martes, 20 de abril de 2021

Célula

 

¿Puede imaginarse algo más maravilloso? Es la reproducción con mayor fidelidad, hasta ahora, de una célula. ¿Y hacía dentro, en cada pequeño órgano visible?

Tomo la calle cuyo recorrido suspendí apenas entrar a ella en el momento que La parada trajo por un papel sin fecha. ¿Cómo haré, entonces? Juego al revés de aquella donde me pierdo porque ni consigo ni quiero ubicarla, dos barrios hacía oriente, y contemplo otra vez el patio preciso y alegórico.

Contra el zaguán un muchacho encandila a la jovencita con suéter y vestido de flores cuyos tonos desvaídos traen a hermanas mayores, creo por creer y fiel a momentos que evitan gastos superfluos.

Estamos en el hoy dilatado cuatro, cinco o más décadas que se transforman sin pausa y ahora anuncian desaparecer a las vecindades, como esta o cualquier variedad suya, y falla, sabe mañana, cuando persistan o vuelvan a adaptarse, siempre dentro del centro urbano, porque más allá surgirán fórmulas similares en esencia

-Apesta el antropólogo que llevamos dentro -reclama mi esquizo. -Nos importa lo instantáneo: ese patio, visto desde fuera, y la pareja. Tráelos al presente, siquiera, pues no hay mínima garantía de trascender.

Un gran escritor siglo XX en sus inicios desarrolló bien a bien el monólogo interno y así quedó inmortalizado un perro corriendo por la playa cuando atardecía donde los grises dominan gracias al cielo eternamente brumoso. 

Nadie engatuzará a la joven, a menos que sea Roberto el Kid Terranova, si acaso.

También para eso están los pequeños amasijos humanos, ¿no? Si mamá y tus carnalas quedaron atadas de pies y manos entre abusadores, sobran vecinas para educarte o hacer el paro. ¿O me equivoco?

-Vas de vuelta, Bronislaw.

-¡Para, yo revolcado!

-¡Estás allí, carajo, y existes solo como testigo!

-¡Pues ya, ahí lo tienes!

-¿Adónde irán a parar ellos?

-Oh, qué la chingada. Te contagié.

-Nel. Échale crema. 

-Uy, salimos escritores.

-De menos, cómo era el lugar.

-Ten.

-No mames, eso es de Juan Rulfo. Otra vecindad, pues. Y nada qué ver, eh.

-Si, aquella tenía un patio, patio, ancho, con escalera generosa subiendo a vaya a saberse el lugar, que hay zaguán de dos metros y así en sombras y tapa la vista. Huele a... ¿adobe y humedad?

-Y tiempo.

-Uy, qué profundo tú.

-Bien chilangos nosotros.

-Cállate, estúpido. Chilangos... ¿Qué chingaos es eso?

-Capiruchos mexicanos, entonces.

-¿Especie y subespecie?

-¿No te digo?

-Ellos una, yo otra, y llegando a la esquina, titipuchal.

SIGUE        

    

 

 

 

F:jJf- 

domingo, 18 de abril de 2021

La Niña y el Viejo. Homenaje

 En homenaje a quien terminó encontrando en una pequeñita que la buena fortuna y su obstinación le dieron, a la compañera para siempre.


Sigo sin entender qué historia debe contarse, Niña. ¿Ninguna, fantasma de ti?, pregunta el fantasma mío.

Hace poco y en el epílogo para mí de diecinueve meses y para ti de minutos, en apariencia al menos, dijiste que te recomendaron borrar nuestros tres años imprecisamente juntos.
Escondo tus señas de identidad, entonces, y sigo en el empeño por bien relatar lo que muy merece la pena, transcurrido mayormente por el viento.
A viñetas como cuanto hago, estas pecan de inmaduras, cursis a buenos ratos, y al final tienden a un cierto cinismo, cierto, tan sólo, pues no incluyo las que descubren ni el rostro más frío ni el más encendido. Las presiden unas palabras: El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en ti más infinita te volvías. Por eso nada llenará tu hueco.

I
Cuánto cansa la pasión amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.
- 0 -
Eso escribí luego de la extraña, breve aventura con Mía, que me devolvió a lo que hacía mucho era cuestión de pasado.
Entonces a tres mil kilómetros apareció la joven de veinticinco años:
Se vaya pronto, se vaya tarde, no habrá modo de olvidar a la Niña. ¿Porque es joven?, ¿porque es hermosa? Sí, sin duda, pero sobre todo porque es ella.
Imposible encontrarla antes. No habría reparado en mí y yo no habría sabido entenderla. Supera mi fantasía y puedo verla gracias a los ojos de abuelo y a la manera en que se desnuda sin pena.
-0 -
Es cierto, vendrá la Niña, pero en el columpio de la ilusión donde se mecerá un rato, tampoco caerá en cuenta de mi presencia ni de la amiga. Verá sólo las manos que la balancean, la boca que la celebra, los ojos admirándola y aprendiéndola mientras se saben más acá: en el suave despeinarse de las copas de los árboles, la tierra que no escapa... entre los cuales seguiré cuando ella se despida rumbo al Ruido.
-0-
Sin importar las razones la Niña vendría sólo al modo de las golondrinas y por ello todavía más la historia presumida fue cierta.
Algo no había advertido el hombre: en la joven habitaba una dulce soledad profunda. Aun así la idea de que partiría rumbo al ruido no era absurda por completo, pues la joven vivía obsesionada con él.
La Niña es muchas mujeres, las cuenta tan bien que sería mejor dejarla hablar, y no tengo permiso ni quiero pues su presencia ante mí fue recreada y yo la reinventé a la vez.
-0-
Las viñetas eran parte de mis vuelos pendiendo del día al entrar en la vejez. Detrás estaba la Niña en una ciudad de la costa tropical de otro país. Estaba a su manera pues el río a los pies y el mar un poco más allá parecían existir apenas como vagas referencias.
Costaba trabajo entenderlo. Durante las charlas era absurda mi sorpresa por una herrumbre muy poco poética, y no la total falta de olor a sal o que no se mencionara jamás el muelle. Vivía en una ciudad, no importa si relativamente pequeña, y podía comprenderse que la actividad tendiera hacia dentro, pero la singularidad de la joven advertía de un trazado secreto. Como sea, en tres años no pude hacerme sino una idea pobrísima de aquéllo. 
Todo por el viento, cómo percibir uno del otro más que filoncitos.

