jueves, 18 de marzo de 2021

Les recuerdo: no solo los Malditos fueron culpables

 2015
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.

Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?
Poco después un mismo día aparecen dos noticias sobre el estado de Tamaulipas. En Tampico una niña de siete años es atacada por varios compañeritos. “Jugábamos a la violación”, dicen ellos. La madre denuncia y la maestra contesta: ella “tenía algo de culpa por ser la más bonita y coqueta del salón”.
Un poco al norte, en Reinosa, el gobernador tamaulipeco “inaugura calle en honor a fundador del Cártel del Golfo”.
Forman parte de un fenómeno muy extendido entre la población y los políticos. Hace ya años una periodista informaba que en una pequeña ciudad michoacana los preadolescentes se divertían pretendiéndose sicarios, y hoy el pan nuestro de cada día son las declaraciones de funcionarios públicos en altos cargos que o califican de “estúpidos” a los indígenas o llaman monstruosa a la homosexualidad pues no puede haber amor entre quienes tienen sexo sin mirarse frente a frente. Sueltan sus exabruptos sin mínimo decoro y desde luego las palmas son para el presidente Enrique Peña Nieto desentendiéndose con descaro de probadas acusaciones sobre corrupción, personal, de su gabinete y las empresas que mima. 
Hay una guerra en curso y los números hacen dudar si debe llamarse “de baja intensidad”. EPN basó en mucho su campaña electoral prometiendo descender dramáticamente la violencia en la “guerra contra los cárteles”, y el 29 de julio de 2014 su secretario de gobernación declaraba que el problema “se ha reducido a su mínima expresión”. En agosto un medio especializado respondió que el actual sexenio “supera al de Felipe Calderón en el número de muertos”. Las cantidades varían de una fuente a otra por la dolosa documentación gubernamental, y en cualquier caso oscilan entre cuarenta y cincuenta diarios.  
En cuanto a las desapariciones, se elevaron a trece por día, asegura la revista Proceso considerando sólo las denunciadas.
Faltan otro tipo de bajas. Las relacionadas, pongamos, con los temas laborales. 
Un cuerpo sin cabeza en las guerras entre mafias criminales y Estado va a los titulares de noticieros y diarios. El cadáver de un suicida no es noticia ni tiene presunto autor intelectual. Entre 2003 y 2012 el número de quienes se quitaron la vida duplica el de los diez años anteriores. En hombres mayores de doce años representa el 71.7 por ciento. ¿Las principales causas? Angustia económica y desempleo.
“…el suicidio provoca más muertes que los asesinatos y las guerras”, dicen las cifras de la Organización Mundial de Salud. En 2009 en México se registraron 5,190 y era la tercera causa de moralidad. Habría que sumar los catorce mil intentos fallidos.
Cuando un año después en Tamaulipas un estudio mostró que el fenómeno se había multiplicado trescientos por ciento, de inmediato lo atribuyeron a la inseguridad pública. Los médicos rieron: Eso produce paranoia, nada más; el problema reside sobre todo en la “falta de oportunidades, de integración a la vida productiva o de formación académica”.
La problemática laboral suele pasarse por alto en términos de violencia, y a veces escupe con sangre: los setenta y nueve mineros muertos por una explosión en Pasta de Conchos, Coahuila, pongamos, por confirmada negligencia y omisión entre empresarios y autoridades laborales. Hoy da patadas con los jornaleros del Valle de San Quintín, Baja California, cuyo levantamiento descubre “la existencia de millones de trabajadores del campo en condiciones de semiesclavitud, sin derechos, con jornadas excesivas, hostigamiento laboral sexual y trabajo infantil”.
En las listas de muertes no se incluyen desde luego a quienes reposan en fosas clandestinas, ¿y a los centroamericanos que buscando Estados Unidos son asesinados en nuestras tierras, luego de extorsionarlos, intentar que trabajen para las mafias o pedir rescate por ellos, secuestrados? El 22 de agosto de 2010 a setenta y dos se los ejecutó en San Fernando, Tamaulipas, “en represalia porque se habían negado a convertirse en sicarios. Apilaron los cuerpos en un terreno baldío. En los periódicos locales la nota se publicó hasta la página siete (para no molestar a ´Los Zetas´) pero fuera de México se convirtió en un escándalo. Para no llamar demasiado la atención, los explotadores de migrantes prefirieron después fosas secretas o incineraciones con diésel”.
Fosas… La noche de Iguala descubrió veintiocho cuerpos localizados en las primeras fosas comunes, que oficlamente se afirma no pertenecen a los normalistas; los restos en el río San Juan de los cuarenta y tres desaparecidos quemados en el basurero El Papayo, conforme a la Procuraduría General de la República, desmentida sin lugar a dudas por los expertos de la CIDH; otras diez halladas después, durante investigaciones que dirigen los padres de Ayotzinapa y hacen exclamar a un hombre en búsqueda de su mujer e hijas: “todo el cerro seguro es un panteón”, en más de un municipio en torno a Iguala.
“Sus identidades empiezan a surgir –escribe Marcela Turati-, así como las historias de dolor que han dejado detrás.
“Un cura africano asignado a México, un taxista que fue migrante, una familia (un hombre con su hijo, una sobrina y un sobrino) que viajaba a Iguala a un velorio (…) La mayoría fueron detenidos por la policía municipal de Iguala y desde entonces no se sabía de su paradero.”
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Escribí eso tras una charla sobre La casa del horror, en Jiutepec, Morelos. 
El hombre que amablemente y por encargo me llevó, para animar nuestro camino contaba sus aventuras buscando tesoros en los cerros de aquel rumbo.
-Desde luego hay debe tenerse cuidado y pedir permiso a quienes controlan todo por allí. 
Se refería a las mafias, a los encargados locales, cuyas disputas dejaban un grueso rastro de sangre.
Al llegar, mis compañeros, que se adelantaron dos días, estaban espantados:
-De noche, a cada rato balaceras, sirenas de patrullas y ambulancias, y hoy mataron a un líder comunitario por organizar la protesta.
Cuando venimos de regreso pregunté al gentil hombre sino temía por sus sus hias adolescentes.
-Para nada. Saben adonde ir y no ir.
Por prudencia callé. Ojalá el par de muchachas hayan cruzado con bien las edades más a propósito no solo para criminales. Novios, parientes, vecinos, se sienten cómodos en climas que favorecen el oficio más antiguo del mundo, bien conocido para el México posrevolucionario y sus secuelas neoliberales.
De esta basura somos responsables todos, también los padres que gustan jugar al gambusino.
 
F:jJf-