martes, 24 de noviembre de 2020

Ser o no ser, en colectivo, disculpe usted, Sir William

 Queda dicho en  La Corte de Media Noche y los Nietos. Mi gateo rumbo a la azotea era fuga y encuentro. Huía del departamento donde, como cualquiera en su caso, papá y mamá nos confinaban. Querían protegernos y tenían cierta razón pues el hambre y el descampado nocturno matan -tan estúpidamente entendida tú, noche, pareja inseparable que representa esa otra cuyos sexos las civilizaciones interpretaron con maña, y no los pueblos tribales quienes sabían: la celosa amante en tea tenía pechos y el falo jugaba a escapársele (me acusan de meter guiones y paréntesis; ¿hay otra manera viviendo entre mafiosos enredos?)-. También puede entenderse que, para entonces perdida la esperanza colectiva, sus sueños personales los habitaran por completo, así fuera pendiente de ella.

Pasillo, tres habitaciones, sala comedor, cocina, baño y medio. Bien dije: hogar, criaturas bullendo en el caldero. 

-¡Vete de aquí! -gritaba la sapiencia que no habían liquidado todavía.

Y entonces tuve valle, nubes relatando su viaje desde dos océanos, campesinas canturreando en muchas lenguas, y más, si atendía al hormiguero abajo.

Walt Whitman se fue a la verga con El canto a mí mismo, colmo entre colmos.

Ser en colectivo o morir, decía ese menos de un metro de altura con el cabello al viento que durante aquél febrero por ráfagas picaba los ojos trayendo al lago convertido en arenales.


    Dr. Atl de su larga serie sobre vistas del valle.






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