¿Puede imaginarse algo más maravilloso? Es la reproducción con mayor fidelidad, hasta ahora, de una célula. ¿Y hacía dentro, en cada pequeño órgano visible?
Tomo la calle cuyo recorrido suspendí apenas entrar a ella en el momento que La parada trajo por un papel sin fecha. ¿Cómo haré, entonces?Juego
al revés de aquella donde me pierdo porque ni consigo ni quiero
ubicarla, dos barrios hacía oriente, y contemplo otra vez el patio
preciso y alegórico.
Contra el zaguán un muchacho encandila a la jovencita con suéter y vestido de flores cuyos tonos desvaídos traen a hermanas mayores, creo por creer y fiel a momentos que evitan gastos superfluos.
Estamos en el hoy dilatado cuatro, cinco o más décadas que se transforman sin pausa y ahora anuncian desaparecer a las vecindades, como esta o cualquier variedad suya, y falla, sabe mañana, cuando persistan o vuelvan a adaptarse, siempre dentro del centro urbano, porque más allá surgirán fórmulas similares en esencia.
-Apesta el antropólogo que llevamos dentro -reclama mi esquizo. -Nos importa lo instantáneo: ese patio, visto desde fuera, y la pareja. Tráelos al presente, siquiera, pues no hay mínima garantía de trascender.
Un gran escritor siglo XX en sus inicios desarrolló bien a bien el monólogo interno y así quedó inmortalizado un perro corriendo por la playa cuando atardecía donde los grises dominan gracias al cielo eternamente brumoso.
Nadie engatuzará a la joven, a menos que sea Roberto el Kid Terranova, si acaso.
También para eso están los pequeños amasijos
humanos, ¿no? Si mamá y tus carnalas quedaron atadas de pies y manos
entre abusadores, sobran vecinas para educarte o hacer el paro. ¿O me equivoco?
-Vas de vuelta, Bronislaw.
-¡Para, yo revolcado!
-¡Estás allí, carajo, y existes solo como testigo!
-No mames, eso es de Juan Rulfo. Otra vecindad, pues. Y nada qué ver, eh.
-Si, aquella tenía un patio, patio, ancho, con escalera generosa subiendo a vaya a saberse el lugar, que hay zaguán de dos metros y así en sombras y tapa la vista. Huele a... ¿adobe y humedad?
-Y tiempo.
-Uy, qué profundo tú.
-Bien chilangos nosotros.
-Cállate, estúpido. Chilangos... ¿Qué chingaos es eso?
-Capiruchos mexicanos, entonces.
-¿Especie y subespecie?
-¿No te digo?
-Ellos una, yo otra, y llegando a la esquina, titipuchal.
En homenaje a quien terminó encontrando en una pequeñita que la buena fortuna y su obstinación le dieron, a la compañera para siempre.
Sigo sin entender qué historia debe contarse, Niña. ¿Ninguna, fantasma de ti?, pregunta el fantasma mío.
Hace
poco y en el epílogo para mí de diecinueve meses y para ti de minutos,
en apariencia al menos, dijiste que te recomendaron borrar nuestros tres
años imprecisamente juntos.
Escondo
tus señas de identidad, entonces, y sigo en el empeño por bien relatar
lo que muy merece la pena, transcurrido mayormente por el viento.
A
viñetas como cuanto hago, estas pecan de inmaduras, cursis a buenos
ratos, y al final tienden a un cierto cinismo, cierto, tan sólo, pues no
incluyo las que descubren ni el rostro más frío ni el más encendido.
Las presiden unas palabras: El deseo es amor. El deseo absoluto es
amor absoluto. Cuanto más cavaba en ti más infinita te volvías. Por eso
nada llenará tu hueco.
I
Cuánto
cansa la pasión amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos.
Nadie sino el par de pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y
sólo él cómo mejor mira y declina hacia el único tiempo de verdad, el de
ellos en él. Qué paz. En la rama más próxima una amable mujer de negro
levanta los hombros y sonríe.
- 0 -
Eso escribí luego de la extraña, breve aventura con Mía, que me devolvió a lo que hacía mucho era cuestión de pasado.
Entonces a tres mil kilómetros apareció la joven de veinticinco años: Se
vaya pronto, se vaya tarde, no habrá modo de olvidar a la Niña. ¿Porque
es joven?, ¿porque es hermosa? Sí, sin duda, pero sobre todo porque es
ella. Imposible encontrarla antes. No habría reparado en mí y yo no
habría sabido entenderla. Supera mi fantasía y puedo verla gracias a los
ojos de abuelo y a la manera en que se desnuda sin pena. -0 - Es
cierto, vendrá la Niña, pero en el columpio de la ilusión donde se
mecerá un rato, tampoco caerá en cuenta de mi presencia ni de la amiga.
Verá sólo las manos que la balancean, la boca que la celebra, los ojos
admirándola y aprendiéndola mientras se saben más acá: en el suave
despeinarse de las copas de los árboles, la tierra que no escapa...
entre los cuales seguiré cuando ella se despida rumbo al Ruido. -0- Sin
importar las razones la Niña vendría sólo al modo de las golondrinas y
por ello todavía más la historia presumida fue cierta. Algo no había
advertido el hombre: en la joven habitaba una dulce soledad profunda.
Aun así la idea de que partiría rumbo al ruido no era absurda por
completo, pues la joven vivía obsesionada con él.
La
Niña es muchas mujeres, las cuenta tan bien que sería mejor dejarla
hablar, y no tengo permiso ni quiero pues su presencia ante mí fue
recreada y yo la reinventé a la vez. -0- Las viñetas eran parte de
mis vuelos pendiendo del día al entrar en la vejez. Detrás estaba la
Niña en una ciudad de la costa tropical de otro país. Estaba a su manera
pues el río a los pies y el mar un poco más allá parecían existir
apenas como vagas referencias. Costaba trabajo entenderlo. Durante
las charlas era absurda mi sorpresa por una herrumbre muy poco poética, y
no la total falta de olor a sal o que no se mencionara jamás el muelle.
Vivía en una ciudad, no importa si relativamente pequeña, y podía
comprenderse que la actividad tendiera hacia dentro, pero la
singularidad de la joven advertía de un trazado secreto. Como sea, en
tres años no pude hacerme sino una idea pobrísima de aquéllo.
Todo por el viento, cómo percibir uno del otro más que filoncitos.
