Dije 2004 y debió ser 2003, si bien...
Marzo 17, 2003. "Fue
un ultraje, una obscenidad. La mano cortada en la puerta de metal, el
pantano de sangre y lodo al otro lado de la carretera, los cerebros
humanos dentro de un garaje, los restos incinerados y esqueléticos de
una madre iraquí y sus tres hijos pequeños en su automóvil que todavía
humea.
"Dos misiles de un avión estadounidense los mataron a todos:
según mis cálculos, más de 20 civiles iraquíes, destrozados antes de que
pudieran ser 'liberados' por la nación que destruyó sus vidas. ¿Quién
se atreve, me pregunto, a llamarlo ´daño colateral´? La calle Abu Taleb
estaba llena de peatones y automovilistas cuando el piloto
estadounidense se acercó a través de la densa tormenta de arena que
cubría el norte de Bagdad con una capa de polvo rojo y amarillo y lluvia
ayer por la mañana.
"Es un barrio pobre, en su mayoría musulmanes
chiítas, las mismas personas a las que los señores Bush y Blair esperan
con cariño se alzarán contra el presidente Saddam Hussein, un lugar de
talleres de reparación de automóviles empapados de petróleo,
departamentos superpoblados y cafés baratos. Todos con los que hablé
escucharon el avión. Un hombre, tan sorprendido por los cadáveres sin
cabeza que acababa de ver, solo podía decir dos palabras. ´Rugido,
flash´, seguía diciendo y luego cerró los ojos con tanta fuerza que los
músculos se ondularon entre ellos."
Con ese reportaje mal traducido, Robert Fisk se inaugura en
un periódico semanal partidario cuyos ciento diez mil ejemplares se
distribuyen por nuestro Distrito Federal. Lo dirijo como la oportunidad a
disposición para reditar mi viaje de 1970-71.
Él y el Nuevo no me necesitan más pues
criados a conciencia vuelan solos temprano y la amena estancia entre
clases medias, que trajo a T, M y su etcétera femenino, rematado en
fiestas, salones de baile, dominós con mujeres cuyo reto vence a
cualquier hombre a mano, puede terminar.
Sigo viviendo en el departamentito que
producía ascos en los funcionarios públicos de orígenes populares,
preparados para eternizar sus muy remunerativos cargos, entre mecánicos y
hojalatateros a quienes sirvo de orgullosa mascota, y dos o tres días
por semana veo a Rosario, la dirigenta sindical que culminó mi formación
en perspectiva de género y me acerca ya al prometedor movimiento
maquilero norteño.
Digna Ochoa murió meses atrás con un
balazo en la sien izquierda, siendo ella diestra, y el gobierno
obradorista le niega todo derecho póstumo declarándola aviesa suicida,
para evitarse chocar con los servicios de inteligencia militar. No sé
cómo eso marca un antes y después, confiriendo a narcos, fuerzas armadas
y policías un papel privilegiado en los planes del Estado ni que pronto haré un libro al respecto.
Falta nada para que esfuerzos de tres
años se tiren por la borda y el PRD (partido parlamentario de izquierda)
continúe con su estructura territorial-electoral, en la cual se apoya
el nefasto aparato creado desde 1989. Y no será porque a Rosario Robles,
muy posible, próxima, primera presidenta nacional, le descubran un
bochornoso proceder que la relaciona con poderes formales y fácticos
(Fue cegada por el amor, dirán ingenuamente).
En 2004 otras sindicalistas, ahora
estadonunidenses, me mostrarán cuánto su pueblo está entre los caídos
del macabro plan Bush-Cheney, que marcará el futuro.
Para ese momento el desliz con los
perredistas será historia y desde Reynosa, Tamaulipas, escribiré (tras
la crónica van apuntes para el guión del documental realizado):
Maquilas
De lo sólido que se
desvanece en el aire
“Ahora todo ocurre tan
rápidamente que no puedo seguir el ritmo (…) Cierras los ojos un momento, o te
das vuelta para mirar a otra parte, y aquello que tenías delante ha
desaparecido.”
La novela de Paul Auster vino
a la cabeza de uno al inicio de la reunión anual de la Coalición Pro Justicia
en las Maquiladoras. Y con la novela un libro de ensayos de Martin Berman:
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La novela y el libro se
escribieron en los 1980, durante los inicios del proceso mundial que trajo a
México, ya en cascada, las plantas a las que buenos motivos se les niega el
nombre de fábricas y cuya tardanza en aparecer a la vista inquietaba ahora, en
el paseo que nos daban en un camión y un microbús.
Era el tercer día de
descubrir un mundo en el cual se revela descarnadamente lo que mueve al mío. Pareciera
tenerse tan poco en común con la vida cotidiana de estas mujeres, sobre todo, y
de estos hombres, como las de ell@s entre sí: trabajador@s de las maquiladoras
del norte, oaxaqueñ@s y chiapanec@s que apenas empiezan a toparse con ellas, y activistas
sindicales, religiosos y de causas ciudadanas de Estados Unidos, Canadá,
Honduras, República Dominicana, Holanda, Corea…
Poco tengo que ver en
apariencia, pero se diría que mis quejas de todos los días, las de mi hijo
mayor y los amigos, las que escucho o presumo en el Metro o en la calle de la
ciudad monstruo de donde vengo, aquí anuncian sin dudas, y no sólo sospechan a
lo vago, un destino sobrecogedor. Por eso la novela de Auster me anda por la
cabeza con sus visiones de futuro en las cuales el presente se proyecta y se
revela.
