2015
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse
simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al
crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el
rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas
fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus
colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son
seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La
realidad se volvió de revés?
Poco después un mismo día
aparecen dos noticias sobre el estado de Tamaulipas. En Tampico una niña
de siete años es atacada por varios compañeritos. “Jugábamos a la
violación”, dicen ellos. La madre denuncia y la maestra contesta: ella “tenía
algo de culpa por ser la más bonita y coqueta del salón”.
Un poco al norte, en Reinosa,
el gobernador tamaulipeco “inaugura calle en honor a fundador del Cártel del
Golfo”.
Forman parte de un fenómeno
muy extendido entre la población y los políticos. Hace ya años una periodista informaba que en una pequeña ciudad michoacana los
preadolescentes se divertían pretendiéndose sicarios, y hoy el pan nuestro de cada día son
las declaraciones de funcionarios públicos en altos cargos que o califican de “estúpidos” a los indígenas o llaman monstruosa a
la
homosexualidad pues no puede haber amor entre
quienes tienen sexo sin mirarse frente a frente. Sueltan sus exabruptos
sin mínimo decoro y desde luego las palmas son para el presidente
Enrique Peña Nieto
desentendiéndose con descaro de probadas acusaciones sobre corrupción,
personal, de su gabinete y las empresas que mima.
Hay una guerra en curso y los
números hacen dudar si debe llamarse “de baja intensidad”. EPN basó en mucho su
campaña electoral prometiendo descender dramáticamente la
violencia en la “guerra contra los cárteles”, y el 29 de julio de 2014 su secretario
de gobernación declaraba que el problema “se ha reducido a su mínima
expresión”. En agosto un
medio especializado respondió que el actual sexenio “supera al de Felipe
Calderón en el número de muertos”. Las cantidades varían de una fuente a otra
por la dolosa documentación gubernamental, y en cualquier caso oscilan entre
cuarenta y cincuenta diarios.
En cuanto a las desapariciones, se elevaron a trece
por día, asegura la revista Proceso considerando sólo las denunciadas.
Faltan otro tipo de bajas. Las
relacionadas, pongamos, con los temas laborales.
Un cuerpo sin cabeza en las guerras entre mafias criminales y Estado va a los titulares de noticieros y diarios. El cadáver de
un suicida no es noticia ni tiene presunto autor intelectual. Entre 2003 y 2012
el número de quienes se quitaron la vida duplica el de los diez años anteriores.
En hombres mayores de doce años representa el 71.7 por ciento. ¿Las principales causas? Angustia económica y desempleo.
“…el suicidio provoca más muertes que los
asesinatos y las guerras”, dicen las cifras de la Organización Mundial de
Salud. En 2009 en México se registraron 5,190 y era la tercera causa de
moralidad. Habría que sumar los catorce mil intentos fallidos.
Cuando un año después en Tamaulipas un estudio
mostró que el fenómeno se había multiplicado trescientos por ciento, de inmediato lo atribuyeron a la inseguridad
pública. Los médicos rieron: Eso produce paranoia, nada más; el problema reside
sobre todo en la “falta de oportunidades, de integración a la vida productiva o
de formación académica”.
La
problemática
laboral suele pasarse por alto en términos de violencia, y a veces
escupe con sangre: los setenta y nueve mineros muertos por una explosión
en
Pasta de Conchos, Coahuila, pongamos, por confirmada negligencia y
omisión entre empresarios y autoridades laborales. Hoy da patadas con
los jornaleros del
Valle de San Quintín, Baja California, cuyo levantamiento descubre “la
existencia de millones de trabajadores del campo en condiciones de
semiesclavitud, sin derechos, con jornadas excesivas, hostigamiento
laboral
sexual y trabajo infantil”.
En las listas de muertes no se incluyen desde luego a quienes reposan en
fosas clandestinas, ¿y a los centroamericanos que buscando Estados Unidos
son asesinados en nuestras tierras, luego de extorsionarlos, intentar que
trabajen para las mafias o pedir rescate por ellos, secuestrados? El
22 de agosto de 2010 a setenta
y dos se los ejecutó en San Fernando, Tamaulipas, “en represalia porque
se
habían negado a convertirse en sicarios. Apilaron los cuerpos en un
terreno baldío.
En los periódicos locales la nota se publicó hasta la página siete (para
no molestar a ´Los Zetas´) pero fuera de México se convirtió en un
escándalo. Para no llamar demasiado la atención, los explotadores de
migrantes
prefirieron después fosas secretas o incineraciones con diésel”.
Fosas… La noche de Iguala
descubrió veintiocho cuerpos localizados en las primeras fosas comunes,
que oficlamente se afirma no pertenecen a los normalistas;
los restos en el río San Juan de los cuarenta y tres desaparecidos
quemados en el basurero El Papayo, conforme a la Procuraduría General de
la República, desmentida sin lugar a dudas por los expertos de la CIDH;
otras diez halladas después, durante investigaciones que dirigen los
padres
de Ayotzinapa y hacen exclamar a un hombre en búsqueda de su mujer e
hijas:
“todo el cerro seguro es un panteón”, en más de un municipio en torno a
Iguala.
“Sus identidades
empiezan a surgir –escribe Marcela Turati-, así como las historias de
dolor que han dejado detrás.
“Un cura africano asignado a México, un
taxista que fue migrante, una familia (un hombre con su hijo, una sobrina y un
sobrino) que viajaba a Iguala a un velorio (…) La mayoría fueron detenidos por
la policía municipal de Iguala y desde entonces no se sabía de su paradero.”
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El hombre que amablemente y por encargo me llevó, para animar nuestro camino contaba sus aventuras buscando tesoros en los cerros de aquel rumbo.
-Desde luego hay debe tenerse cuidado y pedir permiso a quienes controlan todo por allí.
Se refería a las mafias, a los encargados locales, cuyas disputas dejaban un grueso rastro de sangre.
Al llegar, mis compañeros, que se adelantaron dos días, estaban espantados:
-De noche, a cada rato balaceras, sirenas de patrullas y ambulancias, y hoy mataron a un líder comunitario por organizar la protesta.
Cuando venimos de regreso pregunté al gentil hombre sino temía por sus sus hias adolescentes.
-Para nada. Saben adonde ir y no ir.
Por prudencia callé. Ojalá el par de muchachas hayan cruzado con bien las edades más a propósito no solo para criminales. Novios, parientes, vecinos, se sienten cómodos en climas que favorecen el oficio más antiguo del mundo, bien conocido para el México posrevolucionario y sus secuelas neoliberales.
De esta basura somos responsables todos, también los padres que gustan jugar al gambusino.
F:jJf-