II
Las siete eran, creo, cuando puse la mirada en ella. -¿Adónde vas, Niña? Fueron los ojos quienes contestaron: -No sé, no importa, sólo el viaje interesa. En la respuesta había una declaración y una pregunta: -Llevo la vida entera esperando por una mano que se atreva, ¿será la suya?
En
silencio volteamos juntos hacia el camino sobre la loma. Diez minutos
después nos deteníamos un segundo en lo alto, con una sonrisa. Nunca más
se nos volvió a ver.
-0–
¿Eran
palabras y ya? Realmente creía que nos reuniríamos para desaparecer. Lo
pensaba a ratos, al menos, y así prometió su primer viaje. -0- El "diario" no tiene mínimo orden y al capricho pasa de un año a otro.
III El
otro día un amigo preguntó si lo que hay entre la Musga y yo pasa de
las palabras a través de una pantalla. Sonreí. ¿Cómo explicarle la Musga
relación tiempo-espacio? Conectado
a la macro computadura de la universidad, soñando con el Nobel, mi
cabeza se volvió laboratorio en eisnteiniano caos, buscando la fórmula
para que el mundo entienda.
Desbrozando
el bosque en que cada mánana se convierte su calle, a 35 grados
centígrados y 100% de humedad, el 1:55 mts. se abre paso a brinquitos
con un cotorro en el hombro y una gata enredándole el cabello.
Los
miriadas de átomos estallan en una carcajada y en un mismo acto se
sientan en mis piernas a 3,177 kms de distancia, y las 17:05 del 15 de
julio se hacen las 0:20 del 14. Si anduviéramos en 1475, de Cabo Norte,
Isla del Príncipe Rodolfo, Tierra de Francisco José, Rusia, a Gavdos,
Grecia -extremos de Europa, pues-, en eco se escucharía ¡Milagro! y el
moreno lascivo de Ella creería verse revelado en troncos de árboles y
torres de iglesias. Pero
pasaron Copérnico, Galileo, Newton, etcétera, y Musga dando clases en
su costeño pueblo y Musga metida entre mis brazos en la ciudad de
México, o yo simultáneamente en mi escritorio y en su cuarto a punto de
dormir entre la lluvia, o ambos una noche de julio de 2010 caminando
entre gallos y palomas de 1998 no pueda ya explicarse por el Espíritu
Santo. Reclama ciencia pura. O sea, misterio, que para eso nacío la Niña
indescisfrable.
III
En la primera visita a la casa de la Niña, ella dormía. Sólo se atrevió a contemplarla.
Desde
entonces no faltó noche sin repetir la escena. Era la promesa de los
trece años encarnada y así azoro aun en aquello en que la fantasía
atinaba. La imaginación de la piel, por ejemplo, o el aroma o los pechos
o la forma de apretarse a las cosas, tenían que ver con la realidad de
una muy burda manera. Lo demás resultó puro asombro.
-Perfecta –le decía una y otra vez y ella al negarlo se revolvía con furia.
-Soy fea y tonta.
En Agadez, el par de abuelos no tuvieron que esforzarse en probarle cuán equivocada. Bastó el cesar de los antiguos ruidos.
A
sonrisas fue la vida desde entonces entre baobabs, kepoks y tamarindos.
Por supuesto las phylum artrópodo, hormiguitas en términos de legos,
para su contento pululaban. -0- El segundo abuelo era el mío, a
quien casi a rastras llevé al río Níger. La idea de recibirla allí
advertía cuán poco confiaba yo en el futuro y por lo tanto en un destino
común con la joven.
IV
Y la vida no era más que una cáscara de limón recién cortada. Apenas eso tanto, la fragancia.
-0-
Preguntó
si la quería y tuve que confesarle: No tengo más oficio que ese. Fue
justo ahí cuando me llevó a vivir para siempre bajo la sábana.
-0-
Duerme
enroscada con una gatica blanca, y el Viejo no tiene que decir nada, ni
siquiera a quienes amó antes, menos a ella. Luego de dos años la Niña
es una querencia antigua, pequeña e imperfecta como él y por eso y por
cuánto juntos viajan en los entresijos de un tallo, de una gotera, del
murmullo del refrigerador, de la llama de una vela, imprescindibles ya
uno para el otro. Te llevo de paseo en una pestaña, ofrece la joven y
el hombre sabe no alardea. En una de esas que tienes a miles,
pareciera, le dice mirándola con los ojos cerrados sobre la cama, de los
dos, ojos y cama, cuando la gatica estira la pata, ronronea y para
acompañarlos no hay concierto mejor en la tierra.
V
En
lo que menos falló el hombre fue en la admiración. ¿Qué lo hacía
temblar de arriba abajo del miedo, antiguo, terco compañero y de esa
forma por completo un extraño?
No conocía un personaje cuyo misterio se acercara al de la Niña. Le recordaba al de una pequeña, extraordinaria novela: "Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano: "-No te sorprendas -me dijo- soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás.
"Una vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido. "Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar". De nuevo erraba y no al relacionar a la Niña con la joven francesa.
“Y Monelle dijo: Te hablaré de los momentos.
“Mira todas las cosas bajo el aspecto del “momento.
“Deja ir tu yo a merced del momento.
“Piensa en el momento. Todo pensamiento que perdura es contradicción.
“Ama el momento. Todo amor que perdura es odio.
“Sé sincero con el momento. Toda sinceridad que perdura es mentira.
“Sé justa para con el momento. Toda justicia que perdura es injusticia.
“Actúa para con el momento. Toda acción que perdura es un reino muerto…
“No retrases el momento: extenuarías una agonía.
“Observa: todo momento es una cuna y un ataúd: que toda vida y toda muerte te resulten extrañas y nuevas.” De
hecho no sé si en esas palabras Monelle es el remedo de la Niña un
siglo atrás o no las dijo siquiera y sumo el fragmento a la pequeña,
genial novela. Lo hago agradecido y con dolor según, precisamente, el
momento, y recordando la furiosa reacción de la joven en las viñetas al
poner en su boca las otras frases, las primeras.
Raro
el momento en ella. Le era tan fiel que cuando parecía dejarlo ir lo
eternizaba de modo de volver a él cuando las circunstancias lo
convocaran. Así se volvería presente perfecto el romántico muchacho tras
el cual escaparía de mi mano apenas bajar del avión para juntarnos por
el resto de la vida. De una virtualidad a otra el paso inexistente en
las viñetas, tan a su vez momento puro mientras se producían.
