Dije 2004 y debió ser 2003, si bien...
Marzo 17, 2003. "Fue
un ultraje, una obscenidad. La mano cortada en la puerta de metal, el
pantano de sangre y lodo al otro lado de la carretera, los cerebros
humanos dentro de un garaje, los restos incinerados y esqueléticos de
una madre iraquí y sus tres hijos pequeños en su automóvil que todavía
humea.
"Dos misiles de un avión estadounidense los mataron a todos:
según mis cálculos, más de 20 civiles iraquíes, destrozados antes de que
pudieran ser 'liberados' por la nación que destruyó sus vidas. ¿Quién
se atreve, me pregunto, a llamarlo ´daño colateral´? La calle Abu Taleb
estaba llena de peatones y automovilistas cuando el piloto
estadounidense se acercó a través de la densa tormenta de arena que
cubría el norte de Bagdad con una capa de polvo rojo y amarillo y lluvia
ayer por la mañana.
"Es un barrio pobre, en su mayoría musulmanes
chiítas, las mismas personas a las que los señores Bush y Blair esperan
con cariño se alzarán contra el presidente Saddam Hussein, un lugar de
talleres de reparación de automóviles empapados de petróleo,
departamentos superpoblados y cafés baratos. Todos con los que hablé
escucharon el avión. Un hombre, tan sorprendido por los cadáveres sin
cabeza que acababa de ver, solo podía decir dos palabras. ´Rugido,
flash´, seguía diciendo y luego cerró los ojos con tanta fuerza que los
músculos se ondularon entre ellos."
Con ese reportaje mal traducido, Robert Fisk se inaugura en
un periódico semanal partidario cuyos ciento diez mil ejemplares se
distribuyen por nuestro Distrito Federal. Lo dirijo como la oportunidad a
disposición para reditar mi viaje de 1970-71.
Él y el Nuevo no me necesitan más pues
criados a conciencia vuelan solos temprano y la amena estancia entre
clases medias, que trajo a T, M y su etcétera femenino, rematado en
fiestas, salones de baile, dominós con mujeres cuyo reto vence a
cualquier hombre a mano, puede terminar.
Sigo viviendo en el departamentito que
producía ascos en los funcionarios públicos de orígenes populares,
preparados para eternizar sus muy remunerativos cargos, entre mecánicos y
hojalatateros a quienes sirvo de orgullosa mascota, y dos o tres días
por semana veo a Rosario, la dirigenta sindical que culminó mi formación
en perspectiva de género y me acerca ya al prometedor movimiento
maquilero norteño.
Digna Ochoa murió meses atrás con un
balazo en la sien izquierda, siendo ella diestra, y el gobierno
obradorista le niega todo derecho póstumo declarándola aviesa suicida,
para evitarse chocar con los servicios de inteligencia militar. No sé
cómo eso marca un antes y después, confiriendo a narcos, fuerzas armadas
y policías un papel privilegiado en los planes del Estado ni que pronto haré un libro al respecto.
Falta nada para que esfuerzos de tres
años se tiren por la borda y el PRD (partido parlamentario de izquierda)
continúe con su estructura territorial-electoral, en la cual se apoya
el nefasto aparato creado desde 1989. Y no será porque a Rosario Robles,
muy posible, próxima, primera presidenta nacional, le descubran un
bochornoso proceder que la relaciona con poderes formales y fácticos
(Fue cegada por el amor, dirán ingenuamente).
En 2004 otras sindicalistas, ahora
estadonunidenses, me mostrarán cuánto su pueblo está entre los caídos
del macabro plan Bush-Cheney, que marcará el futuro.
Para ese momento el desliz con los
perredistas será historia y desde Reynosa, Tamaulipas, escribiré (tras
la crónica van apuntes para el guión del documental realizado):
De lo sólido que se desvanece en el aire
“Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo (…) Cierras los ojos un momento, o te das vuelta para mirar a otra parte, y aquello que tenías delante ha desaparecido.”
