lunes, 9 de noviembre de 2020

Cuadernos segunda etapa. I

No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa mujer.

Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.

Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. 

Al final de un libro digo que hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
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Les enumero los Cuadernos
Desde la azotea I busca entre mi vida. 
La ilusión viaja en tranvía 1 asoma a ángulos no apreciados allí.
En Para morir iguales mi abuelo y los suyos, Filiberto, los del Santo Lugar y una vaga, enorme cantidad de hombres, mujeres y niños se descubren entre sí a miles kilómetros y siglos de distancia.
Red de agujeros lidia con la historia del país y Demasiado humano anda por muchos rumbos para comprender cómo "todo lo sólido se desvanece en el aire".
La casa del horror, nueva versión son nuestras tierras en tiempo recientes.
Para la obvio, Última función, y
La pasión según FB 1 cierra el círculo.
En algunos casos nos sobra material a pasto, continúa, y por eso incluyo anexos.
Al cuarto para que dé la hora se me ocurre emprender El último viaje con mi abuelo. Es en dos direcciones: hacia el pasado, para encontrar los orígenes de la colonización iniciada por españoles y portugueses, rumbo al presente en que da comienzo la Revolución Mundial. (INICIO DE AMÉRICA EN CRISIS NÙMERO 4 (´DONDE ORCAR RESUME LA SITUACIÒN EN EU Y SEBASTIÁN ENTREVISTA).    
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Madame Ring, Ring
Cada historia tiene muchos lados y tantos ojos para contarla como personajes involucrados. En ésta la segunda versión me importa un pito y es de quien hace años secuestra mis teléfonos hasta inutilizarlos. Una de cada cien llamadas indistintamente es para acusarme de destruir la vida de una mujer o declararme su amor, y en el resto hay un ni pío mil veces más gritón. Unas y otras sin variar conducen al vomito, que las mentiras propias se atascan en el gañote pero pasan, y las demás, claro, no. Menudo castigador, dicen quienes se enteran del asunto, con obvia ironía pues no doy para castigar ni a la gallina del Cuatro todavía meses después de que hicieron caldo al quiquiriqui que le cumplía. Es sólo que la secuestradora nació para la tortura propia y ajena y no bastándole la autosatisfacción, sin nadie más a mano me ocupa.

Ayer puse en los diarios un clasificado solicitando bomba atómica de deshecho o tanque de segunda. De la Europa del Este llovieron ofertas con las que incluso mi magro bolsillo puede. Imaginé la escena con sus efectos colaterales y me decidí por la tradición nacional: el picahielo. A fin de dejar mi huella justiciera y para reproducirlos, conté los orificios del auricular y por la noche toqué en la puerta de la señora.

Tuve problemas para encontrar espacio entre el cilicio, soporté luego el placer de ella con cada entrada del filo y al marcharme supe que finalmente me había ganado: mis tripas eran un nudo enfermo y con un aire de descanso su alma tomaba rumbo al destino mucho tiempo atrás deseado.

Yacía en cama recuperándome de la escena cuando escuché el Ring con el inconfundible tono de la dama. Era para contarme el terrible aburrimiento de su nuevo hogar, mala copia del interno del cual huía.
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Joven, E y S, nietos, dejé creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Luego fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y creyeron que la autocrítica me devoraba y al basurero o cajones bajo llave iban espléndidas o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. La confusión fue originada por hojas sueltas garabateadas a miles desde mi infancia. 
Esto y aquello terminó llevándome a editoriales y aparecieron libros más bien sin pies ni cabeza. Había buenas cosas allí y en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la vocación de cronista -así que los patrones se encontraban súbitamente mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona. 
Al reunirla, esa pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo lo que según Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigioso don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un continente yo capaz de apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor. 

Hoy éstas y aquéllas gritan por un lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas. Lo que vale es el paseo por nuestra Calzada de los Misterios.
Existe la susodicha. Búsquenla al norte de esta ciudad capital y mirando donde indican y tierra abajo encontrarán con cuánta razón lleva el nombre.

T
Quizás pretendía una redición de la fortuna de mis quince años escapando del miedo, para llevarla a buen término y reparar el fracaso de entonces. La búsqueda de la princesa resultaba, pues, imprescindible. Como en el tiempo de creer que el cosmos se columpiaba en mi hamaca, en una casa sobre la falda de la montaña, la eterna primavera alrededor, y abajo, tras el hermoso jardín, una ciudad más o menos pequeña.
Las circunstancias me permitían ser un padre menos difícil, casi bueno, y con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, cuánto de fantástico estímulo recogía entre semana iba el viernes por la tarde a explayarse a la gran capital.
El hacedor de milagros me creía y decidí seguir los pasos de V, quien un buen día dijo Total, y aunque muriera en el trayecto se entregó perdidamente a una de esas criaturas cinceladas en el alma por las películas y los boleros de la vieja época. La esquiva, pues, siempre como de noche, con un cigarro en la mano recargada en el piano que cantaba sólo para el lujo de ella, de su par de satánicos ojos prometiendo estrellas y sangre, pongamos a lo dramático.
Mis gracias no daban mayor resultado por sí solas, de modo que el empeño fue inútil hasta que un par de amigos crearon una aureola en torno mío y me condujeron a un lugar frecuentado por mujeres hermosas, despiertas, eufóricas a su vez. Una mañana escuché una voz y levantando la cabeza encontré frente a mí a quien parecía cumplir a perfección los requisitos de mortal dama o su remedo.
Tenía bastantes años menos que yo y se me dio el equivocado informe de que estaba separándose de su pareja. De saberla, la verdad me habría detenido, pero llegó tarde y contribuyó a colocarme exactamente donde quería.
La joven era o parecía, pues de ella no conocí nada en verdad, una explosiva mezcla de altanería y piedad y había una universal procura de sus favores o sus sonrisas. Al mes de coqueteos que sin duda consideraba naturales y así para mí infructuosos, renuncié a la posibilidad con un aire de tristeza que la conmovió.
Esa noche fuimos a donde habría de consumarse el entendimiento, para terminar en los escalones a la calle con la ternura de mi hombro ganando el derecho a abrir las puertas de ella por algo más que un rato.

La joven no tenía modo ni ganas de evitar ni el amor por su compañero ni la soberbia infinita, y tuve que emplearme en regla, no importa cuán a solas plañidero y extraviado me volviera. De modo que aquello se convirtió en una ruda pelea, ejemplificada en el regreso de un paseo a las afueras. En su auto toda ella gritaba alternativamente y sin parar Quédate para siempre y Casi no contengo el vómito, ¡baja!
Años después me vendría un placentero sueño. Era la extensión de la vez en que rumbo al cine, al volante y contra su bravucón estilo, sin motivo pidió escogiera la ruta y como una niña a la deriva remató con lo que los días siguientes confirmarían:
-Vamos por dónde tú quieras.

Pasión
  
PASIÓN
Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.
FF:jJf-