Porqué,
¿sabes, Niña?, jamás dudé de ti y era lo justo. Amabas al Viejo y a
cuanto representaba, con la misma terca ceguera que al veinteañero aquél
o al de después, a cuyos encuentros me dejé conducir al procurarte
luego de la marcha.
Virtuales
los tres, así nuestras pieles se frotaran con la tuya, y profundamente
reales, como desde el principio de los tiempos cuanto hace la especie,
exilio por naturaleza.
VI
Eran
tan pequeños los dos que se diría imposible su encuentro entre el pasar
a miles de criaturas altas y robustas, y justo por ello resultó casi
obligado. Buscaban los mismos filones al borde del arroyo, los mismos
suspensos de los autos, idénticas cáscaras en las cuales montar librando
los cursos de agua tras la lluvia, y rebotes de luz, pedacitos de papel
de estraza, jirones de simpatía entre el gritón desconcierto de la
avenida, para maravillarse. Una falange más baja que él, hacía
pucheros por la tolvanera picándole los ojos y desmelenándola, cuando la
vió por primera y única vez, pues nada los separaría luego. Se
cogieron de la mano para sortear la salida en tropel de las oficinas,
que anunciaba aplastarlos sin conciencia de su obra, y en el riel de
una cortina metálica la risa les llegó a un solo tiempo apenas se
ampararon. De sobra las palabras, en los minutos para ellos horas
todo pareció el compartir la atención a las mil vivezas de la acera. Una
vez apaciguado el río de gente, cayeron en cuenta: seguían de la mano,
con los dedos en un curioso entrevero. No había lugar para timideces y
reparos y la cabeza de ella se posó en el pecho de él. A qué esperar la
noche, entonces, desaprovechando su tamaño. Cuando las mironas del
aparador con las luces apagadas volvían al eterno insomnio, el
matrimonio estaba consumado.
- 0 -
El
viejo aseguró que quien educaba era la Niña. No mentía y esquivaba en
cambio el tema de su extraordinaria lentitud para aprender. Una noche
luego de mucho tiempo cayó en cuenta de los motivos de la casa que para
los dos construyó ella y la recorrió esmerándose con la mirada. Nichos
inimaginables se le descubrieron y luego el verdadero lugar todo. -¿Cómo
no lo pensé?- dijo. -Al modo de las hormigas tenía que ser, una
paciencia y una confianza infinitas tras cada ladrillo. Y en ellos,
entre un rabiar de colores, talladas, nubes jugando con su gordura,
charcos y lluvias, un loro y una gata, palos de mango y limón, un filo
de mar y minimísimas flores como estrellas.
VII
Es
la la noche de encontrar a la Niña a través de las camaritas.
Preparándome, conecto la mía y el que aparece tiene poco que ver con la
imagen en la cabeza y el espejo del baño. Prendo y apago luces y sólo
los trucos con ellas en algo confortan. ¿Si la fortuna lo permite, cómo
será cuando la Niña me descubra en carne y hueso? ¿A qué le sabrá el
perfume de mi cuerpo?, ¿y mi modo de andar? ¿y mis rutinas? ¿y los míos y
mi ciudad? Bueno, la reunión es más que improbable y quizás ella lo supo siempre. Sigamos pues muriendo de pasión por el aire.
El dolor dictó la nota.Días después con urgencia paso una canción a la Niña y no sé cómo subrayar el Cero exageración que la anuncia.
Te
llevo bajo la piel, sí, ¿o es al revés o al mismo tiempo? En todo caso,
tú nos condujiste. Cómo te desabotonas el pecho desnuda. Nunca más hablaré de la edad. De la mano hasta el último día. -0-
La Niña y el Viejo son el colmo de la cursilería.
Él
le manda una canción, ella un regalito con fotos. Cumple sesenta y
cinco el hombre y con el obsequio la noche tiembla alrededor. La
felicidad siempre le produjo miedo. Sabios, los años parecen descubrirle
cómo mandarlo a volar. Menudo farsante quien prometa poseer a La del closet cada minuto del día. El Viejo sólo asegura que está en el cuarto compartido con la Niña, la llave en la cerradura.
- 0 -
¿Meras ilusiones? Él amenaza darle de nalgadas, ella lo previene con la chancleta.
Dejaron
de reconocerse en las hormigas cuando vieron la fotografía ampliada de
una: era cualquier cosa excepto frágil. Cambiaron entonces a pulgas.
Desde luego hay truco en el asunto: cuanto menos representen, menos
necesitan.
-0-
Mientras
el gorrión que saluda cada uno de mis días desespera en la ventana
advirtiéndome cuán alegre es el sábado, sigo el siguiente consejo
sabiendo que a 3,177 kilómetros hacen caso también: "Siéntate ahí y
cuenta tus dedos. ¿Qué más puedes hacer…?"
Hasta la Primavera entiende que ni de lejos puede con todo. Ni siquiera, de seguro, si con suerte por una vez alcanza el verano.
Lanzados
del paraíso fuimos y el cielo estará eternamente partido en dos. De ahí
la gracia de la libertad y el exilio irreparable.
-0-
Dos nerviosos enanitos cuentan las horas y la veladora que cada uno enciende para que todo vaya bien, es el otro.
-Tienes miedo, parejita. -Sí. -Apriétate aquí, pa que temblemos juntos... ¡Eh, eh, no empieces con las cosquillas!
VIII
Dos
días antes de tu llegada, Niña viaje, ni abrir puedo la boca, ¿sabes?
Hacías la maleta hace un momento y dijiste algo que no para de dar
vueltas en mi cabeza.
Que
tú eres quien educa, aseguré. Ni idea tenía cuánto. Por esa docena de
palabras un gran escritor daría la vida. Para ti no se trata de ingenio:
eres el personaje. Bueno, de alguna manera estaba preparado. Cuando
por las noches resumes el día, cada vez y sin variar parece un cuento.
No hay accidente en ti porque así lo asumes todo: producto del azar,
sabio que descubre el absurdo en el orden. Sopla, parecería que dices, y
se viene abajo, por fortuna, pues sólo así los millones de pedacitos,
uno a uno, van a su encuentro para armarse con otros en el momento,
entonces perfecto, y recomenzar. ¿El secreto es el momento, Niña?