II
Las siete eran, creo, cuando puse la mirada en ella.
-¿Adónde vas, Niña?
Fueron los ojos quienes contestaron:
-No sé, no importa, sólo el viaje interesa.
En la respuesta había una declaración y una pregunta:
-Llevo la vida entera esperando por una mano que se atreva, ¿será la suya?
En silencio volteamos juntos hacia el camino sobre la loma. Diez minutos después nos deteníamos un segundo en lo alto, con una sonrisa. Nunca más se nos volvió a ver.
-0–
¿Eran palabras y ya? Realmente creía que nos reuniríamos para desaparecer. Lo pensaba a ratos, al menos, y así prometió su primer viaje.
-0-
El "diario" no tiene mínimo orden y al capricho pasa de un año a otro.

III
El otro día un amigo preguntó si lo que hay entre la Musga y yo pasa de las palabras a través de una pantalla. Sonreí. ¿Cómo explicarle la Musga relación tiempo-espacio
Conectado a la macro computadura de la universidad, soñando con el Nobel, mi cabeza se volvió laboratorio en eisnteiniano caos, buscando la fórmula para que el mundo entienda.
Desbrozando el bosque en que cada mánana se convierte su calle, a 35 grados centígrados y 100% de humedad, el 1:55 mts. se abre paso a brinquitos con un cotorro en el hombro y una gata enredándole el cabello.
Los miriadas de átomos estallan en una carcajada y en un mismo acto se sientan en mis piernas a 3,177 kms de distancia, y las 17:05 del 15 de julio se hacen las 0:20 del 14. Si anduviéramos en 1475, de Cabo Norte, Isla del Príncipe Rodolfo, Tierra de Francisco José, Rusia, a Gavdos, Grecia -extremos de Europa, pues-, en eco se escucharía ¡Milagro! y el moreno lascivo de Ella creería verse revelado en troncos de árboles y torres de iglesias.
Pero pasaron Copérnico, Galileo, Newton, etcétera, y Musga dando clases en su costeño pueblo y Musga metida entre mis brazos en la ciudad de México, o yo simultáneamente en mi escritorio y en su cuarto a punto de dormir entre la lluvia, o ambos una noche de julio de 2010 caminando entre gallos y palomas de 1998 no pueda ya explicarse por el Espíritu Santo. Reclama ciencia pura. O sea, misterio, que para eso nacío la Niña indescisfrable. 

III
En la primera visita a la casa de la Niña, ella dormía. Sólo se atrevió a contemplarla.
Desde entonces no faltó noche sin repetir la escena. Era la promesa de los trece años encarnada y así azoro aun en aquello en que la fantasía atinaba. La imaginación de la piel, por ejemplo, o el aroma o los pechos o la forma de apretarse a las cosas, tenían que ver con la realidad de una muy burda manera. Lo demás resultó puro asombro.
-Perfecta –le decía una y otra vez y ella al negarlo se revolvía con furia.
-Soy fea y tonta.
En Agadez, el par de abuelos no tuvieron que esforzarse en probarle cuán equivocada. Bastó el cesar de los antiguos ruidos.
A sonrisas fue la vida desde entonces entre baobabs, kepoks y tamarindos. Por supuesto las phylum artrópodo, hormiguitas en términos de legos, para su contento pululaban.
-0-
El segundo abuelo era el mío, a quien casi a rastras llevé al río Níger. La idea de recibirla allí advertía cuán poco confiaba yo en el futuro y por lo tanto en un destino común con la joven.

IV
Y la vida no era más que una cáscara de limón recién cortada. Apenas eso tanto, la fragancia.
-0-
Preguntó si la quería y tuve que confesarle: No tengo más oficio que ese. Fue justo ahí cuando me llevó a vivir para siempre bajo la sábana.
-0-
Duerme enroscada con una gatica blanca, y el Viejo no tiene que decir nada, ni siquiera a quienes amó antes, menos a ella. Luego de dos años la Niña es una querencia antigua, pequeña e imperfecta como él y por eso y por cuánto juntos viajan en los entresijos de un tallo, de una gotera, del murmullo del refrigerador, de la llama de una vela, imprescindibles ya uno para el otro.
Te llevo de paseo en una pestaña, ofrece la joven y el hombre sabe no alardea. En una de esas que tienes a miles, pareciera, le dice mirándola con los ojos cerrados sobre la cama, de los dos, ojos y cama, cuando la gatica estira la pata, ronronea y para acompañarlos no hay concierto mejor en la tierra.

V
En lo que menos falló el hombre fue en la admiración. ¿Qué lo hacía temblar de arriba abajo del miedo, antiguo, terco compañero y de esa forma por completo un extraño?
No conocía un personaje cuyo misterio se acercara al de la Niña. Le recordaba al de una pequeña, extraordinaria novela:
"Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano:
"-No te sorprendas -me dijo- soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás.
"Una vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido.
"Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar".
De nuevo erraba y no al relacionar a la Niña con la joven francesa.
“Y Monelle dijo: Te hablaré de los momentos.
“Mira todas las cosas bajo el aspecto del “momento.
“Deja ir tu yo a merced del momento.
“Piensa en el momento. Todo pensamiento que perdura es contradicción.
“Ama el momento. Todo amor que perdura es odio.
“Sé sincero con el momento. Toda sinceridad que perdura es mentira.
“Sé justa para con el momento. Toda justicia que perdura es injusticia.
“Actúa para con el momento. Toda acción que perdura es un reino muerto…
“No retrases el momento: extenuarías una agonía.
“Observa: todo momento es una cuna y un ataúd: que toda vida y toda muerte te resulten extrañas y nuevas.”
De hecho no sé si en esas palabras Monelle es el remedo de la Niña un siglo atrás o no las dijo siquiera y sumo el fragmento a la pequeña, genial novela. Lo hago agradecido y con dolor según, precisamente, el momento, y recordando la furiosa reacción de la joven en las viñetas al poner en su boca las otras frases, las primeras.
Raro el momento en ella. Le era tan fiel que cuando parecía dejarlo ir lo eternizaba de modo de volver a él cuando las circunstancias lo convocaran. Así se volvería presente perfecto el romántico muchacho tras el cual escaparía de mi mano apenas bajar del avión para juntarnos por el resto de la vida. De una virtualidad a otra el paso inexistente en las viñetas, tan a su vez momento puro mientras se producían.

