domingo, 1 de mayo de 2022

Cómo leer

Como en el tiempo de creer que el cosmos se columpiaba en mi hamaca, en una casa sobre la falda de la montaña, la eterna primavera alrededor, y abajo, tras el hermoso jardín, una ciudad más o menos pequeña.
Recuperado el paraíso donde seguir creando una no-familia, con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, cuanto de fantástico estímulo recogía entre semana iba el viernes por la tarde a explayarse a la gran capital.

Escribí eso en homenaje a la mitad de mi vida, según ordenan: con verdades y mentiras convenientes. ¿Y aquello sobre Ella, que se había marchado para siempre y me dio una segunda cría, sin quien era imposible la no-familia?

Ciertamente años atrás perdí el Santo Lugar y no podría recuperarme jamás. Allí quedaron Agustín, Nabor y los otros y otras. Cuando dos décadas luego volví a buscarlos parecían haberse esfumado y encontré a Don Carlos. Al escuchar su historia supe: es un evangelio y así el de ellos. Lo transcribí y con la memoria recuperé éstos.

Pasó el tiempo y encontré a Kelley en tierras semidesérticas inconcebibles para él, sin destino adonde dirigirse:

¿Cómo es su universo interno, con miles de días y noches acumulados? Imaginemos, por ejemplo, una mañana cuando tenía dos años de edad. Las paredes, el techo, el piso, todo en el modestísimo hogar de la familia huele a una tierra que, como cualquier otra, despide perfumes y tiene tonos y calidades sólo suyos. Las tres o cuatro sillas y la mesa de madera que hay allí, con las historias privadas que relatan sus cicatrices, están tan dentro de él como el padre, la madre, la media docena de hermanos y hermanas. Mira a la más pequeña que duerme, luego al triángulo de luz viscosa de la media mañana estirándose desde el hueco de la puerta abierta, al pie de la cual descubre una vara que lo hipnotiza.

Mientras cumple la decena de pasos que lo separan de ella, cae girando, remisa, en el aire, una hoja, el reflejo de la punta de un cuchillo estalla en sus ojos, la nariz se queja por un granillo de tierra, el rabillo del ojo descubre el reptar apurado de una araña, canta un mirlo, un mirlo y no un pájaro a secas, cuyo trino para el pequeño James no delata todavía a un ser concreto y es un trozo más de eso incomensurable de lo cual él también forma parte. Alcanza el cuadro de la puerta, se agacha para tomar la vara, que se escapa en una mano venida de la nada y que enseguida descubre a la muchacha en la cual se remata y su gesto socarrón, divertido con el efecto que produce en él, en el niño, quien continúa sus lecciones sobre el mundo en disputa. Ella se da la vuelta con un aire triunfal coronado por el vuelo de su cabello largo y castaño, que es un acto de encantamiento al cual por años quedará sometido él.

¿Dónde están ahora la hermana que duerme, la tierra, el triángulo de luz, el canto del mirlo, la vara, la cabellera que se agita? ¿Cómo andan dentro suyo el padre y la madre, la obligada mujer y los obligados hijos e hijas de sus treinta años de edad, sino murieron por hambre?

Ese hombre cuyo condado natal está en Cork, Irlanda, continúa la búsqueda iniciada en los lugares de mi abuelo, quien llegará más tarde pues aunque nos convertiremos en compañeros para siempre, le huyo desde que me ordenaron rastrearlo tres décadas atrás. 

Cuando en la ciudad donde daba por hamacarme a los treinta y ocho años, llegaba el cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, entre risas las cría y yo vendíamos los cascos de refresco atesorados para tomar el autobús a la gran capital, pues no tenía cuenta de banco y alguien más debía cambiarlo.

Si quieren leer estos cuadernos, nietos varios, vayan al antojo, que aquí nada tiene pies ni cabeza conforme a los cánones, les pido al diez para las cuatro y contando, como todo en el país donde habitamos don Carlos, nuestro Sabio Analfabeta, Marta, quien asea baños de la Central de Abasto, y cuantos escogieron otro camino que ese hombre recién retratado aquí: nacido en una ciudad a mil kilómetros, donde hizo familia hace cuarenta años y luego se trasladó a la costa contraria para formar otra y tiene pareja por el centro del país, al cual llegó mudándose de población según convenga y me traslada vuelto chofer con jubilación y tiene tres casas propias y toma vuelos comprados un año antes de usarlos, sin que lo inmute su jefa, cuya súbita elevación al cargo vuelve fracaso común, sin responsables, la costosa actividad esperándonos, Dios mediante, espera él confiado en suplirla, importándole un carajo si justo ahora, según informarán mañana los diarios, "Hallan cadáver de mujer dentro de bolsa", tras el cerro frente a nosotros.