Anda, dime, y no sigo más con mis tonterías. No lo harás, claro. Los
personajes, los muy buenos, como tú, no se delatan: irrumpen. Esperaré a
mañana. Cada vez de ese modo, hora tras hora, será.
-0-
Amar,
admirar… Las mejores fotos que el Viejo vio de la Niña las tomó él
cuando tras una hora ella seguía recordando el patio de la escuela de
los once años.
-Eres una obra de arte -le dijo el hombre y por respuesta recibió un mohín.
La joven contaba sus sueños y sus paseos con un detalle asombroso:
Uy
y en la tarde… Tengo todo un día en la cabeza, siento que te relataba
de todo y pensaba mucho, muchas cosas, muchas calles, muchos años.
Fue
un día pensativo. Sí, como que todo lo miraba pero más atrás. Hasta iba
como si estuviera escribiendo en la cabeza. Me dije Después cuando
llegue a la casa ya lo habré olvidado todo, y es que a veces todo suena
bien en la cabeza
Andaba
por estas calles pero después me iba como al río, más bien la parte de
los viajes largos en la camioneta como pensando en cómo es el profe, con
todos los vallenatos que escucha y con todas esas historias del pueblo
que contaba. Y me veía en la escena, yo ahí mirando todo y encontrando
cosas que no veía esos días, y que a veces no viene bien el ser tan
bióloga, porque no puedo mirar una planta sin querer encontrar el nombre
asociado, sus caracteres, bueno, los que son visibles desde el bus.
Y
después pensé en que no hablaba de los charcos y que a lo mejor perdí
la capacidad pa saltarlos bien y claro me mojé los zapatos, y es que no
lo había notado porque no había salido tanto, creo. Y empecé a comparar
ese camino de noche.
Y
otra cosa que pensé es lo distinto que es caminar con alguien porque
como iba con mi sobrino, él me quería mostrar un loro e íbamos rápido y
hasta me dijo que en una casa había gallos y yo no los había visto.
Así
que al regreso venía pensando si el que ha caminao poco por acá ha
visto tanto... ¿Cómo será cuando mi Musgo camine aquí? ¿Verá otros
pájaros, de los despeinados que lo persiguen, jejeje?
Entonces
había tanta cosa en mi cabeza que no se quedaba quieta ni un segundo y
por eso creo me dormí en el bus, y me dormí soñando cosas como que
estaba en mi casa, jejeje. Y después me puse pilas porque ya estaba
cabeceando mucho, jejeje.
Y
hubo una parte silenciosa mientras esperaba el bus después del
aguacero. A mí me gusta mojarme con agua poquito, así que cerré el
paraguas y estaba bajo un árbol que le dicen pico de loro porque el
fruto se enrosca, es un pithecellobium dulce. Y lo miraba y miraba el
agua en las hojas… brillan y se quedaban pegaitas, después caían. Y miré
más arribita y llegó un ave y se llevó una semillita.
Y
después llegó una señora y echó al arroyo que estaba a mi lado una
ahuyama dañada y se hundió un poco y se la llevo el arroyo y la señora
se fue. Y me quedé mirando el agua amarillosa y después a un caballo que
en un pedazo desejao estaba comiendo hierba pero como tenía un carrito
de esos que les ponen no se podía subir bien, pero después se subió y
pensé que pobrecito, eso le debe fastidiar mucho…
VIII
En
una semana la Niña cubre cinco veces el mismo tramo de mil kilómetros
ida y vuelta. Pareciera absurdo de acuerdo al propósito, y no es.
No
sé los días que la descubrí en unos cuantos párrafos de mi cuaderno,
que describen la ceguera del mayor viajero de la historia ante los
llanos semiáridos más allá del vergel de donde venía, y el cómo la
pereza de la caravana le permitía entender tanto como estaba a la mano
de un citadino. Así asimiló en cierta medida al menos el brutal cambio
del Occidente al Medio Oriente.
El
camino nunca es trámite, ni a lo largo de la tierra ni del tiempo, por
más que una antigua confabulación en el discurso convierta a la infancia
y la adolescencia en mero prepararse.
¿Era
menos abismo el que en los mil insistentes kilómetros, y sin fronteras
de por medio, separaba la costa de la Niña del altiplano de su objetivo
final, a veinte grados de latitud tras el mar? Entre una punta y otra,
la vegetación, la luz, el universo sonoro, el interior de la gente, no
paraba de transformarse.
Sentía
un profundo respeto por los boababs, las ceibas, los tules, las
espesuras de marañones, las copaibas, los huitos, pero lo suyo era la
mesura de los tallos y flores del trópico seco, parientes de la
naturaleza muda para el viajero cuyas jornadas seguía en el cuaderno.
Se
preparaba con acuciosidad para en cuatro horas pasar de su pródiga,
pequeña ciudad a a la vista está el océano, a un valle diez grados
centígrados abajo y dos mil metros arriba, en que asombrosamente las
nubes no corren en un cielo tridimensional.
Y es que para ella lo que importa es el viaje.
Perezosos,
los sentidos y la razón demandan caminos lentos para andar sobre la
tierra, pues de otro modo aguarda el desastre ajeno o propio. No en
balde Colón se extravió de sí mismo, negando su obra en tierras donde
los ojos le aseguraban hallarse ante milenarias fantasías. Y no por azar
sus seguidores vivían en novelas de caballería, con abundancia de
amazonas, sirenas, reinos de oro en cuya persecución dejaban millones de
cadáveres.
Viajes externos e internos, momentos del mismo proceso, digo por ahí.
La
travesía de la vida debe ser tan antigua en los relatos como la
conciencia de soledad en la especie. Por estaciones solemos dividirla
con la guía del cielo nunca uno, diurno y nocturno, de sierras y
llanos, de altiplanicies y playas, aquí cuatro y allá seis, siete...
Puede
el hombre o la mujer echarse a los caminos o circular por no más de
unos cuantos metros, da lo mismo. Igual hizo el trayecto Ulises que las
pobladoras del Arán promontorio entre las aguas, y no menos lo cumplió
el paralítico de Túnez que el Battuta que lo dejó atrás al inicio de las
aventuras en las cuales multiplicaría por tres los kilómetros de Marco
Polo.