Desde el camión y el microbús
que nos llevan a la visita al parque industrial, las extraordinariamente dispersas
orillas de Río Bravo, Tamaulipas, improvisada como ciudad justo durante las
últimas dos décadas, quedaron unos diez kilómetros atrás y no topamos sino la pobre
hierba tropical que permiten los arenales de la región. El llano tiene un aire no
de campo sino de lote baldío, que reconoce cualquiera que haya nacido en las
afueras de una urbe, enfebrecida por crecer. Un lote baldío inmenso.
Por una interesante serie de
motivos, las zonas fabriles se levantan siempre en lugares retirados, pero esto
es un exceso inexplicable incluso considerando la presencia de Reynosa, la ciudad
contigua. ¿Por qué aquí las colonias obreras no crecen cerca de las plantas, si
de seguro nadie espera fraccionar para gente de mayores recursos estas tierras
flacas? ¿Hubo quienes creyeron en una proliferación sin fin de las
“golondrinas”, como pronto llamaron a las maquilas?¿O fueron las protestas de
los primeros años por sus efectos sobre las comunidades, las que crearon este
colchón?
La Coalición se originó en una reunión celebrada en 1989, que resultaba de la angustia y de un
una cierta dosis de ingenuidad: la libertad irrestricta del capital, de la cual
eran producto los acuerdos comerciales que conducirían a la firma del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), podía frenarse. Las fuerzas que
se reunirían para ello no eran despreciables: las dos mayores centrales
sindicales, grupos ecologistas y comunidades de numerosas las Iglesias
cristianas, algunas con acciones en empresas trasnacionales. Todos ellos de los
Estados Unidos. De México asistían trabajador@s de las maquilas, a solas o en
pequeñas organizaciones.
Para entonces General Motors,
Johnson and Johnson, ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones
habían montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de
empleos se perdían en Detroit, Chicago, etc., y poblaciones de la franja
próxima al norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de
enfermedades degenerativas relacionadas con tóxicos.
En Brownsville se seguía con
alarma la forma en que en Matamaros, a tiro de piedra, la llamada Hilera
Química arrojaba a las corrientes de agua cantidades de xileno que rebasaban 53
mil veces las normas ambientales, y el pentaclorofenol, un célebre cancerígeno,
andaba libre por el viento. Al cabo de dos años en la población texana se
registraban 36 casos de niñ@s que nacían con cerebros incompletos, y los
abortos indeseados advertían convertirse en tema de todos los días.
Allí mismo y en otras
ciudades de Texas, de Nuevo México, Arizona y California, los centros
maquileros de Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Nogales, Tijuana y demás, las emisiones
del propio xileno, de petroleum, de naftalina, metileno, etilbenzeno, cromo,
plomo… alcanzaban proporciones de hasta 250 mil veces por encima de los
estándares aprobados, y aumentaban los enfermos de lupus, leucemia y otros
cánceres.
Si las organizaciones de los
Estados Unidos representadas en la Coalición que se formalizaría en 1991,
aspiraban a detener el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían
actuar más allá de la frontera, donde por lo obvio la historia se repetía
geométricamente, de modo que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en
Mamamoros, Nuevo Laredo y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo
diez tantos más: 360.
En esa misma zona de
Tamaulipas cientos de miles de personas, en buena parte llegadas del centro y
el sur de México, vivían condiciones que en la gigantesca capital del país sólo
quienes habitaban en las proximidades de los tiraderos de basura podían
imaginar: ríos y arroyos que traían muerte, lodazales que no había modo de
evitar y que producían un rosario de enfermedades, y una miseria detenida un
momento antes de estrangular únicamente porque a cambio del magro alimento y
las casuchas de cartón y lámina, se dejaban cachos de manos, brazos, pulmones,
y se contribuía a un régimen en el cual años después Ciudad Juárez descubriría
la intimidad del mundo de mujeres alentado por las maquilas: unas 400 jóvenes
violadas, torturadas y asesinadas, y decenas de miles objeto de acoso sexual,
cumpliendo en un número significativo el papel de madres solteras.
Las imágenes de la novela que
poco antes, en 1987, Paul Auster publicaba, parecían una fantasía del horror:
“cada día se produce un cataclismo”, “hay personas tan delgadas que a veces se las
lleva el viento”, hay clandestinas carnicerías humanas y sectas llamadas de
“los perros” o de “las serpientes”, según la forma de vivir a rastras, sin
levantarse jamás, confiando en redimir así el pecado y detener la desgracia.
Pero el país detrás de estas imágenes
resultaba familiar para la época: seres humanos trabajando a comisión como
pepenadotes de desperdicios, por ejemplo, que por las noches espantaban el frío
cubriéndose con periódicos en edificios semiderruidos, parques y estaciones de
Metro.
En todo caso, ¿era menos
absurda la historia de Tere, quien nos guiaba en el paseo al parque industrial,
inutilizada del túnel carpiano de la mano derecha y de los tendones del brazo y
el hombro del mismo lado, por quitar rebabas a cilindros para helicópteros
militares en un movimiento repetido 870 veces
por hora?
El parque industrial aparece
al fin, y con su vista vuelan las animadas propuestas de los chiapanecos y la
animada memoria de uno sobre las luchas fabriles en los 1970, en torno a manifestaciones,
reparto de volantes, reuniones semisecretas en la esquina y demás.
Rodeado de nada, con una sólo
acceso para vehículos vigilado por policías industriales, aquello es una
virtual zona franca.
EL VIDEO. EMPIEZA CON MARTA
HABLANDO, LUEGO SE LA DESCRIBE (LA MUJER, MARTA OJEDA, HABLA DESDE EL VOLANTE
DE SU AUTO por LA CARRETERA ENTRE RÍO BRAVO Y REYNOSA. MADURA, morena, fuerte,
bajita, extraordinariamente ENÉRGICA TODO LO HACE ASÍ, sobre el camino, como si
el tiempo la persiguiera o anduviera delante de ella provocándola. Por eso no
es fácil tratar con ella
-0-
Mi
viaje de regreso parecía pues cumplirse. Mafias y fuerzas públicas
harían imposible el avance en las maquilas y México todo empezaría a ser
una fosa común. No tuve arredros para eso y si primero fue servir
supercialmente al Movimiento Indígena y Campesino Mesoamericano y luego
ver la luz en el Frente Auténtico del Trabajo para al poco...
