martes, 13 de abril de 2021

Los ratones verdes, Gutierritos y la dictadura perfecta

Fue en los años 1950, seguro, cuando nuestro futbol dio el trágico paso del cómic que vacilaba entre la colonización y su raigambre popular, a Gutierritos. Supongo, aclaro, pues si me hice fanático atlantista celebrando cómo los prietitos le ganaban un campeonato al Asturias, con el cual mis tíos hacían trizas la herencia familiar al correr por la banda derecha o darse a los coreos, tenía cinco años de edad y tardé otros seis o siete en aficionarme al estadio y las transmisiones por radio.

Para entonces el equipo del pueblo era la leña pura que correspondía a un decrépito general Núñez, cómodamente adaptado a nuestra dictadura perfecta.

Si antes hubo épica, arte, vocación o cualquier cosa capaz de hacernos creer en la selección que en Chile 1962 dio batalla en una primera fase contra Brasil, Checoslovaquia -los próximos finalistas- y "el equipo de la ONU" -España con Di Stefano (argentino), Puskas (húngaro), Santamaría (uruguayo) y Eulogio Martínez (paraguayo)- luego y al modo del cine nacional desaparecería hasta siempre, en su caso bajo control Televisa.

Uno podía hacerse buey estimando a criminales de las canchas estilo Giacominni, mientras el duo televisivo arrasaba y luego venía el Cruz Azul con que ordeñaban una cooperativa ordenada por padre Estado. Total, algunos puntos caerían gracias a otro rasgo característico: echarse en la hamaca siendo visitante. 

El espectáculo se dignificaba en las gradas, a cuentagotas de perlas individuales o Pumas igualmente mafiosos pero menos lerdos, cuyas fuerzas básicas iban debut tras debut, creando una escuela.

Cuatro de cada cinco aficionados eran de caja idiota y la prensa no tuvo problemas para desplazar al ramo su aquiecente grisura.

Los tercos soportábamos cuanto fuera para tener identidad, recompensados de tarde en tarde primero por torneos con el Santos o el Botafogo y después con transmisiones internacionales y dos Copas del Mundo. Excepto si los Ratones Verdes y su imperturbable peste a fracaso saltaban a la cancha.

Los escritores mexicanos riman con lo demás al sumarse a la vindicación del futbol hecha en otras partes y bien pudieron ser guionistas de Gutierritos. Cursis, tramposos, describen danzas sobre el engramado, tradiciones, personajes y momentos memorables que existen solo en sus cabezas. A quienes imitan crecieron entre craks, oncenas, fanáticos, periodistas, legendarios. Para ellos no hubo sino canchas ocupadas a medias a lo ancho y largo, triangulaciones en corto, pases fallidos, jugadores profesionalizados sin merecerlo por deplorables ligas infantiles y juveniles y entrenadores y seleccionadores que se volvían ojos de hormiga tras recibir el par de varos con que comprarse chelas, e importaciones cuyo único motivo era inflacionar hasta la demencia un pobre mercado nativo. Soportaron campañas onda alimentos chatarra hegemonizando súpers y tienditas barriales, obsequiosos con federaciones y programas y columnas deportivas supurando Tris y audiencias diabéticas e hipertensas.

-Mandate mudar -pensarán de ellos los especialistas argentinos que hacen legión y también dan mucho a desear pero presumen al propio Diestefano, Maradona, Messi y un etecétera que no desmerece, y sepa qué, pues no masco portugués, sin duda racistas de corazón y sabios por fuerza, a los cuales les tocó tratar generaciones galácticas. O uruguayos, paraguayos y hasta colombianos quienes siquiera tuvieron un Pive Valderrama. Todos tan pobremente latinoamericanos como ellos y sin embargo...

Claro, si usted se apellida Villoro y tienen cuantos recursos literarios precisa y es un charlador extraordinario, puede seguir un género que cultivó magnificamente Ayala Blanco haciendo crítica cinematográfica: reinventar. 

Nuestro miembro del Colegio Nacional probó, por ejemplo, como puede reinterpretarse a Juan Rulfo, a quien quizá le extrañarían las profusas, ricas implicaciones de Pedro Páramo y El llano en llamas que don Juan recrea para su público. ¿Hace lo que con una generosidad digna de mejor causa, atribuye a Ángel Fernández, cronista al cual le bastaba leer a John Dos Passos para parecer ducho mientras con voz engolada gritaba desaforadamente inventándose jugadas o partidos enteros -como aquél espantofrenico Veracrúz-Atlante que presencié y para resarcirme vi enseguida por una transmisión diferida donde el Potro cabalgaba a sus anchas?  

"CASI TERMINO" ESCRIBÍ AQUÍ EN ABRIL Y SI TE VI NO ME ACUERDO HASTA CASI DICIEMBRE, CUANDO ACCIDENTALMENTE  TOPO CON LA SESUDA REFLEXIÓN.