguro nadie espera fraccionar para gente de mayores recursos estas tierras flacas? ¿Hubo quienes creyeron en una proliferación sin fin de las “golondrinas”, como pronto llamaron a las maquilas?¿O fueron las protestas de los primeros años por sus efectos sobre las comunidades, las que crearon este colchón?
La Coalición se originó en una reunión celebrada en 1989, que resultaba de la angustia y de un una cierta dosis de ingenuidad: la libertad irrestricta del capital, de la cual eran producto los acuerdos comerciales que conducirían a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), podía frenarse. Las fuerzas que se reunirían para ello no eran despreciables: las dos mayores centrales sindicales, grupos ecologistas y comunidades de numerosas las Iglesias cristianas, algunas con acciones en empresas trasnacionales. Todos ellos de los Estados Unidos. De México asistían trabajador@s de las maquilas, a solas o en pequeñas organizaciones.
Para entonces General Motors, Johnson and Johnson, ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones habían montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de empleos se perdían en Detroit, Chicago, etc., y poblaciones de la franja próxima al norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de enfermedades degenerativas relacionadas con tóxicos.
En Brownsville se seguía con alarma la forma en que en Matamaros, a tiro de piedra, la llamada Hilera Química arrojaba a las corrientes de agua cantidades de xileno que rebasaban 53 mil veces las normas ambientales, y el pentaclorofenol, un célebre cancerígeno, andaba libre por el viento. Al cabo de dos años en la población texana se registraban 36 casos de niñ@s que nacían con cerebros incompletos, y los abortos indeseados advertían convertirse en tema de todos los días.
Allí mismo y en otras ciudades de Texas, de Nuevo México, Arizona y California, los centros maquileros de Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Nogales, Tijuana y demás, las emisiones del propio xileno, de petroleum, de naftalina, metileno, etilbenzeno, cromo, plomo… alcanzaban proporciones de hasta 250 mil veces por encima de los estándares aprobados, y aumentaban los enfermos de lupus, leucemia y otros cánceres.
Si las organizaciones de los Estados Unidos representadas en la Coalición que se formalizaría en 1991, aspiraban a detener el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían actuar más allá de la frontera, donde por lo obvio la historia se repetía geométricamente, de modo que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en Mamamoros, Nuevo Laredo y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo diez tantos más: 360.
En esa misma zona de Tamaulipas cientos de miles de personas, en buena parte llegadas del centro y el sur de México, vivían condiciones que en la gigantesca capital del país sólo quienes habitaban en las proximidades de los tiraderos de basura podían imaginar: ríos y arroyos que traían muerte, lodazales que no había modo de evitar y que producían un rosario de enfermedades, y una miseria detenida un momento antes de estrangular únicamente porque a cambio del magro alimento y las casuchas de cartón y lámina, se dejaban cachos de manos, brazos, pulmones, y se contribuía a un régimen en el cual años después Ciudad Juárez descubriría la intimidad del mundo de mujeres alentado por las maquilas: unas 400 jóvenes violadas, torturadas y asesinadas, y decenas de miles objeto de acoso sexual, cumpliendo en un número significativo el papel de madres solteras.
Las imágenes de la novela que poco antes, en 1987, Paul Auster publicaba, parecían una fantasía del horror: “cada día se produce un cataclismo”, “hay personas tan delgadas que a veces se las lleva el viento”, hay clandestinas carnicerías humanas y sectas llamadas de “los perros” o de “las serpientes”, según la forma de vivir a rastras, sin levantarse jamás, confiando en redimir así el pecado y detener la desgracia.
Pero el país detrás de estas imágenes resultaba familiar para la época: seres humanos trabajando a comisión como pepenadotes de desperdicios, por ejemplo, que por las noches espantaban el frío cubriéndose con periódicos en edificios semiderruidos, parques y estaciones de Metro.
En todo caso, ¿era menos absurda la historia de Tere, quien nos guiaba en el paseo al parque industrial, inutilizada del túnel carpiano de la mano derecha y de los tendones del brazo y el hombro del mismo lado, por quitar rebabas a cilindros para helicópteros militares en un movimiento repetido 870 veces por hora?
El parque industrial aparece al fin, y con su vista vuelan las animadas propuestas de los chiapanecos y la animada memoria de uno sobre las luchas fabriles en los 1970, en torno a manifestaciones, reparto de volantes, reuniones semisecretas en la esquina y demás.
Rodeado de nada, con una sólo acceso para vehículos vigilado por policías industriales, aquello es una virtual zona franca.
EL VIDEO. EMPIEZA CON MARTA HABLANDO, LUEGO SE LA DESCRIBE (LA MUJER, MARTA OJEDA, HABLA DESDE EL VOLANTE DE SU AUTO por LA CARRETERA ENTRE RÍO BRAVO Y REYNOSA. MADURA, morena, fuerte, bajita, extraordinariamente ENÉRGICA TODO LO HACE ASÍ, sobre el camino, como si el tiempo la persiguiera o anduviera delante de ella provocándola. Por eso no es fácil tratar con ella
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Mi viaje de regreso parecía pues cumplirse. Mafias y fuerzas públicas harían imposible el avance en las maquilas y México todo empezaría a ser una fosa común. No tuve arredros para eso y si primero fue servir supercialmente al Movimiento Indígena y Campesino Mesoamericano y luego ver la luz en el Frente Auténtico del Trabajo para al poco...
Así vine a dar a la nada que vadeo.

Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta:
Digo cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo pues te vi antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de una rama en la ventana, sin traducción para mí que estuve dale y dale intentando infructuosamente hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide ayuda para bajarte por la rampa, le contesto que puedo solo, advierte cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en nuestras voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás a tu manera.
Más de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando para contarte. La distancia no nos separa pues moro en ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y la terraza donde mamá te hizo un reino a modo.

Tiempo de caminar
Viejo, aprendo a escribir aunque siempre lo hice y desespero con las viñetas hechas como Dios les dio a entender:
Abrí los ojos y contra el zumbido telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos y azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de piña fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer, desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de la ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura, satisfecha. Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta, lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al despertar de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba llegando un amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual yo creía encontrar contagios de lugares mágicos que sentí perder y que así, en apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos para que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad pues no había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso. O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-, desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez, en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta, entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprensible, como entendí de nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad, que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas, preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él, el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa forma de estar que soportaba y entendía todo?
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Él, S y E, nietos, es el padre de ustedes, y la mañana a la cual acabo de referirme contenía cuanto se necesitaba entender. Vuelvo a ella una y otra vez en el cuaderno.
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Los agujeros sobre los que llamaba la atención de mamá aparecen recurrentemente en distintas formas:
En la azotea el canto de Felicitas, a quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta, descubre un valle distinto al que mis ocho años de edad revelan y construyen.
Las manos de la joven campesina se empeñan ágiles y sin pesares contra la piedra del lavadero y el correr del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo con ello la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.

Providencia
Agustín, a quien mucho después acompañaré a Aguas Blancas, espera sobre un lomo de la calle que libra los viscosos riachuelos de colores en mutación, contra un muro carcelario. Amparado en el borde de la esquina cree ocultarse a las miradas de la planta donde trabaja, una cuadra más allá, media hora después del cambio de turno, según propuso para evitar a sus compañeros.
Es la segunda vez que lo veo y confirmo la impresión original: la de un ser conmovedor en el esfuerzo por pasar inadvertido entre hombres que aprendieron muy pronto a ponerle cara a la ciudad y usan la rudeza y el humor filoso para defenderse de ella y apropiársela. Luego sabré que no se lo impiden el número de años desde salir del pueblo ni una posible falta de agilidad mental, sino el lugar que asumió en la familia. No hay contrasentido en su ansia de trascender, que lo acerca al Grupo.
El tono exaltado en el que vivimos se transmite de inmediato a las relaciones y en días nos volveremos íntimos. Lo sabemos en cuanto me descrubre y viene al encuentro entre la desolación de la calzada de gigantesco tamaño, con las vías del tren de por medio, que a un lado se abre a un fraccionamiento industrial y al otro a una colonia y al gran descampado con las montañas detrás.
El suelo de la zona se hizo doblemente magro al perder los sembradíos y los árboles, y nos convierte en un par de hombres en tierra fronteriza, como cualquiera al vértice de la gran urbe, pero a lo bruto, a la manera de todo lo que toca la industria.
Romanticismo puro, pues, de miasmas penetrantes y un silencio mortuorio tanto mejor revelado cuanto más lejos se está de las máquinas, hechas rumor por las gruesas, altas paredes que parecen heredar las de las viejas haciendas.
Cruzamos la calzada rumbo a su casa como en un juego, él siempre procurando la izquierda para mirar con el ojo que le sigue sano a los veinticuatro años, y yo en busca del que en el iris se llevó un bicho salido de la carne muerta de la empacadora donde trabaja desde casi niño. Porque en ése es donde está mi futuro compadre. Allí su melancolía sin remedio, bella, contagiosa, que rima con el paisaje y nuestros días.
En el fraccionamiento de las fábricas, las larguísimas calles sin reposo al sol y la lluvia, desiertas a las horas en las cuales suelo llegar, por tan hostiles al principio parecen cada vez más cálidas, pletóricas de vida que se trasmite de las plantas: tinglado mecánico con mucho de infernal y mucho de entrañable para quienes hacen de él su vida. Los aromas aplastantes, en ocasiones nauseabundos, vividos por unas horas y no como permanente suplicio, y las chimeneas despidiendo gruesas volutas en mil tonos de grises, no hacen sino completar la sensación de ser parte de una novela o una película. De serlo entre el orgullo de pasar como uno más ante el guardia de seguridad, el policía, el administrador que cruza en su auto, y el creciente número de saludos y charlas al paso, la picaresca a la salida de la fábrica liberada, en palabras y toqueteos de machos divirtiéndose; de partidos de futbol y tandas de dominó y baraja para hacer de las huelgas fiestas; de breves discursos un autobús tras otro, venciendo el anonimato del espacio público, que no debe pertenecer a nadie y así se humaniza; de momentos épicos que para mí encarnan un poema: Masa.
De serlo prometiendo que cada día habrá más y mejor de eso, de los hogares y los billares y los peliagudos expendios de alcohol compartidos. Con Agustín, quien se ensancha a la par de mí, comenzando por esta tarde, cuando está a punto de hacerme parte de su familia y no sé cómo agradecérselo.
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El departamento donde Él y la Ella ausente estaba traspasado por la pérdida del mundo en que el compadre me introducía bien a bien.