Así vine a dar a la nada que vadeo.
Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta:
Digo cualquier cosa sabiendo que quien
te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la
sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en
sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo pues te vi
antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para
mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros
días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de una rama en
la ventana, sin traducción para mí que estuve dale y dale intentando
infructuosamente hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me
rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por
necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide ayuda para bajarte
por la rampa, le contesto que puedo solo, advierte cuánto has crecido.
¿Ves? Todo eso está en nuestras voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que
no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un
tris. Qué caso tiene, dirás a tu manera.
Más de medio siglo después, cuando
haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando para contarte.
La distancia no nos separa pues moro en ti y entonces es imposible
precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y
la terraza donde mamá te hizo un reino a modo.
Tiempo de caminar
Viejo, aprendo a escribir aunque siempre lo hice y desespero con las viñetas hechas como Dios les dio a entender:
Abrí los ojos y contra el zumbido
telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos y
azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella
acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de piña
fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer,
desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de
la ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura,
satisfecha. Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta,
lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a
montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las
fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a
las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas
desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al despertar
de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba llegando un
amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual yo creía
encontrar contagios de lugares mágicos que sentí perder y que así, en
apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos
para que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad pues no
había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por
millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre
sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta
forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los
erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era
abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las
representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las
mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos
pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del
espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso.
O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una
incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o
tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-,
desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta
con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez,
en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta,
entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprensible, como entendí de
nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin
suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía
adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro
de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la
estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus
ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad,
que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las
puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un
vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba
las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella
escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y
suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se
vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le
ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas,
preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al
marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él,
el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán
soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando
por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa
forma de estar que soportaba y entendía todo?
-0-
Él, S y E, nietos, es el padre
de ustedes, y la mañana a la cual acabo de referirme contenía cuanto se
necesitaba entender. Vuelvo a ella una y otra vez en el cuaderno.
-0-
Los agujeros sobre los que llamaba la atención de mamá aparecen recurrentemente en distintas formas:
En la azotea el canto de Felicitas, a
quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta, descubre un valle distinto
al que mis ocho años de edad revelan y construyen.
Las manos de la joven campesina se
empeñan ágiles y sin pesares contra la piedra del lavadero y el correr
del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman
de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo con
ello la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del
vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los
cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.
Providencia
Agustín, a quien mucho después acompañaré a Aguas Blancas, espera sobre un lomo de la
calle que libra los viscosos riachuelos de colores en mutación, contra
un muro carcelario. Amparado en el borde de la esquina cree ocultarse a
las miradas de la planta donde trabaja, una cuadra más allá, media hora
después del cambio de turno, según propuso para evitar a sus compañeros.
Es la segunda vez que lo veo y
confirmo la impresión original: la de un ser conmovedor en el esfuerzo
por pasar inadvertido entre hombres que aprendieron muy pronto a ponerle
cara a la ciudad y usan la rudeza y el humor filoso para defenderse de
ella y apropiársela. Luego sabré que no se lo impiden el número de años
desde salir del pueblo ni una posible falta de agilidad mental, sino el
lugar que asumió en la familia. No hay contrasentido en su ansia de
trascender, que lo acerca al Grupo.
El tono exaltado en el que vivimos se
transmite de inmediato a las relaciones y en días nos volveremos
íntimos. Lo sabemos en cuanto me descrubre y viene al encuentro entre la
desolación de la calzada de gigantesco tamaño, con las vías del tren de
por medio, que a un lado se abre a un fraccionamiento industrial y al
otro a una colonia y al gran descampado con las montañas detrás.
El suelo de la zona se hizo doblemente
magro al perder los sembradíos y los árboles, y nos convierte en un par
de hombres en tierra fronteriza, como cualquiera al vértice de la gran
urbe, pero a lo bruto, a la manera de todo lo que toca la industria.
Romanticismo puro, pues, de miasmas
penetrantes y un silencio mortuorio tanto mejor revelado cuanto más
lejos se está de las máquinas, hechas rumor por las gruesas, altas
paredes que parecen heredar las de las viejas haciendas.
Cruzamos la calzada rumbo a su casa
como en un juego, él siempre procurando la izquierda para mirar con el
ojo que le sigue sano a los veinticuatro años, y yo en busca del que en
el iris se llevó un bicho salido de la carne muerta de la empacadora
donde trabaja desde casi niño. Porque en ése es donde está mi futuro
compadre. Allí su melancolía sin remedio, bella, contagiosa, que rima
con el paisaje y nuestros días.
En el fraccionamiento de las fábricas,
las larguísimas calles sin reposo al sol y la lluvia, desiertas a las
horas en las cuales suelo llegar, por tan hostiles al principio parecen
cada vez más cálidas, pletóricas de vida que se trasmite de las plantas:
tinglado mecánico con mucho de infernal y mucho de entrañable para
quienes hacen de él su vida. Los aromas aplastantes, en ocasiones
nauseabundos, vividos por unas horas y no como permanente suplicio, y
las chimeneas despidiendo gruesas volutas en mil tonos de grises, no
hacen sino completar la sensación de ser parte de una novela o una
película. De serlo entre el orgullo de pasar como uno más ante el
guardia de seguridad, el policía, el administrador que cruza en su auto,
y el creciente número de saludos y charlas al paso, la picaresca a la
salida de la fábrica liberada, en palabras y toqueteos de machos
divirtiéndose; de partidos de futbol y tandas de dominó y baraja para
hacer de las huelgas fiestas; de breves discursos un autobús tras otro,
venciendo el anonimato del espacio público, que no debe pertenecer a
nadie y así se humaniza; de momentos épicos que para mí encarnan un
poema: Masa.
