sábado, 27 de marzo de 2021

Últimas notas a lo largo

Durante el último tiempo estos Cuadernos que tienen ahora muy pocos visitantes, sirven también a espacios de transmisión por internet (América en crisis, En movimiento y Taller de movimientos sociales) y a un libro confiado en volverse serie.

De hecho lo hicieron ya antes y sus resultados pueden encontrarse en los anexos (Cuestión de sangre, Digna Ochoa..., El cardenismo... y otros, y talleres concentrados en https://belarhisorias.blogspot.com/2015/10/taller.html y https://juliocesarmondragonfamilia.blogspot.com/2015/04/ni-perdon-ni-olvido.html, donde mi trabajo sobre todo es coordinar y así la absoluta mayoría de las veces no aparecen.

Los videos fueron trasmitidos en su primera etapa (https://www.youtube.com/watch?v=-ek0hTF9f7U&t=27s) y esperan por una pronta próxima.

Las notas recientes buscan sobre todo un tema con varias ramificaciones: Centroamérica, migración, historia y nexos con las grandes transformaciones que se anuncian en Estados Unidos.

Como suelo, a ratos voy a dar lejos de él, relacionándolo con cuestiones que sigo hace rato y en términos narrativos. Mientras, asoma repetidamente el viejo cuya representación soy aquí, obsesionado con sí y la Revolución Mundial.

Hoy le agrego cositas entre el montón acumulado. 

En llamas



"El mundo vive un gran incendio y no lo estamos apagando" dice Naomi Klein en su nuevo libro, En llamas. Prevé allí un factible gran vuelco estadounidense, que semanas más tarde este artículo confirma a grados asombrosos: "Giro en EU a la política neoliberal que ha dominado por 4 décadas" (https://www.jornada.com.mx/2021/03/21/economia/015n1eco).

¿Qué hago ahora al clip con el cual inicié? Mi nota advertiría sobre un conflicto mayor sin salida, pues no importa cuánto ablandara la Casa Blanca su actitud hacia las y los migrantes centroamericanos, estos escapan cada vez más de países cercanos al colapso debido a quienes compartieron experiencias con Aguirre y a los socios de Biden durante siglo y medio.

Quien hizo un camino paralelo al tipejo de la película, queda claro ahora, si lo influyeron las novelas de
caballería, según se aventuró a presumir cierto buen historiador, fue para carcajearse luego con esas simplonas, románticas historias. 

Hablo de Pedro de Alvarado, cuya cólera hacia los indígenas fue célebre tras la masacre del Tozcatl.

"...los mexica inician las ceremonias de su fiesta (...) o renacimiento de Tezcatlipoca, en el Templo Mayor de la Gran Tenochtitlan. Unos cuatrocientos señores –desarmados todos- asidos de las manos bailan; poco más de tres mil los observan sentados.

"Con la mitad de sus hombres, -la otra mitad la deja cuidando a Moteczuma que sigue preso,- se dirige al teocalli y cubre la puertas Coatepantli. Mientras, los mexica siguen bailando y cantando; de pronto, los españoles se lanzan sobre ellos espada en mano; hombres, mujeres y niños, nadie escapa de sus filos mortales."

“...cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza...y había algunos que en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos... otros... aparentando ser muertos, se salvaron. Pero entonces si alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban. Y los españoles andaban por doquiera... por todas partes rebuscaron”.

Hasta Curial y Güelfa resulta ñoña en comparación. Bueno, el héroe allí lucha contra humanos, así sean musulmanes, y años antes de que,

sin darse cuenta Da Vinci ni quienes lo continúen los siglos siguientes, inicie el pleno Renacimiento.

Alvarado está en los reinos donde todo es posible y provechoso, para convertirse, háganme favor, en señor castellano -del cual se burlan alemanes, flamencos, italianos y, desde luego, el Islam que por cuatrocientos años más rechazará sus embates, o China o la India, mundos para presumir y no sociedades pueblerinas

como esa que vio crecer a "Don Pedro" y luego a Alonso Quijano.

Ese prohombre será el conquistador de la Mesoamérica centroamericana.

"Como vi esto, yo hice proceso contra ellos
y contra los otros que me habían dado la guerra y los llamé
por pregones,
pero tampoco quisieron venir.
Ante tal rebeldía y el proceso cerrado, los sentencié
y di por traidores a pena de muerte a los Señores de estas provincias
y a todos los demás que se hubiesen capturado durante la guerra y
que se tomasen después,
hasta que diesen obediencia a Su Majestad,
que fuesen esclavos, se herrasen y de ellos o de su valor
se pagasen once caballos que en la conquista de ellos fueron muertos..."