Porqué, ¿sabes, Niña?, jamás dudé de ti y era lo justo. Amabas al Viejo y a cuanto representaba, con la misma terca ceguera que al veinteañero aquél o al de después, a cuyos encuentros me dejé conducir al procurarte luego de la marcha.
Virtuales los tres, así nuestras pieles se frotaran con la tuya, y profundamente reales, como desde el principio de los tiempos cuanto hace la especie, exilio por naturaleza.

VI
Eran tan pequeños los dos que se diría imposible su encuentro entre el pasar a miles de criaturas altas y robustas, y justo por ello resultó casi obligado. Buscaban los mismos filones al borde del arroyo, los mismos suspensos de los autos, idénticas cáscaras en las cuales montar librando los cursos de agua tras la lluvia, y rebotes de luz, pedacitos de papel de estraza, jirones de simpatía entre el gritón desconcierto de la avenida, para maravillarse.
Una falange más baja que él, hacía pucheros por la tolvanera picándole los ojos y desmelenándola, cuando la vió por primera y única vez, pues nada los separaría luego.
Se cogieron de la mano para sortear la salida en tropel de las oficinas, que anunciaba aplastarlos sin conciencia de su obra, y en el riel de una cortina metálica la risa les llegó a un solo tiempo apenas se ampararon.
De sobra las palabras, en los minutos para ellos horas todo pareció el compartir la atención a las mil vivezas de la acera. Una vez apaciguado el río de gente, cayeron en cuenta: seguían de la mano, con los dedos en un curioso entrevero. No había lugar para timideces y reparos y la cabeza de ella se posó en el pecho de él. A qué esperar la noche, entonces, desaprovechando su tamaño. Cuando las mironas del aparador con las luces apagadas volvían al eterno insomnio, el matrimonio estaba consumado.
- 0 -
El viejo aseguró que quien educaba era la Niña. No mentía y esquivaba en cambio el tema de su extraordinaria lentitud para aprender.
Una noche luego de mucho tiempo cayó en cuenta de los motivos de la casa que para los dos construyó ella y la recorrió esmerándose con la mirada. Nichos inimaginables se le descubrieron y luego el verdadero lugar todo.
-¿Cómo no lo pensé?- dijo. -Al modo de las hormigas tenía que ser, una paciencia y una confianza infinitas tras cada ladrillo. Y en ellos, entre un rabiar de colores, talladas, nubes jugando con su gordura, charcos y lluvias, un loro y una gata, palos de mango y limón, un filo de mar y minimísimas flores como estrellas.

VII
Es la la noche de encontrar a la Niña a través de las camaritas. Preparándome, conecto la mía y el que aparece tiene poco que ver con la imagen en la cabeza y el espejo del baño. Prendo y apago luces y sólo los trucos con ellas en algo confortan. ¿Si la fortuna lo permite, cómo será cuando la Niña me descubra en carne y hueso? ¿A qué le sabrá el perfume de mi cuerpo?, ¿y mi modo de andar? ¿y mis rutinas? ¿y los míos y mi ciudad?
Bueno, la reunión es más que improbable y quizás ella lo supo siempre. Sigamos pues muriendo de pasión por el aire.
El dolor dictó la nota.Días después con urgencia paso una canción a la Niña y no sé cómo subrayar el Cero exageración que la anuncia.
Te llevo bajo la piel, sí, ¿o es al revés o al mismo tiempo? En todo caso, tú nos condujiste. Cómo te desabotonas el pecho desnuda.
Nunca más hablaré de la edad. De la mano hasta el último día.
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La Niña y el Viejo son el colmo de la cursilería.
Él le manda una canción, ella un regalito con fotos. Cumple sesenta y cinco el hombre y con el obsequio la noche tiembla alrededor. La felicidad siempre le produjo miedo. Sabios, los años parecen descubrirle cómo mandarlo a volar. Menudo farsante quien prometa poseer a La del closet cada minuto del día. El Viejo sólo asegura que está en el cuarto compartido con la Niña, la llave en la cerradura.
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¿Meras ilusiones? Él amenaza darle de nalgadas, ella lo previene con la chancleta.
Dejaron de reconocerse en las hormigas cuando vieron la fotografía ampliada de una: era cualquier cosa excepto frágil. Cambiaron entonces a pulgas. Desde luego hay truco en el asunto: cuanto menos representen, menos necesitan.
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Mientras el gorrión que saluda cada uno de mis días desespera en la ventana advirtiéndome cuán alegre es el sábado, sigo el siguiente consejo sabiendo que a 3,177 kilómetros hacen caso también: "Siéntate ahí y cuenta tus dedos. ¿Qué más puedes hacer…?" 
Hasta la Primavera entiende que ni de lejos puede con todo. Ni siquiera, de seguro, si con suerte por una vez alcanza el verano.
Lanzados del paraíso fuimos y el cielo estará eternamente partido en dos. De ahí la gracia de la libertad y el exilio irreparable.
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Dos nerviosos enanitos cuentan las horas y la veladora que cada uno enciende para que todo vaya bien, es el otro.
-Tienes miedo, parejita.
-Sí.
-Apriétate aquí, pa que temblemos juntos... ¡Eh, eh, no empieces con las cosquillas!