De serlo prometiendo que cada día
habrá más y mejor de eso, de los hogares y los billares y los peliagudos
expendios de alcohol compartidos. Con Agustín, quien se ensancha a la
par de mí, comenzando por esta tarde, cuando está a punto de hacerme
parte de su familia y no sé cómo agradecérselo.
-0-
El departamento donde Él y la Ella
ausente estaba traspasado por la pérdida del mundo en que el
compadre me introducía bien a bien.
La crónica interminable
-Continuemos, anda.
-Espera, déjame presentarte a alguien.
Derzú
Uzala es un cazador henzhe de los bosques al extremo siberaniano que
alcanza China. Su bella humanidad está sola en la tierra, pues mujer e
hijos murieron hace tiempo, víctimas del sarampión. Hermosa también
parece la que encarna Li Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo
vuelven anciano en esa espesura contigua a las estepas extendidas hasta
Arabia y Turkestan.Paro. Quería solo señalar hacia ese vasto, único gran continente que no tocamos todavía.
El Sostén del Cielo y sus cenizas
Les
recuerdo que el eje de esta crónica es 1492. Nace entonces cuanto está
relacionado con la modernidad: un colonianismo cuyo único móvil reside
en expoliar, destruyendo sin merced todo lo que se le opone; Occidente
como noción suprema, los orígenes del capitalismo. Lo escarbaremos poco a
poco y mientras sigo mostrándoles sus alrededores y víctimas, ahora
norteamericanas, que forman parte del universo mesoamericano en regiones
externas.
El
personaje que nos guía es James Taylor, primer comandante general del
ejército estadounidense que en 1846 invade México, quien luego
presidiría el Capitolio.
En 1763 el jefe Pontiac y sus médicos-profetas
recibían el mensaje del Amo de la Vida y lo lanzaban al viento: los blancos no
son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso
liquidarlos. Pero veinte años después sus palabras no habían alcanzado el nuevo
reto que se abría a la colonización, donde se instalaron los Taylor. Qué de
extraño. El de los indios de Norteamérica es un mundo. Un mundo de leyes
particulares, con su par de continentes separados por el río Mississippi, y sus
países a montones.
Pontiac había hablado desde la nación de los
Ottawas, hacia los Grandes Lagos donde se fijaría la frontera de Canadá. Allí
donde mucho después la memoria aseguraría que el primero de los hombres debió
vencer a gigantes y magos, al espíritu de la noche y a una corte de demonios,
duendes, brujas y caníbales. Lo aseguraría sin saberlo a lo cierto, pues pasada
la mesiánica rebelión no quedaría siquiera lo suficiente para crear una reserva
y las viejas leyendas serían una confusión de estampas desdibujadas por los
años y de exóticas interpretaciones blancas. De qué manera saber así, por
ejemplo, cómo era en verdad Gran Conejo, su magia y los prodigios de los
espesos bosques que recorría a saltos de kilómetro.
En
todo caso el país de Pontiac, a pesar de su vida aldeana y sus campos de maíz,
comunes al conjunto de los pueblos al Este del Mississippi, estaba a una gran
distancia física y mental de las naciones cerca de las cuales crecería Taylor.
En particular, de los últimos hijos naturales de los Apalaches, los cheroquies,
que habían sido amos de los enormes territorios que caen a un lado y a otro de
esas montañas. Una nación que descendía de la gran cultura que cuatro siglos
antes de la llegada de los europeos había florecido en los campos del sudeste:
la de centros de incipiente vida urbana, con sus plazas, sus templos
ceremoniales y sus residencias para las elites, en torno de los cuales se
desgranaban las aldeas y las huertas irrigadas.
A
diferencia de la mayoría de los pueblos de Este medio norteamericano, ellos
apenas hacia mediados del siglo XVIII habían enfrentado el gran choque con los
extraños. Eran extraños absolutos, no comparables ni con los nómadas del país
fantasma, la Tierra de Sombras del Oeste, justo tras el sagrado Mississippi,
que según una leyenda descendían de la tribu que se negó a seguir los consejos
del dios fundador vuelto hombre y no conocían el cultivo de las plantas, los
secretos de los cestos o el favor de las plegarias.
Los
otros, cósmicos forasteros venían de más lejos todavía que el Galun´lati, el
confín al cual fue expulsado Uktena, el monstruo del agua, haciendo vacilar las
historias de los ancianos. Pero los cheroquies trataron con los blancos y
buscaron sacar partido de la situación, vendiéndoles los derechos de una buena
parte de sus campos. ¿Por qué no si a pesar de la constancia secular de su vida
aldeana, de sus cultos y divisiones del trabajo, igual o mejor que cualquier
otro pueblo indio se acostumbraron a los continuos e imprevisibles reacomodos
de un mundo donde la vida sedentaria se ensanchaba o estrechaba de súbito y las
migraciones eran un fenómeno estructural?
Cerca
de los años mil ochocientos no sólo cedían las tierras de Tennesse y Kentucky,
cuya administración se encargaba a Taylor padre, y sellaban pactos con los
recién llegados. Atendían a sus pastores de almas, tomaban su alfabeto para
darse una lengua escrita, hacían alianzas matrimoniales con ellos y abrían
espacios para la plena propiedad privada que, en unos cuantos radicales casos,
permitían crear estancias trabajadas por esclavos negros.
