domingo, 17 de julio de 2022

Gran clásico

 


Voy de clásico en clásico y hoy sumé el tercer sueño más plácido que recuerde, todos durante los últimos meses. De amor va la cuestión, con un claro toque místico. 

Esta noche fue el colmo pues ambos protagonistas luego de expresar nuestro asombro discutimos la posible duración del premio sin motivo. 
-Nadie amó tanto. 
-Y ni idea teníamos un segundo antes. 
-¿Cuánto llevamos?
-¿Veinte minutos?
-No puede durar años, meses siquiera, pero sí semanas, ¿verdad?
-¿Hay que intentarlo?
-¿Y después? ¿Sufrir la pérdida el resto de la vida?
-¿Morir? 
El diálogo se producía en un pasillo que buscamos tras el súbito descubrimiento ella a horcajadas sobre mí en el suelo, adonde nos llevó el juego.
Como en los otros sueños, distinta cada ocasión, jamás la había visto. ¿Quién da la orden?
Lo llamo un clásico porque cuando hace cuarenta años fui a dar al hospital con diagnóstico de factible esquizofrenia, creo, las noches después hice el amor con cuanta joven me gustaba. Delirios que empecé a experimentar realmente al acercarme a la crisis, con la más hermosa -fue una historia breve e intensísima y jamás hablo de ella ¿porque C murió en un accidente o algo peor? 
¿Y ahora?, ¿perdí la razón, la perderé pronto o se debe a la conciencia de que no hay más romance para mí, viejo?
-Te quiero -siguen diciendo en la vigilia nuestros cuerpos.
¿Cómo resistirme a la tentación de conservar el momento? Tengo miedo de cerrar los ojos y perderla, y ese pasillo en penumbras, la vida que se agita extraordinariamente alrededor. 
-No iremos a tu casa, la mía o cualquier otro lugar solitario. A mitad del mundo será -nos decíamos.
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Jamás fabulo, repito para mis nietos, compañeros en los cuadernos y a quienes esto no llegará, cuando menos así. 
El anterior sueño lo recogí en Inesperada, un diario que desaparezco y sirvió como rescate del tiempo con ustedes, E y S, y sencilla pregunta -sólo eso puedo, ya se sabe- sobre el misticismo en tanto pasión carnal, que observé por primera vez con la Purple Rain -menudo apodo, jjj.

