jueves, 25 de marzo de 2021

El arte de los sueños y la vejez

Empezaré con el músico que más estimo, y eso ya es decir pensando en Dylan, Eleni Karaindrou Baaba Maal y muchos otros y otras -¿verdad, Zita, don Tom, Chico...? Murió a los cincuenta y parecía bastante mayor -gracias, M, por presentármelo, digo al paso.

-¡No pelees con ella! -gritaban hermanos o amigos viéndome entre la corriente-canal trampa de ballenas y cachalotes que terminarían agonizando sobre la playa, cuyo empuje me llevaría en un santiamén a mar abierto.

Lento de entendederas tardé sesenta y tantos años para comprenderlos y solo gracias a los sueños, que susurran Como eres hombre bueno mereces nuestra entrega.  

Lúcidos o de pasión mística carnal vuelven por fin paraíso una vejez que para quienes salvamos el hambre no resulta avanzada, según comprueban ese propio Mr. mito, casi ochentón dando medio centenar de conciertos por año, o Ángela Davis o Buenaventura de Souza, nacidos al mismo tiempo y en actividad cuando más se les necesita -qué decir de Rosanna Rossanda, recién muerta a sus inmejorables noventa y seis.

Si cincuenta cigarros diarios no permiten seguirles los pasos, tal y cual buen hábito, presididos por la falta de jubilación o una simple cuenta bancaria obligándome a trabajar hasta que me estén cremando -jeje-, ofrecen un prudente tiempo sano.

Salvé la incertidumbre laboral y así mi terca resistencia a volver libro al menos algo de los ocho cuadernos en blogs escritos desde 2008.

Vaya días que curso. Una Eterna tras otra llegan al dormir, mientras resuelvo dudas sin solución hace veinte milenios o diez minutos. Al despertar esperan tareas en las cuales está empleada una legión y apenas cumplo con ellas esas mujeres ideales se acercan para entregarme luego a Corazón mío, sumun sexual que se avino a las más atrevidas experiencias y sigue respondiendo virtualmente al juego.

Mi hermoso, pequeño departamento no tiene más qué pedir gracias al tragaluz del patio, última adquisición, coqueteando cuando abro los ojos a cualquier hora, para completar a su vez el rico dibujo de luces y sombras.

Jamás faltan frutos frescos y secos y manjares de barrio adquiridos en el cotidiano paseo donde encuentro a la cálida comunidad que los pandémicos tiempo crearon, entre calles regresadas a su alegre pasado, con celebrar de gorriones, tórtolas, chipes, saltaparedes, carpinteros camuflados y jaracandas con y sin flor, truenos, fresnos, hules, uno que otro flamboyan. Bueno, hasta estrellas tenemos, poquitas, cierto, en un cielo donde la luna vuelve a reinar -ya ando poeta romántico del primer, deprimente siglo XIX mexicano, jeje.  

Quizá me pasé describiendo el edén. No es para menos.

¿Cuando sonaba mejor, Don? Obvio en su vejez prematura. 


           
     

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