lunes, 9 de mayo de 2022

El treinta por ciento, o Shoa

Continuación de Excluidos.


 Los Malditos actuales continúan a Sigfrido. El Cantar de los Nibelungos se haría hoy narcocorrido, dice El anillo y Eddard responde en FB:

El Mencho en el papel de Sigfrido. No me queda claro quién pudiera ser la Brunilda.

¿Ema Coronel? (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59482868), le propongo- pregunto y vuelvo a leer a Enzenberger:

"El mito del siglo XX (...) consiste, por regla general, en patrañas. El «Príncipe del Espíritu», como más o menos en el caso de Gerhart Hauptmann o de Stefan George, es una figura involuntariamente cómica que no halla sucesión porque ella misma ya es imitación. Entre los políticos del siglo, quizás con la excepción del revolucionario de profesión (personificado por Lenin), ni uno solo alcanzó talla mitológica. Los retratos de los pioneros de la técnica, de Lindbergh a Gagarin, amarillean con los reportajes que sobre ellos se escriben. El mundo industrial del supercapitalismo sobrevive en la fantasía colectiva sin un solo héroe. Incluso se ha secado la más antigua fuente de mitos: de ambas guerras mundiales no ha salido una sola revelación que se concretase en figura mitológica. Ningún motivo tenemos para lamentarlo. En cambio, debería ya ser hora de preocuparse por la trascendencia de aquel déficit, y por sus causas. El caso es que cuanto menos progresa la mitología tanto más vehementes son los esfuerzos para producirla sintéticamente. De esta tarea se encarga la industria de conciencias. Publicidad y propaganda, medios de información y recreativos movilizan ingentes energías para crear mitos a escala industrial. Tanto más de destacar es su fracaso. Ello se explica en primer lugar por su misión. La industria ha de suministrar mitos de uso diario, de hoy para mañana; su mercado exige un rápido lanzamiento de ídolos, sean estrellas de cine, deportistas o políticos; de aquí que la calidad del olvido forme parte, desde un principio, de la especificación del producto. Aquí existe una contradicción; pues lo esencial de la conciencia mitológica es la memoria. De aquí que la industria sólo pueda ya suministrar sucedáneos y pseudomitos que no dejan huella alguna en la memoria colectiva. No obstante, su fracaso tiene causas aún más profundas. Pues en la tarea de crear mitos fracasa por completo el principio de la división del trabajo. Se trata de una misión que no puede delegarse a especialistas. Precisamente esto constituye su mérito. En cada verdadero mitólogo se reconoce la sociedad en peso. Ésta descubre en él, sin saberlo, su propio retrato y lo acepta. A este retrato se otorga un crédito que no consigue ninguna imagen; su fuerza representativa llega más allá que cualquier publicidad. Entre las figuras mitológicas extremadamente escasas el siglo veinte el gángster ocupa un lugar descollante. La fuerza imaginativa del mundo entero se lo ha apropiado. Una descripción del gángster la puede hacer cualquier analfabeto turco y cualquier intelectual japonés, cualquier mercachifle birmano y cualquier obrero sudamericano. Aunque sean los menos quienes pudieron tropezarse con él, con el gángster todos están familiarizados. Incluso en los países comunistas invade, como fantasma, caricatura o secreta amenaza, la imaginación de señores y siervos. Pero un solo nombre personifica el prototipo del gángster: el nombre de Al Capone. Cuarenta años después de sus «buenos tiempos» su aureola no se ha desvanecido. El fantasma del gángster continúa todavía reinando en los sueños del mundo. Esto y no otra cosa justifica el que nos ocupemos de él. Lo único que en Capone y su mundo merece nuestro interés es su función mitológica. El personaje histórico es indiferente: es el de un hombre extremadamente corriente, ambicioso, inteligente y antipático, cuya historia no deja entrever ningún aspecto trágico. Carece de toda dimensión humana; es monstruoso y banal al mismo tiempo (https://brigadaparaleerenlibertad.com/libro/la-balada-de-chicago)."

En los años dos mil entran en escena personajes como Elon Musk, no menos anodinos. Parece un genio al que el de la famosa lámpara (¿recuerdan a Aladino?) le susurra cómo producir carros eléctricos y privatizando satélites extraterrestres dominar al híperespacio, adueñándose de Twitter en segundos. Sus casi infinitas riquezas que el conflicto entre Rusia y Occidente vuelve bitcoins, sinónimo de aire, si exageramos un poco, se materializan en romances con arquetipos femeninos entre quienes va Amber Heart, la psicópata recién exhibida, Brunilda posmoderna durante "el juicio del siglo" nuestro. Menuda comedia de equivocaciones que ruborizaría al peor dramaturgo.