Era el tercer día de descubrir un mundo en el cual se revela descarnadamente lo que mueve al mío. Pareciera tenerse tan poco en común con la vida cotidiana de estas mujeres, sobre todo, y de estos hombres, como las de ell@s entre sí: trabajador@s de las maquiladoras del norte, oaxaqueñ@s y chiapanec@s que apenas empiezan a toparse con ellas, y activistas sindicales, religiosos y de causas ciudadanas de Estados Unidos, Canadá, Honduras, República Dominicana, Holanda, Corea…
Para entonces General Motors, Johnson and Johnson, ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones habían montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de empleos se perdían en Detroit, Chicago, etc., y poblaciones de la franja próxima al norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de enfermedades degenerativas relacionadas con tóxicos.
Si las organizaciones de los Estados Unidos representadas en la Coalición que se formalizaría en 1991, aspiraban a detener el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían actuar más allá de la frontera, donde por lo obvio la historia se repetía geométricamente, de modo que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en Mamamoros, Nuevo Laredo y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo diez tantos más: 360.
Rodeado de nada, con una sólo acceso para vehículos vigilado por policías industriales, aquello es una virtual zona franca.
Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta:
Digo cualquier cosa sabiendo que quien
te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la
sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en
sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo pues te vi
antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para
mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros
días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de una rama en
la ventana, sin traducción para mí que estuve dale y dale intentando
infructuosamente hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me
rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por
necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide ayuda para bajarte
por la rampa, le contesto que puedo solo, advierte cuánto has crecido.
¿Ves? Todo eso está en nuestras voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que
no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un
tris. Qué caso tiene, dirás a tu manera.
Más de medio siglo después, cuando
haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando para contarte.
La distancia no nos separa pues moro en ti y entonces es imposible
precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y
la terraza donde mamá te hizo un reino a modo.
Tiempo de caminar
Viejo, aprendo a escribir aunque siempre lo hice y desespero con las viñetas hechas como Dios les dio a entender:
Abrí los ojos y contra el zumbido
telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos y
azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella
acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de piña
fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer,
desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de
la ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura,
satisfecha. Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta,
lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a
montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las
fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a
las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas
desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al despertar
de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba llegando un
amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual yo creía
encontrar contagios de lugares mágicos que sentí perder y que así, en
apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos
para que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad pues no
había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por
millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre
sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta
forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los
erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era
abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las
representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las
mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos
pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del
espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso.
O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una
incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o
tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-,
desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta
con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez,
en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta,
entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprensible, como entendí de
nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin
suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía
adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro
de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la
estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus
ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad,
que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las
puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un
vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba
las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella
escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y
suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se
vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le
ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas,
preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al
marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él,
el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán
soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando
por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa
forma de estar que soportaba y entendía todo?
-0-
Él, S y E, nietos, es el padre
de ustedes, y la mañana a la cual acabo de referirme contenía cuanto se
necesitaba entender. Vuelvo a ella una y otra vez en el cuaderno.
-0-
Los agujeros sobre los que llamaba la atención de mamá aparecen recurrentemente en distintas formas:
En la azotea el canto de Felicitas, a
quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta, descubre un valle distinto
al que mis ocho años de edad revelan y construyen.
Las manos de la joven campesina se
empeñan ágiles y sin pesares contra la piedra del lavadero y el correr
del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman
de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo con
ello la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del
vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los
cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.
Providencia
Agustín, a quien mucho después acompañaré a Aguas Blancas, espera sobre un lomo de la
calle que libra los viscosos riachuelos de colores en mutación, contra
un muro carcelario. Amparado en el borde de la esquina cree ocultarse a
las miradas de la planta donde trabaja, una cuadra más allá, media hora
después del cambio de turno, según propuso para evitar a sus compañeros.