VIII
Dos días antes de tu llegada, Niña viaje, ni abrir puedo la boca, ¿sabes? Hacías la maleta hace un momento y dijiste algo que no para de dar vueltas en mi cabeza.
Que tú eres quien educa, aseguré. Ni idea tenía cuánto. Por esa docena de palabras un gran escritor daría la vida. Para ti no se trata de ingenio: eres el personaje.
Bueno, de alguna manera estaba preparado. Cuando por las noches resumes el día, cada vez y sin variar parece un cuento. No hay accidente en ti porque así lo asumes todo: producto del azar, sabio que descubre el absurdo en el orden. Sopla, parecería que dices, y se viene abajo, por fortuna, pues sólo así los millones de pedacitos, uno a uno, van a su encuentro para armarse con otros en el momento, entonces perfecto, y recomenzar.
¿El secreto es el momento, Niña? Anda, dime, y no sigo más con mis tonterías. No lo harás, claro. Los personajes, los muy buenos, como tú, no se delatan: irrumpen. Esperaré a mañana. Cada vez de ese modo, hora tras hora, será.
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Amar, admirar… Las mejores fotos que el Viejo vio de la Niña las tomó él cuando tras una hora ella seguía recordando el patio de la escuela de los once años.
-Eres una obra de arte -le dijo el hombre y por respuesta recibió un mohín.
La joven contaba sus sueños y sus paseos con un detalle asombroso:
Uy y en la tarde… Tengo todo un día en la cabeza, siento que te relataba de todo y pensaba mucho, muchas cosas, muchas calles, muchos años.
Fue un día pensativo. Sí, como que todo lo miraba pero más atrás. Hasta iba como si estuviera escribiendo en la cabeza. Me dije Después cuando llegue a la casa ya lo habré olvidado todo, y es que a veces todo suena bien en la cabeza
Andaba por estas calles pero después me iba como al río, más bien la parte de los viajes largos en la camioneta como pensando en cómo es el profe, con todos los vallenatos que escucha y con todas esas historias del pueblo que contaba. Y me veía en la escena, yo ahí mirando todo y encontrando cosas que no veía esos días, y que a veces no viene bien el ser tan bióloga, porque no puedo mirar una planta sin querer encontrar el nombre asociado, sus caracteres, bueno, los que son visibles desde el bus.
Y después pensé en que no hablaba de los charcos y que a lo mejor perdí la capacidad pa saltarlos bien y claro me mojé los zapatos, y es que no lo había notado porque no había salido tanto, creo. Y empecé a comparar ese camino de noche.
Y otra cosa que pensé es lo distinto que es caminar con alguien porque como iba con mi sobrino, él me quería mostrar un loro e íbamos rápido y hasta me dijo que en una casa había gallos y yo no los había visto.
Así que al regreso venía pensando si el que ha caminao poco por acá ha visto tanto... ¿Cómo será cuando mi Musgo camine aquí? ¿Verá otros pájaros, de los despeinados que lo persiguen, jejeje?
Entonces había tanta cosa en mi cabeza que no se quedaba quieta ni un segundo y por eso creo me dormí en el bus, y me dormí soñando cosas como que estaba en mi casa, jejeje. Y después me puse pilas porque ya estaba cabeceando mucho, jejeje.
Y hubo una parte silenciosa mientras esperaba el bus después del aguacero. A mí me gusta mojarme con agua poquito, así que cerré el paraguas y estaba bajo un árbol que le dicen pico de loro porque el fruto se enrosca, es un pithecellobium dulce. Y lo miraba y miraba el agua en las hojas… brillan y se quedaban pegaitas, después caían. Y miré más arribita y llegó un ave y se llevó una semillita.
Y después llegó una señora y echó al arroyo que estaba a mi lado una ahuyama dañada y se hundió un poco y se la llevo el arroyo y la señora se fue. Y me quedé mirando el agua amarillosa y después a un caballo que en un pedazo desejao estaba comiendo hierba pero como tenía un carrito de esos que les ponen no se podía subir bien, pero después se subió y pensé que pobrecito, eso le debe fastidiar mucho…

VIII
En una semana la Niña cubre cinco veces el mismo tramo de mil kilómetros ida y vuelta. Pareciera absurdo de acuerdo al propósito, y no es. 
No sé los días que la descubrí en unos cuantos párrafos de mi cuaderno, que describen la ceguera del mayor viajero de la historia ante los llanos semiáridos más allá del vergel de donde venía, y el cómo la pereza de la caravana le permitía entender tanto como estaba a la mano de un citadino. Así asimiló en cierta medida al menos el brutal cambio del Occidente al Medio Oriente.
El camino nunca es trámite, ni a lo largo de la tierra ni del tiempo, por más que una antigua confabulación en el discurso convierta a la infancia y la adolescencia en mero prepararse. 
¿Era menos abismo el que en los mil insistentes kilómetros, y sin fronteras de por medio, separaba la costa de la Niña del altiplano de su objetivo final, a veinte grados de latitud tras el mar? Entre una punta y otra, la vegetación, la luz, el universo sonoro, el interior de la gente, no paraba de transformarse. 
Sentía un profundo respeto por los boababs, las ceibas, los tules, las espesuras de marañones, las copaibas, los huitos, pero lo suyo era la mesura de los tallos y flores del trópico seco, parientes de la naturaleza muda para el viajero cuyas jornadas seguía en el cuaderno. 
Se preparaba con acuciosidad para en cuatro horas pasar de su pródiga, pequeña ciudad a a la vista está el océano, a un valle diez grados centígrados abajo y dos mil metros arriba, en que asombrosamente las nubes no corren en un cielo tridimensional. 
Y es que para ella lo que importa es el viaje.    
Perezosos, los sentidos y la razón demandan caminos lentos para andar sobre la tierra, pues de otro modo aguarda el desastre ajeno o propio. No en balde Colón se extravió de sí mismo, negando su obra en tierras donde los ojos le aseguraban hallarse ante milenarias fantasías. Y no por azar sus seguidores vivían en novelas de caballería, con abundancia de amazonas, sirenas, reinos de oro en cuya persecución dejaban millones de cadáveres. 
Viajes externos e internos, momentos del mismo proceso, digo por ahí. 
La travesía de la vida debe ser tan antigua en los relatos como la conciencia de soledad en la especie. Por estaciones solemos dividirla con la guía del cielo nunca uno, diurno y nocturno, de sierras y llanos, de altiplanicies y playas, aquí cuatro y allá seis, siete... 
Puede el hombre o la mujer echarse a los caminos o circular por no más de unos cuantos metros, da lo mismo. Igual hizo el trayecto Ulises que las pobladoras del Arán promontorio entre las aguas, y no menos lo cumplió el paralítico de Túnez que el Battuta que lo dejó atrás al inicio de las aventuras en las cuales multiplicaría por tres los kilómetros de Marco Polo. 
Sintiéndose caber en una nuez, cuando la Niña resolvió traspasar varios tantos el mundo conocido tenía conciencia de que cada paso sería el obligado en un viaje según se debe: arduo, azaroso, de inimaginables maravillas. 
Largos meses tardaría para cumplirlo e instalarse en el misterio, y ya el primer tramo la sobrecogió.
La aventura comenzó muchos años antes y no sólo en el sueño de marchar. Seguro ni siquiera pensaba en otro lugar, carreteras o aviones de por medio. Tal vez no tenía incluso una idea mínimamente clara de su deseo y se columpiaba en la mera sensación, que de inmediato le trajo los caprichos de las nubes, los secretos entre las copas de los árboles, el campaneo de la lluvia en el techo, el sigilo en el andar de una gata, que descubrían el leve vacilar del tiempo así casi quieto en la mirada.
Por eso su renuencia a salir a la calle o el temor a perderse entre la multitud, que ahora vencía. ¿Era la vuelta a los primeros días, a la casa del pueblo, al patio de la abuela, a los aromas de la tierra húmeda?  
No importa si no hago más que acumular lugares comunes. Es una forma de acompañar el viaje de la niña.  
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Apenas detuvo la carrera, el ave de rapiña que aleteaba en silencio cayó sobre la ella. El Viejo conocía de siempre al animal, su tufo y a la distancia trato de espantárselo. Sus esfuerzos resultaron inútiles y sobraban: la Niña era mucho más valiente que él y le bastó un momento para sacudirse el pánico. Lo asombró y aun así esperaba verla llegar temblando. De vuelta, no entendía: nada iba a detenerla en el largo viaje. 
Apenas asomarse ella descubrió el secreto del nuevo, dramático tramo: era un engaño tras el que mundo reanudaría y bastaba seguir las reglas de siempre: pausar los sentidos, en el descubrimiento de cada pequeño detalle revelado por la suprema sabiduría, la de las plantas, que había pasado a ella no en los salones de clase sino como la más antigua herencia de los hombres y las mujeres pequeños. 
Apenas abandonó el aeropuerto la Niña puso los ojos y las manos en las hojas, los tallos, las flores. El Viejo no cabía en su asombro.

