viernes, 2 de abril de 2021

Cuadernos, para leer

 Joven, dejé creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Un día fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y corrió la especie de que la autocrítica me devoraba y al basurero o cajones bajo llave iban espléndidas o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. El lío fue originado por centenares de hojas sueltas garabateadas desde niño, que aún conservo. 

Esto y aquello se empeño en llevarme a las editoriales y apareció una decena de libros dispares en intención y calidad. Había una porción de buenas cosas allí, como en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la vocación de cronista -de modo que las patronales se encontraban súbitamente mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona.
Al reunirse la pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo lo que al decir de Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigiosa don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un continente yo capaz de apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor. 
Hoy éstas y aquéllas gritan por un lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas.
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Soy un investigador y divulgador de la historia sobre todo. Lo hice en radio dramatizada, cómic, televisión cultural, exposiciones museográficas y, finalmente, libros. 
En crónica mis mejores productos tratan la vida cotidiana. Gracias a ellos y hacia 1980 Carlos Monsivais, el gran cronista mexicano, ofreció sumarme al suplemento cultural por antonomasia durante más de una época. Lo convencí que no cabía allí, donde estaría atrapado por los mundos literarios, insoportables pues sobre todo era acompañante del pueblo en sus luchas y criador especializado que, sintiéndose vivir el paraíso con dos niños, tomaba varios posdoctorados sobre algo que llamo diario asesinato del deseo. ¿Eso les suena a tontería? Intentaré probarles cuán importante es.
Mientras, ingeniaba proyectos gratuitos en la entidad donde remató nuestro viaje para seguir creando una no familia con su madre, que no era ya mi pareja.
¿Recuerdan aquel título de Federico Engels sobre las instituciones que sustentan todos los males de nuestra especie? La propiedad privada, el Estado y, precisamente, la familia, bases del patriarcado.
Podía lograrlo merced al rico entorno próximo: quienes militaban en la ciudad y, sobre todo, en el campo indígena y de origen indígena; homosexuales masculinos cuya abierta acción  revolucionaba nuestras conciencias; lesbianas sin clósets, feministas que no gustaban llamarse así porque odiaban las perspectivas de género liberales o lo eran en los hechos, como obreras de combates e historias personales subvirtiendo cuanto tocaban; hippies de primera y segunda generación.
¿Cómo traducir esa azarosa existencia que al mismo tiempo buscaba la historia por mil rumbos y tiempos y hoy no tiene cómo agradecer haber alcanzado nuestra crisis civilizatoria, dirigiéndose también hacia el presente: América Latina, faro planetario; los Estados Unidos de Las Vidas Negras Importan, las comunidades latinas y un largo etcétera; esa huelga general hindú que nos azora con sus doscientos cincuenta millones de involucrados; Medio Oriente en llamas y los múltiples impulsos migratorios cuya acción, creo, será el gran agente, acompañando al ecofeminismo de clase y los movimientos indígenas. 
Los Cuadernos, como llamo a mis blogs, tocan temas muy distintos: históricos, sociales, privados, digamos. No encuentran un orden más o menos correcto, sin preocuparse gran cosa por ello, si bien intentan no confundir a quienes se les acercan allí y en estos videos.
Para la nueva serie con que presentarlos, solamente leeré. Será una selección de viñetas entre cientos, pues así están escritos.
Empiezo por uno de estos últimos. Se llama Siluetas I y pertenece a Desde la azotea

La policía agitaba sin contemplaciones la alcancía de la noche, Padre ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las flácidas carnes de Mamá lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel pura, sonreía como una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al compás de Los rebeldes del rock.

Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre. Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, encontrarme no frente a frente a la jovencita más bella que creo haber visto, sino según se debe: semiescondida entre el aleteo de sus súbditas.
En verdad puedo morir: se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con quien compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. 
Para mí la vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través suyo o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en aquel rostro, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y esa oferta de la princesita promete que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia viene de ahí. Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine, entenderé su obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las entonces relativamente pequeñas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura. Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.
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Lo que sigue pertenece a Para morir iguales: 
A mediados del siglo XVI la Reina de la Roca Gris, señora celta que aun marchita, despojada de sus hermosos atavíos precristianos, ha seguido cuidando por la provincia irlandesa de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas, y como los hombres y las mujeres, enfermos de comer hierbas, se arrastran por la tierra y mueren para que hambrientos lobos, perros y niños se lancen sobre sus cadáveres.
No ha sido la naturaleza o la intempestiva, enloquecida reacción de un ejército enemigo, la culpable. La obra es parte de una concienzuda política de exterminio que la corona inglesa pone en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”.
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El intento de los cuadernos es crear un pequeño universo donde la personal y lo colectivo se mezclan desde siempre, y hacerlo narrativamente. Quien lee debería tener así pinceladas ilustrativas sobre ese extraordinario proceso en el cual la especie y cada uno y una de sus miembros va creándose. ¿Lo consigo?     
 