Es la segunda vez que lo veo y
confirmo la impresión original: la de un ser conmovedor en el esfuerzo
por pasar inadvertido entre hombres que aprendieron muy pronto a ponerle
cara a la ciudad y usan la rudeza y el humor filoso para defenderse de
ella y apropiársela. Luego sabré que no se lo impiden el número de años
desde salir del pueblo ni una posible falta de agilidad mental, sino el
lugar que asumió en la familia. No hay contrasentido en su ansia de
trascender, que lo acerca al Grupo.
El tono exaltado en el que vivimos se
transmite de inmediato a las relaciones y en días nos volveremos
íntimos. Lo sabemos en cuanto me descrubre y viene al encuentro entre la
desolación de la calzada de gigantesco tamaño, con las vías del tren de
por medio, que a un lado se abre a un fraccionamiento industrial y al
otro a una colonia y al gran descampado con las montañas detrás.
El suelo de la zona se hizo doblemente
magro al perder los sembradíos y los árboles, y nos convierte en un par
de hombres en tierra fronteriza, como cualquiera al vértice de la gran
urbe, pero a lo bruto, a la manera de todo lo que toca la industria.
Romanticismo puro, pues, de miasmas
penetrantes y un silencio mortuorio tanto mejor revelado cuanto más
lejos se está de las máquinas, hechas rumor por las gruesas, altas
paredes que parecen heredar las de las viejas haciendas.
Cruzamos la calzada rumbo a su casa
como en un juego, él siempre procurando la izquierda para mirar con el
ojo que le sigue sano a los veinticuatro años, y yo en busca del que en
el iris se llevó un bicho salido de la carne muerta de la empacadora
donde trabaja desde casi niño. Porque en ése es donde está mi futuro
compadre. Allí su melancolía sin remedio, bella, contagiosa, que rima
con el paisaje y nuestros días.
En el fraccionamiento de las fábricas,
las larguísimas calles sin reposo al sol y la lluvia, desiertas a las
horas en las cuales suelo llegar, por tan hostiles al principio parecen
cada vez más cálidas, pletóricas de vida que se trasmite de las plantas:
tinglado mecánico con mucho de infernal y mucho de entrañable para
quienes hacen de él su vida. Los aromas aplastantes, en ocasiones
nauseabundos, vividos por unas horas y no como permanente suplicio, y
las chimeneas despidiendo gruesas volutas en mil tonos de grises, no
hacen sino completar la sensación de ser parte de una novela o una
película. De serlo entre el orgullo de pasar como uno más ante el
guardia de seguridad, el policía, el administrador que cruza en su auto,
y el creciente número de saludos y charlas al paso, la picaresca a la
salida de la fábrica liberada, en palabras y toqueteos de machos
divirtiéndose; de partidos de futbol y tandas de dominó y baraja para
hacer de las huelgas fiestas; de breves discursos un autobús tras otro,
venciendo el anonimato del espacio público, que no debe pertenecer a
nadie y así se humaniza; de momentos épicos que para mí encarnan un
poema: Masa.
De serlo prometiendo que cada día
habrá más y mejor de eso, de los hogares y los billares y los peliagudos
expendios de alcohol compartidos. Con Agustín, quien se ensancha a la
par de mí, comenzando por esta tarde, cuando está a punto de hacerme
parte de su familia y no sé cómo agradecérselo.
-0-
El departamento donde Él y la Ella
ausente estaba traspasado por la pérdida del mundo en que el
compadre me introducía bien a bien.
La crónica interminable
-Continuemos, anda.
-Espera, déjame presentarte a alguien.
Derzú Uzala es un cazador henzhe de los bosques al extremo siberaniano que alcanza China. Su bella humanidad está sola en la tierra, pues mujer e hijos murieron hace tiempo, víctimas del sarampión. Hermosa también parece la que encarna Li Tsung-ping, cuyos cincuenta y seis años lo vuelven anciano en esa espesura contigua a las estepas extendidas hasta Arabia y Turkestan.