¿Había
pecado en ello? ¿Olvidarían de ese modo que todo comenzó cuando la tierra se
desprendió de las cuerdas de cuero pendientes de los costados del cielo y las
enormes alas de un animal salido de las aguas donde la vida se había refugiado,
crearon como sin querer, del lodo, las montañas maravillosas reservadas para
ellos? ¿Renunciarían al sol concebido como mujer, al consejo de los sueños, al
parentesco con Abuelo Águila y Abuela Araña, al conocimiento de Hombre Pequeño,
capaz de transformar a los hombres en serpientes, de mover estrellas, de
atemperar la luz o los vientos?
El hecho es que menos de cien años después no
pueblan ya las ricas tierras aquéllas y no viven en pacíficos asentamientos
agrícolas, sino en la América Árida a un lado y otro del Bravo, la región más
lóbrega del País de Sombras del Oeste, y se especializan en feroces incursiones
contra los blancos.
Eso, su presencia en estos lados y su
belicosidad, quizás sorprendería al Rudo y Listo Viejo. Eso y nada más, ya que
la primera parte del exilio cheroquie el general la conoce de primera mano: lo llamaron Sendero de las lágrimas.
-Juraría que Howard Fast recogió la historia y no encuentro nada.
-Es impresionante la obra de ese hombre y toda sirve a nuestro propósito.
Lo individual y lo colectivo
Sumo dos viñetas interelacionadas:
Andar
El carrín, según se dice en
estos lugares a diez mil kilómetros de nuestra ciudad, es de Encarna, la
entrañable peluquera. Lo maneja su adorado Marcelo, minero que se hizo mil usos
de la albañilería, y en los asientos traseros voy con el Roxu, pequeño y
rubicundo, cuyo brazo izquierdo vacila en el recuerdo o la imaginación desde la
voladura de una pared rocosa en los pozos de hulla que a los catorce
años el abuelo hizo su hogar.
Subiendo
las montañas una
penosa curva tras otra el motor tose justo como un minero silicoso, y la
densa niebla alrededor contra los grises macizos de los Picos de
Europa es melancólica dulzura transmitida por los ojos y comentarios del
Roxu.
-Qué hermoso ye estu –dice en
la tierna habla regional, donde por contraste todo es a tajos, a palabras
gruesas, en un volumen brutal para oídos de extraños, Ohsis.
Vamos tras el rastro de
Belarmo, un poco contra mi voluntad pues tengo la cabeza llena de historias
sobre los del llano y del monte, sucedidas tras la marcha de él.
Kilómetros atrás pasamos el
pueblo de José Mata y Pepe Llagos. Al primero lo busqué antes de venir aquí.
Vive en otro país, jubilado por la mina donde trabajo desde 1948, fecha de su
rocambolesca fuga con un centenar de socialistas de ambos sexos, que el abuelo
contribuyó a organizar. Allí me contó la historia de los fugaos; de
quienes por miles se echaron a las montañas para escapar a las siniestras
columnas que tomaban ese último bastión de la defensa de un sueño.
Todo dijo a la grabadora por la
confianza en mi familia, y mucho pidió callar pues las heridas no cerrarían
jamás.
Luego encontré a Llagos en la
aldea de la cual no salió. Tenía dieciséis años cuando la derrota y la
escuetísima experiencia política no le impidió encargarse de lo que nadie más
podía: los restos de su organización política en la cuenca del río cuyo curso
seguimos ahora. Pasarán tres décadas para que conozca a un hombre más roto que
él, el de La piedra, de quien hablaré después.
-0-
Él, que nació año y medio atrás, quedó en la ciudad frente al mar adonde
llegamos hace poco. Quedó con Ella, quien ya está y no, pues de exilio cuanto
hay en el cuaderno, el suyo inició sin saberlo.
Aparta de mí ese cáliz
No tolero la serie española que rompe ratings presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo
entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los
pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no
se andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé
perplejo.
La
segunda estancia se prolongó once meses, entre 1976 y 1977. Rumbo a
Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en el piso de
una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por la
puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo
pequeño es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El
lugar estaba presidido por una pareja que convocaba a los cómics de
humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del nunca
suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No
creo en la existencia de gente tonta, pero como toda regla tiene su
excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla. Debía medir
1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía tomado
de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60,
sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al
tórax lo coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar
el papel de un hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela
mexicana de gran éxito, a quien todos daban de coscorrones y colgaban
chistosos papeles en la espalda-. Pero al llegar a casa era tan Dios
como el que más.
El
reinado familiar de la pareja tenía su más palpable expresión en el
desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era inteligente. Tanto
había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los treinta
estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi
cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos
espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al
mundo, pues no los necesitaba.
Vivimos
momentos sublimes en aquel hogar -y tanto, con sus criaturas bullendo
en el caldero-. Como el par de veces en una semana en que, en saludo a
la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de voces pidiendo
la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero nunca
cómo saldría.
O
como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el
Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos
quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la
superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido
aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde
por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de
los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas,
incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender,
había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor).
Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha
sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo,
revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó
la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé
qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se desarrollaba a
fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios.
-0-
¿Cómo
se elaboró la vida íntima en la España franquista? En Asturias, por
ejemplo, donde al final de la Guerra Civil tras las más duras columnas
franquistas arribaron misioneros hasta un minuto antes en pía obra en
África.
Los
religiosos debían contribuir a extender el manto negro sobre la región,
en la que a comienzos de los años 1940 por las noches se puso a circular
una “fantasma”. Parecía mera leyenda para dar a la noche el aire
sobrenatural que se debía, colaborando al cumplimiento del toque de
queda. Lo parecía, hasta la justiciera mañana en la cual los fugaos
resolvieron cortar por lo sano y dejaron a la entrada de un poblado el
cadáver con fantástica capa encima, del capitán de la Guardia Civil que
se divertía asustando al vecindario.