La crónica interminable

-Continuemos, anda.

-Espera, déjame presentarte a alguien.

Derzú Uzala es un cazador henzhe de los bosques al extremo siberaniano que alcanza China. Su bella humanidad está sola en la tierra, pues mujer e hijos murieron hace tiempo, víctimas del sarampión. Hermosa también parece la que encarna Li Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo vuelven anciano en esa espesura contigua a las estepas extendidas hasta Arabia y Turkestan.
Paro. Quería solo señalar hacia ese vasto, único gran continente que no tocamos todavía.  
 
El Sostén del Cielo y sus cenizas
Les recuerdo que el eje de esta crónica es 1492. Nace entonces cuanto está relacionado con la modernidad: un colonianismo cuyo único móvil reside en expoliar, destruyendo sin merced todo lo que se le opone; Occidente como noción suprema, los orígenes del capitalismo. Lo escarbaremos poco a poco y mientras sigo mostrándoles sus alrededores y víctimas, ahora norteamericanas, que forman parte del universo mesoamericano en regiones externas.
El personaje que nos guía es James Taylor, primer comandante general del ejército estadounidense que en 1846 invade México, quien luego presidiría el Capitolio.

En 1763 el jefe Pontiac y sus médicos-profetas recibían el mensaje del Amo de la Vida y lo lanzaban al viento: los blancos no son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso liquidarlos. Pero veinte años después sus palabras no habían alcanzado el nuevo reto que se abría a la colonización, donde se instalaron los Taylor. Qué de extraño. El de los indios de Norteamérica es un mundo. Un mundo de leyes particulares, con su par de continentes separados por el río Mississippi, y sus países a montones.
Pontiac había hablado desde la nación de los Ottawas, hacia los Grandes Lagos donde se fijaría la frontera de Canadá. Allí donde mucho después la memoria aseguraría que el primero de los hombres debió vencer a gigantes y magos, al espíritu de la noche y a una corte de demonios, duendes, brujas y caníbales. Lo aseguraría sin saberlo a lo cierto, pues pasada la mesiánica rebelión no quedaría siquiera lo suficiente para crear una reserva y las viejas leyendas serían una confusión de estampas desdibujadas por los años y de exóticas interpretaciones blancas. De qué manera saber así, por ejemplo, cómo era en verdad Gran Conejo, su magia y los prodigios de los espesos bosques que recorría a saltos de kilómetro.
En todo caso el país de Pontiac, a pesar de su vida aldeana y sus campos de maíz, comunes al conjunto de los pueblos al Este del Mississippi, estaba a una gran distancia física y mental de las naciones cerca de las cuales crecería Taylor. En particular, de los últimos hijos naturales de los Apalaches, los cheroquies, que habían sido amos de los enormes territorios que caen a un lado y a otro de esas montañas. Una nación que descendía de la gran cultura que cuatro siglos antes de la llegada de los europeos había florecido en los campos del sudeste: la de centros de incipiente vida urbana, con sus plazas, sus templos ceremoniales y sus residencias para las elites, en torno de los cuales se desgranaban las aldeas y las huertas irrigadas.
       A diferencia de la mayoría de los pueblos de Este medio norteamericano, ellos apenas hacia mediados del siglo XVIII habían enfrentado el gran choque con los extraños. Eran extraños absolutos, no comparables ni con los nómadas del país fantasma, la Tierra de Sombras del Oeste, justo tras el sagrado Mississippi, que según una leyenda descendían de la tribu que se negó a seguir los consejos del dios fundador vuelto hombre y no conocían el cultivo de las plantas, los secretos de los cestos o el favor de las plegarias.
       Los otros, cósmicos forasteros venían de más lejos todavía que el Galun´lati, el confín al cual fue expulsado Uktena, el monstruo del agua, haciendo vacilar las historias de los ancianos. Pero los cheroquies trataron con los blancos y buscaron sacar partido de la situación, vendiéndoles los derechos de una buena parte de sus campos. ¿Por qué no si a pesar de la constancia secular de su vida aldeana, de sus cultos y divisiones del trabajo, igual o mejor que cualquier otro pueblo indio se acostumbraron a los continuos e imprevisibles reacomodos de un mundo donde la vida sedentaria se ensanchaba o estrechaba de súbito y las migraciones eran un fenómeno estructural?