Sintiéndose
caber en una nuez, cuando la Niña resolvió traspasar varios tantos el
mundo conocido tenía conciencia de que cada paso sería el obligado en un
viaje según se debe: arduo, azaroso, de inimaginables maravillas.
Largos meses tardaría para cumplirlo e instalarse en el misterio, y ya el primer tramo la sobrecogió.
La
aventura comenzó muchos años antes y no sólo en el sueño de marchar.
Seguro ni siquiera pensaba en otro lugar, carreteras o aviones de por
medio. Tal vez no tenía incluso una idea mínimamente clara de su deseo y
se columpiaba en la mera sensación, que de inmediato le trajo los
caprichos de las nubes, los secretos entre las copas de los árboles, el
campaneo de la lluvia en el techo, el sigilo en el andar de una
gata, que descubrían el leve vacilar del tiempo así casi quieto en la
mirada.
Por
eso su renuencia a salir a la calle o el temor a perderse entre la
multitud, que ahora vencía. ¿Era la vuelta a los primeros días, a la
casa del pueblo, al patio de la abuela, a los aromas de la tierra
húmeda?
No importa si no hago más que acumular lugares comunes. Es una forma de acompañar el viaje de la niña.
-0-
Apenas
detuvo la carrera, el ave de rapiña que aleteaba en silencio cayó sobre
la ella. El Viejo conocía de siempre al animal, su tufo y a la
distancia trato de espantárselo. Sus esfuerzos resultaron inútiles y
sobraban: la Niña era mucho más valiente que él y le bastó un momento
para sacudirse el pánico. Lo asombró y aun así esperaba verla llegar
temblando. De vuelta, no entendía: nada iba a detenerla en el largo
viaje.
Apenas
asomarse ella descubrió el secreto del nuevo, dramático tramo: era un
engaño tras el que mundo reanudaría y bastaba seguir las reglas de
siempre: pausar los sentidos, en el descubrimiento de cada pequeño
detalle revelado por la suprema sabiduría, la de las plantas, que había
pasado a ella no en los salones de clase sino como la más antigua
herencia de los hombres y las mujeres pequeños.
Apenas
abandonó el aeropuerto la Niña puso los ojos y las manos en las hojas,
los tallos, las flores. El Viejo no cabía en su asombro.
IX
Veintisiete
años tiene la Niña. Su camino ha sido largo como bien podría atestiguar
Dylan Thomas. Apenas cumplidos los veinte, el hombre recomendaba:
No entres dócilmente en esa buena noche, Que al final del día debería la vejez arder y delirar; Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Mi
parejita no gusta de la furia y sin embargo la practica -escribió la
ignorancia del Viejo-. Parece dócil y es una rebelde irredenta.
¿Qué cómo haremos para sobrevivirnos?, pregunto de vuelta. Busco con apremio entre el archivo de mi carne en el intento de encontrar siquiera una buena falsa promesa para los dos.
Si
frecuento el consejo de los sueños, jamás lo hago con el de los poetas.
Esta vez lo preciso y vuelvo al superviviente que murió a los treinta y
nueve porque lo suyo eran las carreras de velocidad. Al verso que se cita seguía:
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto, Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor, No entran dócilmente en esa buena noche.
Though wise men at their end know dark is right, resulta entonces ahora.
La
Niña y yo somos seres de las sombras. Todo lo miramos pero nuestra
habitación está donde si acaso pueden verse las siluetas. Sólo cuando el
sol se agacha hay manera de distinguirnos el perfil, caricaturizado y
de no más de diez centímetros de largo.
-0-
Ciertamente
en el tema de la violencia y la Niña, el hombre parecía contemplar el
cielo antes de Copérnico. ¿Las recomendaciones del poeta salían entonces
sobrando? -0- Ahora por fin hay fecha y como si jamás le hubieran
pasado por la cabeza, el Viejo olvida los mil subterfugios en los
cuales de nuevo escondía el miedo, ahora temiendo que ella no regresara
para quedarse, según prometió.
No
sabe dónde meterse el hombre pues no hay lugar donde quepa, globo que
copia al universo y a una antigua manera para evitar el estallido
insufla el infinito.
Estoy
en una nube, vuelo, y cosas por el estilo se escuchan en las canciones
populares. El Viejo hecha un sonoro erupto al tragarse a UDFt-3815539,
la última y más lejana galaxia descubierta y al levantarse de la silla
tropieza con cuanto encuentra.
¿O
es de ella, la joven mujer, de quien se llena, con el río de estampas
que dejó y él por instinto de supervivencia acallaba, sorteando la
memoria en los inconcebibles pliegues del pequeño departamento?
En
la estancia juntos, el lugar se convirtió en una cueva. El Viejo soñó
siempre con eso y ni idea tenía de cuánto se podía. Los días cavaron sin
parar y no hubo duda: volcados allí los interiores de ambos, el techo y
los muros, las sillas, los libreros, las mesas, en una imagen que tomo
prestada de la Niña, exhibieron la capacidad de licuarse para adquirir
las formas y las texturas que requerían los recuerdos y los deseos
conscientes e inconscientes de ellos.
Tembló el hombre en el pánico de un momento, por un momento sólo, parte de la gracia encontrada. -0- Al
terminar esta nota, el Viejo se entera de que acaba de producirse un
temblor en su ciudad. Así de globo-universo, borracho de Niña andaba.
X
Hay dos partes en esta historia, se advirtió. La última inicia tras el primer viaje de ella:
La Niña viaja siempre, así sea por la cuadra que recorre cada vez a la salida de casa. Emprendiendo
ya la gran aventura de su vida, hacia el fondo de sí a 3,177 kilómetros
de donde pareciera debe, de todo se despide: de la casa de la abuela
donde fue niña pequeña; del patio de la escuela primaria y el callejón
de su primer amor; de la azotea de la universidad a la cual subía a ver
el mar; de las fogatas junto a la playa, el jardín botánico, la escuela
de artes, las nubes cerdito; de la escalinata, el parque, las canciones,
el río; de las amigas, los sueños fracasados y cumplidos; de los buses y
su mundo que siempre se repite y nunca es el mismo; de la madre, la
hermana, los seis gaticos…
Bueno,
eso cree el Viejo, que se detiene para mirar con detenimiento. Día tras
día ella registra su dolor, tan múltiple, y él entiende: de todo se
despide y a todo va al encuentro en su pasado, en una historia de la que
estoy por completo fuera.