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-Es impresionante la obra de ese hombre y toda sirve a nuestro propósito.
Lo individual y lo colectivo
Sumo dos viñetas interelacionadas:
Andar
Él, que nació año y medio atrás, quedó en la ciudad frente al mar adonde llegamos hace poco. Quedó con Ella, quien ya está y no, pues de exilio cuanto hay en el cuaderno, el suyo inició sin saberlo.
Aparta de mí ese cáliz
O como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios.
-0-
¿Cómo
se elaboró la vida íntima en la España franquista? En Asturias, por
ejemplo, donde al final de la Guerra Civil tras las más duras columnas
franquistas arribaron misioneros hasta un minuto antes en pía obra en
África.
Los
religiosos debían contribuir a extender el manto negro sobre la región,
en la que a comienzos de los años 1940 por las noches se puso a circular
una “fantasma”. Parecía mera leyenda para dar a la noche el aire
sobrenatural que se debía, colaborando al cumplimiento del toque de
queda. Lo parecía, hasta la justiciera mañana en la cual los fugaos
resolvieron cortar por lo sano y dejaron a la entrada de un poblado el
cadáver con fantástica capa encima, del capitán de la Guardia Civil que
se divertía asustando al vecindario.
Los
fugaos eran los del monte y esas líneas continuaban con la sexualidad de
tres mujeres, elocuente demostración de la negrura de treinta años que
empezaron así:
Primero
encontré a Vega, el más adelantado de los estudiantes de química en el
Gijón de 1939, convertido en fotógrafo en una distante aldea a la que se
lo destinó con claras instrucciones de no ejercer nada parecido a su
trunca profesión.
Luego
fue Llagos. Con dieciocho años a la caída de la Republica, en su aldea
debió asumir la dirección del PSOE, desde luego encubierta, lo cual,
claro, es un decir. No tuve una relativa clara idea de cuánto había
sufrido el hombre hasta hacer migas con Marcelo.
En el libro sobre el abuelo va este apretado resumen de los años 1940:
Enfermeras
y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del
gusto por el poder convertido en deseo, luego asesinados, como adelanto
de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las
huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios
reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos
en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para
que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano
como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas
sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo
inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares
riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un
cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino
verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las
horas…
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero, el aún más o menos joven poeta, decía:
Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
Damaso
Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras
la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos
sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada,
sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás
tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre
millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido
largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”
Lejos de allí otro poeta escribió antes de la desgracia:
"España, aparta de mi este cáliz
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!"*
* César Vallejo.
Red de agujeros
Ultima Función y La Pasión Según FB
Intento equilibrar temas. Mal puedo. ¿Me permitiré ahora exhibir lo más mundano en mi vejez, entre entrañable y frívolo? Pruebo.
Los
últimos años me costaron mucho trabajo. Podía desaparecen sin que me
echaran en falta o incluso con la aliviada respiración de los otros, que
temían cargara sobre sus espaldas.
Una
vez demostrada mi capacidad para sobrevivir y algo más, me retiro.
Parto, pues, como digo al principio, por un agujero en nuestro país de
misterios y hacia el primer día. Estar y no haber sido donde se anduvo:
el lugar "lleno de ruido"; qué grande eso.
A
6 de marzo de 2016, firmo moviendo la cabeza a lo péndulo pues mañana
lunes haré nuevamente el tonto en público. Ya no basta con ser sombra.
En fin, empecemos el dichoso cuaderno:
Cuánto cansa la pasión
amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de
pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y
declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama
más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-0-
A sus dos años y medio fue mi viaje con el abuelo.
Maletas (2008)
-¿Pensaste alguna vez en venir a México, abuelo?
-No.
-¿Y no es genial el país?
-Pa enredarme se necesita uno mil veces más listo que tú, crío.
-Jejeje.
-¿De qué te ríes?