Así dicen sus cartas de relación, y quien las resumió: 

"Todos sus relatos están envueltos en una atmósfera de guerra y de justificación de sus actos bélicos, obsesionado por demostrar que la rebeldía y  la maldad de los indios le obligaban a actuar con dureza y a hacer esclavos. Da la impresión que prefería acercarse a los indios más de guerra que de paz por la facilidad para hacer esclavos que la declaración de guerra le ofrecía..." 

Casi cinco siglos después en la Tacuilula que el diablo blanco don Pedro suma a su rosario de matanzas, "Hombres con uniformes oscuros asesinan a cinco mareros". 

Hermilo Abre Gómez previene que el Popol Vuh, escrito a fragmentos y conforme al hoy conocido, quizás tuvo un orden distinto.

Se llama también Antiguas leyendas del Quiche, vasta región cultural cuyo meollo para este libro sagrado se encontraba en Guatemala.

Por allí comenzó la obra Alvarado, extendiéndose hasta los confines de Centroamérica. 

Esta se convirtió así en Capitanía General de Guatemala, quitando las regiones panameñas al sur más "lejano".

Se trata de un trabajo asombroso, que quizá primero fue hecho oralmente con técnicas muy avanzadas hoy en el olvido. "...hemos acabado por creer que cualquier otro medio para guardar nuestra literatura", distinto a las letras y el papel, dice Abreu, "es deleznable y está expuesto a continuos errores e irreparables pérdidas. Pero antes no sucedía así. La palabra era el principal camino que tenía la memoria (...) y a ella se confiaban los tesoros históricos y legendarios. Como recurso adicional y para hechos más concretos (...) estaba la pintura jeroglífica.

"Pero un día -continúa-, finalizada la conquista (...) los indios cultos y ya cristianizados habrían sentido la necesidad de volver a escribir, ahora con caracteres latinos, pero en su lengua natural, aquel insondable tesoro..." Los textos, pues se trata de varios, fragmentarios, permanecerían ocultos a los extraños hasta el siglo XVIII, no en la capital

quiché, Utatlán, incendiada por Alvarado, y sí cerca. Quienes lograron huir al demonio rubio debieron llevar el códice jeroglífico. El original perdido "pudo haber sido copia simple de uno más viejo y acaso el auténtico o primero". 

En las versiones que conocemos inicia así: "Entonces no había gente, ni animales, ni árboles, ni piedras, ni nada. Todo era un erial desolado y sin límites. Encima de las llanuras el espacio yacía inmóvil; en tanto que, sobre el caos, descansaba la inmensidad del mar (...) Lo de abajo no tenía semejanza con lo de arriba..." 

SIGUE

La batalla es para ya

La batalla es para ya y tiene muchos frentes, creo, uno de ellos incontrolable pues nos atraviesa desde los costados.

Me gustaba la ciencia ficción en tiempos poco usuales para el país y no le seguí los pasos. ¿A quién apelo, entonces, para recrear este momento? Paul Auster y Blade Runner parecen viexos aunque no lo estén y si Owen siempre vendrá a cuento será en tanto universo que debe precisarse cada vez.

Aquí los tres temas mayores, sin orden.




Este último señala no solo al crimen organizado nacional e internacional. Involucra también a las fuerzas armadas, aliado mayor del mesías cuyos fieles precisan dar el extra. 

Claro, sin tecnología, ni volviéndote Merlin, AMLO.

Juego. Un poco. Total, resulté apátrida.

 

El arte de los sueños y la vejez

Empezaré con el músico que más estimo, y eso ya es decir pensando en Dylan, Eleni Karaindrou Baaba Maal y muchos otros y otras -¿verdad, Zita, don Tom, Chico...? Murió a los cincuenta y parecía bastante mayor -gracias, M, por presentármelo, digo al paso.

-¡No pelees con ella! -gritaban hermanos o amigos viéndome entre la corriente-canal trampa de ballenas y cachalotes que terminarían agonizando sobre la playa, cuyo empuje me llevaría en un santiamén a mar abierto.

Lento de entendederas tardé sesenta y tantos años para comprenderlos y solo gracias a los sueños, que susurran Como eres hombre bueno mereces nuestra entrega.  

Lúcidos o de pasión mística carnal vuelven por fin paraíso una vejez que para quienes salvamos el hambre no resulta avanzada, según comprueban ese propio Mr. mito, casi ochentón dando medio centenar de conciertos por año, o Ángela Davis o Buenaventura de Souza, nacidos al mismo tiempo y en actividad cuando más se les necesita -qué decir de Rosanna Rossanda, recién muerta a sus inmejorables noventa y seis.

