"Cinco siglos después", hay que agregar al título para dejar bien claras las cosas. ¿No, Tic?
Mi Panchita sonríe.
-Hay muertos muy vivillos -dice. -No necesitabas tanto para volver a meterme en mi cama.
-Cuál, si fue contra la barandilla del balcón.
-Al principio.
-Para, que no estamos en horario tres X.
El diálogo es por videollamada, obvio, y si nada se compara al piel contra piel, los orgasmos virtuales también fluyen y sus liquideces pueden comprobarse después, incluso en Ellas. Vean sino esos increíbles P muslos.
La foto solo evoca -para mayores detalles ver el diario- y tal vez no debería ponerla. Me lo permito como Miguel Ángel con aquéllos querubines en Roma.-0-
Leo que agregaré, escrito hace mucho -como en La rosaleda, una especie de tablas de Moisés dos mil años más tarde, aunque si bien recuerdo el calendario gregoriano decía 2010:
No estoy seguro qué historia perseguimos. ¿La de una pasmosa revolución de los tiempos y los espacios
humanos, cuyo resultado obra de diabólica manera a comienzos del
siglo XXI?
Vayamos entonces a un
inicio distinto a los planeados: las columnas de Hércules o de Melkart, si quieren, en 1325. Más bien,
a un centenar de kilómetros al oriente de ellas, pues nuestro guía, Ibn Battuta,
abandonó hace días la ciudad erigida frente a aquél brutal encuentro del Mediterráneo
y el Atlántico, en la cual nació.
Vayamos sin pretensiones de gran sabiduría y una carcajada por quienes las tienen con tan pocos méritos como nosotros.
No
conozco Argelia más que
a través de una maravillosa película y las descripciones de diarios más o
menos contemporáneos a la época en la cual estamos. Para ayudarme busco
fotografías y redondeo la
imagen de una tierra mágica. Battuta, nuestro personaje, descansa en una
llanura cerca del mar, que en estos tiempos no cultiva la
agricultura. Parece el eco del desierto del Sahara, muchos kilómetros
a sus espaldas. En las fotos la tierra es rojiza y le crece una rala
hierba.
Por aquí las caravanas pasean hace cuatro mil años quizás. Las dirigen
los
bereberes seminómadas, cuyos rostros en las estampas de mi computadora
muestran como seres salidos de un cuento. Visten túnicas muy bellas en
su sencillez, y se
cubren la cabeza y parte del rostro con telas de colores vivísimos:
azules,
anaranjados, rojos. Sus miradas guardan secretos que les dejan
innumerables
generaciones transitando a veces sin encontrar a nadie en días o
semanas.
De no ser noche al
fondo nuestros ojos distinguirían el filo del mar, y el cielo sólo se iguala en
riqueza al de los sioux del Niño de Piedra, a quien me refería antes. Sin duda
como éstos, los pastores trashumantes guían más sus jornadas por el mapa de estrellas que por el ciclo solar.
Paro. ¿Por qué dije que no conocía Argel? Anduve por allí en 1980 y algo. Fueron diez días y podría multiplicarlos los tantos que quisiera.
Hablo de Renacimiento. Entonces no lo necesitaba y vino bien. Sin África el mundo carecía de sentido, ahora y antes, pues al fin tenía un planeta.
SIGUE