XI
Mete el Viejo en el cajón las viñetas producto del encuentro de realidades. A cambio se permite la siguiente: No
paro de encontrarte, Niña, cada vez más donde ni mi encendida
imaginación se atrevía. Eres arte, te dije no hace mucho mirándote en
movimiento, y apenas ayer supe cuánta razón llevaba. Debí pasar el infierno para entender y perderme en los sentidos del bosque detrás, con lo primero que ofreciste y no advertía. Y fue el viento contra el que rabio quien lo hizo posible. Gracias a él la falta de pudor de ambos se hizo absoluta. Niña arte, parece una exageración, y no es.
-0-
Él
supo tiempo atrás de qué trataba el amor hacia una mujer cuando una
noche renunció a la suya y consiguió verla por primera vez. Ayudado
por la edad y por el viento hizo lo propio con la Niña, no sólo
conservando el deseo de poseerla sino en la procura del absoluto. ¿Tonterías, si se trataba de seres virtuales? Más fácil sí, sin duda, pero tan realla
historia como las sillas en que ambos se sentaban. Todo quiso
conocer él de ella y mejor si dolía. No se sabe si alguien había hundido
a tal punto la cabeza en la vida de la muchacha, y descubrirla en la
desnudez profunda por fuerza condujo al hombre a ésa voraz pasión de la
cual presumía. - 0 - La
Niña era en verdad generosa con el Viejo, pero no siempre podía
mantener el papel de la película que de tarde en tarde él le contaba
sin obligación de vivirla.
Una
madrugada a éste no le quedó más que reír a carcajadas, de sí mismo.
Ella había trabajado mucho a lo largo del día y luego de un rato de
cine dijo: -Besame mucho y acariciame... ya me tengo que ir a dormir jejejej. Ese era el lacónico The end de Los frutos de la pasión del día. Por
la lógica de la historia, al cerrar la computadora el hombre adoraba
más que antes a su O -nombre del personaje femenino que reinterpretaba
al de una cinta clásica. Lo
hacía a sabiendas de que la Niña no habría respondido jamás de esa forma
a sus amores. La interpretación requería justamente de la carencia, la
falta, el deseo casi insoportable y sin salida. A
cambio ella podía sentirse segura con él de una manera hasta entonces
insospechada. Por eso se avergonzó de la noche fallida y al amanecer
miro fijó al Viejo para que le leyera el rostro. -Sí -se dijo el hombre.- Es un animalito y no soporta la obligación de esconderlo, pues no pocos palos se llevo por ello. En
efecto, cuando la joven se enamoraba lo hacía al modo de una criatura
salvaje, sin esciciones, una entera. El Viejo tentó muchas veces las
gruesas heridas que le dejaron quienes la castigaban y se castigaban a
sí mismos, fieles al diario asesinato del deseo que se les dio en tarea. Tras mirarla un momento extendió la mano para acariciar las cicatrices y ella le juro amor completo. En
el verano de 2011 los 3.177 kms se borraron y dio principio una
película a ratos tan buena como la solitaria de él, en un giro
incalculado. - 0 - El
filme (jeje) que presenciamos se exhibe en la única sala de la ciudad
donde continúan valiendo las viejas normar y así a mitad de la función
las luces se encienden como ahora. Mientras espera la bolsa de palomitas, Ña Lupe le dice a su acompañante: -Cómo que veo muy raro el asunto. -Espérate que horita viene lo bueno. El
cácaro se hace bolas, el público ruge de ansiedad y de hambre también y
por supuesto, pues nos hallamos en el reino de la injustica, y el
suspenso se columpia que da gusto entre las lamparas de la sala de cine.
Inútilmente todo, pues las muescas del anciano proyector hicieron
trizas la cinta. Detrás está la mano censora del Viejo, quien al fin y
al cabo hombre quería ver cumplida cuando menos en el relato
una fantasía a la que no se avendría ninguna mujer, quitando las de
celuloide. Según cuentan, el
tema salió a la conversación. Al escuchar a ella decir que el
género femenino al exaltarse en extremo en el erotismo lo hacía por
satisfacer al compañero, él protestó de inmediato: -¿Entonces porqué la sistemática queja por el pobre cumplimiento que los hombres dan a sus hembras? La
Niña guardó un silencio en el que Viejo interpretó la conservación de
uno de los milenarios secretos trasmitidos sólo entre mujeres, y muy
posiblemente se equivocó. Como
sea, nunca más volvió él a compartirle los pasionales viajes a solas,
dia a día de mayor intensidad, y temió el carnal encuentro que en mayor o
menor grado los echaría por el suelo. En
todo caso, valían las largas consideraciones del hombre en la marcha de
regreso al primer día, durante la cual esperaba precisar si fue de a
pocos o de un golpe y cuándo, el descubrimiento cada amanecer de las
calles en ruinas por la batalla del deseo en la víspera. Los cadáveres
se los había llevado la noche para acunarlos entre los millones
anteriores, pero las ventanas, el asfalto, el cielo raso de la ciudad
por debajo de las nubes, gritaban en sus oradaciones, y la procesión
rumbo al trabajo o a la escuela tenía un aire fantasmal.
XIII -Como no te apliques y torzamos ¡ya!, mira lo que nos espera.
-¡Ay, Santa Cachuchita!,la mexicana y no la argentina -exclamo-. "Guapa
va a estar la boda y contenta la Niña como si le regalarán toda la
selva seca pa estudiarla, cayendo por la catarata ésa." Con
lo que sabe el Belarmo el peligro queda atrás y una vez el río se
aquieta, lía un pitillo y por la parsimonia de sus dedos entiendo: toca
hablar muy en serio. -No puedes hacer lo que haces. Las
explicaciones salen sobrando. Se refiere a la Niña. Ni por un minuto
piensa que soy un embaucador y a cambio tiene claro que embauco.
Cuelgue o no el cartel, a atole y torta por día la llevaremos él y
yo. Sólo para acompañante de lejos puede servirle a ella.
-Pero
hay que mantener la ilusión, abuelo. Mantenerla tanto como la
hormiguita necesite y del modo en que la necesite, mientras sigue
andando. Por eso escogí el río más largo del mundo, ¿ves? Para estar
hasta cuando el paracaídas se deslice a placer.