       Cerca de los años mil ochocientos no sólo cedían las tierras de Tennesse y Kentucky, cuya administración se encargaba a Taylor padre, y sellaban pactos con los recién llegados. Atendían a sus pastores de almas, tomaban su alfabeto para darse una lengua escrita, hacían alianzas matrimoniales con ellos y abrían espacios para la plena propiedad privada que, en unos cuantos radicales casos, permitían crear estancias trabajadas por esclavos negros.
       ¿Había pecado en ello? ¿Olvidarían de ese modo que todo comenzó cuando la tierra se desprendió de las cuerdas de cuero pendientes de los costados del cielo y las enormes alas de un animal salido de las aguas donde la vida se había refugiado, crearon como sin querer, del lodo, las montañas maravillosas reservadas para ellos? ¿Renunciarían al sol concebido como mujer, al consejo de los sueños, al parentesco con Abuelo Águila y Abuela Araña, al conocimiento de Hombre Pequeño, capaz de transformar a los hombres en serpientes, de mover estrellas, de atemperar la luz o los vientos?
El hecho es que menos de cien años después no pueblan ya las ricas tierras aquéllas y no viven en pacíficos asentamientos agrícolas, sino en la América Árida a un lado y otro del Bravo, la región más lóbrega del País de Sombras del Oeste, y se especializan en feroces incursiones contra los blancos.
Eso, su presencia en estos lados y su belicosidad, quizás sorprendería al Rudo y Listo Viejo. Eso y nada más, ya que la primera parte del exilio cheroquie el general la conoce de primera mano: lo llamaron Sendero de las lágrimas.
-Juraría que Howard Fast recogió la historia y no encuentro nada.

-Es impresionante la obra de ese hombre y toda sirve a nuestro propósito.

Lo individual y lo colectivo

Sumo dos viñetas interelacionadas:

Andar

El carrín, según se dice en estos lugares a diez mil kilómetros de nuestra ciudad, es de Encarna, la entrañable peluquera. Lo maneja su adorado Marcelo, minero que se hizo mil usos de la albañilería, y en los asientos traseros voy con el Roxu, pequeño y rubicundo, cuyo brazo izquierdo vacila en el recuerdo o la imaginación desde la voladura de una pared rocosa en los pozos de hulla que a los catorce años el abuelo hizo su hogar.
Subiendo las montañas una penosa curva tras otra el motor tose justo como un minero silicoso, y la densa niebla alrededor contra los grises macizos de los Picos de Europa es melancólica dulzura transmitida por los ojos y comentarios del Roxu.
-Qué hermoso ye estu –dice en la tierna habla regional, donde por contraste todo es a tajos, a palabras gruesas, en un volumen brutal para oídos de extraños, Ohsis.
Vamos tras el rastro de Belarmo, un poco contra mi voluntad pues tengo la cabeza llena de historias sobre los del llano y del monte, sucedidas tras la marcha de él.
Kilómetros atrás pasamos el pueblo de José Mata y Pepe Llagos. Al primero lo busqué antes de venir aquí. Vive en otro país, jubilado por la mina donde trabajo desde 1948, fecha de su rocambolesca fuga con un centenar de socialistas de ambos sexos, que el abuelo contribuyó a organizar. Allí me contó la historia de los fugaos; de quienes por miles se echaron a las montañas para escapar a las siniestras columnas que tomaban ese último bastión de la defensa de un sueño.
Todo dijo a la grabadora por la confianza en mi familia, y mucho pidió callar pues las heridas no cerrarían jamás.
Luego encontré a Llagos en la aldea de la cual no salió. Tenía dieciséis años cuando la derrota y la escuetísima experiencia política no le impidió encargarse de lo que nadie más podía: los restos de su organización política en la cuenca del río cuyo curso seguimos ahora. Pasarán tres décadas para que conozca a un hombre más roto que él, el de La piedra, de quien hablaré después.
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Él, que nació año y medio atrás, quedó en la ciudad frente al mar adonde llegamos hace poco. Quedó con Ella, quien ya está y no, pues de exilio cuanto hay en el cuaderno, el suyo inició sin saberlo.