Ahora va el inicio de La crónica interminable.

Comienza con un telegrama:
“A COMISIÓN PERMANENTE DE SEGURIDAD DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES GINEBRA. AVIACIÓN FASCISTA ASESINA DIARIAMENTE MUJERES Y NIÑOS DESTRUYENDO PUEBLOS ENTEROS CON SU METRALLA PUNTO MUNDO CIVILIZADO DEBE INTERVENIR CESE TANTO CRIMEN PUNTO CASO CONTRARIO NO RESPONDO PUEDA PASAR CINCO MIL PRISIONEROS TENEMOS CÁRCELES ASTURIAS AUN CUANDO HAGO TODO LO POSIBLE ES DIFÍCIL CONTENER PUEBLO.”

Eso firmó mi abuelo cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.

Lo vemos aquí participando a su pueblo la protesta hecha.  

Murió en 1950 y cincuenta años después vino a vivir conmigo para cuidar el libro que escribía sobre aquellos asuntos. 

Hoy, cuando inicia la crisis civilizatoria que con suerte puede llevarnos a sociedades más solidarias, libres, equitativas, emprendemos juntos una aventura rumbo a pasado y presente, ayudando según nuestras fuerzas.

Tiene muy pocas pulgas ese mentor que trabajó en la minería y apenas protesto por cualquier cosa amenaza meterme dinamita en salva sea la parte.

Bromeo a ratos pues sin humor resultaría pesadísimo el encargo que nos dieron quienes no están más, conforme decía un gran tipo: Se lucha sobre todo a nombre de las y los de antes, muertos
combatiendo por
justicia.

 

A ratos tienen humor esos cuadernos, sí. Por ejemplo, en Madame Ring, Ring, de La ilusión viaja en tranvía.

Cada historia tiene muchos lados y tantos ojos para contarla como personajes involucrados. En ésta la segunda versión me importa un pito y es de quien hace años secuestra mis teléfonos hasta inutilizarlos. Una de cada cien llamadas indistintamente es para acusarme de destruir la vida de una mujer o declararme su amor, y en el resto hay un ni pío mil veces más gritón. Unas y otras sin variar conducen al vomito, que las mentiras propias se atascan en el gañote pero pasan, y las demás, claro, no. Menudo castigador, dicen quienes se enteran del asunto, con obvia ironía pues no doy para castigar ni a la gallina del Cuatro todavía meses después de que hicieron caldo al quiquiriqui que le cumplía. Es sólo que la secuestradora nació para la tortura propia y ajena y no bastándole la autosatisfacción, sin nadie más a mano me ocupa.
Ayer puse en los diarios un clasificado solicitando bomba atómica de deshecho o tanque de segunda. De la Europa del Este llovieron ofertas con las que incluso mi magro bolsillo puede. Imaginé la escena con sus efectos colaterales y me decidí por la tradición nacional: el picahielo. A fin de dejar mi huella justiciera y para reproducirlos, conté los orificios del auricular y por la noche toqué en la puerta de la señora.
Tuve problemas para encontrar espacio entre el cilicio, soporté luego el placer de ella con cada entrada del filo y al marcharme supe que finalmente me había ganado: mis tripas eran un nudo enfermo y con un aire de descanso su alma tomaba rumbo al destino mucho tiempo atrás deseado.
Yacía en cama recuperándome de la escena cuando escuché el Ring con el inconfundible tono de la dama. Era para contarme el terrible aburrimiento de su nuevo hogar, mala copia del interno del cual huía.