-0- Juro
que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle,
las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una
promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me
esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada
aquella. El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron.
-0– Con
el anuncio de la marcha, la alcancía de su ciudad se dio la vuelta para
la Niña derramando los veintisiete años, y a tres mil kilómetros de
distancia el Viejo que recibía sólo el temblor tuvo miedo: -Si no viene ahora no vendrá nunca. ¿Se
daba cuenta del daño que le hacía apresurándola? Debió entenderlo
cuando en la sala del aeropuerto vio el fantasma de la joven cuyos
nervios circulaban por las calles y entre las gentes que dos años y
medio atrás él conocía por el vivo, emocionado eco en ella, que los
detallaba con una apenas concebible minuciosidad. El Viejo tampoco
valoraba el terrible efecto de sus palabras al protegerse de la vaga
sensación aquella. No hubo mala intención al escribirlas recordando una
maravillosa novela y dar en un vieja terca herida en la Niña.
A
ella no le gustó que la llamara así todavía después de puestos a medio
los pies sobre la tierra frente a él. A cambio -siempre a cambio en esta
historia- ella olvidaba que las monedas cayeron justo porque había un
avión esperándola, y creyó bastaba si volvía a casa. -0-
Érase
un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se
debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir
Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no
hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
Agrega
una canción. En ella va la sensibilidad que aprendió de su gente.
Habría querido compartirla con la Niña, y el espanto de ésta por la
ciudad gigante le cerró las puertas a cuanto tuviera que ver con el país
entero.
XVI
Con
tal esmero se ocultaba La Niña al exterior, que solía pasar inadvertida
para luego quejarse por ello. Apenas cruzaba la puerta de regreso a
casa la transfiguración era asombrosa. Convertida en un sonriente
animalito corría por los recovecos del pequeño lugar en juegos que la
hurtaban a los ojos y los oídos así en suspenso e incapaces de
adelantarse a su repentino aparecer, cayendo sobre mi espalda o
mordiéndome los pies luego de reptar quién sabe cuánto y por dónde.
En
remedo de los gatos, adoración que cultivó ya antes de ponerse en pie,
creo, con frecuencia se anunciaba a maullidos, como la tarde temprana en
que siguiendo el sonido la encontré parada en el marco de la ventana
gracias a la cual la casita, en la comunicación del patio con las
habitaciones, circulaba los ricos caprichos de la luz, desdiciendo la
sombría apariencia del rincón al fondo de la privada.
Estaba
desnuda. La plasticidad del cuerpo no me sorprendió pues se la había
celebrado mil veces, y solté la frase por lo común más inadecuada con
ella:
-Eres perfecta.
Esta
vez sonrío mientras iniciaba una serie de poses que me recordaron una
historia de su clase de arte, en la cual le exigieron modelar. Lo hizo y
en una sola cosa estuvieron de acuerdo maestros y alumnos, coincidiendo
con los no pocos que antes y después la retrataron: los ojos se
resistían a todos los empeños, empezando por el color, cuyo negro casi
puro azulaba de una incompresible manera.
De ese modo sigue en mi cabeza: inasible.
-0-
Supe
que era mía unas horas después de que llegará del largo viaje iniciado
vaya uno a precisar cuándo y dónde, cuya primer puerto estaba en mi
casita, a tres mil kilómetros de la suya. Lo supe al anochecer por su
cara en el momento de rendirse toda sobre el piso de la sala. Sentados
ahí concluíamos lo que inició en algún lugar del pequeño espacio desde
el cual la recuerdo ahora, con el acucioso estilo de los dos para
apropiarnos un rincón tras otro.
Antes
y después agradecí a la costa que la crió con tal esmero en la búsqueda
del otro a través del placer. Sexo es el nombre del reto que así
enfrentábamos, y lo defenderé a puñetazos y patadas pues en ninguna otra
emoción los seres nos encontramos de tan íntima manera.
-0-
Luego
de la primera visita de ella, ambos entendieron que él agradecería
alguna fórmula capaz de seguir alimentando la apremiante memoria de la
piel, la boca, el cabello, los pechos, los muslos, el sexo, los aromas y
sabores de la joven. Y sobre todo, de la gesticulación del rostro en la
intimidad profunda.
La
Niña era generosa de una manera incomparable para el Viejo, a quien la
pronta separación de la madre de sus hijos le trajo amores por fuerza
apasionados, al proponerlos siempre temporales, para nunca más atreverse
al mínimo dolor recibido o causado.
La
Ella a secas, arqueotípica, en que la muchacha se convirtió, no tenía
obligación alguna de prestarse a los juegos a través de la pantalla
virtual, y concedió justamente por generosa y por su encanto en la
mirada de él.
Pidiendo
permiso, el Viejo tomó centenares de cuadros de la sesión y volvió a
ellos una noche tiempo después de que la Niña regresara definitivamente a
su ciudad. La borrachera fue formidable porque ella se empleó a
conciencia en reproducir la maravillosa expresión del cuerpo y parecía
haber disfrutado también el encuentro.
La
gracia plástica que en su día le celebraron como modelo improvisada en
el taller de arte, siempre a medio vestir la frescura, la calidad
lechosa del moreno suave y la para él perfecta línea delgada, ora
arqueaba el torso desmayando la cabeza o irguiéndola; ora de pie lo
retaba con la boca o los pequeños blandos pechos que coronaban los
pezones turgentes en una aureola de la misma rica intensidad negroide de
los labios y el sexo exterior, o los hacía perdedizos y por ello más
urgentes. A quien no la hubiera visto en sus despliegues le costaría
trabajo creer el extraordinario número de estampas sin repetición
pasando ante los ojos del hombre.
Se
trataba de un animalito pleno de vida y obligado a escamotarse, como
supo ya en los linderos de la infancia, expuesta a la animalidad
pervertida por las ansias de poder y la trama de boquetes que deja el
diario asesinato del deseo.
-0-
Un día el Viejo termina así el relato:
Juro
que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle,
las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una
promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me
esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada
aquella.
El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron.
Luego escribe:
Érase
un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se
debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir
Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no
hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
-0-
¿Al
gato y al ratón? ¿De veras se puede jugar a eso luego, a las 10:51 pm
de un domingo semanas después de la última paletada sobre la sepultura?