IX
Veintisiete años tiene la Niña. Su camino ha sido largo como bien podría atestiguar Dylan Thomas. Apenas cumplidos los veinte, el hombre recomendaba:
No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Mi parejita no gusta de la furia y sin embargo la practica -escribió la ignorancia del Viejo-. Parece dócil y es una rebelde irredenta.
¿Qué cómo haremos para sobrevivirnos?, pregunto de vuelta.
Busco con apremio entre el archivo de mi carne en el intento de encontrar siquiera una buena falsa promesa para los dos.
Si frecuento el consejo de los sueños, jamás lo hago con el de los poetas. Esta vez  lo preciso y vuelvo al superviviente que murió a los treinta y nueve porque lo suyo eran las carreras de velocidad.
Al verso que se cita seguía:
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.  
Though wise men at their end know dark is right, resulta entonces ahora.
La Niña y yo somos seres de las sombras. Todo lo miramos pero nuestra habitación está donde si acaso pueden verse las siluetas. Sólo cuando el sol se agacha hay manera de distinguirnos el perfil, caricaturizado y de no más de diez centímetros de largo.
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Ciertamente en el tema de la violencia y la Niña, el hombre parecía contemplar el cielo antes de Copérnico. ¿Las recomendaciones del poeta salían entonces sobrando?
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Ahora por fin hay fecha y como si jamás le hubieran pasado por la cabeza, el Viejo olvida los mil subterfugios en los cuales de nuevo escondía el miedo, ahora temiendo que ella no regresara para quedarse, según prometió.
No sabe dónde meterse el hombre pues no hay lugar donde quepa, globo que copia al universo y a una antigua manera para evitar el estallido insufla el infinito.
Estoy en una nube, vuelo, y cosas por el estilo se escuchan en las canciones populares. El Viejo hecha un sonoro erupto al tragarse a UDFt-3815539, la última y más lejana galaxia descubierta y al levantarse de la silla tropieza con cuanto encuentra.
¿O es de ella, la joven mujer, de quien se llena, con el río de estampas que dejó y él por instinto de supervivencia acallaba, sorteando la memoria en los inconcebibles pliegues del pequeño departamento?
En la estancia juntos, el lugar se convirtió en una cueva. El Viejo soñó siempre con eso y ni idea tenía de cuánto se podía. Los días cavaron sin parar y no hubo duda: volcados allí los interiores de ambos, el techo y los muros, las sillas, los libreros, las mesas, en una imagen que tomo prestada de la Niña, exhibieron la capacidad de licuarse para adquirir las formas y las texturas que requerían los recuerdos y los deseos conscientes e inconscientes de ellos.
Tembló el hombre en el pánico de un momento, por un momento sólo, parte de la gracia encontrada.
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Al terminar esta nota, el Viejo se entera de que acaba de producirse un temblor en su ciudad. Así de globo-universo, borracho de Niña andaba.

X
Hay dos partes en esta historia, se advirtió. La última inicia tras el primer viaje de ella:
La Niña viaja siempre, así sea por la cuadra que recorre cada vez a la salida de casa.
Emprendiendo ya la gran aventura de su vida, hacia el fondo de sí a 3,177 kilómetros de donde pareciera debe, de todo se despide: de la casa de la abuela donde fue niña pequeña; del patio de la escuela primaria y el callejón de su primer amor; de la azotea de la universidad a la cual subía a ver el mar; de las fogatas junto a la playa, el jardín botánico, la escuela de artes, las nubes cerdito; de la escalinata, el parque, las canciones, el río; de las amigas, los sueños fracasados y cumplidos; de los buses y su mundo que siempre se repite y nunca es el mismo; de la madre, la hermana, los seis gaticos…
Bueno, eso cree el Viejo, que se detiene para mirar con detenimiento. Día tras día ella registra su dolor, tan múltiple, y él entiende: de todo se despide y a todo va al encuentro en su pasado, en una historia de la que estoy por completo fuera.