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Pueblo sombra

En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al abuelo Belarmino, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos, en uso de las virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde la nada exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
Del don de hacerse fantasma Belarmo se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera su padre, Sandalio, se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, se lían a golpes y Sandalio lleva las de perder hasta que el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro Belarmo con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente.
Y es que el niño, tiene ya aprendido de sobra el arte de la transfiguración. Bien lo sabrá la autoridad cuando tras la huelga general en 1917 lo busque sin éxito en la suerte de trampa que parece la cuenca minera gran escenario de su historia.

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Cambiemos nuevamente de tono.

A veces uso clips de música y cine, como ahora, cuando ustedes deberían ver una secuencia de Mullohand Drive, dirigida por David Lynch.
Triple X
Hizo un guiño y me acerqué con extrema prudencia. Pudiendo ser la más pequeña de mis hijos le propuse el rol de tío con un toque pícaro, asomando a la ventana de su cuarto mientras la familia dormía. Increíble que yo no entendiera el juego si en cada visita a la hora prevista la encontraba desnuda por casualidad.
Hablamos del clima el día que al despedirse dejó un sobre en la mesa con una docena de fotos en las más provocativas poses, y una nota que probaba cuán transparente era mi perversión: ¿Quieres conocer con cuántos, cuándo y cómo estuve?
En la siguiente cita creyendo que dudaba ofreció hacerme su proxeneta. A la manera de la secuencia aquí arriba dije ¡Esta es la chica! y la lancé al estrellato de mis días. Excelente elección, hasta que salió de estampida, a la manera de la otra aquí arriba.
En cuanto a mí comí tanta mierda como el tipo también en la secuencia.
Muy David Lynch todo, no me extrañó luego que en el curriculum anexo al desplegado de periódico solicitando amigos y novios, borrara nuestros  tres años juntos.
Habrá que preguntarle al director si la historia da para un Mulholland Drive II. Mi papel, claro, sería tan oscuro como el de ella.
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El Mr. no respondió a mi propuesta sino cuando un paparazi, creo, le informó de un nuevo episodio.
La joven ida miles de kilómetros lejos, de paseo con su amante por mi ciudad y a fin de ahorrarse el hotel me tocó a la puerta. Bastó una mirada para ofrecerles una recámara, desde donde en pago y luego de comprobar que su pareja dormía a pierna suelta, cada noche pasaba a mi cama. Entonces conocí el paraíso.
Escribo esto desde la fantástica locación que Lynch encontró para recrear la escena.

 
La casa del horror son nuestras tierras en los últimos años.
Comienza así
Regresando de una charla sobre el tema, en iutepec, Morelos, pienso: 
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?
Poco después un mismo día aparecen dos noticias sobre el estado de Tamaulipas. En Tampico una niña de siete años es atacada por varios compañeritos. “Jugábamos a la violación”, dicen ellos. La madre denuncia y la maestra contesta: ella “tenía algo de culpa por ser la más bonita y coqueta del salón”.
Un poco al norte, en Reinosa, el gobernador tamaulipeco “inaugura calle en honor a fundador del Cártel del Golfo”.
Mi acompañante a la charla tiene dos hijas muy jóvenes. Vive en Jiutepec y tiene una idea detallada de cómo las mafias controlan todo alrededor. Detengo su animada plática sobre tesoros escondidos en los montes cercanos.
-¿Quién asesinaría al luchador social que encontraron esta mañana? -le pregunto
-Tales y cuales -responde.
-¿Escuchó la balacera anoche? Duró media hora.
-Y fue graneada. Llevan meses. Son...
-¿Cómo le hace con sus muchachas para cuidarlas? 
-Nada. Ellas saben adonde y cuando ir. 
Y continúa sus historias de extravagante gambusino cuyas hixas un día cualquiera...
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Ya casi para acabar, una miniviñetita
Tiro por viaje canto a la Sra. Melancolía, que está buenísima: caderas para controlar mareas, muslos de bronce y aceite, trompa gruesa y oferente, pechos de concha de panadería con puntas respingaditas, morena toda ella.
Porque en los salones que frecuento, la madame con su aire de desmayo, la melena en tormenta y el elegante vestido negro gritando Cien manos acaban de trabajarme sin resistencia, luce como ninguna entre apetitos que se desbocan.
En secreto reconozco, sin embargo, que parte del día lo paso del talle de Doña Felicidad. El más mínimo pretexto la saca del closet donde la buena educación le ordena estar. Y pa qué es más que la mera verdad: sobre la mesa, en el piso, al borde del lavadero, en el primer resquicio del callejón o donde quiera que la tome, sus carnes de gloria se licuan, anuncio de eternidad.