Los
fugaos eran los del monte y esas líneas continuaban con la sexualidad de
tres mujeres, elocuente demostración de la negrura de treinta años que
empezaron así:
Primero
encontré a Vega, el más adelantado de los estudiantes de química en el
Gijón de 1939, convertido en fotógrafo en una distante aldea a la que se
lo destinó con claras instrucciones de no ejercer nada parecido a su
trunca profesión.
Luego
fue Llagos. Con dieciocho años a la caída de la Republica, en su aldea
debió asumir la dirección del PSOE, desde luego encubierta, lo cual,
claro, es un decir. No tuve una relativa clara idea de cuánto había
sufrido el hombre hasta hacer migas con Marcelo.
En el libro sobre el abuelo va este apretado resumen de los años 1940:
Enfermeras
y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del
gusto por el poder convertido en deseo, luego asesinados, como adelanto
de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las
huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios
reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos
en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para
que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano
como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas
sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo
inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares
riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un
cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino
verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las
horas…
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero, el aún más o menos joven poeta, decía:
Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
Damaso
Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras
la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos
sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada,
sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás
tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre
millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido
largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”
Lejos de allí otro poeta escribió antes de la desgracia:
"España, aparta de mi este cáliz
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!"*
* César Vallejo.
Red de agujeros
“Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se
quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora”, dice
el Chilam Balam de los mayas. “¡Castrar al sol!, esto es lo que han venido a
hacer los extranjeros”, advierte un poema mexica, y otro: “¡Déjennos pues ya
morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto!”
Un
historiador se asoma al significado de esta caída de los dioses que desquicia
el orden universal. El tiempo se vuelve loco, en palabras del propio libro de
los mayas, y se produce un “cataclismo total”. De arriba abajo el mundo de los
pueblos de Mesoamérica estalla, comenzando por su sistema calendárico que al destruirse
contribuye quizá como ninguna otra cosa a acentuar “en los vencidos la
sensación de orfandad”, de orfandad absoluta. Porque en él se “articulaba el
tiempo con el espacio, y a ambos con el acontecer terreno, con la vida y el
destino de los hombres”, cuyos actos, uno a uno, así “los relacionaba con el
equilibrio cósmico y con las fuerzas divinas que los gobernaban”. Los indios,
arrojados “a un espacio y un tiempo sin sustento”, perdían pues “el hilo de
fuerza que hasta entonces conectaba el pasado en el presente y proyectaba a su
vez el presente en el futuro”.
Así de
total, de sin retorno, era el fin de un complejo universo construido a lo largo
de miles de años. Sin embargo, asegura el historiador, desde muy temprano los
mesoamericanos intentaron rehacer un discurso histórico que ahora
necesariamente tenía en su centro el arribo de los españoles. Eso era, a final
de cuentas, el Chilam Balam mantenido en secreto hasta este siglo XIX: un
esfuerzo por preservar y transmitir el pasado, que otros imitaron con “sistemas
ocultos, subterráneos, a menudo disfrazados por ropajes cristianos, o
herméticamente encerrados en el idioma y las prácticas secretas de pueblos
reacios al contacto con los europeos”.
Fragmentándose y recomponiéndose entre nuevos
pequeños cataclismos, las comunidades se recontaron en una “mezcla de
tradiciones indígenas y españolas que sin tener la coherencia de los antiguos
anales históricos, era un vehículo poderoso para mantener la coherencia de los
pueblos”. Una de ellas, de acuerdo a varios estudiosos, pareciera servir como
el único gran elemento de cohesión para los habitantes del México de 1847.
Un siglo después de la conquista, cuando la
población indígena ha llegado a su punto más bajo, los descendientes de Cortés
se deciden a darse un sentido de pertenencia. Debe ser un sentido de
pertenencia que no dependa de deudas con España, y de ese modo, reinventándola,
hacen suya la antigüedad mesoamericana o más bien propiamente azteca y buscan
señales de la presencia del Señor en estas tierras o de su designio sobre
ellas, anteriores a la llegada de don Hernán. Como la factible venida de Santo
Tomas en la forma de un recompuesto Quetzatcoatl.
Nada en este propósito se acerca al culto a la virgen de Guadalupe, a la
cual sor Juana Inés de la Cruz parecerá entender de una conmovedora manera:
De hermosas contradicciones
sube hoy la Reina adornada:
muy vestida para pobre,
para desnuda, muy franca...
Del Cielo y tierra extranjera,
en ambas partes la extrañan:
muy mujer para Divina,
muy celestial para humana...
La Señora de México es santificada por los criollos a partir del trabajo
de un predicador y teólogo que recoge las averiguaciones hechas en los años
1530 por los primeros evangelizadores, sobre la revelación de la Virgen a Juan
Diego.
Este gran culto que funda la conciencia criolla de
patria de los criollos tiene su origen, pues, en una devoción creada y
desarrollada por los indígenas a lo largo de cien años, tal y como temía
aquélla temprana generación de misioneros, quien encontraba en las
manifestaciones de 1531 “una de las cosas más perniciosas para la buena
cristiandad de los naturales”, viendo en ella la regeneración del espíritu
religioso pagano, en tanto claro “riesgo de confusión entre la figura mítica de
Tonantzin –diosa madre mexica- y la Virgen”, que “debía ser evitado a toda
costa.”
