Durante 1879 así veía Guillermo Prieto la ciudad donde nosotros vivíamos en 1992. ¿Qué le hizo exaltarse hasta ese punto? ¿El panorama de un escalón al descender hacia la costa oriente desde nuestro altiplano? ¿También su caserío entre montañas y así calles caprichosas, controlando el comercio y la actividad política regionales?
Urbanizada a marchas forzadas, como toda población que se mereciera, seguramente fue armoniosa desde apenas terminar nuestra Conquista, aprovechando las comunidades indígenas alrededor, y ahora quedaba el eco, su traza originaria que respetó el segundo de los dos modelos ideados para estas tierras.
Colonias "como Dios manda" habían mordido buenos, viejos pedazos, y los asentamientos populares al ahí te va terminaron con sus coquetos alrededores de haciendas, ranchos y "pueblecillos".
Si bien el efecto no resultaba desastroso, a la manera de mi macro capital, por ejemplo, y el espectáculo era más bien hermoso, con montañas vigilándonos y verdura por cualquier sitio, todavía bajo casi eternos chipichipies y niebla.
Unos años atrás nos cambiamos allí con gruesas reservas mías, pues dos décadas atrás aquello ganó fama de recibir a cuanto "intelectual" capitalino "enloquecía". Ahora pululaban teatreros, artistas plásticos, etcétera, que huyeron del sismo en pos de los programas públicos desarrollados desde entonces. Para eso momento no les iba muy bien, por las mudanzas sexenales.
En todo caso yo apenas tenía trato con ellos y menos con otros, ejerciendo mi paradisiaco oficio, y solo atendía al asombroso devaneo de los muchos convencidos por el nuevo Mefistófeles mexicano, que les vendía cuentas de vidrio aun más sorprendentemente valiosas en nuestros mercados. Votarían al próximo candidato oficial con una fe no menor que recién al "hijo del general". El histórico "país bronco" avanzaba aprisa al adocenamiento.
¿En tiempos de Prieto esta casi villa podía conocerse al derecho y al revés con una breve mirada inteligente? Así creyeron los extranjeros que por montones atravesaban México, realidad en penosa construcción, y el mismo compañero de Benito Juárez y sus amigos y enemigos, a quienes se encargaron cuatro millones de kilómetros cuadrados y ya habían perdido dos casi sin darse cuenta, como si los bolsearan en un mercado.
-Te aviento un plumazo y ya estás inventariada, ciudad provinciana y tus allendes -decían todos ellos y les pasaba de noche hasta lo más obvio.
En fin, muy su cuestión. Cien años después yo no intento entender lo que ni siquiera medio vivo, pues tengo de sobra con dos muchachos, un edificio que fue para segundos frentes, conforme grita el segundo estacionamiento oculto tras un muro, la hermosa vista por los ventanales hacia el monterío y poco más con M, mi pareja sin oficializar evitando molestias a terceros.
Que este es El año, otra vez, sabré luego, cuando encuentre términos como decolonizar, nacidos justo ahora, mientras acabo aprisa tres pequeños volúmenes siguiendo la pista de La invención de América, los Anales, Gerbi... y construyo mi propia pequeña urbe provinciana, que nadie más conocerá bien a bien, al modo de las de Él y el Nuevo, para siempre secretos enormísimos.
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