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Va el xinal de hoy
El Idiota
Escribo el libro sobre el abuelo en el escritorio que da a la única ventana de mi departamento, cuyo encuadre copia los del cine nacional en tiempos gloriosos, con su fácil, blando romanticismo. En el escritorio leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir los berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo?, ¿nuestro nadar sobre la tierra? 
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida de que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.
 
Espero haberles hecho pasar un buen rato, cuando menos.

 
 
es inevitable  o miles  
Los hay históricos, sociales, privados, digamos. Iré a fragmentos de cada uno, intercalándolos, ayudándome con recursos tecnológicos artesanales, que empiezan por este set.
 

Permítanme presentarles a mi Corte de Medianoche*:

Igualitito que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa, duermo plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-"¡Eh, tu, vago, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte".
Claro, no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema, sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangriente quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa lante y ojos de capulín.
-¡Comadre! -le digo harto contento al verlo tras casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcanzo a preguntar antes de que como soñando aparezcamos en un castillo cuyas troneras echan humo fábril.
Frente a nosotros el abuelo, Filiberto, una de las excepcionales muchachas que no violaron reiterativamente en 1524; Bryan O´Donnel, la niña coja por un bombardeo, el Niño de Piedra sioux, los pequeños cuyos o
jos vaciaron píos monjes camino a Jerusalem; Hila, púber negra del río Níger a quien en el siglo XIII dieron como amante esclava; Derzu Uzala, cazador de los bosques siberianos chinos; Saanvi, madre que es al sur hindú hace mil años;  Pepé Llagos y Dosy, nacidos en una cuenca minera casi entre los Picos de Europa; Felícitas, Malena, el Jarocho, en gigantescas representaciones se sientan a una mesa sobre lo alto. 
En la multitud alrededor hay muchos rostros conocidos y el resto tiene un impreciso aire familiar.
Acostumbrado a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesita forzar la voz para que se escuche a través del eco profundo en el fantástico lugar. 
-Mira -dice extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has traicionado nuestra confianza. 
Prometo cumplir la tarea y recuerdo a Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de predios, para que repentinamente, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le fueran quién sabe a dónde y dijera: 
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.

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Iniciemos con 

LA CRÓNICA INTERMINABLE

De entrada va una cita:
"Para entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto."
Simbad el marino.
 
“A COMISIÓN PERMANENTE DE SEGURIDAD DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES GINEBRA.  AVIACIÓN FASCISTA ASESINA DIARIAMENTE MUJERES Y NIÑOS DESTRUYENDO PUEBLOS ENTEROS CON SU METRALLA PUNTO MUNDO CIVILIZADO DEBE INTERVENIR CESE TANTO CRIMEN PUNTO CASO CONTRARIO NO RESPONDO PUEDA PASAR CINCO MIL PRISIONEROS TENEMOS CÁRCELES ASTURIAS AUN CUANDO HAGO TODO LO POSIBLE ES DIFÍCIL CONTENER PUEBLO.”

Eso firmó mi abuelo cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.

Lo vemos aquí participando a su pueblo la protesta hecha.  

Murió en 1950 y cincuenta años después vino a vivir conmigo para cuidar el libro que escribía sobre aquellos asuntos. 

Hoy, cuando inicia la crisis civilizatoria que con suerte puede llevarnos a sociedades más solidarias, libres, equitativas, emprendemos juntos una aventura rumbo a pasado y presente, ayudando según nuestras fuerzas.

Tiene muy pocas pulgas ese mentor que trabajó en la minería y apenas protesto por cualquier cosa amenaza meterme dinamita en salva sea la parte.

Bromeo a ratos pues sin humor resultaría pesadísimo el encargo que nos dieron quienes no están más, conforme decía un gran tipo: Se lucha sobre todo a nombre de las y los de antes, muertos
combatiendo por
justicia.

