Aclaré que no era fan de Bob Dylan, alias el Mr. o Don o Zimm, así lleve sesenta años escuchándolo sin falta cada día, entre otras muchas cosas porque no nací estadounidense y solo así, estimados hispanohablentes cuyas vidas parecen pender de él, puede entendérsele.
Entonces reparé en lo tal vez obvio para cuando menos algunos de ustedes: el tipo surgió como un volcán, en diez minutos flat, digamos, entre la generación popular con mayores oportunidades en la historia.
Luego odió las referencias culteranas con que cercaban su obra y cuando recibió el Nobel sin apreciarlo en lo absoluto, se diría, escribió algo que casi se agotaba hablando de sus iguales en los tiempos primeros, influidos por mil otros y otras previos. Hasta rematar con Moby Dick para explayarse en ella sin vendérnosla por dos dólares.
Para ese momento había compuesto Tempest, canción y álbum. Le preguntaron si aludía a Shakespeare y se burló sin delatar la broma: No, es más bien sobre el Titanic.
Vean lo siguiente, por favor, obra de un especialista literario:
Uno más uno igual a dos: el Mr.-Melville-Ismael, de caprichoso, a veces insoportable carácter, excepto los momentos compartidos con sus pares.
(Minuto 24 en adelante.)
La dejó pronto y, al modo de don Hermann, a usted parecen valerle madre los amores, jeje. Esta única canción que vale de su universitaria Señorita, es demoledora.
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Por supuesto sigo sin saber nada de Dylan. Lo uso, as usual, mientras me mato a pajas con sus canciones.
En cuanto a Moby Dick...