Aparta de mí ese cáliz

No tolero la serie española que rompe ratings presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no se andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, entre 1976 y 1977. Rumbo a Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar estaba presidido por una pareja que convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del nunca suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No creo en la existencia de gente tonta, pero como toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla. Debía medir 1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60, sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al tórax lo coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar el papel de un hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de gran éxito, a quien todos daban de coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-. Pero al llegar a casa era tan Dios como el que más.
El reinado familiar de la pareja tenía su más palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo, pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto, con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero nunca cómo saldría.

O como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios. 

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¿Cómo se elaboró la vida íntima en la España franquista? En Asturias, por ejemplo, donde al final de la Guerra Civil tras las más duras columnas franquistas arribaron misioneros hasta un minuto antes en pía obra en África.
Los religiosos debían contribuir a extender el manto negro sobre la región, en la que a comienzos de los años 1940 por las noches se puso a circular una “fantasma”. Parecía mera leyenda para dar a la noche el aire sobrenatural que se debía, colaborando al cumplimiento del toque de queda. Lo parecía, hasta la justiciera mañana en la cual los fugaos resolvieron cortar por lo sano y dejaron a la entrada de un poblado el cadáver con fantástica capa encima, del capitán de la Guardia Civil que se divertía asustando al vecindario.
Los fugaos eran los del monte y esas líneas continuaban con la sexualidad de tres mujeres, elocuente demostración de la negrura de treinta años que empezaron así:
Primero encontré a Vega, el más adelantado de los estudiantes de química en el Gijón de 1939, convertido en fotógrafo en una distante aldea a la que se lo destinó con claras instrucciones de no ejercer nada parecido a su trunca profesión.
Luego fue Llagos. Con dieciocho años a la caída de la Republica, en su aldea debió asumir la dirección del PSOE, desde luego encubierta, lo cual, claro, es un decir. No tuve una relativa clara idea de cuánto había sufrido el hombre hasta hacer migas con Marcelo.
En el libro sobre el abuelo va este apretado resumen de los años 1940:
Enfermeras y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del gusto por el poder convertido en deseo, luego asesinados, como adelanto de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las horas…
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero, el aún más o menos joven poeta, decía:
Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
Damaso Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”
Lejos de allí otro poeta escribió antes de la desgracia:
"España, aparta de mi este cáliz
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!"*

* César Vallejo. 