Para los pueblos la irrupción de la figura guadalupana
se convierte en el modelo más generalizado de una tradición de apariciones “en
las cuales depositarán sus anhelos de identidad, autoafirmación y justicia”. Y
en este “mecanismo de apropiación de los símbolos del conquistador”, lo que va
es la “revitalización de las pulsiones religiosas indígenas más profundas”,
impregnada de “cultos a la naturaleza, númenes, naguales y dioses”
precortesianos, envueltos en “profecías mesiánicas y apocalípticas”.
Ella inaugura una serie de expresiones de la Virgen
que sustentan la decisión de las comunidades a exigir un lugar en el mundo.
Entre 1709 y 1712, por ejemplo, se prodigan en los Altos de Chiapas. La que en
Zinacantán despide rayos luminosos dentro de un palo, la Santa Marta aparecida
en una milpa en Chenlho, la que se muestra a María de la Candelaria en Cancuc,
ordenan construir santuarios y obran milagros -tallas que sudan, lloran o se
iluminan-, “para ayudar a los indios” protegiéndolos con la confabulación de
fuerzas sobrenaturales -terremotos, cielos y ríos que se precipitan-, a fin de
sacudirse los tributos, al Rey, al clero, a los españoles todos y a Dios mismo
si es preciso, y crear una nueva Iglesia y un nuevo reino.
Desatendida la Virgen, desatando la violencia de
obispos y magistrados, el supra y el inframundo del cual para los pueblos
originarios es ama, se agitan y con los años hacen erupción en Yucatán, en las
estribaciones del Popocatepetl, en los pueblos de Tulancingo, donde ella hincha
el alma de los escogidos -un anciano, un joven labrador, un pastor- dotándolos
de habilidades para destruir murallas o balas de cañón y ungiéndolos como reyes
o profetas, de modo de que encabecen movimientos para revertir el cataclismo y
que el pasado vuelva.
Estos movimientos de la segunda mitad de los años mil setecientos
parecieran presagiar el fin de la Corona española, que empezará a ser realidad
con la insurrección de Hidalgo, a la cual entregan sus hombres y mujeres, sus
secretos y su gran símbolo: Ella, quien los ha guiado y sostenido durante tres
siglos, en la forma de su primera develación, de piel quemada y con el nombre
de Guadalupe. Ella, esa Virgen del estandarte que va a la cabeza de los sublevados
de 1810, cuyas hermosas contradicciones cantadas por Sor Juana llegan a tanto
que puede ser a un tiempo india y criolla.
Ultima Función y La Pasión Según FB
Intento equilibrar temas. Mal puedo. ¿Me permitiré ahora exhibir lo más mundano en mi vejez, entre entrañable y frívolo? Pruebo.
Los
últimos años me costaron mucho trabajo. Podía desaparecen sin que me
echaran en falta o incluso con la aliviada respiración de los otros, que
temían cargara sobre sus espaldas.
Una
vez demostrada mi capacidad para sobrevivir y algo más, me retiro.
Parto, pues, como digo al principio, por un agujero en nuestro país de
misterios y hacia el primer día. Estar y no haber sido donde se anduvo:
el lugar "lleno de ruido"; qué grande eso.
A
6 de marzo de 2016, firmo moviendo la cabeza a lo péndulo pues mañana
lunes haré nuevamente el tonto en público. Ya no basta con ser sombra.
En fin, empecemos el dichoso cuaderno:
Cuánto cansa la pasión
amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de
pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y
declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama
más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.
-0-
Son
ustedes, E y S, u Ohsis, como también los llamo, con quienes fui al
parque, y para entonces había hecho una viñeta sobre nosotros.
Que no eran dos sino tres (2011)
Cuando nacieron empecé para los nietos lo que en
este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veía casi sin falta las tardes
de lunes a sábado, algunas noches quedaba a dormir con ellos, y escribía y
escribía en el cuaderno.
De todo contaba al futuro de los piojos: lo que hacían, la colección de orates
que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que las visitas
debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de
cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de
gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no
resistiré la tentación de en algo confesarlos.
Nietos, dije, y no. Sus jefes no saben, pero no les
salieron gemelos sino triates -bueno, a su pa no debería extrañarle: ya a ratos
había cumplido el papel conmigo.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí:
Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno
de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-Date de topes contra los postes, por fa, abuelo,
es muy chistoso.
Finísimas personas ellos.
-0-
A sus dos años y medio fue mi viaje con el abuelo.
Maletas (2008)
-¿Estás loco? ¿Qué coño vamos a hacer allí?
-¿Pensaste alguna vez en venir a México, abuelo?
-No.
-¿Y no es genial el país?
-Pa enredarme se necesita uno mil veces más listo que tú, crío.
-Jejeje.
-¿De qué te ríes?
-De tu insistencia en llamarme crío cuando tengo casi siete años más que tú.
-Sí, pero para mí siempre serás eso. Para mí y para cualquiera, que parece que sigues jugando en el arenero.
-¿Me pasas las camisas que están sobre la cama?
-Si
piensas que ya me diste la vuelta, estás más loco que una cabra. Y mira
el desastre este. ¿Así se dobla la ropa? Cago en Dios. Y para de reírte
o te meto un carrujo de dinamita ya sabes dónde. ¿Y si te digo que no
voy?
-No bromees.
-Qué río Níger ni qué ocho cuartos.
-Pues te quedarás como los patitos.
-Déjame de patitos. ¿Cuáles patitos?
-Los de la canción: comiendo mosquitos.
-Vete a tomar por culo, queridísimo nieto.
-¡Abuelo!, jejeje.
-¡Vecino, llegó el taxi!
-Ya está la maleta.
-Ni sueñes que me has liado. ¡No voy!
-Pues no te creo.
-¿Ah, no?
-No me dejas ni aunque vuelvan a convocar a la revolución.
-Exagerao.
-Piénsalo dos veces: un río de misterios, el origen de la humanidad...