Si cincuenta cigarros diarios no permiten seguirles los pasos, tal y cual buen hábito, presididos por la falta de jubilación o una simple cuenta bancaria obligándome a trabajar hasta que me estén cremando -jeje-, ofrecen un prudente tiempo sano.

Salvé la incertidumbre laboral y así mi terca resistencia a volver libro al menos algo de los ocho cuadernos en blogs escritos desde 2008.

Vaya días que curso. Una Eterna tras otra llegan al dormir, mientras resuelvo dudas sin solución hace veinte milenios o diez minutos. Al despertar esperan tareas en las cuales está empleada una legión y apenas cumplo con ellas esas mujeres ideales se acercan para entregarme luego a Corazón mío, sumun sexual que se avino a las más atrevidas experiencias y sigue respondiendo virtualmente al juego.

Mi hermoso, pequeño departamento no tiene más qué pedir gracias al tragaluz del patio, última adquisición, coqueteando cuando abro los ojos a cualquier hora, para completar a su vez el rico dibujo de luces y sombras.

Jamás faltan frutos frescos y secos y manjares de barrio adquiridos en el cotidiano paseo donde encuentro a la cálida comunidad que los pandémicos tiempo crearon, entre calles regresadas a su alegre pasado, con celebrar de gorriones, tórtolas, chipes, saltaparedes, carpinteros camuflados y jaracandas con y sin flor, truenos, fresnos, hules, uno que otro flamboyan. Bueno, hasta estrellas tenemos, poquitas, cierto, en un cielo donde la luna vuelve a reinar -ya ando poeta romántico del primer, deprimente siglo XIX mexicano, jeje.  

Quizá me pasé describiendo el edén. No es para menos.

 

Inesperada

Debe ir en Última función, que aquí y allá mantienen bloqueada desde el borlote con ¿cómo se llamaba?

A quien asegure que fue fácil, Lázaro, levántalo y que eche a andar. O como dice esa canción compuesta por Sam Cooke:
"Nací junto al río, en una carpa/ y como el río/ he estado corriendo desde entonces/ Ha sido un largo/ un largo tiempo llegando".

Ponte la falda gitana que te regaló Mark en Santa Fe. Gané el derecho a verla columpiarse rumbo a la playa -mares y desiertos, tan primigenios y de una misma sustancia, recuerdo-. Y pídele al enano no mordisquear mi nalga. Los abuelos aguantamos casi cualquier cosa. Solo casi, aunque sea para sentirnos bien recibidos.

¿Puedo destapar la botella que La del clóset nos regaló?

-Callas. ¿Ya no me quieres?

-¿Ya? 

-Falsaria. Juraste...

-Aguas -dice N.

-Aguanta. ¿No ves el dramático momento que está en desarrollo? ¿Entonces qué, amita?

-Debo pensarlo -responde cabizbaja.

-¡Aguas!

-Carajo, chamaco. Deja circular al desamor.    

-Conste.

-¿Adónde vas? -pregunto cuando echa a correr, él, desde luego, pues ella, luchando con sus sentimientos, a nada atiende.

¡Plash! Ya estuvo, cae la vagabunda, como exageradamente llaman al oleaje con que sin aviso a veces se acompaña el atardecer peinando copete estilo Elvis y no presagia un sismo, al modo tradicional. 

Hasta el estero vamos a dar la Tic y este viejo y no en pasional enredo sino cada quien por cuenta propia y vomitando arena.

-¿Ves? Por rechazarme -fustigo a la dicha madre del advertidor, cuya carcajada ganó a pulso.

Imaginariamente todo porque continuamos sin enviarnos sino esporádicos, telegráficos mensajes.

¿Cómo vas? ¿Y la nueva Eterna?, fue el de hoy, extremoso.

¿Supliéndote? No. Suspendida en ese glorioso instante, que sabe se produjo cuando al atravesar, justo, Santa Fe, un policía lanzó el "golpe mortal por necesidad" y por esquivarlo me llaman Clavadista, con hasta rap a mi nombre acompañando la selfie que alguien tomó y rueda los continentes, símbolo de resistencia popular. Gran día tras el cual resolvió llevarme. ¿Nos veremos allí?     

¿Dudas?, responde.

Su "aldea mágica" sufre, pues nadie contrata músicos en esta nueva pandemia, que tal fueron las anteriores, iniciadas cuando un Pedro de Alvarado local cayó sobre ellos. 

-Tengo mucho qué hacer -querría decirle.