Red de agujeros

“Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora”, dice el Chilam Balam de los mayas. “¡Castrar al sol!, esto es lo que han venido a hacer los extranjeros”, advierte un poema mexica, y otro: “¡Déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto!”
      Un historiador se asoma al significado de esta caída de los dioses que desquicia el orden universal. El tiempo se vuelve loco, en palabras del propio libro de los mayas, y se produce un “cataclismo total”. De arriba abajo el mundo de los pueblos de Mesoamérica estalla, comenzando por su sistema calendárico que al destruirse contribuye quizá como ninguna otra cosa a acentuar “en los vencidos la sensación de orfandad”, de orfandad absoluta. Porque en él se “articulaba el tiempo con el espacio, y a ambos con el acontecer terreno, con la vida y el destino de los hombres”, cuyos actos, uno a uno, así “los relacionaba con el equilibrio cósmico y con las fuerzas divinas que los gobernaban”. Los indios, arrojados “a un espacio y un tiempo sin sustento”, perdían pues “el hilo de fuerza que hasta entonces conectaba el pasado en el presente y proyectaba a su vez el presente en el futuro”.
      Así de total, de sin retorno, era el fin de un complejo universo construido a lo largo de miles de años. Sin embargo, asegura el historiador, desde muy temprano los mesoamericanos intentaron rehacer un discurso histórico que ahora necesariamente tenía en su centro el arribo de los españoles. Eso era, a final de cuentas, el Chilam Balam mantenido en secreto hasta este siglo XIX: un esfuerzo por preservar y transmitir el pasado, que otros imitaron con “sistemas ocultos, subterráneos, a menudo disfrazados por ropajes cristianos, o herméticamente encerrados en el idioma y las prácticas secretas de pueblos reacios al contacto con los europeos”.
Fragmentándose y recomponiéndose entre nuevos pequeños cataclismos, las comunidades se recontaron en una “mezcla de tradiciones indígenas y españolas que sin tener la coherencia de los antiguos anales históricos, era un vehículo poderoso para mantener la coherencia de los pueblos”. Una de ellas, de acuerdo a varios estudiosos, pareciera servir como el único gran elemento de cohesión para los habitantes del México de 1847.
Un siglo después de la conquista, cuando la población indígena ha llegado a su punto más bajo, los descendientes de Cortés se deciden a darse un sentido de pertenencia. Debe ser un sentido de pertenencia que no dependa de deudas con España, y de ese modo, reinventándola, hacen suya la antigüedad mesoamericana o más bien propiamente azteca y buscan señales de la presencia del Señor en estas tierras o de su designio sobre ellas, anteriores a la llegada de don Hernán. Como la factible venida de Santo Tomas en la forma de un recompuesto Quetzatcoatl.
Nada en este propósito se acerca al culto a la virgen de Guadalupe, a la cual sor Juana Inés de la Cruz parecerá entender de una conmovedora manera:
De hermosas contradicciones
sube hoy la Reina adornada:
muy vestida para pobre,
para desnuda, muy franca...
Del Cielo y tierra extranjera,
en ambas partes la extrañan:
muy mujer para Divina,
muy celestial para humana...
La Señora de México es santificada por los criollos a partir del trabajo de un predicador y teólogo que recoge las averiguaciones hechas en los años 1530 por los primeros evangelizadores, sobre la revelación de la Virgen a Juan Diego.
Este gran culto que funda la conciencia criolla de patria de los criollos tiene su origen, pues, en una devoción creada y desarrollada por los indígenas a lo largo de cien años, tal y como temía aquélla temprana generación de misioneros, quien encontraba en las manifestaciones de 1531 “una de las cosas más perniciosas para la buena cristiandad de los naturales”, viendo en ella la regeneración del espíritu religioso pagano, en tanto claro “riesgo de confusión entre la figura mítica de Tonantzin –diosa madre mexica- y la Virgen”, que “debía ser evitado a toda costa.”
Para los pueblos la irrupción de la figura guadalupana se convierte en el modelo más generalizado de una tradición de apariciones “en las cuales depositarán sus anhelos de identidad, autoafirmación y justicia”. Y en este “mecanismo de apropiación de los símbolos del conquistador”, lo que va es la “revitalización de las pulsiones religiosas indígenas más profundas”, impregnada de “cultos a la naturaleza, númenes, naguales y dioses” precortesianos, envueltos en “profecías mesiánicas y apocalípticas”.
Ella inaugura una serie de expresiones de la Virgen que sustentan la decisión de las comunidades a exigir un lugar en el mundo. Entre 1709 y 1712, por ejemplo, se prodigan en los Altos de Chiapas. La que en Zinacantán despide rayos luminosos dentro de un palo, la Santa Marta aparecida en una milpa en Chenlho, la que se muestra a María de la Candelaria en Cancuc, ordenan construir santuarios y obran milagros -tallas que sudan, lloran o se iluminan-, “para ayudar a los indios” protegiéndolos con la confabulación de fuerzas sobrenaturales -terremotos, cielos y ríos que se precipitan-, a fin de sacudirse los tributos, al Rey, al clero, a los españoles todos y a Dios mismo si es preciso, y crear una nueva Iglesia y un nuevo reino.
Desatendida la Virgen, desatando la violencia de obispos y magistrados, el supra y el inframundo del cual para los pueblos originarios es ama, se agitan y con los años hacen erupción en Yucatán, en las estribaciones del Popocatepetl, en los pueblos de Tulancingo, donde ella hincha el alma de los escogidos -un anciano, un joven labrador, un pastor- dotándolos de habilidades para destruir murallas o balas de cañón y ungiéndolos como reyes o profetas, de modo de que encabecen movimientos para revertir el cataclismo y que el pasado vuelva.
Estos movimientos de la segunda mitad de los años mil setecientos parecieran presagiar el fin de la Corona española, que empezará a ser realidad con la insurrección de Hidalgo, a la cual entregan sus hombres y mujeres, sus secretos y su gran símbolo: Ella, quien los ha guiado y sostenido durante tres siglos, en la forma de su primera develación, de piel quemada y con el nombre de Guadalupe. Ella, esa Virgen del estandarte que va a la cabeza de los sublevados de 1810, cuyas hermosas contradicciones cantadas por Sor Juana llegan a tanto que puede ser a un tiempo india y criolla.

