viernes, 27 de mayo de 2022

De plano

 Ni yo llego a estos fragmentos en el largo diario a la Niña. Los tomo al azar demostrando que soy un buen cronista de la vida cotidiana.

-¿Y luego? -dice mi otro yo.

-No, nada -le contesto y me acuerdo de Tata Nacho y sus chanzas.

-¿A quién quiero probárselo, tú?

-A nosotros, imagino.

-¿A estas alturas y para qué?

-Ya no somos los de antes. Nuestra vigilia tiene ahora la sustancia del sueño y como nadie entra dos veces al mismo río, según el famoso griego...

-Chale contigo.

-Ah, me dejas solo en los nuevos trances.

-Nuncamente. Aquí no hay esquizos, jeje.

-En todo caso salen bonitos los borronazos y tienen materia. Porque además no hablan de oídas. A lo escrito, lo vivido.
-Amén, jeje.
 
Se trataba de un animalito pleno de vida y obligado a escamotarse, como supo ya en los linderos de la infancia, expuesta a la animalidad pervertida por las ansias de poder y la trama de boquetes que deja el diario asesinato del deseo.
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Con tal esmero se ocultaba La Niña al exterior, que solía pasar inadvertida para luego quejarse por ello. Apenas cruzaba la puerta de regreso a casa la transfiguración era asombrosa. Convertida en un sonriente animalito corría por los recovecos del pequeño lugar en juegos que la hurtaban a los ojos y los oídos así en suspenso e incapaces de adelantarse a su repentino aparecer, cayendo sobre mi espalda o mordiéndome los pies luego de reptar quién sabe cuánto y por dónde.
En remedo de los gatos, adoración que cultivó ya antes de ponerse en pie, creo, con frecuencia se anunciaba a maullidos, como la tarde temprana en que siguiendo el sonido la encontré parada en el marco de la ventana gracias a la cual la casita, en la comunicación del patio con las habitaciones, circulaba los ricos caprichos de la luz, desdiciendo la sombría apariencia del rincón al fondo de la privada.
Estaba desnuda. La plasticidad del cuerpo no me sorprendió pues se la había celebrado mil veces, y solté la frase por lo común más inadecuada con ella:
-Eres perfecta.
Esta vez sonrío mientras iniciaba una serie de poses que me recordaron una historia de su clase de arte, en la cual le exigieron modelar. 
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Con el anuncio de la marcha, la alcancía de su ciudad se dio la vuelta para la Niña derramando los veintisiete años, y a tres mil kilómetros de distancia el Viejo que recibía sólo el temblor tuvo miedo:
-Si no viene ahora no vendrá nunca.
¿Se daba cuenta del daño que le hacía apresurándola? Debió entenderlo cuando en la sala del aeropuerto vio el fantasma de la joven cuyos nervios circulaban por las calles y entre las gentes que dos años y medio atrás él conocía por el vivo, emocionado eco en ella, que los detallaba con una apenas concebible minuciosidad.
El Viejo tampoco valoraba el terrible efecto de sus palabras al protegerse de la vaga sensación aquella. No hubo mala intención al escribirlas recordando una maravillosa novela y dar en un vieja terca herida en la Niña.
A ella no le gustó que la llamara así todavía después de puestos a medio los pies sobre la tierra frente a él. A cambio -siempre a cambio en esta historia- ella olvidaba que las monedas cayeron justo porque había un avión esperándola, y creyó bastaba si volvía a casa.
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...nunca más volvió él a compartirle los pasionales viajes a solas, dia a día de mayor intensidad, y temió el carnal encuentro que en mayor o menor grado los echaría por el suelo. 
En todo caso, valían las largas consideraciones del hombre en la marcha de regreso al primer día, durante la cual esperaba precisar si fue de a pocos o de un golpe y cuándo, el descubrimiento cada amanecer de las calles en ruinas por la batalla del deseo en la víspera. Los cadáveres se los había llevado la noche para acunarlos entre los millones anteriores, pero las ventanas, el asfalto, el cielo raso de la ciudad por debajo de las nubes, gritaban en sus oradaciones, y la procesión rumbo al trabajo o a la escuela tenía un aire fantasmal.

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Hay dos partes en esta historia, se advirtió. La última inicia tras el primer viaje de ella:
La Niña viaja siempre, así sea por la cuadra que recorre cada vez a la salida de casa.
Emprendiendo ya la gran aventura de su vida, hacia el fondo de sí a 3,177 kilómetros de donde pareciera debe, de todo se despide: de la casa de la abuela donde fue niña pequeña; del patio de la escuela primaria y el callejón de su primer amor; de la azotea de la universidad a la cual subía a ver el mar; de las fogatas junto a la playa, el jardín botánico, la escuela de artes, las nubes cerdito; de la escalinata, el parque, las canciones, el río; de las amigas, los sueños fracasados y cumplidos; de los buses y su mundo que siempre se repite y nunca es el mismo; de la madre, la hermana, los seis gaticos…
Bueno, eso cree el Viejo, que se detiene para mirar con detenimiento. Día tras día ella registra su dolor, tan múltiple, y él entiende: de todo se despide y a todo va al encuentro en su pasado, en una historia de la que estoy por completo fuera.
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No sabe dónde meterse el hombre pues no hay lugar donde quepa, globo que copia al universo y a una antigua manera para evitar el estallido insufla el infinito.
Estoy en una nube, vuelo, y cosas por el estilo se escuchan en las canciones populares. El Viejo hecha un sonoro erupto al tragarse a UDFt-3815539, la última y más lejana galaxia descubierta y al levantarse de la silla tropieza con cuanto encuentra.
¿O es de ella, la joven mujer, de quien se llena, con el río de estampas que dejó y él por instinto de supervivencia acallaba, sorteando la memoria en los inconcebibles pliegues del pequeño departamento?
En la estancia juntos, el lugar se convirtió en una cueva. El Viejo soñó siempre con eso y ni idea tenía de cuánto se podía. Los días cavaron sin parar y no hubo duda: volcados allí los interiores de ambos, el techo y los muros, las sillas, los libreros, las mesas, en una imagen que tomo prestada de la Niña, exhibieron la capacidad de licuarse para adquirir las formas y las texturas que requerían los recuerdos y los deseos conscientes e inconscientes de ellos.
Tembló el hombre en el pánico de un momento, por un momento sólo, parte de la gracia encontrada.
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Ora lean Casi Memphis, antes de Juan, a medio hacer, y luego hablamos, jeje