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Volviendo a la cama hablé con... ¿le daré un nombre? Estábamos entre la puerta y el ventanal a un jardín público, como al despertar.
De la misma altura los dos su cabello era castaño oscuro o ligeramente claro, ¿según la luz?, se ondulaba un tanto y le salía sobrando el qué dirán. Contra el arquetipo que suelo buscar, tenía una piel muy blanca (¿sí?), de huesos firmes en el rostro alargado. 
Ojos cafés verdosos, inteligentísimos, la boca se dibujaba con una imperfección que modélicamente se aprecia mucho. Delgada, piernas largas y generosas, vellosidad de durazno o ausente, también conforme a las necesidades; pechos pequeños y duros y una espalda nudosa sobre la cual me concentraba.
-Qué situación tan simpática. ¿Me acariciaste en el piso? -preguntó mientras sus dedos me recorrían la cara.
-Ya ves que no sabemos nada, jeje. ¿Nos besamos? 
En segundos los cuerpos hicieron un montón de cosas moviéndose apenas.
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Sobre los sueños no hay control. Fantasear es otra cosa. 
Pensándolo un poco, resulta natural. Moriré sin conocer a la mujer representada. Los dos nos habremos perdido el amor irrestricto, a la manera de cualquiera. ¿Qué de extraño si clamo por él cuando me queda casi nada?  
Sofi, la amiga, insiste en llevarme de paseo con un pretexto. Paseé más de lo que me tocaba, le digo. Quedan pocos años por delante y no voy a gastarlos en lo de siempre. Muy pocos, está claro ahora, cuando peleo contra una tos por la que gritan mis pacientes pulmones.
-¡Pásele, joven...! a presenciar la auténtica última función, jeje.
Si el tufo a viejo reclamó la fuente de la eterna juventud, mejor conocida como carne fresca, jeje, es harto probable que en el fantaseo con aires místicos hable la muerte sin más. 
(Vean la película, nietuscos. El autor es de las adoraciones de su pa... ¿Entonces les estoy hablando ya?)
No estoy aquí para mendigar una respiración más, a pesar de mi idolatría por la vida.  
Sólo lamento no haberte tenido, quien quiera que seas en mi sueño.
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Dice el amigo Veg que la mujer representada reúne a quienes más quise. Unos meses atrás le daría la razón, hoy no estoy seguro y en todo caso el sueño clamó por lo que no tendrá yo ni nadie, y de allí su misticismo, creo. El previo lo dijo muy claro: era inverosímil y sumaba tres inequívocos símbolos, empezando por el lugar, pesebre improvisado.
El segundo indicio conducía a la pintura renacentista: los dedos de ella me acariciaron el mentón ligeramente para acompañar la mirada, el cuello en un doblez, de niña o madre, a quien le traía aquello más allá de él, asimismo agradecido como el fiel que recibía en cuerpo y alma a su virgen.
Busqué en los libros las imágenes icónicas de María con el padre o el hijo, no di con ellas y tomé esta, quién sabe cuánto conscientemente trasgresora. 
En casa de mis padres el Señor no se mencionó una sola vez, conozco las iglesias exclusivamente como suceso antropológico, y con mucha probabilidad interpreto mal. No llamaré entonces en mi ayuda a San Juan de la Cruz y su amiga Teresa. 
Que mis tres maravillosos sueños significan mucho más que deseos materializados de algún modo alguna vez, me queda claro. Y así la despedida de lo justo-imposible, cuando acercándose la muerte hago el resumen.
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Hice un suspenso para vomitar los meses tratando de darle vida a la mujer en el segundo sueño. Inesperada, llamé al diario del desatino. 
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El plácido sueño no se repite y antes de dormir lo suplo extendiendo involuntariamente, pareciera, una historia más o menos cercana. En ella hay sólo sexo, demencial como su último mes y medio. Y así amor sin cotos, también místico pues la mujer y yo nos trascendemos. 
Regreso a las frases que se gastan: 
El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en ti más infinita te volvías. 
Apenas llegar la joven, Tú, llamémosla, decidió marcharse. No podía sino tras sesenta días. Cómo nos odíamos en el primer tramo de la espera. Se suicidó simbólicamente cortándose el cabello que le llegaba a la cintura desde niña y correspondí desapareciendo al hombre cuya sexualidad descansaba en el placer de la pareja. 
Ni así deteníamos la desesperación. Una noche la eché a la calle que le empavorecía, la tarde siguiente amenazó clavarse unas tijeras... Entonces volteó a mirar el calendario y fue al cuarto a disfrazarse para cumplir sin restricciones la oferta-demanda que nos sostuvo tres años: representaría una geisha, una odalisca o como se llamara quien satisface hasta el último deseo a cambio de cumplirle la promesa que se hizo apenas tuvo consciencia de sí.
Cuando pronto en la relación le pedí romperla porque yo no tenía manera de servir a su objetivo, arrinconada propuso que la "alquilara" a otros, y ahora no me quedaba duda: de contar con recursos económicos la conservaría.
Para Tú nuestras perversiones de costumbre no eran sacrificio sino liberación. Lo supe bien a bien cuando en la primavera del romance preguntó:
-¿Tú me habrías penetrado?
Se refería al momento que acababa de contarme. Tenía once años, un hombre de treinta la enamoró y corría a encontrarlo al terminar las clases. 
La emborrachaba el peso de él y la práctica que después le haría acuñar una frase: 
-Un beso no se le niega a nadie. 
El hombre la llevo al rincón más solitario, ella tembló y no la tocó.
-¿Tú me habrías penetrado? 
-No.
-¿Por qué? -dijo decepcionada.
-Porque te habría querido mía para siempre y no tendría prisa. 
Sus ojos se iluminaron a la manera de un segundo juego, en que yo, tras la pista del camino explorado también fantasiosamente con M, me proponía hermano mayor. 
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Uau, qué viaje en la oportunidad de cumplir de una distinta manera el místico sueño. Estoy para el psiquiátrico, sí. Y, con todo, continuaré, jeje.
Por cierto, quien hace cuarenta años en el elegante hospital me hizo dormir tres días sin pausa atiborrándome de fármacos, se equivocó por completo cuando advirtió a mi familia:
-Tal vez despierte del otro lado de la realidad.
Vivía en él, jeje. (Sabes que no es verdad, redomado, famoso ladrón en bata blanca.)
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¿Vamos a la cama, Tú, o espero que el sueño me regrese a la debida?
la debida, digo, no porque piense que mis fantasías contigo, hoy a solas y antes juntos, desmerezcan. Es sólo que en tu caso el sueño se da en vigilia y con conciencia del fracaso.
Ganarás la partida, sin duda. De ti tengo la piel, su perfume y su sabor, y por todas partes este modesto hogar guarda con celo las cavidades de puertas en secuencia infinita que abriste. 
El diario de la Inesperada resultaba intolerable al irrealizar los lugares que no inventé. Hablo allí de un plano sobre inusitados rincones del placer. No está en papel estraza: es memoria y proyección y por el buen motivo al cual me refería, como punto número Uno va el pie del espejo donde en vestido blanco para excitarme te peinabas fingiendo pertenecer a otro. Hasta entonces el puesto lo tenía el librero y la gloria se alcanzó sobre la cama, tu de pie en mujer fatal con un segundo vestido que de súbito encontraste cómo transparentar ante la mesa de noche, revelación todavía más para ti que para mí, según gritó la araña de jugos entre las piernas.
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Todavía en el otoño de nuestro proyecto pedías que fuera a tu pueblo para conocer los lugares donde habías tenido amor y sexo.
Había parques, playas, salones de fiesta, hoteles, azoteas universitarias... No nos perderíamos uno como continuación de las extraordinarias narraciones que hacías. 
Hoy la fantasía arranca de allí con la variante semisugerida por los dos, del yo hombre maduro y tú niña jugando a amarnos hasta el final sin entorpecer cuanto viviste. 
Antes de la larga despedida aquella mantenías en secreto muchas cosas, en el mes y medio conocí algunas y sobre otras mal conservabas el silencio. De mi venían las invitaciones a fantasear con hombres o mujeres en presente. Lo hice por impotencia y si las seguías con gusto sólo ocasionalmente, estaba seguro de que te ganaría para ellas poco a poco. 
Toquemos el infierno de modo de conocer el cielo, era la apuesta.
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Tu vida sigue un buen curso ahora, siempre fuiste un personaje extraordinario, charlamos a ratos y tras la ríspida discusión aquella ni por casualidad asomarás por estos lados. 
No hablo de ti, entonces, sino de la factible tres años atrás, a quien el viejo convierte en cobijo para la sexualidad y mucho más. Contigo cumplo el sueño que no inventé, de una manera aparentemente muy otra y también fiel a la gran, mística demanda.

