jueves, 8 de abril de 2021

Corazón Mío

 -Soy trabajadora sexual, bailé provocativamente en un bar, dejando que los hombres me besaran, y al rogarles no penetrarme usaron sus puños -dice Judy Foster en la película donde encausa por violación a esos tipos y gana.

Escribí esto sin pedir permiso a Corazón Mío. La busqué cuando al leerlo me di clara cuenta de lo que sucedió y no solo en el momento.

Por supervivencia una mujer necesita avanzar profesionalmente y sus circunstancias le cierran las puertas. 
La atrae ese hombre y hasta puede quererlo. Se juntan, los planes no marchan y decide irse. Repentinamente él recibe un regalo que para ella significa ser o no ser en adelante. ¿Cómo convencerlo de cambiar la decisión si ahora apenas se soportan? Tiene a mano el recurso cuya magia conoce Monelle, desvalida entre desvalidos.
-Aprende a disfrutarlo -le dijeron expertas voces hace mucho.
¿Abusé?, me pregunto. Sin duda. Poder y necesidad fraguan y fraguan, en esta basura que creamos por los siglos de los siglos, amén.
Las hormonas, ya saben, son tortura para el viejo, y como por mínimo decoro cerré ese camino que mi Tic generosamente dejaba abierto, no queda sino recordar a quien representó el climax del deseo satisfecho.
Jugamos a cuanto puedan imaginarse dos dementes en esa materia, partiendo de su oferta cuando la buena fortuna me llegó vestida de sustanciosa beca. 
Faltaban días para que ella marchara y cuando se enteró pidió quedarse. Le contesté lo normal:
-Estás loca. Si me odias y odias al país.
-¡Claro que no!
-¿Entonces por qué compraste un boleto para el más próximo avión y querías matarme, jeje?
Dijo tontería y media o a medias, pues ciertamente pesaba sobre todo su imposibilidad de entrar al doctorado que la trajo aquí.
-¿No soñabas con hacerme tu odalisca, geisha, esclava o lo que fuera?
Del resto hablé ya -bueno, también les conté eso anterior, creo, jeje-. Como sea, nos ubiqué, ¿no?
Apenas empezábamos con los juegos mayores cuando dijo que le gustaría que se masturbaran viéndola andar por casa. 
-Debería ser un extraño o se repetiría el show acostumbrado -genial, por cierto. Nadie tenía tales recursos para modelar provocativamente.
-Pues sí -respondió como redignada, aunque luego confesaría que un amigo o incluso su pareja servirían para el efecto.
-Busquemos a alguien.
Los ojos se le iluminaron.
-¿Quién, por ejemplo?
-Las lámparas, las sillas, la cañería, todo necesita una manita, ¿no?
-¡Eeeh! -exclamó entre vueltitas de niña feliz.
-Tú a solas.
-Busca alguien, anda. 
Estaba realmente excitada, la oportunidad se le volvió apremio y tuve una inesperada retribución.
Iré más rápido, porque el gusto por el detalle, que aprendí de ella, puede volver esto interminable, jeje.
Escogí un carpintero de cuarenta años y buen aspecto y el día indicado fui al parque. Ella debía llamarme al terminar y pasaron tres horas cuya lentitud aumentaba a progresivos grados que apenas soporté tras los estimulantes primeros.
Me recibió como quien regalará algo extraordinario y un dejo de su teletransportación cuando detenía el tiempo a capricho -ida, diría sino fuera porque caracterizar así ese estado en ella suena a poco.
(Cansa esto. Repite rola, jeje. Perdón, Mr., las circunstancias identificaron música y voz con ella en tales condiciones. Sus líneas son para otra cosa.)

No había desperdició en la historia, desde que el hombre fue recibido por una pícara ingenua cuyos senos sin sostén se sugerían.

Pasemos los episodios iniciales en el estudiado escenario -sillas que, para colmo estando en cuchillas nuestro artesano, miraban hacia cocina y biblioteca. 
-Lo dejo. Si quiere ir al baño es por ahí -dijo señalando el mismo pasillo por donde desaparecería, recostándose en la cama, que estaba al frente pocos metros allá. Ahora sin sueter ni tanga, dos botones de su blusa quedaron desabotonados y posó los pies para acariciar las piernas.
-¿Cómo estabas segura de que entraría?
-Ay, amor, parece que no me conoces, jeje.
TOO MUCH. EN EL JUEGO, PRIMERO VINIERON LOS "MÍREME PERO NO ME TOQUE" Y DESPUÉS LOS "NO" DICHOS COMO ACICATE, AUNQUE EN VERDAD INTENTABA ESTABLECER UN LÍMITE.
EL HOMBRE FUE IDEAL: SENSATO Y DE SUAVES MANERAS. 
LA HISTORIA ES MUY DELICADA EN ESA ÚLTIMA PARTE. PORQUE ESTÁ MUY EXTENDIDO EL MITO DE LA NEGACIÓN QUE ANIMA Y REALMENTE SUELE OCULTAR EL ABUSO. 
ESTA VEZ, SEGÚN SE OBSERVA, NO RESULTÓ ASÍ Y ELLA EN TODO MOMENTO PUDO DETENERLO, AÚN SIN EL EXPEDIENTE DE GRITAR A NUESTROS VECINOS.
¿PERVERSIÓN PATRIARCAL, DEBE LLAMARSE, PUES POR ESTA OCASIÓN ELLA ESTABA DE ACUERDO? ¿NOS TOCA POR IGUAL A HOMBRES Y MUJERES? NO, SIN DUDA. AQUÍ ESTAMOS INVOLUCRADOS DOS MACHOS, ASÍ YO NIEGUE MI PERTENENCIA AL GENERO EN ESOS TÉRMINOS.