XI
Mete el Viejo en el cajón las viñetas producto del encuentro de realidades. A cambio se permite la siguiente:
No paro de encontrarte, Niña, cada vez más donde ni mi encendida imaginación se atrevía. Eres arte, te dije no hace mucho mirándote en movimiento, y apenas ayer supe cuánta razón llevaba.
Debí pasar el infierno para entender y perderme en los sentidos del bosque detrás, con lo primero que ofreciste y no advertía.
Y fue el viento contra el que rabio quien lo hizo posible. Gracias a él la falta de pudor de ambos se hizo absoluta.
Niña arte, parece una exageración, y no es.
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Él supo tiempo atrás de qué trataba el amor hacia una mujer cuando una noche renunció a la suya y consiguió verla por primera vez. 
Ayudado por la edad y por el viento hizo lo propio con la Niña, no sólo conservando el deseo de poseerla sino en la procura del absoluto.  ¿Tonterías, si se trataba de seres virtuales? Más fácil sí, sin duda, pero tan real la historia como las sillas en que ambos se sentaban. Todo quiso conocer él de ella y mejor si dolía. No se sabe si alguien había hundido a tal punto la cabeza en la vida de la muchacha, y descubrirla en la desnudez profunda por fuerza condujo al hombre a ésa voraz pasión de la cual presumía. 
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La Niña era en verdad generosa con el Viejo, pero no siempre podía mantener el papel de la película que de tarde en tarde él le contaba sin obligación de vivirla. 

Una madrugada a éste no le quedó más que reír a carcajadas, de sí mismo. Ella había trabajado mucho a lo largo del día y luego de un rato de cine dijo:
-Besame mucho y acariciame... ya me tengo que ir a dormir jejejej.
Ese era el lacónico The end de Los frutos de la pasión del día. 
Por la lógica de la historia, al cerrar la computadora el hombre adoraba más que antes a su O -nombre del personaje femenino que reinterpretaba al de una cinta clásica. 
Lo hacía a sabiendas de que la Niña no habría respondido jamás de esa forma a sus amores. La interpretación requería justamente de la carencia, la falta, el deseo casi insoportable y sin salida.
A cambio ella podía sentirse segura con él de una manera hasta entonces insospechada. Por eso se avergonzó de la noche fallida y al amanecer miro fijó al Viejo para que le leyera el rostro. 
-Sí -se dijo el hombre.- Es un animalito y no soporta la obligación de esconderlo, pues no pocos palos se llevo por ello. 
En efecto, cuando la joven se enamoraba lo hacía al modo de una criatura salvaje, sin esciciones, una entera. El Viejo tentó muchas veces las gruesas heridas que le dejaron quienes la castigaban y se castigaban a sí mismos, fieles al diario asesinato del deseo que se les dio en tarea.
Tras mirarla un momento extendió la mano para acariciar las cicatrices y ella le juro amor completo.
En el verano de 2011 los 3.177 kms se borraron y dio principio una película a ratos tan buena como la solitaria de él, en un giro incalculado. 
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El filme (jeje) que presenciamos se exhibe en la única sala de la ciudad donde continúan valiendo las viejas normar y así a mitad de la función las luces se encienden como ahora. 
Mientras espera la bolsa de palomitas, Ña Lupe le dice a su acompañante:
-Cómo que veo muy raro el asunto.
-Espérate que horita viene lo bueno.
El cácaro se hace bolas, el público ruge de ansiedad y de hambre también y por supuesto, pues nos hallamos en el reino de la injustica, y el suspenso se columpia que da gusto entre las lamparas de la sala de cine. Inútilmente todo, pues las muescas del anciano proyector hicieron trizas la cinta. Detrás está la mano censora del Viejo, quien al fin y al cabo hombre quería ver cumplida cuando menos en el relato una fantasía a la que no se avendría ninguna mujer, quitando las de celuloide. 
Según cuentan, el tema salió a la conversación. Al escuchar a ella decir que el género femenino al exaltarse en extremo en el erotismo lo hacía por satisfacer al compañero, él protestó de inmediato:
-¿Entonces porqué la sistemática queja por el pobre cumplimiento que los hombres dan a sus hembras?
La Niña guardó un silencio en el que Viejo interpretó la conservación de uno de los milenarios secretos trasmitidos sólo entre mujeres, y muy posiblemente se equivocó.
Como sea, nunca más volvió él a compartirle los pasionales viajes a solas, dia a día de mayor intensidad, y temió el carnal encuentro que en mayor o menor grado los echaría por el suelo. 
En todo caso, valían las largas consideraciones del hombre en la marcha de regreso al primer día, durante la cual esperaba precisar si fue de a pocos o de un golpe y cuándo, el descubrimiento cada amanecer de las calles en ruinas por la batalla del deseo en la víspera. Los cadáveres se los había llevado la noche para acunarlos entre los millones anteriores, pero las ventanas, el asfalto, el cielo raso de la ciudad por debajo de las nubes, gritaban en sus oradaciones, y la procesión rumbo al trabajo o a la escuela tenía un aire fantasmal.

XIII
-Como no te apliques y torzamos ¡ya!, mira lo que nos espera.
 -¡Ay, Santa Cachuchita!,la mexicana y no la argentina -exclamo-.
"Guapa va a estar la boda y contenta la Niña como si le regalarán toda la selva seca pa estudiarla, cayendo por la catarata ésa."
Con lo que sabe el Belarmo el peligro queda atrás y una vez el río se aquieta, lía un pitillo y por la parsimonia de sus dedos entiendo: toca hablar muy en serio. 
-No puedes hacer lo que haces. 
Las explicaciones salen sobrando. Se refiere a la Niña. Ni por un minuto piensa que soy un embaucador y a cambio tiene claro que embauco. Cuelgue o no el cartel, a atole y torta por día la llevaremos él y yo. Sólo para acompañante de lejos puede servirle a ella.
 -Pero hay que mantener la ilusión, abuelo. Mantenerla tanto como la hormiguita necesite y del modo en que la necesite, mientras sigue andando. Por eso escogí el río más largo del mundo, ¿ves? Para estar hasta cuando el paracaídas se deslice a placer.
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Juro que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle, las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada aquella.
El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron.
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Con el anuncio de la marcha, la alcancía de su ciudad se dio la vuelta para la Niña derramando los veintisiete años, y a tres mil kilómetros de distancia el Viejo que recibía sólo el temblor tuvo miedo:
-Si no viene ahora no vendrá nunca.
¿Se daba cuenta del daño que le hacía apresurándola? Debió entenderlo cuando en la sala del aeropuerto vio el fantasma de la joven cuyos nervios circulaban por las calles y entre las gentes que dos años y medio atrás él conocía por el vivo, emocionado eco en ella, que los detallaba con una apenas concebible minuciosidad.
El Viejo tampoco valoraba el terrible efecto de sus palabras al protegerse de la vaga sensación aquella. No hubo mala intención al escribirlas recordando una maravillosa novela y dar en un vieja terca herida en la Niña.
A ella no le gustó que la llamara así todavía después de puestos a medio los pies sobre la tierra frente a él. A cambio -siempre a cambio en esta historia- ella olvidaba que las monedas cayeron justo porque había un avión esperándola, y creyó bastaba si volvía a casa.
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Érase un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
Agrega una canción. En ella va la sensibilidad que aprendió de su gente. Habría querido compartirla con la Niña, y el espanto de ésta por la ciudad gigante le cerró las puertas a cuanto tuviera que ver con el país entero.