-De tu insistencia en llamarme crío cuando tengo casi siete años más que tú.
-Sí, pero para mí siempre serás eso. Para mí y para cualquiera, que parece que sigues jugando en el arenero.
-¿Me pasas las camisas que están sobre la cama?
-Si
piensas que ya me diste la vuelta, estás más loco que una cabra. Y mira
el desastre este. ¿Así se dobla la ropa? Cago en Dios. Y para de reírte
o te meto un carrujo de dinamita ya sabes dónde. ¿Y si te digo que no
voy?
-No bromees.
-Qué río Níger ni qué ocho cuartos.
-Pues te quedarás como los patitos.
-Déjame de patitos. ¿Cuáles patitos?
-Los de la canción: comiendo mosquitos.
-Vete a tomar por culo, queridísimo nieto.
-¡Abuelo!, jejeje.
-¡Vecino, llegó el taxi!
-Ya está la maleta.
-Ni sueñes que me has liado. ¡No voy!
-Pues no te creo.
-¿Ah, no?
-No me dejas ni aunque vuelvan a convocar a la revolución.
-Exagerao.
-Piénsalo dos veces: un río de misterios, el origen de la humanidad...
-Y calor y mosquitos y no ver más a los pequeñajos. Con la medida que les tengo tomada para driblarlos...
-Por
favor, si tiro por viaje con los túneles que te hacen quedas peor
parado que la estatua de Carlos V cuando le quitaron el caballo.
-¿Yo? Te estás buscando unas hostias...
-0-
Marchar al Níger no fue una ocurrencia y tuvo dos orígenes. Uno lo deducirán de la viñeta a continuación. El otro vino tras una extrañísima oferta.
A sus dos años y medio, E y S, nuestro idilio terminó pasando a un plano distinto y dejé de verlos.
Por fortuna la Inesperada o Tic o P había llegado, sino andaría como papel que rueda por la calle, digamos a lo dramático y no tanto, con sólo el gorrión compadre, y una conocida me contó que su fundación buscaba inútilmente quién pasará tres años en las poblaciones ribereñas sobre el río más largo del mundo.
No tuve que pensarlo dos veces y levanté la mano pues, según cuento con detalle en el diario a mi Inesperada, ella se enamoró de la idea. Debimos renunciar pues al poco olvidaron el proyecto, demencial si consideramos la multitud de etnias y países a quienes atender y muy atinado pensando en el monstruoso, latente estado del África negra centro-occidental tras Ruanda 1994.
El
producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si
lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció,
perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el
último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando
apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo
descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De
modo de no gastar el truco, suelo hacerlo cada tres Navidades.
Lleno la caja y huelgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los
otros dos, ni modo, paso hambres.
-0-
Esta
vez me di a los derroches y a principios de agosto ya empieza la
sequía. Para aguantar de aquí a diciembre del año que viene junto
periódico, hago colección de colillas, busco un zagúan a propósito y
practico la más rentable forma de estirar la mano.
No, señora
conmiseración, deje de pasearse por aquí. No ve que disfruto también
dormir a cielo abierto y tener pretexto pa platicar con los que sueltan
la moneda y con los que se la guardan, da lo mismo. Y total, sigo
holgando, ¿no?
De pilón los nietos se divierten como locos en las
pijamadas con la Jornada y El Universal por manta, descubriendo los
secretos de la noche gorda.
En la última temporada como ésta fue que el Emi se enamoró pa siempre de la luna y el Sebas aprendió a tocar la armónica.
No, qué hueva si siempre pudiera ir al super, dormir en cama, rasurarme y peluquearme, enverdecer por falta de aire y sol.
Pasión
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a una red social. Subía y bajaba por allí horas enteras, construyendo un personaje. En una viñeta de los nueve blogs o cuadernos hoy a mi disposición, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible; justo entonces empieza a ser cierto.
VIENE DE Cuadernos. En no libro. I.
SIGUE EN EL "CAPÍTULO 3."