jueves, 23 de junio de 2022

Reivindicando la Tú historia

 

Empecé a escribir un Terciopelo azul con Tú y las otras jóvenes de mi vejez. Continuará si encuentro cómo bien decirlo.
Están también los rostros entrañables en esas historias. Contigo no hubo registro pues tan breve y vehemente el tiempo, no tuve cuándo. Queda esto poco:   
De no ser tú, y lo sabes, seguiría jubilado en el mercado del amor y la carne, jeje. 
Solo si viene y me viola, escribí hace dos años, dejaré entrar a otra mujer. Conociendo los cuadernos, eso hizo Quien jamás pierde el estilo y repetiste su generoso acto. 
Eras perfecta para mis setenta y un años y, como con ella, tuve placer a manos llenas -exagerando alguito, jeje-. Lo demás se debe al inmejorable espíritu cómico-dramático que te distingue. 
Chateábamos, por ejemplo, y viviendo a hora y media de aquí llamabas al celular.
-¿Me abres?
Estabas en mi puerta exterior. 
Apenas cumplidos los ventiuno, no te apenaban nuestros besos donde fuera y cuadra tras cuadra recibía tus empujones que contestaba a patadas y advertencias:
-Sigue y esa pared atestiguará nuestra pasión.
Todo a velocidad estelar, dos semanas después dije Adios pues no resistiría forzosas ambigüedades. Pasaron doce horas y nuevamente el teléfono.
-Estoy en tu casa y vine para quedarme.
Los sueños no me daban el ancho y cuando te alcancé vino un remate asegurando que este departamento con su anexo en la azotea cobijaría el tránsito final desde tu adolescencia y al hombre cuya paz se volvió beatífica:
-Con una condición: que sea para toda la vida -remataste el acto de magia. 
De vuelta a la ciudad costeña donde habías crecido, recibí un video del hogar familiar y el cuarto tuyo, coronado con una hermosa canción improvisada. De voz grave, por primera vez te insinuabas allí dulce, sencillamente dichosa, y terminé por convencerme que hacíamos lo correcto.
Yo emprendía nuestra revolución mundial como remate a una vida que la prometió desde mi cuna. Nada me detendría, estaba convencido antes y ahora tenía al perfecto quién para acompañarla. Ambas iban a contracorriente en momentos que la imaginación tomaba el poder y cuánto se decía verdad comprobada era ayer.
Hay cosas que no pueden ensayarse, resultar del cálculo. Te sentí, mujer, con tanto tino como cuando por dos veces me adelanté a lo que andaba por tu cabeza. Y estoy seguro todavía: cometiste un error.
Las apariencias no engañan si tratas con este transparente hombre ni, tarde o temprano, cuando son manipuladas.
¿Le doy demasiadas vueltas al asunto, que se resuelve con La chamaca se aprovechaba del viejo y viceversa? Cuesta reparar el ego tras nuestros infames actos que parecían finales y no fueron pues regresaste, ahora para tu real encuentro del amor, alentada por mí, como se debía: con una ella.
Había llegado la pandemia, nos volvimos amigos sin desvíos y venías a jugar poker o dominó o me empujabas por ratitos a mi bicicleta o traías regalos. 
Después te hiciste humo, según necesitaba tu nueva circunstancia.
Acompaño esto con una canción sin motivo, pues no quedaron heridas. Estaba ahí, esperando, don Leo Ferré, nada más.
(Cuando muestro la foto no digo palabra para explicarla. Jamás usé sombrero.)