Seguro
no hay mayor emoción que la de apostar almas. Pero no importa quien
tenga la baraja y cuántos trucos domine, al final no quedará ni un
aliento para recoger sobre la mesa. Máxima emoción, sí, pues es la de
los suicidas.
Como sea, Los frutos de la pasión que
se exhibía en el sala personal de cine no tuvo ya más censura y amenaza
convertir en chiste cuanto se haya hecho antes sobre el tema.
-0-
No cualquiera tiene el privilegio de compartir la vida siquiera un rato con la Dama del puerto, el cabello en llamas de ida y vuelta por el río.
Hay
muchas viñetas más y el Viejo las guarda, deteniéndose para la
conservación del buen final de la historia que lo libera de los
desastrosos últimos días junto a la Niña, quien en verdad no se sabe si
existió.
Lo
hace para continuar en las fotografías de la batalla campal con dos
enanos a cielo abierto, que el fantasma de la joven tomó con desgano.
Por lo demás, no se equivocó al iniciar las viñetas con el Bienaventurados los viejos.
-0-
Sabionda,
la Niña mal imitó al famoso griego, viendo el árbol y perdiéndose el
bosque de sesenta y cinco años, también en el sexo, que él nunca
practicó bien a bien pues la joven le negaba y se negaba a sí misma el
acceso a la verdadera fuente del placer, y por las casi nulas aventuras
de ella en el reino de las caricias. Así la cabeza terminó imponiéndose
al cuerpo, y el hombre, ducho a la vez en materia de perversión,
perverso fue.
-Perdona,
Niña, donde quiera que estés en la realidad o la fantasía -dice el
Viejo. -Yo también gané el derecho a ser personaje.
"Personajes ambos, pues, nos encontramos sólo en el relato, sin tocar ninguno de los dos la vida del otro."
-0-
En
los cuadernos de aire desaparecieron las señas de identidad de la Niña y
un día amable con el recuerdo el Viejo subió una foto de ella. Era
parte de las largas series tomadas en los extraños encuentros a través
de las camaritas, en los que la joven alimentaba la memoria del deseo.
Había
centenares o miles dignas un cuadro, por las virtudes de la muchacha y
una quién sabe cuán prolija experiencia en recrearse para la mirada de
los hombres a quienes quería o necesitaba.
Llevando
a negros el rostro y el fondo, el Viejo aprovechó la perspectiva del
cuerpo semidesnudo en perfil y Ella no dijo palabra sino después de que
en el registro del cuaderno aparecieran inusuales visitas desde la
ciudad costeña. La exigencia de retirarla era lo que el hombre requería
para cerrar en la cabeza el círculo iniciado por las sorpresivas
fotografías con las cuales terminaron los viajes hasta la ventana de la
joven, noche tras noche a lomo de una amable, rabietuda ballena que en
el último tramo se embarazaba en los bancos de un río, donde inútilmente
las fuerzas públicas le exigían rendirse a punta de metralla.
Más
allá de su encanto, las fotografías alertaban hasta el primero de los
ingenuos del planeta: exhibiendo (POR AHORA EL PUDOR OMITE PARTES DEL
PÁRRFO JJJ) de cuya autenticidad era prueba (…) que acompañaba el
desmayo del rostro.
El
hombre entendió las buenas razones detrás, siguiéndolas en adelante
como un camino hacia el interior profundo de ella, en un rosario de
actos similares que culminarían en la casa de él. La impudicia estaba en
todo, desde luego, sin faltar las falsas apariencias virtuales,
sistemáticas y así reveladoras por partida doble.
El
hombre amo y odió el juego que podía conducir a llanas vilezas. El
prurito ahora por el retrato en el cuaderno era no la menor, atendiendo
al significado oculto, y en todo caso sobró para que se cerrara el
círculo en las cuentas mentales del Viejo.
Ahí comenzó el nuevo viaje que quizá lo conduciría hasta lo más recóndito en el par de pequeñas criaturas.
-0-
Ya
no soy más el Viejo y leyendo hago uno de los gestos característicos de
quien reconoce una sandez propia o ajena, aunque estoy convencido de lo
que escribí.
En
la pantalla al lado de esta hay una de las fotos del nuevo viaje, según
bauticé la diaria práctica durante la noche de comba grande. Apenas se
distingue la silueta de una mujer ribeteada en tono violáceo sobre una
superficie blanca. El lugar desapareció por completo. Lo hizo con el
placer que descubrí ya en las primeras manipulaciones con el editor de
imágenes. Al principio buscaba encubrir el armario, constante telón de
fondo en nuestros videochats.
Desdibujarlo
era irrealizar el mundo todo de la joven, y debía pesarme pues lo amaba
instintivamente. De hecho aún no sé si la atracción inicial venía de él
y no de ella, entonces emboscada con el esmero automático que
comprobaría en nuestros paseos por la calle.
Me
pareció una jovencita de clase media sin mayor chiste, exageradamente
delgada, que se encorvaba, con el cabello recogido y unos lentes tras
los cuales podía escabullir mejor los ojos, su color y su mirada.
Universitaria de postgrado, sin falta se retrataba juntos a libros, así
estuviera en momentos de recreo.
Su
charla era insulsa, de frases cortas y frías, y como bien entendió por
una casi inmediata reacción, estuve a punto de olvidar el fugaz, para mí
casual encuentro, hasta que mencionó al padre carpintero y en
seguidilla al romántico pueblo de su abuelo, una variedad de pájaros
tropicales, el río donde solía ir con los amigos y la música que
frecuentaba.
La
mera colección no habría surtido efecto de no acompañarse por un timbre
distinto en las palabras y una larga parrafada que literalmente
despertó el caer de una hoja. El demoro en seguirla en su columpio era
de gloria y el atestiguar para mí el aterrizaje en un charco no tuvo
precio.
Con
todo, la atracción permaneció no en la persona sino en el entorno que
gracias a la lentitud del relato permitía los vuelos imaginarios,
trayéndome los mejores recuerdos de mi infancia y a las gentes a quienes
por décadas perseguí con ahínco.
El
gusto ácido, paladeable, en mi boca, al borrar los alrededores de la
figura en la foto, resultaba del amor que por ellos no se me entregó o
se me retiró; de la ira por la llaneza con que a cambio perdía la razón
por otros hombres, y de la libertad que yo adquiría para armar el
rompecabezas de aquél mundo, cuyas mil partes estaban regadas en los
cuatro años.