viernes, 17 de junio de 2022

Demasiado humano para la Crónica

Ahora sin permitirnos bromas, demos un salto para hallarnos en las columnas de Hércules o de Melkart, si quieren, en 1325. Más bien, a un centenar de kilómetros al oriente de ellas, pues nuestro guía, Ibn Battuta, abandonó hace días la ciudad erigida frente a aquél brutal encuentro del Mediterráneo y el Atlántico, en la cual nació.
Battuta, nuestro personaje, descansa en una llanura cerca del mar, que los siglos posteriores conocerán como Argelia. Parece el eco del desierto del Sahara, muchos kilómetros a sus espaldas. Por aquí las caravanas pasean hace cuatro mil años quizás. Las dirigen los bereberes seminómadas, cuyos rostros guardan secretos que les dejan innumerables generaciones transitando a veces sin encontrar a nadie en días o semanas.

De no ser noche al fondo nuestros ojos distinguirían el filo del mar y el cielo aparece con una extraordinaria riqueza. Sin duda los pastores trashumantes guían más sus jornadas por el mapa de estrellas que por el ciclo solar.
Battuta cubrirá tres veces la distancia que hará famoso a Marco Polo, el paisano de Cristóbal Colón cuyo diario de viajes alimentará el descomunal apetito en quienes dirigirán la conquista del Nuevo Mundo.
Les pido que demos otro gran salto, esta vez vez cuatro siglos adelante para encontrar al costado norte del Mediterráneo a un hombre singular para su época. Se llama Miguel de Montaigne y está en el estudio donde huye de su especie, pareciera, al fondo de una rica casona. La ciudad se llama Burdeos y 
pertenece a la Aquitania francesa.
Este hombre Montaigne crea un nuevo género literario, después muy socorrido: el ensayo. Así, Ensayos, se llama la obra que escribe cuando queremos dar con él. Uno de los trabajos que van allí contempla asombrado la expansión ultramarina europea, que en esta primera etapa se concentra en la no hace mucho conocida como América, que también llaman Indias Occidentales en memoria y continuación de los delirios de Cristobal Colón y quienes lo apadrinaron. Imaginación sin control, ésta, que nace con Marco Polo. 
Don Miguel, el francés, dice entonces unas líneas soberbias: “Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad mayor que nuestra capacidad de entender; creemos asirlo todo y apretamos sólo viento”.
Para él eso hacen sus congéneres en el cuarto continente que conquistan a una velocidad de vértigo. Y el vértigo, creo, es la explicación del fenómeno perseguido aquí desde la caravana berebere. Bueno, una de las explicaciones. La otra relaciona íntimamente las palabras de Montaigne con una frase de Carlos Marx: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". 
Vuelta atrás, de nuevo, hasta Batutta.
Imposible imaginar el mundo en los ojos y en la cabeza de Ibn Battuta. La religión no se resume, a la manera en que lo hará después, a ceremonias con las cuales se cree comprar un lugar en el cielo, exorcizar las ideas de nuestros enemigos ciertos o inventados, o conseguir trabajo y amor. 
Todo, incluidos la ciencia y el pensamiento empírico, están traspasados por el supra y el inframundo, y la compañía del dios o dioses de cada cultura y las criaturas maravillosas acompañan a la gente las veinticuatro horas del día. Por lo demás, el universo se dibuja de extraños modos en la mente, de acuerdo a donde se nace.
No resisto la tentación de la ciudad cuyas murallas dejó días atrás nuestro hobre: Tanger, puerto lindero de la fantasía. A literal tiro de piedra, la Andalucía todavía joya de la humanidad, por más que no sea ya la de un siglo antes. Y a sus pies el extraordinario espectáculo de ese Mare Nostrum o Mediterráneo precipitándose de golpe al océano, circundante mitad de la esfera hace buen rato certificada por los estudiosos, como su diario giro, sus polos, etcétera.
Misterio infinito el de esas aguas de monstruoso volumen y un exudar a tal punto denso que los rayos del sol no penetran en él, de acuerdo a un genio a punto de nacer no muy lejos de aquí: Ibn Jaldun.  
De acuerdo a este gran historiador, geógrafo, filósofo, Tánger ocupa la "primera fracción" del tercero de los siete climas de los cuales está compuesta la tierra habitada, que se agota trasponiendo el Ecuador por el calcinar de la vida a manos del sol -la existencia al sur de zonas templadas o frías sería factible, y por lo tanto, de vegetaciones, animales, seres humanos, si a los continentes no los cortara casi de inmediato el océano, África incluida. 

Después y con una estúpida soberbia reirán de estos conocimientos mientras los reciclan, según veremos. 
No sabemos cuánto la visión de Jabdun sobre el planeta circula por la cabeza de Battúta al iniciar el largo paseo. 
Los pastores del campo trashumante que completan sus haberes con el pago en especie o moneda por la guía y protección a los mercaderes y peregrinos, en su movilidad acortan las distancias de las tierras a las que acaba de echarse nuestro viajero, de otra forma insoportablemente lentas y trabajosas.
El diario no registra mayor cosa de esas superficies semiáridas a lo largo del norte africano. Los motivos podrían entenderse considerando que Battúta escribe al fin de la experiencia, con un sinnúmero de estampas a la espalda sobre lugares asombrosos de suyo y en particular para él y ese occidente del Islam al cual pertenece -dejen para después lo que no entiendan, nietos y Corte.
¿Influye también la monotonía aparente? La exuberancia vegetal es una obsesión para los herederos de los pueblos árabes y bereberes. Pero a sus ojos los países desérticos o de trashumancia tienen una extraordinaria dignidad histórica y religiosa.  
Los guardias-pastores de seguro intuyen que ante los citadinos la naturaleza de estos llanos y montañas enmudece. De tal modo nuestro viajero parece condenado a caminar sobre la nada y no lo hace del todo gracias al tiempo, aquí perezoso, que permite a los sentidos apropiarse de formas, colores, texturas, sonidos, perfumes. Poco a poco distingue peculiaridades en comarcas a primera vista iguales. 
Sin saberlo o confesarlo al menos, constata las divisiones de las cuales hablará Jaldún. Aprende también costumbres de sus guías y vigilantes y algo intuye del mundo dentro de ellos. Y con una y otra cosa se habitúa a los pequeños cambios, preparándose para los de mayores dimensiones. Aun así, no pocas veces adelante será presa de un asombro que enfebrece la mente y le da material con qué fantasear en el diario.
Supongamos ahora, Ohsis, que el viajero corre la aventura sobre una nave por el Mediterráneo. Desde luego, lo que mal o bien percibe en la caravana simplemente no existiría y en consecuencia no habría mediación entre Tánger y Alejandría, digamos, el puerto con el cual comienza el encanto del diario. Sin tránsito pasaría de una ciudad donde el esplendor del Islam occidental cubre el sólido sedimento fenicio, a un adelanto del Medio Oriente puro.