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A lo repentino en mi mirada el tiempo histórico de la especie se contrajo hasta parecer un soplo, nuestro presente nacional corre y yo sigo sin saber qué traje ceremonial vestiré cuando no haya más remedio.
Si tenía alguna vaga pretensión de trascender, sobreviviendo en quienes quiero, por ejemplo, perdió sentido, deduzco, y este último viaje, entonces, abuelo Belarmo, lo hacemos para estar juntos.
-Anda, que el camino quizás no es largo ya y la prisa, prisa –dice.
El país durante su mayor coyuntura posiblemente en cien años y la gran historia al fondo. De contarlos se trata.
Lo haré como diario saltando a capricho. Estamos en marzo y lo inicié en noviembre todavía entre ustedes. ¿O es septiembre de 2016, año y medio antes, apenas entendí que las cosas se precipitaban?, ¿o ese mismo mes durante 2014?

Un viejo con mochila al hombro siempre resultará buena noticia, aunque a ratos la cargue dentro de casa y mienta a su mentor, pues éste cree acompañarme sin falta y suelo andar con quien se deje o a solas.

Diciembre, 2016
Muerde el frío cuando subo al autobús y al abrir los ojos, a pesar del sol macho entrando por la ventanilla. ¿Cuánto habremos descendido en apenas cuatro horas? ¿Mil, mil quinientos metros o más?
Siento haberme perdido esa fantástica transformación del paisaje, pues no es más por ahora, que sin falta asombra cuando se deja la ciudad monstruo hacia ambas costas. Ahora son pinos y otras coníferas cuyo nombre nunca aprendí, en un rato los copales, guajes, avizaches, cazahuates, tepehuajes, que los campesinos me enseñaron a llamar, y luego llegan las selvas, así, en plural, pues hay de alturas varias, secas hacia este costado.
En momentos parecieran tierras vírgenes y sabemos que eso no existe aquí hace mil años. Es por el despoblado a orillas de la carretera hecha sin respeto alguno hacia los hombres y mujeres reunidos en rancherías, y por esa sabia forma para aprovechar laderas y quebradas que una agricultura ajena no reconoce como tal.
Apenas niño me obsesioné con estos lugares. Desde la azotea Felicitas los señalaba con su mirada perdiéndose lejos y cuando papá nos llevaba de vacaciones mis ojos inútilmente querían escudriñar entre el curso del río que a la carrera seguíamos en paralelo, desiertos cerros tropicales uno tras otro.
-¿Vamos? -preguntan al mediodía.
-Sí -respondo postergando la tarea de contar, por fuerza en deuda, que vivir toma tiempo y acumula. 
Arriba quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es bien conocida por mis amigas y pudo costar la vida a Digna Ochoa. ¿Iré algún día? Hoy sus amos son Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las Cruzadas?- y a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros, seguirá revoloteando en mi imaginación. Bien visto, no sería raro ir: de donde vengo el "Sur geografía profunda" resulta exotismo puro. Aquí se habita. Pronto yo también lo haré, para darme cuenta que mis amigas y quien reconstruyó los últimos días de Digna exageraban por conveniencia, me parece. Petatlán no es Siberia o el alto Níger y desde mi patria prometida puede alcanzarse en un tris, digamos.

1492

Iniciamos por ese año que el abuelo gusta llamar del Maléfico, para saltar después según se necesite.

Colón trepa a sus carabelas, pequeñas naves casi recién nacidas entre portugueses y gracias a los marinos que andan hace mucho el Mar del Norte, y no sabe quiénes operan la obra en secreto sin darse cuenta bien a bien de sus consecuencias. 

Simplifico extraordinariamente los hechos para un mejor entendimiento, porque nada es comprensible en la cristiandad latina o Europa centro occidental sin el papado y otros grandes agentes.

Cinco exactos siglos más tarde alguien escribiría en infame tono melodramático: "En tiempos muy antiguos existió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido,

torturado, fue dado por muerto, encadenado por múltiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."

-¿De qué hablas, buey? -pensé apenas leer a ese alguien que pronto codirigiría el Banco Central Europeo. -Tu guerrero nació poco a poco en los ocho siglos llamados medievales, y lo de gigante y dominador cuéntaselo a tu abuela, pues se echa al océano ahora porque no puede con el Islam, quien le cierra las puertas a China, esplendor de esplendores que todos procuran. Y corrieron con hartísima fortuna si pensamos en "América", continente inconcebible para ustedes

"De otra manera ni en jarras la magna obra. A cualquiera se le ocurre tomar un cálculo simplón sobre nuestra esfera terráquea. Era cuatro veces mayor, creo. Neta, no por nada Portugal echó a patadas al Almirante."   