Ultima Función y La Pasión Según FB

Intento equilibrar temas. Mal puedo. ¿Me permitiré ahora exhibir lo más mundano en mi vejez, entre entrañable y frívolo? Pruebo. 

Los últimos años me costaron mucho trabajo. Podía desaparecen sin que me echaran en falta o incluso con la aliviada respiración de los otros, que temían cargara sobre sus espaldas.
Una vez demostrada mi capacidad para sobrevivir y algo más, me retiro. Parto, pues, como digo al principio, por un agujero en nuestro país de misterios y hacia el primer día. Estar y no haber sido donde se anduvo: el lugar "lleno de ruido"; qué grande eso.
A 6 de marzo de 2016, firmo moviendo la cabeza a lo péndulo pues mañana lunes haré nuevamente el tonto en público. Ya no basta con ser sombra.
En fin, empecemos el dichoso cuaderno: 
Cuánto cansa la pasión amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.

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Son ustedes, E y S, u Ohsis, como también los llamo, con quienes fui al parque, y para entonces había hecho una viñeta sobre nosotros.
 

Que no eran dos sino tres (2011)
Cuando nacieron empecé para los nietos lo que en este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veía casi sin falta las tardes de lunes a sábado, algunas noches quedaba a dormir con ellos, y escribía y escribía en el cuaderno.
De todo contaba al futuro de los piojos: lo que hacían, la colección de orates que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que las visitas debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
Nietos, dije, y no. Sus jefes no saben, pero no les salieron gemelos sino triates -bueno, a su pa no debería extrañarle: ya a ratos había cumplido el papel conmigo.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-Date de topes contra los postes, por fa, abuelo, es muy chistoso.
Finísimas personas ellos.
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A sus dos años y medio fue mi viaje con el abuelo.

Maletas (2008)

-¿Estás loco? ¿Qué coño vamos a hacer allí?  

-¿Pensaste alguna vez en venir a México, abuelo?
-No.
-¿Y no es genial el país?
-Pa enredarme se necesita uno mil veces más listo que tú, crío.
-Jejeje.
-¿De qué te ríes?
-De tu insistencia en llamarme crío cuando tengo casi siete años más que tú.
-Sí, pero para mí siempre serás eso. Para mí y para cualquiera, que parece que sigues jugando en el arenero.
-¿Me pasas las camisas que están sobre la cama?
-Si piensas que ya me diste la vuelta, estás más loco que una cabra. Y mira el desastre este. ¿Así se dobla la ropa? Cago en Dios. Y para de reírte o te meto un carrujo de dinamita ya sabes dónde. ¿Y si te digo que no voy?
-No bromees.
-Qué río Níger ni qué ocho cuartos.
-Pues te quedarás como los patitos.
-Déjame de patitos. ¿Cuáles patitos?
-Los de la canción: comiendo mosquitos.
-Vete a tomar por culo, queridísimo nieto.
-¡Abuelo!, jejeje.
-¡Vecino, llegó el taxi!
-Ya está la maleta.
-Ni sueñes que me has liado. ¡No voy!
-Pues no te creo.
-¿Ah, no?
-No me dejas ni aunque vuelvan a convocar a la revolución.
-Exagerao.
-Piénsalo dos veces: un río de misterios, el origen de la humanidad...
-Y calor y mosquitos y no ver más a los pequeñajos. Con la medida que les tengo tomada para driblarlos...
-Por favor, si tiro por viaje con los túneles que te hacen quedas peor parado que la estatua de Carlos V cuando le quitaron el caballo.
-¿Yo? Te estás buscando unas hostias...

