sábado, 4 de junio de 2022

"Una latinoamericana forma de morir"


"El verdadero Asclepio, al parecer, fue un jefe tribal y guerrero de Tesalia que monopolizó la salud al mando de una dinastía de sanadores. Eclipsa al resto de los curadores milagrosos. En el mito es producto de la ira y los celos de Apolo, dios taimado, enamoradizo y señor de la curación, la peste, la música y la poesía. Con sus flechas sembraba epidemias y en sus oráculos sanaba a las víctimas cuando le rendían rituales propiciatorios.
Un día enamoró a una joven bella y noble. La sedujo en las orillas de un lago en Tesalia. Corónide se bañaba en la propiedad apolínea; los calores y olivos propiciaron el ayuntamiento. La mujer recibió guirnaldas y Apolo no regresó. Quedó preñada. Todas las tardes caminaba cubierta con un peplo de lino abrochado con una fíbula de plata seguida por el mortal Isquis, de lejos al principio, hasta que se enamoraron. Apolo continuó sus correrías por el orbe hasta que se enteró de la traición. Se arreglaban las bodas de los jóvenes cuando un cuervo, que en aquel entonces era blanco, le advirtió a Apolo de la infidelidad. Por la indiscreción el pájaro se volvió negro, color de la deslealtad, y Apolo enloquecido lanzó dos saetas que mataron a Isquis. Artemisa, hermana del dios, acudió en su ayuda y, cómplice, asesinó de un flechazo a Corónide. Yacía la infiel en la pira funeraria cuando Apolo arrepentido llegó envuelto en una nube, desgarró las entrañas de la muerta, sacó a la criatura y ambos se perdieron en el cielo nebuloso. Así fue narrada la primera cesárea, post mortem."

Eso escribió alguien a quien conozco. También es responsable, edición y musicalización incluidas, de la siguiente cápsula, que pertenece a una serie.

Su vida es la más extraordinaria serie de peripecias que he escuchado. Si me oyera, guardándose el ¡Mastuerzo! en la cabeza, diría 

-No lees tus citas. Mi trabajo se llama "Historias épicas de la medicina" (http://www.librosmaravillosos.com/historiasepicasdelamedicina/pdf/historiasepicasdelamedicina_-_Eduardo_Monteverde.pdf). Busca allí a Norman Bethune. 

Lo hago y encuentro esto:

"Gangrena, el fantasma de los médicos, la devoradora de los pacientes, el enemigo de todos, la peste de los combates. Gangrena, ya descrita en el siglo V a.c. en el Corpus Hipocraticum, como el principio de la muerte que se anuncia en los tejidos que fueran sanos, la primera dentellada a la que seguirá el esfacelo, esa descamación pútrida de la piel, de los músculos, los huesos y hasta el cerebro. Necrosis, la muerte que viste de negro al cadáver. “Heridas de bordes cuarteados, coronadas de gangrena negra”.

Así describió en un poema la muerte, el cirujano Norman Bethune, que falleció de gangrena en el escenario quirúrgico de la invasión de Japón a China. Año 1939, en el bando comunista del Octavo Ejército de Ruta. El hombre curtido a la intemperie muere en un hospital aldeano de campaña. Hay algo de paradoja en este cirujano forjado entre las paredes de los quirófanos, en los humores de auditorios a reventar de obreros con el vapor de los overoles. Una voz grave que modulaba con encono el malestar de los trabajadores, el proletariado al margen de toda suerte de salud. Gente a quienes los médicos curaban, tan sólo para continuar como engranes en la maquinaria de las faenas."

Siguiendo al experto en historia de la medicina, ahora como escritor, encuentro una antología contemporánea a nosotros. "Una latinoamericana forma de morir", se llama y reúne narraciones que prueban cómo el género negro es pertinente donde creí no tenía sentido (http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20200508040624/una-latinoamericana-forma-de-morir.pdf).

Robo el título para una de mis típicas incoherencias aquí, que inicia ahora, tras pequeños aportes que acostumbro y pueden servir a las docenas de visitantes a los cuales se redujeron miles anteriores, cuando aún no decidía echarme a la pira preparada para el setenta por ciento.

Comencé a hacerlo al fracasar una campaña por los derechos laborales, algunos años atrás. Pedí entonces echarme una mano a mis jóvenes compañeras y compañeros con quienes rehacía la vida promoviendo o asumiendo aquí y allá proyectos cuyas virtudes podían comprobarse. 

Fue demoledor ver a una docena en el gigantesco auditorio sindical que sin mayor trámite me prestaron, al cual confiaba llegarán también líderes gremiales.

Mi guía era una genuina urgencia comprobada por breves, provechosas investigaciones... y la desesperación personal.

Usando una famosa frase de novela valía preguntarse ¿cuándo se jodió Perú? 

-Justo ahora -pensé equivocadamente, pues el tema ni era nuevo ni impediría rehacerse y continuar con acertadas apuestas, entre un país que preparaba su explosión.

Ayer, junio 3, escribí:

-Ay, yo, qué necesidad tenías de hablar, primero y ante jóvenes, sobre la historia social que inicia en 1920, y luego, medio en reservado, sobre tu juego entre sueño y vigilia, todo durante una breve jornada donde se discutían retos ideológicos actuales. 

-Cómo no dejaban fumar... -me respondo. 

Suerte que a mi locura no le da por el asesinato serial, jeje. 

Estos cuadernos no son autobiográficos e incluso así...

Hago crónica, insisto, sin aprovecharme de elementos muy útiles para ellos: mis pares. Cada quien rendirá cuentas a quien le corresponda y no aprovecharé, pongamos, el espectáculo de ayer mismo matizando las diatribas que me dirijo, jeje.

Porque, repetiré: Ese yo aquí es inconcebible tomado a solas. Forma parte de una procesión que nació hace mucho y se nutrió siglo tras siglo. ¿No es cierto, Güitas?

Hoy tal vez repetiré el sinsentido de aquella campaña por los derechos labores. ¡Ay, nanita!

La obligada música. Esta vez con doble alternativa.