XVI
Con tal esmero se ocultaba La Niña al exterior, que solía pasar inadvertida para luego quejarse por ello. Apenas cruzaba la puerta de regreso a casa la transfiguración era asombrosa. Convertida en un sonriente animalito corría por los recovecos del pequeño lugar en juegos que la hurtaban a los ojos y los oídos así en suspenso e incapaces de adelantarse a su repentino aparecer, cayendo sobre mi espalda o mordiéndome los pies luego de reptar quién sabe cuánto y por dónde.
En remedo de los gatos, adoración que cultivó ya antes de ponerse en pie, creo, con frecuencia se anunciaba a maullidos, como la tarde temprana en que siguiendo el sonido la encontré parada en el marco de la ventana gracias a la cual la casita, en la comunicación del patio con las habitaciones, circulaba los ricos caprichos de la luz, desdiciendo la sombría apariencia del rincón al fondo de la privada.
Estaba desnuda. La plasticidad del cuerpo no me sorprendió pues se la había celebrado mil veces, y solté la frase por lo común más inadecuada con ella:
-Eres perfecta.
Esta vez sonrío mientras iniciaba una serie de poses que me recordaron una historia de su clase de arte, en la cual le exigieron modelar. Lo hizo y en una sola cosa estuvieron de acuerdo maestros y alumnos, coincidiendo con los no pocos que antes y después la retrataron: los ojos se resistían a todos los empeños, empezando por el color, cuyo negro casi puro azulaba de una incompresible manera.
De ese modo sigue en mi cabeza: inasible.
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Supe que era mía unas horas después de que llegará del largo viaje iniciado vaya uno a precisar cuándo y dónde, cuya primer puerto estaba en mi casita, a tres mil kilómetros de la suya. Lo supe al anochecer por su cara en el momento de rendirse toda sobre el piso de la sala. Sentados ahí concluíamos lo que inició en algún lugar del pequeño espacio desde el cual la recuerdo ahora, con el acucioso estilo de los dos para apropiarnos un rincón tras otro.
Antes y después agradecí a la costa que la crió con tal esmero en la búsqueda del otro a través del placer. Sexo es el nombre del reto que así enfrentábamos, y lo defenderé a puñetazos y patadas pues en ninguna otra emoción los seres nos encontramos de tan íntima manera.
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Luego de la primera visita de ella, ambos entendieron que él agradecería alguna fórmula capaz de seguir alimentando la apremiante memoria de la piel, la boca, el cabello, los pechos, los muslos, el sexo, los aromas y sabores de la joven. Y sobre todo, de la gesticulación del rostro en la intimidad profunda.
La Niña era generosa de una manera incomparable para el Viejo, a quien la pronta separación de la madre de sus hijos le trajo amores por fuerza apasionados, al proponerlos siempre temporales, para nunca más atreverse al mínimo dolor recibido o causado. 
La Ella a secas, arqueotípica, en que la muchacha se convirtió, no tenía obligación alguna de prestarse a los juegos a través de la pantalla virtual, y concedió justamente por generosa y por su encanto en la mirada de él.
Pidiendo permiso, el Viejo tomó centenares de cuadros de la sesión y volvió a ellos una noche tiempo después de que la Niña regresara definitivamente a su ciudad. La borrachera fue formidable porque ella se empleó a conciencia en reproducir la maravillosa expresión del cuerpo y parecía haber disfrutado también el encuentro.
La gracia plástica que en su día le celebraron como modelo improvisada en el taller de arte, siempre a medio vestir la frescura, la calidad lechosa del moreno suave y la para él perfecta línea delgada, ora arqueaba el torso desmayando la cabeza o irguiéndola; ora de pie lo retaba con la boca o los pequeños blandos pechos que coronaban los pezones turgentes en una aureola de la misma rica intensidad negroide de los labios y el sexo exterior, o los hacía perdedizos y por ello más urgentes. A quien no la hubiera visto en sus despliegues le costaría trabajo creer el extraordinario número de estampas sin repetición pasando ante los ojos del hombre.
Se trataba de un animalito pleno de vida y obligado a escamotarse, como supo ya en los linderos de la infancia, expuesta a la animalidad pervertida por las ansias de poder y la trama de boquetes que deja el diario asesinato del deseo.
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Un día el Viejo termina así el relato:
Juro que cuando un maravilloso par de ojos me hicieron volver a la calle, las bolsas estaban repletas. Al llegar a la tienda no tenía ni para una promesa. Las tres cuadras de camino -y no la gente en ellas- me esculcaron a conciencia. Cómo atreverse más a regresar la mirada aquella.
El casete, la canción que sigue y uno pensando: De soledad a soledad, la tuya, la mía. El mundo no es como nos lo contaron. 
Luego escribe:
Érase un par hormiguitas empeñándose contra la corriente. Finalmente se debieron rendir. Justo el estribillo: "Esa no es la forma de decir Adios". Pero cuando la vida aprieta con crueldad el cuello, a veces no hay modo de despedirse más que con un torpe balbuceo.
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¿Al gato y al ratón? ¿De veras se puede jugar a eso luego, a las 10:51 pm de un domingo semanas después de la última paletada sobre la sepultura?
Seguro no hay mayor emoción que la de apostar almas. Pero no importa quien tenga la baraja y cuántos trucos domine, al final no quedará ni un aliento para recoger sobre la mesa. Máxima emoción, sí, pues es la de los suicidas.
Como sea, Los frutos de la pasión que se exhibía en el sala personal de cine no tuvo ya más censura y amenaza convertir en chiste cuanto se haya hecho antes sobre el tema.
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No cualquiera tiene el privilegio de compartir la vida siquiera un rato con la Dama del puerto, el cabello en llamas de ida y vuelta por el río.