 

Entre el rebozo voy metido, contra el cuerpo de Ella, y el mundo se posa. Quizás es por el propio rebozo de insolados colores, el ritmo de nuestros pasos, que ella guía, y su canturreo imperceptible al descubrirse no sé de qué segura manera, como más tarde en los dibujos de la cortina del cuarto.
Así, con el asombro mío, sin la conciencia suya, subimos y bajamos por el país de pozos que se imbrican y se desconocen, y no temo ya, por lo tanto, al temblor hacia el cual trataba inútilmente de dirigir la atención de mamá.
Lo hago en la gran avenida, digo y paro, pues la ciudad monstruo las tiene a montones. Ni siquiera apelando a la edad vale destacar esta, pues otras son tan o más antigua. La gran avenida, aclaro entonces, que escojó para Ella la tarde de nuestra primera cita y para mí a solas hoy, veinte años de por medio, a mis cuarenta y pocos..
La avenida, pues, cuando ha caído, al modo del barrio de La Parada y quién sabe cuántos más, y no es sin embargo mero desperdicio por el río de gente que ahora la usa no de imán y pasarela sino de camino, a pesar del parque a la vera, nutrido de robles, álamos y abetos con siglos dentro, fuentes, calzadas, a punto de la desolación.
Delante de mí marcha un hombre de hosco continente tras el cual pretende defenderse sin fortuna, que no hay quien no descubra en él al habitante del purgatorial último círculo del servicio público. El traje lustroso a fuerza de ser el segundo de los dos al que tiene derecho, lo exhibe, como el par de zapatos clamando por la docena de junturas a punto de reventar hace rato, cuidadas por el meticuloso andar consciente de que todo tiene un precio impagable fuera del séptimo año de los ahorros previstos.
Se hace ojo de hormiga el personaje en la avenida, y sin duda también en la oficina y el hogar, donde desde muy pronto debió renunciar a la implantación del consabido reino. Y así está en el polo opuesto de la mayoría del país, aquí a medias representada, a la que jamas apenan las señas de la miseria porque jamás se compara con quienes a su lado pueblan una nación extranjera.
Él sí y por ello no más de dos docenas de palabras al día le salen por la boca, apuesto, la mitad de Sí, señor, y el resto en monosílabos que despotrican. Es justo el mutismo el que revela la espesura de su bosque de justificaciones, quejas, caprichosas interpretaciones de cuanto sucede en el mundo, de la guerra en Medio Oriente a la conquista del espacio. Como un cadáver se mueve entre nosotros, y en el interior se agita más que ninguno.
Afino el oído, la avenida resulta un casi insportable concierto de voces corriendo por las cabezas, en medio de las cuales mis pozos y demás se pierden, y vuelvo a la quietud en que Ella me envolvía con su callado canturreo y yo con el mío insitiendo en la frase de una canción: en la ciudad y en el campo ríen como nosotros. Rién y gimen, digo esta mañana.
-Mi, mí, mi, y tú, tu, tú, hombre de unos metros delante y traje lustroso; madre e hija de la mano, que rozo al cruce; jardinero inclinado hacia las margaritas en el parque, payaso en infortunio, flaco círculo en torno tuyo, joven mujer de la tienda de discos que por la ventana evitas el trabajo, coro de la avenida toda, en silencio levantándose a la manera que bien conoce mi mes universo en la cuna.

Abyección

Lo vergonzoso no fue la solicitud de una vaquita para que publicara estos cuadernos, sino pensar en editarlos por mi cuenta. 

Sino me creía escritor hecho y derecho, menos, aspirante al reconocimiento, sobre todo inútil, pues el natural hasta sabe bien. Perseguirlo haciéndose vendedor de sí mismo merece cárcel, así tenga uno dotes.

-No basta bailar bien, hay que mover el culo, reza la máxima en círculos literarios -dijo quien estimo.

-¿De dónde sacas eso? -pregunté. 

-Me lo susurró X al hacernos amigos. 

No daba crédito, porque a éste lo tenía en alta estima gracias, justo, a su presunta integridad. 

Que Quevedo, Mozart y demás de un etcétera inveterado, sirvieran a archiduques y banqueros, pase, que vivir desahogadamente ayuda al buen parto en los poseídos. El culo batiéndose donde se pueda suena a Tómelo usted cuando quiera, y soltado por tinterillos empeñosos, cómo decirles.

¿Con echar atrás basta en mi caso? No, creo. De Covid 19 no moriré. Vomitando, faltan cinco minutos. Esperen, fumo un último cigarro.

Ni para tirarte por una ventana en Wall Street,

 

SIGUE

 

 

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