-Y calor y mosquitos y no ver más a los pequeñajos. Con la medida que les tengo tomada para driblarlos...
-Por
favor, si tiro por viaje con los túneles que te hacen quedas peor
parado que la estatua de Carlos V cuando le quitaron el caballo.
-¿Yo? Te estás buscando unas hostias...
-0-
El
abuelo en la última función no es el de cuando lo busco en sus tierras y
encabeza la Corte de Medianoche y con Agustín y los demás no descansará
hasta demostrar que nacimos Para morir iguales.
Tampoco es en su justa y para ambos difícil representación en Desde la azotea.
Marchar
al Níger no fue una ocurrencia y tuvo dos orígenes. Uno lo deducirán de
la viñeta a continuación. El otro vino tras una extrañísima oferta.
A sus dos años y medio, E y S, nuestro idilio terminó pasando a un plano distinto y dejé de verlos.
Por
fortuna la Inesperada o Tic o P había llegado, sino andaría como papel
que rueda por la calle, digamos a lo dramático y no tanto, con sólo el
gorrión compadre, y una conocida me contó que su fundación buscaba
inútilmente quién pasará tres años en las poblaciones ribereñas sobre el
río más largo del mundo.
No tuve que pensarlo dos veces y levanté la mano pues,
según cuento con detalle en el diario a mi Inesperada, ella se enamoró
de la idea. Debimos renunciar pues al poco olvidaron el proyecto,
demencial si consideramos la multitud de etnias y países a quienes
atender y muy atinado pensando en el monstruoso, latente estado del
África negra centro-occidental tras Ruanda 1994.
Cosecha especial y Sequía y fiesta (2010-2011)
El
producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si
lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció,
perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el
último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando
apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo
descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De
modo de no gastar el truco, suelo hacerlo cada tres Navidades.
Lleno la caja y huelgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los
otros dos, ni modo, paso hambres.
-0-
Esta
vez me di a los derroches y a principios de agosto ya empieza la
sequía. Para aguantar de aquí a diciembre del año que viene junto
periódico, hago colección de colillas, busco un zagúan a propósito y
practico la más rentable forma de estirar la mano.
No, señora
conmiseración, deje de pasearse por aquí. No ve que disfruto también
dormir a cielo abierto y tener pretexto pa platicar con los que sueltan
la moneda y con los que se la guardan, da lo mismo. Y total, sigo
holgando, ¿no?
De pilón los nietos se divierten como locos en las
pijamadas con la Jornada y El Universal por manta, descubriendo los
secretos de la noche gorda.
En la última temporada como ésta fue que el Emi se enamoró pa siempre de la luna y el Sebas aprendió a tocar la armónica.
No, qué hueva si siempre pudiera ir al super, dormir en cama, rasurarme y peluquearme, enverdecer por falta de aire y sol.
Pasión
Recojo
aquí mi envejecimiento en el mercado del amor y la carne, como le llamo
con cierta injusticia, pues legítimamente todas y todos procuramos
encontrarnos sin reservas allí donde pareciera posible solo entre dos. Pasión místico-carnal, se reconoce a una procura que nos fue negada y reclama con angustia al aproximarse nuestro último viaje.
Una parte de estas viñetas inicia o transcurre virtualmente. Por ello el nombre:
Era con quien al
fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El
tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o
sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como
una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la
realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro
que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno
viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los
cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar
y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán
lejos habría ido de tenerla todavía.
Era
ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a
la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el
diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo
temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las
últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías
hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí,
¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro,
confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía
sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No
importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la
manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le
robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a
cuerpo, más mía.
Medio siglo
después de componerla, al músico la canción le suena distinta. Pareciera
que hay pura pérdida en ella y es mucho mejor ahora. Quién sabe y a
quién interesa dónde quedó Sara, la de esta y otras grandes rolas.
-0-
Eso
escribí en un blog. Para entonces todo era viento, como llamo al
internet, incluida la joven que me producía escalofríos. Cierto, estuvo
muchas veces entre mis brazos, y verdad también el origen virtual de
nuestra relación.
Sólo
así fue posible la intimidad que me desquiciaba. Quería dejar sus
tierras, entendí enseguida, y a cambio tardé en percibir la sustancia de
su mundo fantástico. No lo construía el mar a sus pies, los barcos
entre dos océanos coleccionando lugares maravillosos. Empezó por la
pantalla televisiva, cuyos huecos romances reinventaba con erotismo.
Sin
pieles, nos condujo la prolija historia pasional de ella, no importa
cuán joven era si a los once años se abandonó a un hombre tres veces
mayor.
Su
extraordinaria capacidad para el relato enriquecía las escenas con
atmósferas, aromas, sensaciones casi táctiles, deteniéndose a recordar
detalles que pasó por alto, y así al mismo tiempo el suspenso por los
momentos culminantes se volvía angustioso y secundario, pues las
minucias eran de una elocuencia tan o más arrebatadora. Aprendí entonces
cuánto el placer sensorial lo producía no el contacto sino su anuncio,
como cuando la mano iba rumbo al cruce entre los muslos del otro.
Para entonces yo llevaba años en los cíber ambientes, y
el mariposeo que anima fue perfecto para mi soledad. Revelarse y
esconderse, de eso trataba el juego, allí y donde quiera, ¿no?
Robándole
la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como
Autopista 61 a una red social. Subía y bajaba por allí horas enteras,
construyendo un personaje. En una viñeta de los nueve blogs o cuadernos
hoy a mi disposición, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me
justificaba: Uno se construye
varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta
irreconocible; justo entonces empieza a ser cierto.VIENE DE Cuadernos. En no libro. I.
SIGUE EN EL "CAPÍTULO 3."