Vuelvo al día, cuyos detalles me reconstuyó: 
-Ponte ahí -donde el carpintero trabajando la contemplaba. 
Hacía como si lavara platos y se estiraba para alcanzar algo con el talle semidoblado, que dejaba a la vista los muslos en su nacimiento. Luego revisó la tarea del hombre y así al agacharse su sueter abierto permitió apreciar los pechos insinuados, con morenos, enhiestos pezones. Finalmente fue a nuestra biblioteca y con quejas por mi desorden acomodó libros que había alebrestado a propósito y estaban en estantes altos.
Tras unos minutos el carpintero fue al pasillo preguntando si podía pasar al baño y Corazón, atisbada, jaló aprisa la falda para esconder su sexo y destapar por completo sus piernas, con carita de ángel pecaminoso.
-Ay, qué momento.
Paladeaba el recuerdo e hizo un largo silencio que nos permitía a ambos imaginar las sensaciones que experimentó aquel hombre cada vez más familiar, cómplice, si bien los ases no pasaban todavía a su mano y quizá no lo harían nunca. 
La complaciente inmovilidad de ella le animó y se detuvo a unos pasos.
-¿Me deja decirle que es usted muy hermosa?
-¿Cree?
-¿Puedo mirarla?
-Si quiere. 
La describió con dulzura, palmo a palmo.
-Se ganó un beso  -dijo y fue hacia él. -Sin tocar, conste. Sino, grito y vienen mis vecinos. -Embelesada, recargó el cuerpo. -¿Qué hace?
Le acariciaban los brazos cariñosamente. 
-Usted empezó. 
-Perdón. Ya no. Solo besar.
Detuvo el minucioso relato para subrayar la clase de juego que había establecido. 
-¿Seguía allí, ¿ves? Entonces me apretó.
"Déjeme", le pedí, porque eso hice: perdirle, nada más. 
Tomo sus piernas, cargándola. 
-No -rogó ella en tono de desmayo, que reprodujo para mí.
-Sí -contestó él y la llevó a la cama, sentándose al costado.
Caricias y alabanzas, más Nos como sino tuviera fuerzas o en verdad las hubiera perdido.
-Mire cómo está.
Nuestro hombre se refería al grueso líquido que se tejía desde el sexo de ella y la besó arriba y abajo.
Corazón lo observaba, contestando con su respiración fatigosa y el insistente adverbio.
Nuestro hombre procedió a desnudarse y a mi socia en locuras le gustó ese cuerpo.
-Nada más cariñitos y besos.
De nuevo juntos, por acto de magía él tenía un condón en la mano.
-Entrar no, por favor. Si quiere lo masturbo. 
Volvío a besarla estando encima suyo sin que casi la tocara.
-No.
-Sí...
Corazón jugaba a nuestras perversiones y ambos y su coprotagonista teníamos profundamente introyectados los roles que esta película denunciaba ya en 1986.
En la realidad jamas se ha ganado un juicio semejante, creo.
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Con todo, mi pareja en fantasías sigue ahí, ahora tras la pantalla donde gustamos reproducirlas.
Para entender qué tan única es Corazón cuando juega, basta un botón.


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Llega la pandemia, volvemos a conectarnos virtualmente y reproduce su inigualable espectáculo, cuyo éxtasis llega gracias al secreto que todavía no descubro, por cuán ingenuo parece: alejarse hasta donde apenas puedo distinguirla. Es como si el maravilloso show acostumbrado alcanzara extremos que deben permanecer ocultos hasta los últimos tiempos de nuestra especie, cuando las almas podrán entregarse a los más bajos instintos. 

¿Sobredimensiono? y ¿existen los bajos instintos? En este último tema estoy equivocado. Sade y otros mostraron que hay tales y merecen llamas eternas por criminales, abusivos y de pésimo gusto. Con el primero soy cuidadoso y lo bien uso.

-Empieza -dice el acercarse otra vez a la pantalla.

-¿Recuerdo o sugiero nuevas situaciones?

-Tú decides.

-Espera, que me vuelven aquellas imágenes que despertaste al contarme de los mallones paseándose por el negocio familiar. ¿Recibí sus momentos a dosis calculadas?

-No. Iba poco a poco por prudencia. Apenas nos conocíamos cuando traje el beso robado en la trastienda. El empleado tomaba un descanso y me había visto ir y venir, pequeñita como soy, borracha por los coqueteos de los clientes mientras circulaba, buscaba en lo alto o acuclillada. Era vitrina ese mostrador con su pasillo detrás, y yo la mercancía en exhibición.      

SIGUE  

 

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