sábado, 1 de octubre de 2022

La crónica y La Casa del Horror

Obviamente esta no es una columna periodística, jeje. A tanto no me rebajo.

Hoy, parece, toca fondo el proceso iniciado por López Obrador tras su triunfo en 2018. Lo hace al presentarse el tercer informe del GIEI sobre los normalistas asesinados en Iguala casi exactos ocho años antes.

Antes del brutal acto yo escribía en un blog: 

Noche del mexicano grito y al Barrio, como llamo a mi cuenta depurada en FB (...) lo pone furibundo la fecha reglamentaria y está casi vacío... 

Entonces alguien sube esto:

¿Argelia en los 1950s?, pregunto para los demás, y para mí: ¿En verdad están cagados de miedo? Sí, de sí mismos, de lo que están preparados a hacer a la menor provocación.

Justo diez días después el país da el brutal salto en la nada que puede conducirlo a la nueva utopía.

Atinaba y lo que importa se refiere al significado del hecho. La terca lucha, que tenía décadas, empeñada por los normalistas en todas partes y sobre todo Ayotnizapa, donde adquirieron su formación Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y otros, animó a poderes fácticos e institucionales a la mayor desmesura. 

Hoy pueden destaparse bien a bien cloacas que el neoliberalismo criollo llevó a las últimas consecuencias, iniciando su irreparable caída, expresada en el proceso electoral de 2018. AMLO, cuya formación desprecia desde siempre al movimiento social, quizá no estima como debiera tal aporte, que en estos momentos le permite jugar su carta maestra. 

Mi apunte de 2014 decidió a abogadas y familiares de Julio César Mondragón, a hacer un libro en cinco o seis semanas para devolver a la luz un caso que estaba oculto al no formar parte del expediente sobre desaparición, pues el joven, según recordamos, apareció muerto, sin rostro al ser desollado. 

¿Por qué elegirme, si yo no pertenecía al grupo de especialistas comprometidos con la investigación? Tal vez y solo tal vez, por los nombres de pila del estudiante: los mismos de quien se apellidaba Patolzin, que, como es público ahora, el ejército infiltró en la Normal.

Para entonces mi Casa del Horror, otro blog, quedó en suspenso. Decía allí: 

La violencia en México toca todos los ámbitos, a veces sin que públicamente se perciba. Forma así un circo, uno solo, con muchas pistas.

Entonces llegaron las sombras entre el 26 y 27 de septiembre en Iguala, Guerrero, y la trama se exhibió descarnadamente. 

Lo hizo y no, pues apenas con ese último informe del GIEI conocemos detalles pormenorizados a los cuales les falta un trecho por desenmascararse a plenitud.

Para entonces y por malos entendidos que aclaré enseguida, me incluyeron en un estupendo blog plurinacional de novela negra: Dieznegritos. Envié una única colaboración, preguntando si el género era pertinente donde la violencia tocaba cuanto había, como México.

Respondieron que sí y acertaban, según demostrarían periodistas cuyo avance del reportaje a la crónica y la novela vendría pronto, pues solo así podían exhibir los entresijos profundos. 

Pude entenderlo tras cuarenta años de seguir ese camino al tratar temas sociales, históricos, de la vida cotidiana.

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El libro, reeditado dos veces, y sus cien presentaciones, contribuyeron a visibilizar el caso.

Para tan perentorio tiempo, lo hice empleando en buena parte materiales de quienes más sabían sobre diversos temas, con un supuesto: la muerte de Julio César completaba el mensaje: Desaparecimos a cuarenta y tres y les hicimos algo parecido a esto.

Los especialistas no encontraron antecedentes de desollamiento en México, sin importar cuánto las mafias y sus socios o patrones intercambian públicas, siniestras advertencias. Un trabajo así, decían, solo puede encargarse a quienes recibieron cursos avanzados en fuerzas armadas estadounidenses, israelíes, etc. 

¿Nos extraña la presencia en Iguala de versados sobre la materia? La Comisión de la Verdad de Guerrero terminaba durante 2014 un documento que iniciaba con la Guerra Sucia y sus prolegómenos. Según ella, a partir de 1969, fecha en que inicia la guerrilla allí, el Estado tomo una decisión expresa: para la entidad los militares tienen preminencia. Y había otros señalamientos sobre el posible reparto a comandantes, de zonas donde se produce amapola y mariguana, para en los primeros, arduos tiempos animarlos a desmesuras como los "vuelos de la muerte". 

En todo caso había multitud de pruebas sobre cómo "el pueblo uniformado" se comportaba con la sociedad, asesinando y violando, y el 27 batallón asentado en Iguala tenía un extenso adiestramiento  contrainsurgente. 

Éste escalaría, conforme a ciertos profesionales, tras firmarse el TLCAN, cuyos capítulos secretos incluían uno mandatando al ejército reorientar su papel; en adelante sería policía interna. 

Así, pues, nuevos cuerpos de élite se distribuirían por regiones en conflicto: Altos de Chiapas, zonas donde actuaban el EPR y el ERPI, y demás. Entre ellos los Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales, que intervinieron en la masacre de El Charco, sobre la Costa Chica guerrerense, y, según es conocido hasta el aburrimiento, producirían a los Zetas.

SIGUE