Un filósofo llama "salvaje a la experiencia mística espontánea, al margen de la hierofanía religiosa y los sistemas muy elaborados de creencias e ideas”. "Como el relámpago que ilumina de golpe todo un paisaje nocturno tiene la naturaleza de una revelación.”
Algunos médicos afirman que los estados de gracia, “el sexo y la meditación comparten una misma identidad neurológica; ambas actividades conllevan a una idílica conjunción entre el mundo del espíritu y el de la carne.”
El misticismo salvaje "es errático, impredescible", y en todo caso hablamos de placeres ascéticos. 
Cubierto el expediente de justificarme, vamos a lo nuestro, jeje. 
Bromas aparte la fantasía con Tú conduce al amor por fin sin reservas. Cuanto más rompe reglas y se atreve a la perversión, la premura sexual es plenitud amorosa, imposible de alcanzar por otros caminos. Equivale a la confrontación con la muerte. 
Que nos expulsaran del paraíso religioso o biológico resultaba el requisito para que la pasión naciera. Uno a uno los seres vacilamos en medio de la soledad y nos procuramos luchando. No hay posible real rencuentro y su búsqueda precisa el desgarramiento, cruel si es auténtico.
De adoración trataba el sueño que condujo a la Inesperada y a Tú mejor la idolatro si la compelo.
El falso plano sobre la vida sexual en este departamento recogía los lugares probados y los acordados sin probar, como el clóset donde debería castigarte. La violencia y su simulación son ajenos a mí y tú tímidamente las sugeriste. El dominio mental en cambio me atrae muchísimo, practicado por ambas partes, y para ti era el súmmum. Sobre todo si lo ejercías en la modalidad producir deseo incontrolable.
Mi fantasía arranca de su combinación y necesita tenerte en la boca y los ojos. Besar es arte en tu caso, no importa la región del otro, y junto a ese disfrute está el mío sin pretensiones. 
Nadie estimó tanto tu cuerpo, sin duda, y haciendo uso de la acuciosidad de mis labios, mi lengua, mi olfato, mis manos, la mirada enloquecía por partida doble pues traía perfumes, texturas, sabores. 