-0- 

El abuelo en la última función no es el de cuando lo busco en sus tierras y encabeza la Corte de Medianoche y con Agustín y los demás no descansará hasta demostrar que nacimos Para morir iguales.
Tampoco es en su justa y para ambos difícil representación en Desde la azotea.
Marchar al Níger no fue una ocurrencia y tuvo dos orígenes. Uno lo deducirán de la viñeta a continuación. El otro vino tras una extrañísima oferta.
A sus dos años y medio, E y S, nuestro idilio terminó pasando a un plano distinto y dejé de verlos. 
Por fortuna la Inesperada o Tic o P había llegado, sino andaría como papel que rueda por la calle, digamos a lo dramático y no tanto, con sólo el gorrión compadre, y una conocida me contó que su fundación buscaba inútilmente quién pasará tres años en las poblaciones ribereñas sobre el río más largo del mundo.
No tuve que pensarlo dos veces y levanté la mano pues, según cuento con detalle en el diario a mi Inesperada, ella se enamoró de la idea. Debimos renunciar pues al poco olvidaron el proyecto, demencial si consideramos la multitud de etnias y países a quienes atender y muy atinado pensando en el monstruoso, latente estado del África negra centro-occidental tras Ruanda 1994.
 
Cosecha especial y Sequía y fiesta (2010-2011)

El producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció, perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo cada tres Navidades. Lleno la caja y huelgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres.
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Esta vez me di a los derroches y a principios de agosto ya empieza la sequía. Para aguantar de aquí a diciembre del año que viene junto periódico, hago colección de colillas, busco un zagúan a propósito y practico la más rentable forma de estirar la mano.
No, señora conmiseración, deje de pasearse por aquí. No ve que disfruto también dormir a cielo abierto y tener pretexto pa platicar con los que sueltan la moneda y con los que se la guardan, da lo mismo. Y total, sigo holgando, ¿no?
De pilón los nietos se divierten como locos en las pijamadas con la Jornada y El Universal por manta, descubriendo los secretos de la noche gorda.
En la última temporada como ésta fue que el Emi se enamoró pa siempre de la luna y el Sebas aprendió a tocar la armónica.
No, qué hueva si siempre pudiera ir al super, dormir en cama, rasurarme y peluquearme, enverdecer por falta de aire y sol.

Pasión

Recojo aquí mi envejecimiento en el mercado del amor y la carne, como le llamo con cierta injusticia, pues legítimamente todas y todos procuramos encontrarnos sin reservas allí donde pareciera posible solo entre dos. Pasión místico-carnal, se reconoce a una procura que nos fue negada y reclama con angustia al aproximarse nuestro último viaje.
Una parte de estas viñetas inicia o transcurre virtualmente. Por ello el nombre:
Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.
Medio siglo después de componerla, al músico la canción le suena distinta. Pareciera que hay pura pérdida en ella y es mucho mejor ahora. Quién sabe y a quién interesa dónde quedó Sara, la de esta y otras grandes rolas.
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Eso escribí en un blog. Para entonces todo era viento, como llamo al internet, incluida la joven que me producía escalofríos. Cierto, estuvo muchas veces entre mis brazos, y verdad también el origen virtual de nuestra relación.
Sólo así fue posible la intimidad que me desquiciaba. Quería dejar sus tierras, entendí enseguida, y a cambio tardé en percibir la sustancia de su mundo fantástico. No lo construía el mar a sus pies, los barcos entre dos océanos coleccionando lugares maravillosos. Empezó por la pantalla televisiva, cuyos huecos romances reinventaba con erotismo.
Sin pieles, nos condujo la prolija historia pasional de ella, no importa cuán joven era si a los once años se abandonó a un hombre tres veces mayor.
Su extraordinaria capacidad para el relato enriquecía las escenas con atmósferas, aromas, sensaciones casi táctiles, deteniéndose a recordar detalles que pasó por alto, y así al mismo tiempo el suspenso por los momentos culminantes se volvía angustioso y secundario, pues las minucias eran de una elocuencia tan o más arrebatadora. Aprendí entonces cuánto el placer sensorial lo producía no el contacto sino su anuncio, como cuando la mano iba rumbo al cruce entre los muslos del otro.
Para entonces yo llevaba años en los cíber ambientes, y el mariposeo que anima fue perfecto para mi soledad. Revelarse y esconderse, de eso trataba el juego, allí y donde quiera, ¿no?
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a una red social. Subía y bajaba por allí horas enteras, construyendo un personaje. En una viñeta de los nueve blogs o cuadernos hoy a mi disposición, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible; justo entonces empieza a ser cierto.

VIENE DE Cuadernos. En no libro. I.

SIGUE EN EL "CAPÍTULO 3."