En fin, eso y bastante más se permitirá su cultura para adulterar la visión de un mundo que depredará a ritmos escalofriantes para el mismísimo Angel Caído. 

-Espera, te pongo un mapa -sigo desproticando contra Monsieur Mentira, como deberían llamarlo.

-¿Sufriste mareos? Porque esa obra cartográfica tiene como eje china y no tu continente, como empezará a suceder unas décadas tras los viajes del aventurero genovés, alias don Cristóbal.

-Menudo truco. Desde ese momento y sin faltar minuto susurran al planeta: El centro de la tierra somos nosotros.

Un país llamado México

Esto es una crónica interminable, se niega a volverse supuesto curso de historia y no enteramente a capricho pasa al momento en que ando con mi compadre, obrero cuyo ojo derecho se llevó cierto bicho crecido entra la carne podre que empleaba una empacadora de embutidos.

A pie por el camino, Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!” –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” –Bótense al suelo porque se van a morir...”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí, al vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos.
“-…la balacera de una manera muy cerrada.
“-Sentí que nos estaban cazando…. 
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.” 

Red de agujeros llamo a mi país por un poema mexica escrito tras caer Tenochtitlán en manos de Hernán Cortés y sus aliados:

“En los caminos/yacen dardos rotos,/los cabellos están esparcidos./Destechadas están las casas,/enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y plazas,/y en las paredes están salpicados los sesos./Rojas están las aguas, están como teñidas,/y cuando las bebimos,/es como si bebiéramos agua de salitre.//Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/y era nuestra herencia una red de agujeros”.

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Conozco lo sucedido durante 1994 en Aguas Blancas, Guerrero, gracias a testimonios que recabó quien luego me ofrecería escribir sobre Digna Ochoa y su presunto "suicidio asistido".

Las dos historias tal vez se enlazan por ese estado, Guerrero, donde murieron los campesinos, que desde 1970 vive una virtual "guerra fría". Militares, mafias criminales y funcionarios públicos corruptos tienen allí su reino hasta nuestros días, sabremos después por la noche de Iguala, cuyo "secreto" se guarda


también en el rostro desollado de este joven.
 Nuevamente a pedido recogí los hechos y así pareceré certificar palabras que en 2002 soltó a una grabadora otro hombre cuando le preguntaron:
"-¿Estamos hablando de un fenómeno de colombianización de Guerrero?
"-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las fuerzas paramilitares colombianas.

“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.” 

Al poco nuestro país todo vivía una situación semejante. Se confirmaba así una máxima esclarecida años atrás: el crimen organizado es esencia capitalista; constituye parte de su sector informal. Para entonces en la economía de esta Red de agujeros tres quintas partes se registraban como informales.

-¿Terminaste? -pregunta el abuelo.

-Por ahora. Debemos visitar a Jacobo Fugger.

-¿Volver a Europa en tiempos de Colón mientras África Negra nos espera? Estás loco. Ven.

 
Mayo, 2018

En 2001 Robert Fisk, el mejor periodista del mundo, escribió: "Palestina: la última guerra colonial".
Eso anoté el jueves, creo, estamos a sábado y para aclarar me doy un ratito pues en dos horas debo salir corriendo de casa.

El 7 de abril hubo un presunto ataque con bombas tóxicas en la ciudad de Duma, Siria, entonces en manos rebeldes al gobierno. Presunto, digo, pues hay una terrible guerra mediática allí, incluidas puestas en escena para la prensa.
Una semana después Estados Unidos, con aval inglés y francés, envían "misiles inteligentes" al centro de Damasco, ciudad capital, pretextando destruir instalaciones donde dice se fábrican armas químicas. ¿Para qué, si al día siguiente los observadores internacionales enviados ex professo revisarán esos puntos?
El periodismo independiente afirma que no hay más motivo inmediato que las próximas elecciones en los tres países trasgresores. Así de ruin es la cuestión, en tierras donde una guerra civil iniciada hace seis o siete años y que escaló poco a poco, deja hasta ahora medio millón de cadáveres.

Luego vendría lo de la embajada que se traslada a Jerusalén. 
Para mí el Medio Oriente actual es una gigantesca duda que cobró real forma con la invasión estadounidense a Irak en 2003, cuando conocí a don Robert.
         

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