No dejes de creerme: nadie tan mero animal conocí en su morfología. Tu sexo se abre más abajo de lo común, para un acceso muy natural; el contraste de colores allí, en la boca y los pechos grita por satisfacción y la textura de tus carnes internas tiene una finura y una liquidez desusadas.
Aun así el mayor tesoro está en la memoria de los nervios y en la imaginación. 
No entiendo cómo te abandonaron quienes te poseyeron, y sé cómo se arrepienten sin falta. Todos vuelven o lo intentan y por ello tu soberbia, que mal calculé al marcharte. Hablamos ahora de cangrejos o butifarras y sabes que los jugos Tú cubren en silencio la pantalla, jeje. Estuve seguro cuando a mitad de una delicadísima charla introdujiste detalles sobre la sexualidad con tu actual pareja. Era como si contra la imagen de una nueva galaxia encontrada dibujaras dos cuerpos en el momento cumbre para al más tibio comentario mío cerrar el chat acusándome de hacerle propuestas indecorosas al universo. 
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Al día siguiente sonrío leyendo esto. Es un juego que sirve dos horas tres veces por semana cuando mucho. 
La vida está en otra parte, escribió alguien. 
Esta foto es de diez años atrás. No tendría una nueva pareja, estaba seguro, y la vida sexual se reduciría a mendrugos. Mal acepté el asunto y temía morder a las mujeres al paso, pues mi apetito seguía siendo descomunal. 
Jamás reparé en las jovencitas y Las niñas y la música da cuenta de mi fidelidad al tema. 
Vinieron las redes sociales y el juvenil forcejeo femenino por los hombres real o aparentemente exitosos. Me compadecí de quienes daban clases y fui rendido no por la carne fresca de Mía sino por su inteligencia y misterio, con los que a la vez descubría el terrible fenómeno que hacía rabiar a mi hijo mayor: lo wannabe, producto de padres de clases medias presionando a su descendencia a niveles demenciales. 
Las hermanas de Mía habían casado con grandes empresarios y destinada ella a ser la chica prodigio, despreciaba su cuerpo y exigía lo imposible a su cabeza. Tres horas de sueño cuando mucho, una docena de uvas y tes en abundancia, sostenían extenuantes jornadas laborales y al encontrarla a mis sesenta y uno estaba amenazada por la ceguera, el infarto, las más demoledoras hernias y una columna vertebral viniéndose abajo como fichas de dominó.
El amor no impidió que pretendiera del sesentón la dudosa presea: un libro bien aireado por una famosa institución europea para funciones que nada tenían que ver con la calidad del producto.

Sigue, por supuesto, que el gran clásico apenas se esbozó y la aparición de Mía sirve sólo para... ¿qué, Ma-dame, como también te llamaba? 
Ah, lo wannabe era el tema, recuerdo meses después de que la viñeta inició. L introdujo un interregno y vuelvo.
Conducías a la Purple, querida Mía, y ahora no tiene caso. Vayamos directo a Tú en la fantasía que estoy seguro habríamos vivido. 
Comienza pocos días antes de su marcha. A lo repentino un telefonozado multiplica por diez mis ingresos preservando el usual libre uso del tiempo. 
Cuelgo y al llamar a los hijos para informarles Tú se acerca y da jubilosos saltos. 
-¡Te lo merecías!, ¡eeeh! -grita cuanto termino y sigue con la celebración cuyos motivos empiezan a dibujarse en mi cabeza. -¿Te dije que la maestría no requiere promedio si pago por ella?
Entre ladino y genuinamente escéptico pregunto a qué viene eso.
-¿Hablas de quedar...? Me odias y odias a esta ciudad?
-No, no te odio -responde con un puchero-, y a la ciudad le tengo miedo nada más y se me quita.
-¿De veras cree que aceptaré? -uso el mango del sartén en mi mano y ella pone la suya, de modo que nos friamos.
Echa andar con el rostro transfigurado a la manera a la cual me acostumbró, y de niña frágil y colérica pasa a mujer fatal mostrándome sus dones para el juego.