martes, 20 de octubre de 2020

1982. ¿Qué sueño muere?

¿Quién escribió I compagni , me pregunto en 1982 contemplando al Nuevo, a quien entre su sillita para bebe la tierra mece? ¿El sueño murió, conforme aseguro?

-Ven -digo para mi segundo recordatorio de que estar será siempre maravilla si hambres y guerras convencionales no aprietan. 

Hasta con auto es así y no resulta poca la cosa, confirmo cuando meto al pequeño en uno de esos sarcófagos que solo tienen sentido Sobre el camino, según bien sabe Ibn Simbad destartalado camión tras camión bordeando desiertos y mares interiores.

Las quietas estampas a que el Nuevo se acostumbró transcurren ahora sonorizadas por un bochinche cuyos componentes distingue ya sin dificultad.
Bajamos y, mientras lo celebran, alguien me pasa cincuenta cuartillas mecanografiadas.
Todo desapareció, sabemos los reunidos para semana a semana producir una revista así de nombre equivoco: Información obrera. Ojeo aquello confirmando cuánto se perdió: Autogestión. Cómo apropiarse la brica.
Mi pequeño, al que debería llamarle así pues no lo tengo ni parasito y menos, desde luego, quienes juegan con él sin percibir cuanto anda a su aire por el lóbrego sótano donde encontramos lugar ¿los compañeros? Llamarnos camaradas resultaría estúpido. 
Ese alguien del documento merece tal título y pronto vuelvo a topármelo en otra ciudad como mil usos cuyas tareas detesta y que con cierta razón me trata despectiva, rencillosamente. Solo cierta, aclaro, en tanto el paraíso no lo disfruto por cuna y podría gozarlo también si viviera al modo suyo.
Guapo, fuerte, con conocimientos especializados que hallaron justo espacio en la gigantesca fábrica de glorioso augurio, disfruta ahora al creer hacerme burla.
Intento explicarle y no hay manera. Perdió el futuro que a ambos nos haría mejores con millones entre quienes están María madre, Cristina, Agustín, Simón, nuestro Sabio analfabeta y demás del Santo Lugar, y Ruth, don Cosme, Nelly, María a secas, Leopoldo y un largo etcétera al cual perdí la pista y hallaré otra vez aquí y allá, derrotados sin excusa, aunque tal y cual bien sepan ocultarlo, como Alfredo, incansable perseguidor de sueños.
Alguien vuelve a ser macho a secas y su lucha malamente interrumpida no le permite emular a Margarito, que sino culminó por completo la suya, corrió al patrón convirtiéndose en cooperativista y luego orgulloso escritor marginal.
Perdió la clase industrial, preciso ya, si bien unos pocos entre ella, estilo Rosario, seguirían adelante para que cuando casi veinte años después nos conociéramos, completara mi capacitación en perspectiva de género y lograra dar un salto sustantivo a la justicia laboral, pírrica victoria,  igual que sus primeros exitosos avances en centros maquileros posteriores, hasta rendirse, así no crea, hecha consecutivamente diputada y asesora de un vil represor.
El movimiento inquilinario urbano popular y las y los maestros disidentes continuarían su avance, este último hasta erigirse en muralla, y campesinos y campesinas tras vivir un infierno se repondrían gracias a los quinientos años detrás suyo.
El obrero y la obrera fabril...
-Regrésenmelo -digo aquella tarde refiriéndome al Nuevo volviendo a casa confirmo cuánta suerte tengo.          

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