martes, 16 de agosto de 2022

El arte de la fuga

 

El arte "es, más bien, la construcción gradual y permanente de un estado de asombro y serenidad", dijo este pianista que hace dueto para interpretar al tercer hombre cuya música se escucha.

De James Kelley no conocemos palabra. Nació al otro lado del Atlántico siglo y medio antes que Gould y representa a un pueblo milenario cursando entonces el singular catolicismo erigido alguna vez por monjes que pidieron inmolarse a primitivas divinidades. 

Ambos siguen ahí, en sus tareas, tan a lo cierto como la grabación. Practican una fuga vivencial común a cuantos existimos desde los días del hermano humanoide de Nasca, Perú.

La relatividad tiempo-espacio y otras teorías y conocimientos descubren el fluir hacia adelante y atrás donde encontramos a todas y todos, plantas, animales y minerales incluidos, unidad organizada por sí y expuesta al inevitable accidente y las acciones de cada uno de sus grandes, pequeños e infinitesimales individuos. 

Permítaseme esta torpe explicación sobre lo que apenas entiendo, para insinuar a cuantos somos a una vez en cientos o miles de periodos.

Anda el de Nasca y sus compañeros ahora mismo, sin duda ninguna, como ese pianista y ese irlandés tradicional, quienes según el caso creen controlar sus vidas o proceden azarosamente. 

Cuando nace, la novela del Oeste está construida sobre personalidades en las mismas condiciones que Kelley, quien abandonó cualquier vínculo externo con sus años anteriores. “No creo que supiésemos su verdadero nombre –escribe el fundador Bret Harte-, pero esta ignorancia no nos causó el menor disgusto, puesto que ya en 1854 la mayor parte de Sandy Bar -un campamento minero de los numerosos en California tras la Guerra Mexicana- se bautizó de nuevo”. Con frecuencia, continúa el autor, “los apodos se derivaban de alguna extraordinaria extravagancia en el vestir”, “de alguna particularidad en las costumbres” o “de algún desgraciado lapsus”. Y concluye: “Puede que esto no haya sido el principio de una tosca heráldica, pero me inclino a pensar que, como en aquellos días el verdadero nombre de un individuo descansaba únicamente en su deleznable palabra, no se le daba importancia”. 

Al abandonar Corpus Chisty, Texas, a fines de 1845, se diría que nuestro personaje está preparado para sumarse a una comunidad como la de Sandy Bar. Pero no es lo acostumbrado en los hombres y mujeres de su tipo en la Unión Americana.

Ya está: ahora a nuestros ojos el suroeste preparándose para ser estadounidense se habita literariamente -pues no hay quien crea bien a bien al avispado Harte-, ocultando a apaches, comanches, cheroquies, indios Pueblo y otras naciones que los habitan hace mucho o poco, conforme a su historia.

Gould vive en las grabaciones y videos que le hicieron. Nuestro irlandés fuera de casa está reducido a parquísimas menciones y el peruano neandertal es huesos amorosamente unidos miles de años más tarde. Como ellos, la por mí y merced a su pedido llamada María, a quien sepultaron en 2007, sigue, de momento en un autobús que baja las montañas:

¿Eran los constantes, a veces súbitos cambios de paisaje, lo que le estrechaba el corazón a María, haciéndola sentir que andaba en un caos donde el mundo perdía cualquier sentido? ¿Era eso o la vista de ciudades y pueblos a la carrera, a ratos más y a ratos menos, pero siempre, extraños; el ir y venir sin pausa de autos y camiones, el reciclarse en cada parada de los pasajeros de su propio autobús, que hablaban y vestían de manera cada vez más rara y variada? ¿O era sólo el paso de las horas y la conciencia de la rapidez con la cual se apartaba de cuanto había conocido en sus veintinueve años de vida?
Hasta donde tenía noticia, sólo un tío y un par de primos, entre su treintena de parientes vivos y los incontables más de generaciones previas, habían ido tan lejos. Si conociera el mar y supiera de los grandes barcos, la impresión que le producirían esos tres aventureros de la familia, habría sido la de quienes volvieron de la inmensidad sin término y contemplaron lo que ni siquiera podía imaginarse –lugares donde la hierba no se pintaba de verde o no había nubes o el sonido era hueco, o los animales, monstruos.
Y ahora ella estaba en el autobús cuya violenta carrera le daba pavor, andando sobre aquello.

Bien ahí, ella y ellos, "por los siglos de los siglos", se dice para representar a lo parco lo que empezó con algo mucho más majestuoso que el bíblico paraíso.        

Morir para mejor permanecer en la eternidad, no es, por consecuencia, una huera frase.