Hay muchas viñetas más y el Viejo las guarda, deteniéndose para la conservación del buen final de la historia que lo libera de los desastrosos últimos días junto a la Niña, quien en verdad no se sabe si existió.
Lo hace para continuar en las fotografías de la batalla campal con dos enanos a cielo abierto, que el fantasma de la joven tomó con desgano. 
Por lo demás, no se equivocó al iniciar las viñetas con el Bienaventurados los viejos.
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Sabionda, la Niña mal imitó al famoso griego, viendo el árbol y perdiéndose el bosque de sesenta y cinco años, también en el sexo, que él nunca practicó bien a bien pues la joven le negaba y se negaba a sí misma el acceso a la verdadera fuente del placer, y por las casi nulas aventuras de ella en el reino de las caricias. Así la cabeza terminó imponiéndose al cuerpo, y el hombre, ducho a la vez en materia de perversión, perverso fue.
-Perdona, Niña, donde quiera que estés en la realidad o la fantasía -dice el Viejo. -Yo también gané el derecho a ser personaje. 
"Personajes ambos, pues, nos encontramos sólo en el relato, sin tocar ninguno de los dos la vida del otro." 
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En los cuadernos de aire desaparecieron las señas de identidad de la Niña y un día amable con el recuerdo el Viejo subió una foto de ella. Era parte de las largas series tomadas en los extraños encuentros a través de las camaritas, en los que la joven alimentaba la memoria del deseo.
Había centenares o miles dignas un cuadro, por las virtudes de la muchacha y una quién sabe cuán prolija experiencia en recrearse para la mirada de los hombres a quienes quería o necesitaba.
Llevando a negros el rostro y el fondo, el Viejo aprovechó la perspectiva del cuerpo semidesnudo en perfil y Ella no dijo palabra sino después de que en el registro del cuaderno aparecieran inusuales visitas desde la ciudad costeña. La exigencia de retirarla era lo que el hombre requería para cerrar en la cabeza el círculo iniciado por las sorpresivas fotografías con las cuales terminaron los viajes hasta la ventana de la joven, noche tras noche a lomo de una amable, rabietuda ballena que en el último tramo se embarazaba en los bancos de un río, donde inútilmente las fuerzas públicas le exigían rendirse a punta de metralla.
Más allá de su encanto, las fotografías alertaban hasta el primero de los ingenuos del planeta: exhibiendo (POR AHORA EL PUDOR OMITE PARTES DEL PÁRRFO JJJ) de cuya autenticidad era prueba (…) que acompañaba el desmayo del rostro.
El hombre entendió las buenas razones detrás, siguiéndolas en adelante como un camino hacia el interior profundo de ella, en un rosario de actos similares que culminarían en la casa de él. La impudicia estaba en todo, desde luego, sin faltar las falsas apariencias virtuales, sistemáticas y así reveladoras por partida doble.
El hombre amo y odió el juego que podía conducir a llanas vilezas. El prurito ahora por el retrato en el cuaderno era no la menor, atendiendo al significado oculto, y en todo caso sobró para que se cerrara el círculo en las cuentas mentales del Viejo.
Ahí comenzó el nuevo viaje que quizá lo conduciría hasta lo más recóndito en el par de pequeñas criaturas.
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Ya no soy más el Viejo y leyendo hago uno de los gestos característicos de quien reconoce una sandez propia o ajena, aunque estoy convencido de lo que escribí.
En la pantalla al lado de esta hay una de las fotos del nuevo viaje, según bauticé la diaria práctica durante la noche de comba grande. Apenas se distingue la silueta de una mujer ribeteada en tono violáceo sobre una superficie blanca. El lugar desapareció por completo. Lo hizo con el placer que descubrí ya en las primeras manipulaciones con el editor de imágenes. Al principio buscaba encubrir el armario, constante telón de fondo en nuestros videochats.
Desdibujarlo era irrealizar el mundo todo de la joven, y debía pesarme pues lo amaba instintivamente. De hecho aún no sé si la atracción inicial venía de él y no de ella, entonces emboscada con el esmero automático que comprobaría en nuestros paseos por la calle.
Me pareció una jovencita de clase media sin mayor chiste, exageradamente delgada, que se encorvaba, con el cabello recogido y unos lentes tras los cuales podía escabullir mejor los ojos, su color y su mirada. Universitaria de postgrado, sin falta se retrataba juntos a libros, así estuviera en momentos de recreo.
Su charla era insulsa, de frases cortas y frías, y como bien entendió por una casi inmediata reacción, estuve a punto de olvidar el fugaz, para mí casual encuentro, hasta que mencionó al padre carpintero y en seguidilla al romántico pueblo de su abuelo, una variedad de pájaros tropicales, el río donde solía ir con los amigos y la música que frecuentaba.
La mera colección no habría surtido efecto de no acompañarse por un timbre distinto en las palabras y una larga parrafada que literalmente despertó el caer de una hoja. El demoro en seguirla en su columpio era de gloria y el atestiguar para mí el aterrizaje en un charco no tuvo precio.
Con todo, la atracción permaneció no en la persona sino en el entorno que gracias a la lentitud del relato permitía los vuelos imaginarios, trayéndome los mejores recuerdos de mi infancia y a las gentes a quienes por décadas perseguí con ahínco.
El gusto ácido, paladeable, en mi boca, al borrar los alrededores de la figura en la foto, resultaba del amor que por ellos no se me entregó o se me retiró; de la ira por la llaneza con que a cambio perdía la razón por otros hombres, y de la libertad que yo adquiría para armar el rompecabezas de aquél mundo, cuyas mil partes estaban regadas en los cuatro años.