Smith es un joven de barrio obrero londinense a quien no rendirán nunca. Patearlo, ofrecerle canonjías y gloria no hacen sino que aprecie cada vez más una soledad gracias a la cual conoce dulzuras inimaginables para los destinados a cargar sobre sus lomos aridez solo aliviada por cerveza y humillaciones a mujeres, perros callejeros, hijos.
El suyo fue uno de esos pocos cantos que escucharon generaciones que debían agradecer grises techos seguros, derecho al voto, pensiones para irse en paz y apenas dos años de cazar asiáticos o cualquier otra criatura colonial y no los plazos sin tiempo ordenados a sus padres y abuelos.
De nacer algo más tarde vaya a saberse si hubiera terminado componiendo, digamos, The Wall.
Otros contemporáneos nos encontraríamos también en él, de escuchar con atención antiquísimos reclamos.
Chale cuando me preguntan hoy ¿por qué?
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