sábado, 26 de septiembre de 2020

1959

Te busco cuando niña, Felícitas, no sé dónde ubicarte y si lo hiciera sería como un ciego sordo sin piel. Vives en eso que algunos estúpidamente llamamos campo y es irrepetible a cada paso que se da por el vasto altiplano irregular, no preciso cuantas llanuras costeras (veo seis, ¿tú crees?), dos grandes sierras, un nudo volcánico anudándolas y el para mí galimatías de las montañas al sur. Vagas noticias tuyas me hacen mirar hacia éstas en sus cercanías y perdido entre tan largo panorama voy hacia oriente, donde estoy lejos de mi mayor tentación y conozco lo poco necesario para atreverme. 

La falda donde quiero dar contigo entre quebradas remata en un modesto valle, bajo nieblas casi perpetuas. Juegas en la cascada, permite que imagine sin derecho porque cumples muchas tareas, como tus hermanas, conforme cuentas tendiendo ropa en mi azotea. 

Yo tenía doce años entonces, así que andabas por los dieciséis y dibujarte pequeña cuesta trabajo, fuera de la espesa cabellera, negra, claro, corriendo espalda abajo y esa mirada quieta y alegre cuyas enseñanzas no olvidaría, aunque sigo sin descifrarlas. 

Permite que te cuente de María, quien en esos días hace el viaje mal traducido por mí:

¿Eran los constantes, a veces súbitos cambios de paisaje, lo que le estrechaba el corazón a María, haciéndola sentir que andaba en un caos donde el mundo perdía cualquier sentido? ¿Era eso o la vista de ciudades y pueblos a la carrera, a ratos más y a ratos menos, pero siempre, extraños; el ir y venir sin pausa de autos y camiones, el reciclarse en cada parada de los pasajeros de su propio autobús, que hablaban y vestían de manera cada vez más rara y variada? ¿O era sólo el paso de las horas y la conciencia de la rapidez con la cual se apartaba de cuanto había conocido en sus veintinueve años de vida?
Hasta donde tenía noticia, sólo un tío y un par de primos, entre su treintena de parientes vivos y los incontables otros de generaciones previas, habían ido tan lejos. Si conociera el mar y supiera de los grandes barcos, la impresión que le producían esos tres aventureros de la familia, habría sido la de quienes volvieron de la inmensidad sin término y habían contemplado lo que ni siquiera podía imaginarse –lugares donde la hierba no se pintaba de verde o no había nubes o el sonido era hueco, o los animales, monstruos.
Y ahora ella estaba en el autobús cuya violenta carrera le daba pavor, andando sobre aquello. Sobre aquello para el resto de la vida, según había decido su hombre al rematar hasta el último efecto de su propiedad.
María no había dicho palabra para detenerlo, porque ni podía ni quería. Sí, lo mejor era irse y probar cuán cierto resultaba que podían librarse de la enfermedad, el ahogo, los palos, la usura, los manoseos y muchas otras desagradables cosas, del señor de los medieros, su compadre el jefe político, el dueño de la tienda, el cura párroco en sus visitas al pueblo; del río saliéndose de madre, arrastrando todo a su paso, y de los horrores de la propia familia: las borracheras del padre y el esposo terminando a golpes contra ellas  o al descampado, hechos un desastre de vómitos y tierra mezclados. Y de asuntos más delicados, de los cuales no hablaría nunca a nadie.             
¿Podría darse a entender en el lugar al que iban?, se preguntó. Hilaba las palabras con facilidad y al sentirse en confianza no faltaba quien se burlara de ella por su tanta apresurada plática. Pero por lo común guardaba silencio, sabiendo que más de uno frunciría el ceño al escucharla, sin entender la mitad de lo que salía de su boca. Era consciente de cómo con los años su habla fue siendo aun más enredada que el champurrado de su infancia, cuando pensaba en otomí y hablaba en castilla, de acuerdo a lo que mandaban los tiempos, decía su madre, quien intelegía algo del idioma oficial del país y no lo usaba sino en lo absolutamente indispensable, en general con monosílabos: “Esto”, “aquello”, “sí”, “no”, “¿cuánto?”
En el autobús el hijo pequeño iba en su regazo, la niña sentada al lado y el esposo y Elías en los asientos de adelante, a un costado, a los cuales se asomaba cada poco para constatar su presencia. A ellos se reducía su familia, de una vez y para siempre, puesto que había resuelto darse maña para no tener más crías. Eso y decisiones parecidas, que la volvían desconfiable en el pueblo, le habían ayudado a aceptar la voluntad de su señor de partir. De partir a pesar del dolor por dejar a la madre y las hermanas, al cielo borrascoso de sus montañas, al espeso verde de mil tonos que llenaba sus ojos desde el primer día; al río y el arroyo, los pájaros y la milpa; a los burros y hasta las gallinas, puercos, vacas, y los borregos a los cuales odiaba por cuánta daba cuidarlos.
Seguía agarrada fuerte a los brazos del asiento cuando el esposo volteó para señalar hacia un costado, diciéndole que aquello sería su hogar, y vio por la ventana al paso unas  fumarolas grises y densas elevándose hacia el cielo. Al lado de una ellas encontraría trabajo su muchacho, Elías, y un poco más allá con los años levantarían una casa.

1959, Felicitas, y este recuerdo apesta por no haber encontrado de inicio a una entre las niñas, muchachitas y mujeres a millones que son violadas durante el año, sobre todo en zonas urbanas cuyo crecimiento es demencial visto desde cualquier generación anterior. 

¿Cuántas confía el presidente en turno que sean educadas como se debe para mejor abusar de tíos, padrastros, padrinos, primos, padres, vecinos, novios, esposos? En mi gran capital, por ejemplo, donde preparan el nacimiento de Ciudad Netzahualcóyotl.   

Aquí la vivísima noche posrevolucionaria desapareció como parte del proyecto para manejarnos con mayor facilidad, hasta nuestra época dorada cinematográfica muere y si Los Panchos continúan cumpliendo su papel al impulso del Sr. Azcárraga, pues cantan a amores imposibles o insatisfechos por culpa de Perjuras, tampoco son ya quienes merecían grandes aplausos.

Entre rudas represiones al sindicalismo democrático, asesinatos traidores al estilo de los que pronto sufrirán Rubén Jaramillo y su familia, el elegante López Mateos pregunta cada mañana “¿Qué me toca hoy? ¿Viejas o viajes?”, y Tata Lázaro "Sin Mácula" sale del clóset para fundar el Movimiento de Liberación Nacional, animado por la revolución cubana.

Génaro Vázquez se vuelve quien precisa el pueblo guerrerense y desde una ranchería zacatecana Fidel Campero hace una incursión inaugural a Estados Unidos como bracero, para repetirla insistentemente y luego juntarse con Elias, el hijo de la María indígena trasterrada, y a su manera asaltar también el cielo.

La Negra anda por tu misma edad, hermana adoptiva llamada sirvienta, y pare ya, me parece, en Alvarado, Veracruz, tierra de deslenguados, como ella y su Mario prueban. Es niño el recién nacido y lo consentirán por cuán bueno les saldrá para los estudios, hasta que muera con diploma en mano, pues no hay senador sin pistola ni celos que aguanten disparar tras una simple admirativa mirada a la amante ¿primera o décima?        


Fj:Jf